DOMUND 2012


(Este cartel lo diseñe hace algún tiempo. Ahora lo comparto, ya que la ocasión lo amerita)

Alejandro Labaka e Inés Arango, sangre del Concilio


Memoria de la Amazonía Ecuatoriana,
Alejandro Labaka, Obispo y Mártir,
Inés Arango, Virgen y Mártir
(21 julio 1987 – 21 julio 2012)
XXV ANIVERSARIO


 Voy a narrar una historia muy bella de esta tierra, historia de sangre y amor. Historia, no novela; no una recomposición poética en alas de la fantasía, nido de amores. Historia de carta por aquí y documento por allí; historia de ojos vivos, que la cuentan estremecidos – con un nudo en la garganta y lágrimas de ternura - los que fueron a recoger a las víctimas. Eran dieciocho lanzas guerreras, de más de tres metros, clavadas en el cuerpo de Alejandro. Remataban con plumas de ave, y de lejos parecían un florón en la selva. Así lo contaba el fornido y veterano misionero José Miguel Goldáraz, el Rescatador.

Historia minuciosamente contada en un libro de Rufino María Grández, Vida y martirio del Obispo Alejandro Labaka y de la hermana Inés Arango (669 páginas de hoja grande y letra menuda. Coca, Vicariato Apostólico de Aguarico, Ecuador. Cicame: Centro de Investigaciones Culturales de la Amazonía Ecuatoriana, año 2009), obstinadamente confrontada con 1313 notas de apoyo. Séame lícito, pues, con esta base, narrar tan solo, para almas sencillas (para ti, querida lectora, querido lector), la coronación de estas dos vidas misioneras, que, al final, por gracia de Dios, confluyeron en una sola.

El día 19, domingo (19 de julio de 1987), fue día de preparativos. Inés se había confesado con Monseñor. Mañana, lunes, día 20, de madrugada saldrían el Obispo y la Hermana rumbo a la mínima tribu de los Tagaeri, una minoría entre pueblos no contactados.
Monseñor, tras el último viaje de inspección en helicóptero, había escrito a la Compañía petrolera, cuyos servicios alquilaba el Vicariato: “Con la última evidencia de los signos positivos para un acercamiento personal, se decide que Mons. Alejandro Labaka y la Hna. Inés Arango, Misionera Terciaria Capuchina de la Sagrada Familia desciendan, Dios mediante, el día 20 de Julio de 1987”.
Nos cuenta Laura Fernández, una hermana de aquella pequeña comunidad de Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia de Francisco de Orellana o Coca, en la margen del río Napo, afluente del Amazonas:
“Aquella misma noche del día 19 por la noche fui a su habitación la encontré arreglando todo… En la mochila o shigra preparó tres cosas: una cámara fotográfica, un rollo de esparadrapo y un bote de nescafé. Me dijo:
- Tengo que dejar todo arreglado.
- Y ¿no te da miedo entrar a los Tagairi?
- No, Laura. Si muero, muero feliz. Ojalá me dejen en la selva.
Inés se arrodilló y me dijo:
- Esta ropa me la han regalado mis familiares; es para los Huaorani.
Nos abrazamos y salí de su pieza. Pero regresé inmediatamente y le dije:
- De verdad, Inés, ¿no te da miedo?
- No, me dijo; porque si muero, muero como y donde se lo he pedido al Señor” (Vida y martirio, 543).
Parece que está todo seguro, pero hay un misterioso presentimiento de que algo puede pasar. De hecho, o fue aquella noche, o fue a la madrugada… (¿acaso un día después?), cuando Inés dejó sobre su escritorio, por lo que Dios pudiera disponer, una hoja suelta escrita de puño y letra con ese mensaje:
“En caso de muerte:
El dinero que queda es así. Colombiano de mis hermanas, Ángela y Ana Isabel y 2.000 pesos de Roque. 4. (=4.000) sucres debo a Gabamo por motorista. 5.000 me había dado Imelda y no los gasté. El resto de los 25.000 que me dieron en Rocafuerte para lentes, dientes, etc. que lo empleen para aucas y pobres.
Si muero me voy feliz y ojalá nadie sepa nada de mí, no busco nombre... ni fama. Dios lo sabe.
Siempre con todos.
               Inés”.

* * *
El día lunes (20 de julio) salieron rumbo al deseado destino.  La Hna. Cristina Tamayo, cronista de la comunidad, escribió en la Crónica de la comunidad:
“En eso de las 5.30 de la mañana salieron Mons. Alejandro, Roque, Inés y Cristina hacia la compañía CGG con el fin de dejar a Mons. Alejandro y a Inés quienes irían en helicóptero al sitio donde se encuentran los Tagaeris. Dado que el cable para la bajada del helicóptero se había roto y aún no estaba reparado se postergó el viaje para el día martes. Después de preparar algunos víveres y utensilios que da la compañía, desayunamos allí mismo. Seguidamente regresamos y trajimos a (XX) Huaorani que se venía por tener a su hija enferma. También entramos a saludar a las Hnas. Dominicas (Elvira estaba, Tere, Merche, Clarita) y a eso de las 11 a.m. llegamos al Coca” (Vida y martirio, 545).
20 de julio, que es la fiesta nacional de la Independencia de Colombia. Allí en Coca se habían juntado un grupo de las terciarias capuchinas para celebrar la fiesta patria. Y continúa la cronista Cristina: “Las Hnas. Emma, Laura Salazar, Nelly Posada, Luz Elena Restrepo, Gabriela Arango, Martha Oliva, Inés Arango, Candela Quijano, Lucero Giraldo, Cristina Tamayo nos reunimos en esta casa con el fin de ayudarnos y buscar formas de vivir mejor. Todo el encuentro estuvo dentro de un clima muy fraterno y positivo. Quedamos de reunirnos el día 7 de septiembre. En la tarde cada quien marchó a su casa felices de haber celebrado también la Independencia y por llevar medicinas, ropa, alimentos para los pobres. También nos acompañó un rato Mons. Alejandro. Este mismo día Laura Fernández salió para Quito” (Vida y martirio, 546).
      Y entretanto Mons. Alejandro Labaka, vasco de Beizama, Guipúzcoa, obispo desde hacía dos años y medio, 67 años de edad, un idealista audaz, apasionado por los indígenas, que había estado en la última sesión del Concilio Vaticano II (1965) cuando era Prefecto Apostólico y que allí aprendió lo qué son las “semillas del verbo” (semina Verbi), que Dios ha derramado en todas las culturas, según san Justino (siglo II), palabras que con otras tomó para su escudo episcopal…, ¿qué pensaba y qué sentía?
En realidad estaba preocupado. Pero tenía prisa y urgencia, y decía: “Si nosotros no vamos, los matan a ellos”. La Compañía petrolera sería humanitaria, pero, en caso de ataque, no habían de ahorrar los rifles. El Obispo, en cambio, pensaba bajar desnudo, o, si se quiere, con el único atuendo de los indígenas, el “cumi” que sujeta el miembro viril…
Una noche, allí en Coca estaban cenando los hermanos, los tres o cuatro de la comunidad, entre ellos el P. José Miguel Goldáraz, de Osinaga (Navarra).
“José Miguel, Vicario General, en tono de conversación de mesa, le dijo en la cena:
- Mira, que te van a matar.
Monseñor festivamente le responde:
- Bueno…, pero ya dejo un buen sucesor.
Y José Miguel rubrica:
- De todas formas, yo bajaré a recogerte…” (Vida y martirio, 546). Y así fue, heroico profeta.

* * *
Llegó, pues, el día 21 de julio, martes. El P. Roque Grández, capuchino misionero en Coca, de madrugada les llevaría al helipuerto de la Compañía, de donde arrancaba el helicóptero. Él mismo se brindaba a bajar con ellos… Luego dejó un relato detalladísimo de todo lo acontecido.
“Pero antes de que comience Roque a contarnos, minuto a minuto, cómo se fue deslizando el día 21 y el día 22, he de dejar testimonio verídico de lo que pasó el día de su martirio a las 5.15 de la mañana. Es lo que contó la Hna. Laura Fernández:
Sor Inés era muy activa y muy orante; les recalcaba la oración, catequesis, apostolado… Le gustaba rezar los salmos pausadamente…”. Y sigue: La Hna. Candela, la mayor de la comunidad, siempre dispuesta a servir, vio que la Hna. Inés a las 5.15 estaba orando en la capilla: Me arrodillé – dice Candela - y oré por ella. A los diez minutos llega el carro. Nos abrazamos y se fue para siempre”.
Posteriormente he sabido cómo oró Inés. El sagrario estaba en un mueble bajo, e Inés, de rodillas, tenía la frente apegada al sagrario.
¿Qué dijo Inés a Jesús en aquella madrugada del día del martirio?

El misionero que les lleva, mi hermano Roque, dice en su relato:
“Antes de las 7 de la mañana llegamos al campamento. No hace buen tiempo. Las nubes no se levantan y el cielo bajo está grisáceo. Nos presentamos en la barraca del Jefe del Campamento. Como hay amistad, hay también rutina y naturalidad en los saludos. Para hacer tiempo nos vamos al galpón-comedor y como el día anterior podemos desayunar a la carta. Inés apenas si sorbe unos tragos de café. Monseñor desayuna y yo repito el del día anterior. Parece que vamos a tener que esperar un tiempo, bastante, hasta que despeje el horizonte. Cae una lluvia fina.
(…)
Después del desayuno Monseñor con Inés se van a dar vuelta por la bodega, a controlar la lista del día anterior a hablar un poco con el piloto Apolo traído expresamente de otro bloque a este para la operación de descenso y con el mecánico francés. Todo está a punto, solo hace falta que se levante el tiempo. Yo me quedo en el galpón curioseando las revistas francesas tiradas en un estante: L'Expres. Paris Match, de este tipo. Salgo del galpón y busco con la vista a Monseñor e Inés, los encuentro a la puerta de la bodega, tomo aire, respiro aire fresco, mojado, vuelo al galpón, paso hojas, mato el tiempo.
Monseñor e Inés aparecen. No saben qué hacer. Hay que esperar. Al fondo, en la rinconera de un mostrador, que hace de bar nos recogemos, sentándonos silenciosos. No tenemos conversación. Está todo tan hablado. Solo esperamos. De vez en cuando comentarios fútiles de lo que vemos en el campamento o lo que en otras ocasiones hemos visto. Estamos haciendo tiempo. Pasaron ya las 9 de la mañana y nos acercamos a las 10” (Vida y martirio, 457).
A las 10.30 vuela el helicóptero.
Pasa el tiempo, y mientras tanto el misionero sueña…  “Estoy ilusionado. Se marcharon. Mañana yo iré a visitarlos. Para mí será la primera vez también entre los Huaorani. No me importa el colegio. Por un día dejaré de ir. Los exámenes seguirán su curso. Y llevaré las cámaras y haré fotos de recuerdo. Nadie en Ecuador sabe lo que está pasando y es el momento más grande de su historia. El último grupo que queda sin contacto con el resto de los ecuatorianos, hoy serán integrados a la nación. Una vez más la Iglesia en su Obispo y en su humilde misionera serán quienes harán esta gran obra. Se necesita valor. Dios nos lo da porque nos da amor a este pueblo. Hay un rato en que uno queda como embobado, ensimismado por la ausencia, la marcha de los otros y el pensamiento del posible peligro uno lo retira, no lo deja entrar, sencillamente lo sofoca. No aparece. Se tiene la ilusión del éxito del encuentro feliz” (Vida y martirio, 549).

* * *
Al día siguiente irían a visitarlos.
“…Igualmente el día 22 me levanto temprano. Sé que tengo tiempo para llegar a tiempo, y marcho solo. El plan es ir a visitarlos. Esperamos que Monseñor habrá limpiado con machete y hacha el lugar y podremos aterrizar, bajar y encontrarnos con los nuevos amigos. Sale un día espléndido, sin niebla, el cielo limpio. El carro marcha bien a velocidad. Y tengo accidente. En una curva el que viene de frente, también a velocidad, me obliga a echarme a mi derecha y caigo en la cuneta. Me quedo solo. No puedo sacarlo y es de doble transmisión. Me toca esperar y me pongo nervioso. ¿Si salen sin mí? Son 10 minutos malos esperando que algún otro carro pase y me ayude a desencunetar el mío. Así ocurrió.
Son como las 7,45 de la mañana cuando el helicóptero se levanta del suelo para ir a visitar a los Tagairi y convenir con Monseñor en qué momento se ha de volver para recogerle. Vamos 4 personas: el piloto Apolo, el Sr. Roques, Jefe de la CGG, Michel, francés y un servidor. Vamos contentos. Yo preparo la máquina de fotos y hago algunas de ambiente. Pasada media hora estamos ya a las puertas del bohío que desde lejos lo divisamos.
Pero me quedo consternado al encontrarlo vacío, sin gente, desierto, cuando estaba esperando el gozo alborozado de un grupo que nos sale al encuentro con alegría, haciendo corro al helicóptero que desea posarse con cuidado. No hay nadie y no veo a nadie, tampoco a Monseñor. ¿Se lo habrán llevado? ¿Qué ha pasado? Y el helicóptero ya ha atravesado el bohío y se dispone a dar otra vuelta.
Sí, abajo, a 4 o 5 metros de la puerta de la casa está Monseñor tendido, desnudo, apoyada su espalda sobre un tronco y la cabeza pendiendo hacia atrás, los brazos abiertos caídos. A Inés no la veo. Y el helicóptero ha atravesado de nuevo el lugar. Y ya no recuerdo si de nuevo da otra vuelta. Tomamos el camino de regreso. El piloto grita alborotado. El Jefe de la CGG me mira con rostro alterado. Michel pregunta por la hermana y los otros confirman que también está lanceada, y el piloto de nuevo comienza a gritar desaforadamente.
Les pido que me lleven directamente a Coca, y me dicen que mejor volver a la base. Entiendo. No insisto. Llegamos: naturalmente, no nos esperaban. Recién habíamos salido y ya habíamos vuelto. El mecánico del día anterior nos abre la puerta y él es el primero que se entera de labios del piloto. Baja el Sr. Roques. Yo no tengo ganas. Estoy como sin fuerza, clavado al asiento. Veo que el Sr. Roques se para en el camino, se inclina al suelo apoyando su cuerpo sobre las manos que descansan sobre las rodillas. Se va haciendo verdad que los mataron.
Me bajo, ando solo, cabizbajo. Se me acerca el piloto, me echa una mano queriéndome dar el pésame y no pudiendo resistir me desato en llanto. Llega a la barraca y ya está el Jefe hablando con sus superiores de Quito. Van llegando trabajadores. Le entrego las llaves de mi carro al francés Michel y le pido que me lleven a Coca en el helicóptero” (Vida y martirio, 550-551).

* * *
Con urgencia se organizó el rescate: tres helicópteros del ejército a disposición de los misioneros con una veintena de soldados armados. El P. José Miguel asumía la dirección de este operativo, con una orden rigurosa que él conminó: ¡Ningún disparo!
Los indígenas habían desaparecido y habían dejado allí los cuerpos victimados. Los helicópteros no podían tomar tierra por la exuberancia de la jungla y había que actuar con destreza y rapidez.
Mons. Alejandro estaba traspasado con 18 lanzas. José Miguel mismo las fue sacando una a una; a veces presionando con el calzado el cuerpo del Obispo, para retirar las lanzas que tenías unas muescas para que, al clavarlas, quedaran dentro, sin volver.
La Hermana, descalza, con el velo recogido en el bolsillo, no se había despojado de su ropa, estaba atravesada con tres de esas lanzas guerrera. Y, como también hicieron a otras mujeres en otra ocasión, le habían clavado una lanza en la vagina, acaso queriendo matar la fuente de la vida. Resulta muy desagradable el contarlo, pero esa es la verdad.
Los misioneros nunca quisieron decir: “Los han asesinado”. Los indígenas, a sangre y muerte, se han querido defender… Cierto que luego hicieron un rito sangriento pinchando con lancetas los cuerpos exánimes, un signo seguramente de ser copartícipes toda la tribu de aquello que habían llevado a cabo los valientes.
Llegaron las víctimas a Coca y les introdujeron en una sala del Seminario para la limpieza y reconocimiento, con acta pública, y dejar constancia del número de heridas y orificios que presentaban los cuerpos desangrados.
Coca entera se volcó con frenesí con aquellos que dieron su vida por amor a quien amaban con el ser entero. Se abrieron las tumbas para que reposaran delante del altar de aquella pequeña iglesia, que es la catedral.
Antes de enterrarlos se les quiso pasear apoteósicamente por las calles. Había reparos, porque en los cuerpos, destrozados, se iniciaba un estado de descomposición. Pero uno, a quien llamaban “el loco”, muy sensatamente gritó: ¡Aquí no huelen los muertos!

* * *
Al final de esta corrida relación, yo no puedo menos de decir, lleno de nostalgia:

¡Mis hermanos Alejandro e Inés,
declarados Siervos de Dios por la Iglesia,
mártires de amor por quienes amabais,
rogad por nosotros!

Rufino María Grández, ofmcap
Julio 21 de 2012

Mi vida con Alejandro Labaka. Roque Grández

Nuestros mártires

Tumba de Mons. Alejandro Labaka y de la hna. Inés Arango.
Catedral de la ciudad del Coca, Ecuador.


¡Alejandro e Inés, rueguen por nosotros que somos Iglesia!

Amar hasta dar la vida



Recordando a Alejandro e Inés


Testigo directo aquellos días de sus muertes

Estoy recordando a Alejandro, también a Inés. Vivía con él, en la misma casa, sentados cada día a la misma mesa al desayunar, comer o merendar. Inés, que por años había vivido en Rocafuerte, recién ese año (1986-1987) fue traslada a Coca. Yo era el párroco de esa pequeña ciudad. Fue primero el 20, al amanecer, en seguida de las 5, llevé a Alejandro e Inés al Km. 50 de la Vía Auca, al Campamento de la CGG (Compagnie Générale de Géophysique). De ahí en helicóptero tenían que despegar para ir al encuentro del grupo desconocido de los Tagaeri como a media hora de vuelo. Estaba nublado. Después de una larga espera se decidió postergar el viaje para el día siguiente. Así lo hicimos. El 21 de julio, a la misma hora. Como a las 10 de la mañana partió el helicóptero y los misioneros se deslizaron hasta el suelo con una piola accionada por una sencilla wincha. Consigo llevaban unos sencillos regalos útiles para la vida en la selva y algunas cositas para compartir y comer juntos.

Volvimos al día siguiente. Habíamos quedado en ello. Alejandro iba a preparar el lugar de aterrizaje para que el diminuto helicóptero pudiera bajar y posarse. En él iba yo con la ilusión de llegar, bajar, saludar, darme a conocer, hacerme amigo y guardar en fotos para siempre el momento histórico del encuentro. 

Fue todo lo contrario. Llegamos y no encontramos la deseada espera y saludos de bienvenida. No había un alma en aquella diminuta abertura de la selva. La casa, el bohío indio y a un lado divisamos el cuerpo desnudo de Alejandro sobre el suelo con brazos y piernas bien abiertos. Se veían también las lanzas en su cuerpo. También el cuerpito de Inés junto a la puerta de casa, inmóvil, apoyada en un tronco. Dejamos las cámaras en el asiento. Ni una foto se sacó. Dos vueltas más en derredor y en silencio volvimos al Campamento, y yo a casa, a Coca, también en helicóptero, a comunicar los hechos. 

Tres horas más tarde volvíamos a rescatar los cuerpos. Ahora eran 3 los helicópteros. Dos de la Compañía y uno de la Brigada de Selva XIX Napo asentada en Coca. José Miguel venía conmigo, y a él le tocó llegarse hasta los cuerpos, quitarles las lanzas, envolverlos en un plástico verde, y los que quedamos en el helicóptero jalarlos hasta arriba. ¿Los Tagaeri nos estarían viendo desde la espesura de la selva?. Lamentablemente nuestro helicóptero al acercarse con la fuerza del viento levantada con sus aspas derribó la casita de ramas y hoja toquilla de los Tagaeri. Con los cuerpos de nuestros hermanos misioneros nos volvimos a casa.

Todo se había acabado. Nos quedamos desechos. Todo se había terminado. Los dos –Alejandro e Inés-llevaban años con los indios huaorani, y estos los Tagaeri, eran vecinos suyos todavía sin contactar, pero iguales a ellos. ¡Cuánta ilusión, desvelos, trabajos, tiempo, esperando esta ocasión! Salió mal, muy mal. Murieron en el primer intento. Los velamos. Dos días. Esperamos que llegase la gente, entre ellos los Obispos, hermanos de Alejandro Obispo también, y la Hna. Provincial de Inés. 

Me acuerdo de Jesús. Aquellos también se quedaron desechos, sin consuelo. En silencio. En sus casas. Hasta que llegó el domingo y comenzaron a correr las noticias. ¡Vive…! “Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. 

Las Hermanas encontraron una hojita de cuaderno en la mesita la habitación de Inés. “En caso de muerte… Con el dinero se hará así… lo que quede que sea para aucas y pobres. Si muero me voy feliz y ojalá nadie sepa nada de mi. No busco nombre ni fama. Dios lo sabe. Siempre con todos. Inés. “ Todo escrito con tinta de bolígrafo, de esfero. 

Y fue al final de la misa, en las condolencias que se manifestaron, cuando un profesor de la escuela fiscal Presidente Tamayo proclama que han muerto unos mártires. 

Y no tarda en llegar el tesoro que durante 40 años ha guardado Felisa, la hermanita de Alejandro. Ha conservado la carta que Alejandro al marchar a China el año 1947 y después de haber despedido a la Virgen del Pilar en su Santuario de Zaragoza, le escribe: “… a la Virgen le he pedido la gracia del martirio, si soy digno de ella. Ruega tú también para que se me conceda esta gracia.” Y Felisa nos entregó esa carta. Así pues… Alejandro e Inés viven. “Siempre con todos”. “… se me conceda la gracia del martirio…” 

Para celebrar el aniversario, como otros años, éste también ha salido desde Quito a Coca, 350 kilómetros de recorrido, la peregrinación a la tumba de estos santos y mártires, hermanos nuestros y misioneros en la selva amazónica. “Arriesgar la vida por el Evangelio” es el lema de la Caminata de este año, recogiendo el título que el biógrafo de Alejandro e Inés dio a su primer libro sobre ellos, el P. Rufino María Grández, mi hermano de sangre. 

Se abrió el proceso diocesano de canonización en la Iglesia de Aguarico y hace dos años, una vez cerrado el mismo, se envió toda la documentación a la Congregación paralas Causas de los Santos en el Vaticano. Esperamos que un día la Iglesia, terminado el análisis respectivo, incluya también a estos dos misioneros de esta Iglesia pequeñita, que es la Iglesia de Aguarico, en el santoral de la misma. Que el Señor nos conceda verlo en vida. 

Roque Grández, capuchino. 
Julio 19 de 2012.

Cincuenta años del Concilio: Crónica Huaorani

Memoria de dos humildes y grandes misioneros
a la altura de un Concilio

1. Hace 25 años que en la selva amazónica, atravesado por quince lanzas, murió el Obispo Alejandro Labaka; y con él la hermana Inés Arango, ambos a dos ínclitos misioneros en el sentido nuevo y puro que se le puede dar a esta palabra (21 julio 1987). Y hace 50 años que se iniciaba el Concilio Vaticano II, que preparaba una vuelta al modo y estilo de hacer Iglesia, de vivir la comunión de los cristianos y el entronque con el mundo (11 octubre).

Una Facultad de Teología – Facultad de Teología del Norte, Sede en Vitoria-Gasteiz – ha querido unir estos dos eventos en un mismo tronco del árbol vigoroso y fecundo de la Iglesia. Quien esto escribe, recién llegado de América (mis escritos anteriores normalmente están firmado en Puebla de los Ángeles, México) ha estado allí. El acto académico, en memoria y honor de un vasco guipuzcoano, Alejandro Labaka Ugarte (1920-1987), capuchino, misionero, obispo y mártir, era un acto académico universitario. Para mí era una espléndida celebración de fe y de Iglesia.

El tema concreto, que ha centrado las cuatro intervenciones y el diálogo, era un pequeño libro, titulado “Crónica Huaorani”, y el ponente decía: Se trata de un texto constitucional.

2. Seguramente que la gran mayoría de quienes se asomen a esta ventana no saben quién fue Alejandro Labaka. Nacido en las montañas de Guipúzcoa, en los tiempos en que esta tierra soñadora era un hervidero de vocaciones, Alejandro Labaka, es un muchacho que como tantísimos otros siguió los pasos de la carrera sacerdotal como religioso capuchino. Fue ordenado sacerdote en diciembre de 1945, y el 1947 estaba de misionero en China. Allí permaneció hasta que las circunstancias políticas de la revolución de Mao en 1953 le obligaron a repatriarse.

Pero este hombre de temple apostólico de ninguna manera se quedó en casa. Como los capuchinos acababan de asumir una misión amazónica en el Ecuador, él se ofreció y se apuntó para continuar siendo misionero de avanzada entre los indios, a los que amó sencillamente como a hermanos.
No puedo contar en tres párrafos lo que he escrito en un respetable volumen de 669 páginas, de página amplia y letra pequeña y 1300 notas documentales…

Vida y martirio del Obispo Alejandro Labaka y de la Hermana Inés Arango. Vicariato Apostólico de Aguarico, Coca, Ecuador, 2009.
Comienza a germinar la información de Labaka en Internet y el internauta lector de esta página puede acudir al Blog de Alejandro Labaka ha comenzado a gestionar el joven misionero mexicano Néstor Wer. A este Blog nos remitimos. Véase:
Mons. Alejandro Labaka, OFMCap., Mártir de la Iglesia de Aguarico.

3. ¿Qué tiene que ver este misionero vasco con el Concilio Vaticano II?
Lo que tiene que ver es esto: Que sin el Vaticano II no habría existido este misionero, que hoy ha sido ensalzado como uno de los grandes en la estela de los Grandes Misioneros de la Iglesia.
Labaka merece ser conocido, y pienso (así lo he dicho en voz alta y lo repito aquí para quien me oiga) que merece ser reconocido por la gente de su tierra, por el Gobierno Vasco, para alzarle un monumento y se tenga clara conciencia de que gentes así ha producido esta tierra.

La horrible crónica de pólvora (que ojalá por la gracia de Dios, sea crónica pasada) no es la Crónica del Pueblo Vasco; la Crónica Huaorani, y del grupo específico de los Tagaeri a punto de extinguirse en la selva, esa sí es la crónica de los ideales más generosos del pueblo vasco.

La Crónica Huaorani (cinco ediciones, cinco mil ejemplares en total) son los apuntes que un misionero iba tomando al entrar en contacto con los pueblos ignorados, tomando el latido de su porpio corazón y el latido de ellos, y que, tras la muerte martirial, un compañero (Miguel Ángel Cabodevilla) ha publicado.
Él expuso su vida “propter Evangelium”: así se lo consultó en su día a Pablo VI, y así ocurrió en la fecha, hoy gloriosa, del 21 de julio de 1987.

Él entendió que la salvación es salvación integral de la persona y él, como misionero y como obispo, buscó la libertad, la ciudadanía, la autonomía cultural de unas minorías poseedoras de unos derechos ancestrales que nadie les podía arrebatar.

Con su vida pagó en sangre – y la Hermana Inés igual – lo que él había aprendido en el Vaticano II. Dios ha puesto las “semillas del Verbo” (expresión que usó el Concilio, tomada de san Justino, en el siglo II) en todos los pueblos y culturas, y esas semillas, que germinan, llevan a Cristo nuestro Hermano y Redentor.
Alejandro, que profesionalmente no es un teólogo, es una luz en la Iglesia, como avanzado testigo del amor.
El episcopado ecuatoriano firmó en pleno, todos y cada uno, la petición de que se abriera la causa de este misionero-obispo que murió en la selva, desnudo como Cristo en la Cruz. Y en efecto, la Causa está abierta.
Y esto – añadiré – al honor de la audacia del Vaticano II.

Hoy, que se les rinde este homenaje a dos testigos vivientes del Concilio, como preámbulo del Simposio que se tendrá en la Universidad Católica de Quito (21-24 mayo 2012), al conmemorar los XXV años de martirio, no me podía acostar sin dejar constancia y memoria de esta celebración eclesial.


4. ¡Hermanos Alejandro e Inés, Siervos de Dios, mártires de Cristo, rogad por mí…, rogad por vuestra Iglesia santa de Aguarico, que regasteis con vuestra sangre!

Pamplona, 28 marzo 2012.

Fr. Rufino Ma. Grández

¡Qué hermosa eres Iglesia!

Desde Albacete a Aguarico - Iglesia Catedral de Coca - no había esta tarde más distancia que la sangre de Cristo. Y a la hora en que allí probablemente no había terminado aún el funeral, nosotros empezábamos, a las 8 de la tarde - las 13 h de allí, nuestra Eucaristía. Debajo del crucifijo que preside la capilla, habíamos colocado una fotografía tomada del periódico (El País), la estampa capuchina del P. Alejandro Labaka, primer obispo de la Iglesia santa de Aguarico. De la Hna. Inés Arango, no teníamos un retrato, pero guardo en mi celda -y a partir de ahora será reliquia- la diapositiva con ella bogando en el Napo rumbo a Rocafuerte. Inés tenía una cara luminosa y una sonrisa limpia.

Yo no sé lo que habrán dicho esta tarde - mediodía- los obispos ecuatorianos congregados en la selva junto al Napo y el Coca. Los pensamientos que rondaban por mi cabeza nos los han puesto en evidencia las lecturas de nuestra liturgia votiva: Fil. 3,7-16 y Jn 10,11-16. Todo es pérdida ante Jesús ..., comulgar en su resurrección..., el buen pastor de la vida por sus ovejas, no las abandona con o el asalariado.

Estaban pues, en la Eucaristía Jesús Crucificado y a su lado dos discípulos, Alejandro e Inés. Han muerto. No son los primeros que han caído bajo las lanzas de los indios. Allí en la Misión hay lanzas de chonta que ya fueron enrojecidas con sangre humana. Pero estos dos nombres de hoy -viejos nombres del martirologio cristiano- eran los dos nombres de amigos de los indios. Desde ahora Alejandro e Inés, mártires, se llamarán "amigos de los Huaorani".

Mártires, acabo de escribir junto a la ventana en esta noche manchega. Mártires. Nada se de las circunstancias, prudentes o temerarias, de ese nuevo ingreso en la selva, fuera de lo que los periódicos han dicho y de lo que hoy, al saberlo, he hablado por teléfono con la Provincia. (Gracias de corazón al hermano de una fraternidad que ha tenido la feliz ocurrencia de llamarme)

Podría haber ocurrido que su viaje haya sido excesivamente temerario. No importa. Podría también que los indios hayan matado por equivocación, apuntando n a los amigos sino a los invasores. No importa. Mártires, porque la oblación de ambos corazones era total.

El obispo Alejandro que había tomado para su escudo aquello de San Ireneo "Semina Verbi", consigna muy querida del Concilio, aunque apreciaba increíblemente la cultura natural de los indios, los quería para Jesús. Y era emocionante oírle contar su primer encuentro con ellos, testigo el crucifijo. Pienso que la Virgen Inés compartiría los mismos sentimientos. Por eso su muerte - cuya intención sanguinaria quizá estaba fuera de órbita de los indios - desde la conciencia personal era una oblación de martirio.

Pero esta muerte-martirio tiene su faceta sorprendente y extraordinariamente amable. Y es que a los dos mensajeros les han matado justamente sus amigos, aquellos que un día bailaron junto a sus tumbas dando gracias. Los nombres de Alejandro e Inés serán benditos un día en boca de los indios. Yo no se si algunos Huaorani habrán podido salir hoy al funeral - Araba y su mujer, Pava e Inigua..., si han salido habrán llorado porque su capitán ha muerto..., y han matado al capitán e Inés sin saberlo... Lo que los misioneros buscaban no era otra cosa sino aquello por lo que los indios tiraban mortalmente sus lanzas. Esto nos hace pensar en Jesús, matado por los amigos, por aquellos a quienes él, a pesar de todo, consideró amigos.

Ha muerto a lanzadas el primer obispo de Aguarico; junto a él, servidora de la misma causa, una mujer consagrada. Una historia de esta semana extraordinariamente bella para los anales de la Iglesia. Pues ¿no es una inmensa bendición que una Iglesia tenga a su primer Obispo mártir y mártir junto a una mujer, como flor fragante y primicia de todas las consagradas que en la Iglesia de Aguarico están anunciando a Jesús?

¡Qué bien regada se ha quedado esa tierra! ¡Bendita sea!.

Fr. Rufino María Grández

Muerte en la Amazonía

Roque Grández es un misionero riojano, nacido en Alfaro. Pertenece a la Orden Capuchina y actualmente evangeliza en Ecuador, concretamente en la Prefectura Apostólica de Aguarico. Nosotros le conocimos como Capellán de emigrantes en Alemania. Hizo allí una hermosa labor. Y poco después la obediencia lo situaba en su actual puesto de Misión. Una carta directa a su familia narra la muerte de Monseñor Alejandro Labaka, primer Vicario Apostólico de Aguarico y de la Hna. Inés Arango.

Por la fuerza e inmediatez del testimonio lo ofrecemos con gusto a nuestros lectores en estas vísperas del DOMUND 87.
Coca, 31 de julio de 1987

Mi querida madre:
Son las 6:15 de la mañana. Hace 10 días, el 21, a esta misma hora estaba llevando a Monseñor Alejandro Labaka y a la Madre Inés al campamento base de una compañía petrolera, a 50 km. de Coca, para marchar con Monseñor e Inés hacia la tribu de los Tagaeri. Llevaba la ilusión de acompañarle hasta el lugar, de estar con ellos hasta el último momento. Después no pudo realizarse.

UN ENCUENTRO SOÑADO

Estaba muy contento de haber llegado el momento en que por primera vez se iba a tomar contacto con este pueblo de la selva, con el que todavía no ha hablado nadie, que en 1977 había matado a tres trabajadores y cuyo último ataque a una embarcación fue el 28 de diciembre de 1984. Teníamos en la mente los recuerdos del primer encuentro realizado por Alejandro con el grupo Auca, del que tan amigos somos y del que Monseñor llegó a ser como un miembro más de la familia. Estábamos muy confiados de que todo iba a marchar muy bien, pues además se sabía su lengua - la conocían Tanto Monseñor como la Madre Inés - y así un par de días antes le solicité poder acompañarle y bajar con ellos. Me dijo que no hacía falta, pues ya iban dos.

Esperé en el campamento base hasta que el piloto y los acompañantes volvieran de dejarlos. Vinieron como a las tres horas. Nos comentaron que habían dejado los objetos, dieron una vuelta y bajaron a Monseñor e Inés. Que los indios al ver la echada de los objetos salieron de la choza y se dirigieron a ellos sin lanzas, pero que al bajar a Monseñor e Inés se replegaron a la selva u se escondieron (Pensamos que es normal).,

El helicóptero se marchó y volvió a los 5 minutos. todavía Monseñor e Inés estaban casi en el mismo lugar y gritaban con las manos puestas en la boca como en un embudo. Pensamos lo que gritaban: "Estamos aquí, hemos venido, somos amigos"... Los indios todavía no se acercaban. El helicóptero se marchó definitivamente a esperar a
una base dentro de la selva. Después de media hora volvió, pero se perdió, no pudieron encontrar la casa.. Se despistó con otro río y ya no dio con el lugar. (Todos los comprendemos pues es muy difícil encontrar en la selva una casa).

LA TRAGEDIA

Quedamos que al día siguiente y no esa misma tarde iríamos de mañanita a visitar a Monseñor e Inés. A las 6 de la mañana salía de la casa y para las 7:30 ya estaba en la base. Poco antes de las 8 salimos con la ilusión de verlos entre los indios. Se trataba de media hora de vuelo. Llegamos, pero que angustia corrió por nosotros cuando encontramos el lugar vacío, sin alma. No vi a nadie. Pero a la segunda vuelta divisé el cuerpo de Monseñor, desnudo, tendido sobre el suelo y clavado con lanzas. Nos miramos los que íbamos (piloto, jefe de la empresa, otro más y yo) y comenzamos a regresar. Descendimos al campamento base, desde allí se avisó a los Jefes de la
Empresa en Quito y yo les pedí que me llevasen a Coca en helicóptero. Me llevaron y todos comprendieron al llegar que algo había pasado.

Como a las 3 horas salimos en un helicóptero muy grande, acompañado de otros dos, al rescate de los cuerpos. Iban 18 soldados armados, el P. José Miguel y un servidor. José Miguel, más valiente que yo, salió del helicóptero para quitar la lanza de los cuerpos y rescatarlos, yo me quedé en el helicóptero observando y ayudando en la subida. El rescate fue muy difícil. Los cuerpos habían quedado al lado de la casa y esta se derrumbó al acercarse el helicóptero. Volvimos a Coca con los cuerpos. Eran como las 3:30 de la tarde. Como a las 8,20 de la mañana los habíamos encontrado muertos. Una cantidad inmensa de gente nos estaba esperando en la misión. Metimos los cuerpos en una sala del seminario donde se tuvo el reconocimiento médico y después de la preparación del cadáver. Cuatro personas (dos médicos y dos enfermeras) estuvieron cosiendo el cuerpo de Monseñor e Inés.

Monseñor tenía 134 agujeros en el cuerpo y el cuerpo de Inés 65. Después de las 9 de la noche los llevaron a la Iglesia que estaba abarrotada de gente, donde tuvimos la santa misa concelebrada por todos nosotros. La presidí y emocionado dirigí unas palabras a la gente. Unos trabajadores ya habían comenzado a cavar la tumba en la
Iglesia junto a las gradas del presbiterio.

LA GLORIA - MUERTE EN LA AMAZONÍA

Al día siguiente llegaron a Coca representantes de la Conferencia Episcopal y algunos capuchinos de la Viceprovincia. Se tuvo un funeral impresionante. El viernes se tuvo el funeral del entierro. Antes del entierro sacamos a Monseñor e Inés en procesión por las calles del pueblo, como el último adiós de este pueblo que le quería y lloraba su muerte como nosotros. Habíamos comenzado a las 11 de la mañana y terminábamos poco antes de la 1 del medio día. A las tres de la tarde colocábamos la losa del sepulcro.

Ya han ido pasando los días, y también nos hemos ido calmando. Hemos tenido que atender mucho a la gente y hablar con los periodistas y las televisiones que han venido. La última, la Televisión Española, que ha estado aquí el martes, miércoles y jueves. Nos ha visitado también el cardenal de Munich. Hoy se marcha.

Y ahora tenemos los cuerpos de Monseñor e Inés en la Iglesia. Todos decíamos que son mártires de amor hacia estos pueblos indígenas de la selva. Y así lo siente también el pueblo que nos lo dice y lo hablan en público.

Roque Grández

La última misión de un misionero



Te van a matar por ahí, en esas tierras de Aucas, le dijo su hermana política a Monseñor Alejandro Labaka y el respondió: es mi destino, estoy dispuesto a morir.
Monseñor Alejandro Labaka nació en la pequeña localidad de Beizama, en la provincia de Guipúzcoa en el país vasco, el 15 de abril de 1920. En el seno de una familia de labriegos, sumamente religiosa.

Es recordado por los mayores del pueblo de Beizama como un niño alegre, que le gustaba cantar y lo hacía bien, con una voz timbrada. Su vocación religiosa fue temprana, ya que en cuanto pudo se incorporó como monaguillo del párroco del pueblo. A los 11 años ingresó al colegio de Alsasua, regentado por los capuchinos.

Tuvo un paréntesis en los años 36-37 en que ingresó a la milicia en plena guerra civil española. Peleó en uno de los frentes más combativos como fue Teruel. Allí se le designó censor, tarea que consistía en revisar las cartas de los milicianos, y posteriormente como ayudante del sacerdote que estaba en el mismo frente. Regresó para ingresar al Seminario de Sangüesa, en Navarra. "Me escribió una carta en la que decía que su vocación aumenta cuando piensa en los mártires de la iglesia, y que él, aunque sea por egoísmo se sentiría feliz de poder repetir en algo esa entrega de vida y muerte a la causa evangelizadora" manifestó su hermana Felisa.

Recibió la orden sacerdotal en 1945 y luego en un breve lapso en su España natal, fue destinado como misionero a China, realizando allá su labor pastoral durante 6 años. De este país oriental fue expulsado cuando los comunistas tomaron el poder. Casi inmediatamente viajó a Ecuador, a solicitud suya.

En Beizama todos conocen la historia de Monseñor y reciben a este periodista de VISTAZO con amabilidad, porque conocen algo del Ecuador, ya que su vecino misionero les enseñó a querer a esa tierra, y por eso algunos jóvenes quieren viajar a nuestro país siguiendo el ejemplo evangelizador del misionero que estuvo dispuesto a morir.

Oscar Jara Albán, Madrid.

Ideología del sacrificio



En 1982, el misionero colombiano Cirilo Tescaroli, entrevistó a Monseñor Alberto Labaka. Los siguientes son fragmentos de la entrevista:

"los Huaorani se sienten gente civilizada, buena: Cuidan celosamente su territorio; por eso matan a quienes lo invaden. Nosotros los llamamos bárbaros por este motivo. Ellos a su vez nos dicen "come gentes" porque han sufrido muchas pérdidas a causa de las culturas circundantes, más de las que ellas han cometido con sus "invasores".

"El pueblo Huaorani me ha renovado en mi idea misional. Deseaba comunicarme con ellos hace muchos años, pero solo fue posible desde la explotación petrolífera".

"Llevaban una vida familiar ejemplar. Los considerábamos pueblos primitivos; sin embargo tenemos mucho que
aprender de ellos. La relación familiar es maravillosa porque en la noche se reúnen y comentan con alegría sobre los acontecimientos del día. He visto a un hijo mayor dialogar todo el día con su madre después de una cacería, los he visto ayudándose en los momentos difíciles".

"Estas etnias llamadas a integrarse a la cultura nacional; sobre todo porque su territorio es zona petrolera donde está penetrando mucha gente, son grupos pequeños que no pueden subsistir independientemente. Nosotros debemos ayudarles para que esta integración sea voluntaria, no impuesta. Tampoco debe implicar la pérdida de su
identidad".

Elsie Andrade

Noticias - El País



Un misionero español y una monja colombiana, muertos en Ecuador por indígenas huaoraníes

-Alejandro Labaca, un misionero español de 67 años, e Inés Arango, una monja colombiana de 50 años, fueron asesinados en la noche del martes al miércoles por una tribu de indígenas huaoraníes en un paraje de las selvas ecuatorianas situado a 500 kilómetros al sur de Quito. En el ataque, los indios amazónicos utilizaron lanzas y flechas. Los religiosos, de la orden de los capuchinos, fueron confundidos, según todos los indicios, por empleados de una compañía petrólera instalada en la zona.
-75 heridas de flecha fueron contadas en el cadáver colombiana, muertos en Ecuador por indígenas huaoraníes


Alejandro Labaca, nacido en Beizama, localidad guipuzcoana, era vicario apostólico de Aguarico y vivía en Ecuador desde hacía más de 20 años, como misionero. Actualmente se encontraba cumpliendo una misión de intermediario entre la Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana (CEPE) y la tribu amazónica de los huaoraníes, habitantes originales de la región.Varias compañías de explotación petrolera se han instalado recientemente en esta zona, provocando la hostilidad de los indígenas, que han cometido diversos ataques en defensa de su territorio. Por ello, la CEPE busca desde hace tiempo un acercamiento a las tribus que le permita continuar la explotación de la región.

Labaca y la religiosa Inés Arango fueron conducidos el martes en helicóptero al lugar donde habitan los huaoraníes para establecer contacto con la tribu Pata Colorada, en un afán pacificador del conflicto. Según José Antonio Lasa, secretario provincial de los capuchinos en Navarra, el sacerdote había comunicado a sus familiares su temor a morir en esta misión.

Defensa de los indígenas

El miércoles, un helicóptero propiedad de la compañía pe trolera acudió en su busca y en contró los cadáveres de los dos religiosos junto a una choza atravesados por las lanzas de esta comunidad amazónica Fue necesaria la intervención de tres helicópteros para recoger los cadáveres y trasladarlos hasta Aguarico, en donde se comprobó que el cuerpo del capuchino tenía más de 75 heridas provocadas por las lanzas

Paradójicamente, Labaca había condenado en vida la actividad de las compañías multinacionales en la zona y había defendido los derechos de los indígenas. A pesar de sus intenciones, todo parece indicar que fue confundido con uno de los empleados de la CEPE.

"El grupo de huaoraníes seguramente se confundió, y sus guerreros los tomaron por agentes de las compañías extranjeras que invaden su territorio", declaró Leonardo Viteri, vicepresidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador. Viteri anunció que un grupo de la CEPE que había colaborado estrechamente con los capuchinos se dirigirá próximamente a la zona para investigar los hechos.

El hermano del sacerdote asesinado, que vive en un convento en San Sebastián, salió ayer de viaje con destino a Quito para recabar información y asistir en Coca, la capital de la región oriental de Ecuador, al funeral y al entierro de las víctimas. Éstas habían expresado en vida su voluntad de ser inhumados en el escenario de su labor evangelizadora.

Lasa manifestó el dolor de la comunidad capuchina por los hechos, y destacó que Labaca siempre había advertido que no le importaba ofrecer su vida por la evangelización de las minorías étnicas. Calificó la vida del misionero corno un ejemplo admirable para toda la comunidad religiosa. Los dos misioneros asesinados fueron los primeros en establecer contacto y vivir en una zona de huaoraníes no violentos a comienzos de esta década.

24.JUL.87

FELICIDADES AGUARICO



UN OBISPO AL ESTILO DE FRANCISCO DE ASÍS

Estos días fueron nombrados algunos obispos. Al conocer los nombres nos hemos alegrado ya que sabemos que son hombres de buena fama, de gran espíritu misionero.

En este número queremos presentar a Mons. Labaka, capuchino, español, expulsado de China y desde hace 30 años, misionero en Ecuador.

¿QUIEN ES MONS. LABAKA?
¿Un aventurero?
¿Un "Francisco de Asís"?
¿Un misionero?

No sabría con quien identificarle, pues de su vida y sus palabras se pude pensar que es de todo un poco. No obstante me inclinaría por definirle como un verdadero cristiano que conoció a Francisco de Asís.


AVENTURERO
Todo misionero se encuentra envuelto en aventuras inesperadas y muchas veces indeseadas. Mons, Alejandro Labaka las buscó el mismo, motivado por dos fuerzas: el amor a Dios y el amor a los hermanos Aucas. En 1965 - cuanta el P. Santos- se interna en la selva buscando a los Aucas, con un grupo de 15 hombres y con un cierto temor de las tácticas guerrilleras de los Aucas.

Los caminos, lógicamente no eran asfaltados, tenían que abrirse caminos sobre la marcha y superar miles de dificultades y peligros, a veces, cortar árboles, otras con agua hasta la cintura. A pesar de que los primeros intentos no tuvieron éxito y más de una vez tuvieron que volver atrás. Dios ayudó a este hombre valiente a tomar contacto con las personas que buscaba, aunque fuera mucho tiempo después.

AVENTURERO...
POR SER MISIONERO
En su primer contacto con los Huaorani (Aucas), nos confiesa: "No me captaron nunca la idea de Dios".
Como buen misionero, usó todos los recursos a su alcance para evangelizar. Su primer triunfo fue cuando le vino a la cabeza la idea de cantarles cantos religiosos. Cuenta el P. Santos que: "Agrupándosele todos al rededor, le tuvieron cantando más de media hora, canturreando ellos mismo y gesticulando como le veían hacer a Alejandro". Esta vez tuvo otra impresión bien distinta, nos dice: "Me quedó la idea de que me llegaron a entender algo, y si no comprendieron todo, fue porque me faltó fe". Sobre esta temporada de su vida, nos dice, que ha sido una de las experiencias más hermosas de su vida misionera.

FRANCISCANO EN SU ESTILO DE MENTALIDAD
Al preguntarle si había tomado conciencia de su responsabilidad de obispo, nos contestó: "La responsabilidad no está al ser nombrado obispo, sino desde el bautismo. ahora hemos de seguir en una nueva exigencia, de entrega y sencillez evangélica. No tengo cualidades especiales que podían merecer el nombramiento. Lo que espero es seguir trabajando junto con los demás misioneros. Con los signos nuevos de una mayor participación seglar".

¿QUÉ PASA EN AGUARICO?
La población es muy variada. Está formada por distintas razas. En el plazo de diez años ha pasado de 6.000 a 80.000 habitantes o más. Esta población se ha ido haciendo a raíz del descubrimiento del petróleo. A consecuencia de esto surgieron las carreteras y al rededor de éstas, se fueron, se fueron instalando familias provenientes de Loja, Santo Domingo y otras partes. Estas personas son ricas, son pobres que buscan un trozo de tierra para cultivar.

De esta manera se han ido estableciendo nuevos asentamientos en sitios no tan cercanos a las carreteras. Esto ha creado serios problemas, ya que no hay estructuras escolares ni sanitarias.

El Gobierno hace algo, pero este aumento acelerado de la población le ha cogido desprevenido. Sobre todo son
los capuchinos los que están haciendo más por las personas.


TRABAJO DE EVANGELIZACIÓN
FELICIDADES AGUARICO - UN OBISPO AL ESTILO DE FRANCISCO DE ASÍS

Clero local no hay, aunque existe una especie de seminario. El clero es todo extranjero, por lo tanto. Hay religiosas de distintas congregaciones. La mujer en este campo está haciendo un trabajo precioso, las religiosas están trabajando mucho y bien, pues son ellas las que están llevando adelante el trabajo más importante de catequesis, preparación a los sacramentos, etc. Los seglares participan mucho y se les está preparando a fondo para líderes y catequistas.


"MISIONEROS NATIVOS DE AGUARICO SE VAN A CHINA"
Este título sería una noticia sorprendente e imposible, ya que el Aguarico es una de las zonas de la Iglesia Ecuatoriana que no tiene ni un solo sacerdote local.
Cuando le hemos preguntado cual es su sueño como Obispo de Aguarico, ha dicho: "Nuestra verdadera tarea evangélica es convertir el vicariato en una iglesia misionera. De lo contrario, nuestra evangelización sería incompleta. Un sueño que yo se que es una utopía, es que pudiera volver a China con apóstoles llevados de Aguarico. Este sería el sueño más hermoso".


Mons. Alejandro Labaka, Hágase tu voluntad.

Cristo en todo

Crónica de una muerto cuestionante

Desde el 21 de junio de 1987 en que me enteré de lo muerte de monseñor Labaka me quedé sumamente intrigado por conocer les causas de este hecho tan doloroso, pues parecía que se quería echar tierra encima paro tapar lo verdad. De hecho, las agencias Internacionales la han silenciado...

Recientemente he tenido ocasión de pasar algo más de una semana en Coca, sede central del Vicariato, al fondo norte de la selva ecuatoriano, loteada y "vendida" a empresas petroleras. Allá he podido dialogar largamente con testigos directos de lo sucedido. En aquel ambiente, dolorido y esperanzado, he buscado con ansias el mensaje de la muerte de Alejandro Labaka, capuchino, que llevaba cerco de 25 años trabajando como misionero entre los huaorani, conocidos generalmente como aucas. En su actividad de obispo, desde hacía tres años, había seguido dando prioridad a este mismo trabajo.

A través de esos largos años se fue introduciendo poco o poco entre los aucas, siempre con inmenso respeto y cariño hacia ellos. Aprendió a vestir, a comer, a vivir como ellos... Supo hablar el huao. Y esta amistad llegó a tal grado, que un matrimonio de ellos lo acogió como hijo adoptivo. He conocido en Coca a su padre adoptivo, Inihua, con el que he podido conversar un poco gracias a la ayuda de una misionera laurita.

Alejandro llegó a ser conocido y querido por todos los grupos huaorani; todos, menos uno: los tagairi, tribu irreductible, que jamás había aceptado lo intromisión de nadie en su territorio, aunque poco a poco se había visto obligada e encogerse, como tigre acorralado, en un espacio de selva cada vez menor. Sus relaciones eran hoscas hasta con las otras tribus huaorani. Pero justamente por estas circunstancias, el corazón misionero de Alejandro se obsesionaba con detectar en medio de aquella selva intrincada a los tagairi, y poder ser aceptado entre ellos, tal como lo había conseguido ya con sus otros hermanos. Por ello se consiguió un fondo económico con el que poder alquiler de vez en cuando un helicóptero paro poder localizarlos. Después de dos años de búsqueda, acababa de conseguir dar con ellos.

Impresiona echar un vistazo sobre su correspondencia en los últimos meses de su vida. Compañías petroleras, instituciones y gobierno son asaeteados de continuo en defensa de la vida y la cultura de los pueblos amazónicos. "Volvemos a reiterar nuestras reclamaciones en favor de estos pueblos minoritarios en peligro de extinción solicitando que se respeten sus derechos humanos”, escribe a un organismo del gobierno en febrero de este año. "Que los organismos pertinentes del estado respeten los derechos humanos de los pueblos étnicos, reliquias sagradas de nuestra amazonía”, insiste en carta del 30 de abril.

Problema especial se desató cuando la compañía petrolera brasileño BRASPETRO, que había adquirido el lote número 17, lugar en el que viven los tagairi, decide comenzar su trabajo en la zona. La premura de la compañía acicatea aún más el viejo deseo de monseñor de entrar cuanto antes entre ellos. Teme por lo vida de esos indígenas tan largamente buscados. Así se lo escuché decir a él mismo. La compañía teme entrar, y él teme que entren.

El 24 de abril monseñor escribe al Ministro de Agricultura solicitando su intervención en favor de ellos. Por dos meses proliferan los cartas al Ministerio de Recursos Naturales, a CEPE, al IERAC, a la Dirección Nacional Forestal... En junio él y la madre Inés Arango pasan varios días conviviendo con otros grupos huaorani “para mantener los lazos de amistad”.

El 10 y 11 de julio vuelan sobre lo casa tagairi descubierta poco antes, pero no encuentran a nadie. El día 17, después de arrojar unos regalos, encuentran a un grupo de ellos. Escribe Alejandro dos días después: “Encontramos hasta ocho tagairi, desnudos, que nos hacen señas de bajada. Regresamos felices con los primeros signos de buena acogida”. En un segundo vuelo del mismo día les arrojan machetes y hachas: "Todo el grupo nos saluda invitándonos a bajar”. Él había efectuado antes contactos parecidos, todos ellos terminados felizmente. Ese día redacta así su evaluación. "Todos los signos han sido muy positivos y se puede ya intentar pronto el primer contacto personal de amistad”.

Esa misma tarde participe en una reunión con altos personeros de BRASPETRO. No sabemos lo tratado en esta reunión, pues según dicen sus compañeros, monseñor no quiso informar de ello. Lo único cierto es que salió preocupado y totalmente decidido a introducirse enseguida en el territorio de los tagairi. ¿Qué sucedió? Quizás las compañías se mostraron decididas a entrar inmediatamente en dicho territorio, dispuestos a emplear métodos “convincentes” para sojuzgar a los tagairi... De hecho, algo muy grave tuvo que discutirse para que él, que era tan comunicativo en sus proyectos con los indígenas, en este caso guardase silencio.

Son conocidos los métodos sin escrúpulos que usan ciertas grandes compañías brasileñas pera entrar y apoderarse de la selva; a veces han realizado verdaderos genocidios con pueblos indígenas enteros. ¿Querían realizar algo así con los tagairi? Quizás nunca lo sabremos. Pero si éste fue el plan, es de suponer que en aquella reunión monseñor Labaka discutió con ellos, y en vista del fracaso de su palabra en defensa del pueblo indígena, resolvió poner en serio peligro su vida, como único medio de defender la vida y la cultura de los tagairi. Pensaría poder convencerlos quizás de que cambiaran de lugar. Y ciertamente tuvo que sopesar la posibilidad de su muerte, y en este caso estuvo dispuesto a entregar su vida como último recurso pare alejar a la compañía de allá.

De hecho, su decisión de entrar enseguida a los tagairi no se hizo esperar. La reunión había sido el viernes 17. Al día siguiente sobrevuela de nuevo y estudia detenidamente los planos de la zona. Para el lunes 20 a los cinco de la madrugado ya está en camino junto con la hermano Inés hacia lo base del helicóptero alquilado, pero las condiciones atmosféricas no permiten realizar el vuelo. Al día siguiente, martes 21 de junio, a los 11 de la mañana, logran descolgarse los dos en un claro del bosque, hacia el sur de Coca, a media hora de vuelo de helicóptero, entre los ríos Tigüino y Cachiyacu.

¿Qué sucedió después? El helicóptero debía haber regresado una hora después paro ver cómo se desarrollaba el encuentro; pero, según versión del piloto, se perdió en la selva y no pudo encontrar el lugar... Volvieron al día siguiente a los ocho de lo mañana. No encontraron a nadie. Sólo alcanzaron a divisor dos cadáveres delante de la casa...

En aquel silencio tenso -¿atacarían de nuevo los indígenas?- cuento el P. José Miguel Goldáraz, superior de la Misión, que el cuerpo de monseñor le pereció un altar: quince lanzas de tres metros y medio adornadas de plumas de colores le tenían clavado a la tierra; alrededor se veían huellos de haber danzado en círculo. Su rostro reflejaba una paz inmensa y en sus labios se dibujaba una sonrisa, dato que he podido verificar o través de las fotos.

Su cuerpo alanceado, clavado en esa tierra que tanto defendió, es el ara de un nuevo altar: muere por los que aún no le conocían, confundido con sus enemigos, sin esperar nada de ellos; les ofrece su vida para salvarlos. De hecho, las compañías petroleras han desistido por ahora de entrar en esa zona. ¿Era eso lo que él buscaba? Lo cierto es que su muerte es la corona de una vida de entrega hasta las últimas consecuencias en defensa de la cultura y la vida de los primeros pobladores de la selva amazónica.

Los animadores de los Comunidades Cristianas de la zona, unos cuarenta, o los que yo les estaba dando un curso bíblico, me pidieron un día que fuéremos a hacer lo oración de la mañana alrededor de la tumba de su obispo, enterrado al pie del altar mayor de la catedral. Fueron un par de horas muy cálidas. Y en aquel diálogo rebosante de fe y de amor fuimos encontrando sentido a su muerte. Monseñor quería de verdad a los indígenas, decían, y ese amor fue grande como para llevarle a dar la vida por ellos.

Sobre lo lápida habíamos puesto fotos de su cadáver sangrante, agujereado, pero lleno de paz. Alrededor de la cintura se le veía un cordón, lo único que llevaba puesto o la hora de su muerte. Era el “gumi”, ceñidor de algodón, con el que se “visten” los huaorani. Alguien leyó lo que Alejandro mismo había escrito unos diez años antes: “El misionero no tiene que esperar que lo desnuden, sino que hará mejor en adelantarse a hacerlo para dar muestras de aprecio y estima a la cultura del pueblo huaorani. Este es el primer signo de amor hacia el pueblo huaorani y su realidad concreta...” Y así había hecho él en aquel día de su muerte. Por eso alguien anotó que monseñor había muerto vestido de huaorani. Había ido a este último reducto huaorani con el corazón lleno de amor hacia ellos.

Todo esto pone sobre el tapete un grave problema. ¿Qué es prioritario, la vida de unas personas o la explotación de unos recursos naturales? Para monseñor Labaka fue de absoluta prioridad la vida de los indígenas. Por eso a él se le puede considerar con toda verdad mártir de lo defensa de la vida y la cultura indígena. Paradógicamente los indígenas, que se sienten como tigres acorralados, le matan para defender su vida y su cultura, y él muere con gusto por el mismo fin. Muere como huaorani, en defensa de los huaorani, matado por los huaorani, tenido como enemigo, confundido con sus enemigos... ¡Muere como indígena, clavado a su tierra por sus propias lanzas!

En la reflexión realizada sobre su tumba, los animadores compararon su muerte con la de Cristo. Los dos habían ofrecido su vida por personas que no le querían, pero que ellos amaban profundamente. Daban su vida para salvarlos. Esto sólo se entiende desde la fe..., fe en la dignidad humana y en el amor: fe en Cristo presente de manera especial en los más pobres.

José Luis Caravias 
(Ag 1987)

Fragmentos de Crónica Waorani (1976)

Día 12 de Agosto.

Desde ayer por la tarde estamos en la carpa con la grata visita del intérprete Huaorani, Samuel Padilla; ha venido contratado por la Compañía. La noche anterior durmió en el grupo más numeroso, diciendo a sus hermanos que manifiesten sus necesidades, ya que la Compañía está dispuesta a atenderles en la medida de lo posible y que, a cambio, no roben en las carpas. ¡Difícil misión!
Al mediodía se presentan los Aucas Huane, ya conocido, e lnihua, de unos 40 años, el más fornido de cuantos nos han visitado. Charlan muy amigablemente con Sam, aceptan los obsequios, toman la  comida v el refresco que se les ofrece y se van tranquilamente después de tres horas, sin robar, sin curiosear las pertenencias de los obreros. ¡Me parece una maravilla!
Procuro aprovechar la estadía de Sam al máximum para actualizar mi pequeño vocabulario Huaorani, basado en la publicación de nuestra revista "ETHOS" de Quito: frases de saludo y despedida y algún verbo y para informarme un poco de la vida y costumbres de los grupos Huaorani.
Sam se mostró muy complaciente conmigo, a pesar de ser la primera vez que nos veíamos y de su información anoto lo siguiente:

1)     Grupos Huaorani. En la zona que nos rodea, nacederos del Yasuní, Nashiño y Cononaco, existen tres grupos principales:

Grupo Gabaron: Compuesto por unas sesenta personas, y donde Sam había pasado la noche anterior. Gabaron es nombre de un héroe Huaorani, ya muerto.

Grupo Ñamemenoga o Ñamengono y Dicaron: Compuesto por unas treinta personas; son los más próximos a nosotros y los que  nos están visitando con más frecuencia.

Grupo Tagaeri: Este grupo está más aislado y es reacio a toda integración. Hace cosa de un mes vinieron, por la noche, a atacar al grupo de Ñamengono, alanceando a un hombre y a un niño por represalias de una muerte que habían hecho anteriormente los Ñamengonos.

Además de éstos, existen tres o cuatro grupos en el Curaray, con los que los Lingüistas Americanos de Limoncocha han tenido contactos a lo largo de unos veinte años y que parecen estar ya más civilizados. Los Aucas, en total, no pasan de ser unos quinientos.

2) La sociedad es familística: Son agrupaciones netamente familiares, en las que no existen más que autoridades familiares. Los matrimonios son también entre primos, dentro de cada familia. Existe la poligamia.

3) Situación de la mujer: La mujer no es muy considerada; las decisiones principales son tomadas por los varones.

4) Planes: Al hablar sobre el problema creado, Sam se lamenta de que nadie se haya preocupado de su raza. Me habla de las gestiones que está realizando ante las instituciones del Gobierno Nacional para conseguir que declaren una Zona de Reserva, bajo los auspicios del Ministerio de Agricultura, en concepto de "Parques Nacionales". Pero se lamenta de nuevo de la lentitud de los trámites en Quito y, sobre todo, de la incomprensión por parte del IERAC.
Al hablar de los Misioneros Lingüistas tampoco se muestra demasiado optimista, aduciendo que son extranjeros. Y, a juzgar por su informe ante la Compañía, tampoco le agradó mi presencia en la zona.

Día 13 de agosto.

Hemos madrugado mucho. Hoy toca "trasteo" a otro helipuerto, y por la mañanita está todo recogido, de manera que el helicóptero, en dos viajes, traslade todas las cosas. Entre tanto, el grupo de trabajadores ha marchado por la trocha para hacer el nuevo campamento.
Tuve ocasión de seguir hablando con Sam hasta que vino el helicóptero. Serían las diez de la mañana cuando me despedí de él que se iría al Flotel, anclado en Primavera con un grupo de científicos ingleses.
En el momento en que subí al helicóptero asomaron dos Huaorani, que se quedaron hablando con Sam.
Unos pocos minutos y aterrizamos a cinco kilómetros, con la sorpresa de que un grupo de Aucas nos estaba esperando ya. Conocí a Araba (?) con sus hijos, quien después de saludarme dio un grito y, ante el asombro de todos, salieron del escondite su mujer con una niñita en brazos y su hija mayor, de unos 16 años, con un mono chorongo en los brazos. Lo traía como regalo para el piloto, pero tenía mucho miedo al helicóptero y su padre tuvo que encargarse de la entrega.
Esta familia acampó cerca del campamento de los trabajadores y pasó prácticamente dos días aprovisionándose de todo cuanto pudieron. Me llamó poderosamente la atención el desparpajo, la naturalidad y locuacidad de estas dos mujeres, que no aparentaron tenernos demasiado miedo.
Por la tarde de ese mismo día, cuando esta familia se había ido, llegó Inihua en el preciso momento en que yo ponía a secarse al sol mi calzoncillo anatómico recién lavado; naturalmente, le gustó y se lo llevó con verdaderas muestras de satisfacción.

Día de la Asunción. Se llevaron nuestra carpa.

Por la mañana me conectan con la radio de la oficina de la Compañía en Coca y Fray Felipe me comunica que Monseñor, ante la insinuación de la Compañía, me autoriza para estar en la zona el tiempo que juzgue necesario.
Hacia la hora de siempre se nos presentan seis hombres, entre los que reconocía a Peigomo, Nampahuoe, Inihua, el "Tuerto" y Huimana. Después de las escenas habituales, y cuando se encontraban bien comidos y saturados de refrescos bien azucarados, se pusieron, con ademanes altaneros, a desmantelar la carpa para llevársela.
– ¡Jaenamai!  – suplicábamos.  – ¡No la lleven!
Nampahuoe e Inihua, más comprensivos, parecían no estar de acuerdo, pero los jóvenes no les hicieron caso y, entre gritos y risas, se la cargaron y se fueron.
Era media tarde y amenazaba tormenta. Avisamos al capataz, que envió un grupo de trabajadores para tratar de acomodarnos a todos en la media carpa que nos quedaba. Tronaba Curiosamente, caían trombas de agua y crujían los árboles medio cortados de la trocha al caer estrepitosamente. Mientras trabajábamos afanosamente para acomodarnos escuché a los trabajadores:
– Estos Aucas son hasta brujos: se llevan la carpa y para que no les sigamos hacen venir la tormenta y el aguacero.
La fiesta de la Asunción tiene muchos recuerdos gratos para mi generación capuchina. Por la noche celebramos la Santa Misa con especial unción y alegría. Entre los muchos y precipitados arreglos de la carpa, mi camastro de palos quedó resentido; a media noche no resistió mi peso y me caí aparatosamente, viéndome con los pies en alto y la cabeza en el suelo. El remedio fue sencillo: levantarme y acostarme de nuevo en postura inversa: así la cabeza estaba en alto, mientras los pies se apoyaban en el suelo. Seguía lloviendo torrencialmente.

Día 17 de agosto.

De mañanita se nos presentan los dos líderes más audaces: Peigo y el "Tuerto". A éste le he preguntado varias veces el nombre, pero se me hace el desentendido. Llega el helicóptero y nos ayudan amablemente a descargar. Son los que se encargan también de abrir todos los paquetes, dando buena cuenta del pan y galletas que el Sr. Viteri me ha mandado. De pronto oyen algo que nosotros no percibimos y nos hacen signos de que vienen otros y que escondamos las cosas. Ellos mismos ayudan al cocinero a ocultar las botas y ternos de repuesto que vienen para los obreros. Comen rápidamente, hacen un buen paquete de hamacas y mosquiteros, y salen en el preciso momento en que están llegando el grupo de jóvenes, capitaneados por Huimana.
Estos estuvieron impertinentes y molestosos como nunca: desmontaron la motosierra, fastidiaron el radio-transmisor que tuve que conectarles para que ellos mismos hablaran a Pañacocha. Era de ver al joven con el micrófono en la mano gritando:
– Dicaron, Dicaron; Ñamengono, Ñamengono; Gabaron, Gabaron... Pañacocha, cambio...

Reacción de joven Huao.

Este día quise hacer una observación sobre las reacciones de los jóvenes Huaorani. En el momento en que uno de ellos se dedicaba a abrir las latas de conserva, tirando cuan lejos podía las que por su sabor u olor no le agradaban, le eché un grito cuando tiró un tarro de "Sicafé" y le pedí que, me lo trajera. Medio refunfuñando me lo trajo y me lo tiró a la mano; pero cogió un machete y me hizo ademán de cortar la cabeza; de seguido tomó un plato de plástico de la cocina y, en mi presencia, hizo añicos el plato con el machete. ¡Pareció darme a entender que el joven huao no está dispuesto a humillarse ante nadie!


Día 18 de agosto.

Tuve la grata visita del P. José Miguel Goldáraz. Había llegado la tarde anterior y venía ilusionado con la oferta del Sr. Viteri de llevarnos al caserío de los Huaorani. Llegaba bien dispuesto a quedarse con ellos para siempre o, por lo menos, por un año entero. La gente disfrutó también mucho con su visita. Decía que quiere hechos, hechos realizados por hombres decididos y no bellos informes; por eso, es partidario de que nos metamos sin más donde los Aucas. Lo demás son "cagadicas ".
Llegó el helicóptero, pero sin plan para el vuelo hacia los Aucas. José Miguel tuvo que regresarse a Pañacocha porque tenía una reunión con sus gentes.
Monseñor me saluda personalmente desde la oficina de la Compañía en Coca y también me saludan sus sobrinos, que están de visita al Ecuador.
Hacia las tres de la tarde llega el Sr. Jorge Viteri en el helicóptero para llevarme al caserío Huao. También había lugar para el P. José Miguel; en su ausencia, el agraciado fue el capataz, Manuel Gustavo Gamboa. ¿Coincidencia?: Buen representante de nuestro primer Prefecto Apostólico, P. Miguel Gamboa, que tanto deseó la evangelización de estos grupos y organizó varias expediciones hacia esas zonas.
Desde lejos pudimos divisar la carpa robada hacía unos días y ya montada junto a una de sus casas; estaría a unos 25 kilómetros de nuestro campamento.
El grupo familiar de los Huaorani, capitaneados por Peigo y el "Tuerto", nos esperaba fuera de sus casas, haciéndonos señales para el descenso del helicóptero. La semana anterior habían trabajado afanosamente, tumbando los árboles más altos y limpiando el sitio para aterrizar, aparte de ocuparse en montar la carpa.
Cuando descendimos, los hombres estaban ya todos vestidos con las ropas robadas anteriormente y las mujeres no tuvieron reparos en acercarse a coger los obsequios, vistiéndose con lo primero que les venía a las manos.
Después de los primeros saludos, yo les decía señalando la casa:
– Oatbuba... (Quiero ver … ).
Y sin reparos de ningún género me invitaron a entrar a la casa, juntamente con el capataz, que era también muy conocido por el campamento.
La casa era larga, con dos entradas pequeñas por los costados, cubierta de hoja hasta el suelo por todos los lados; parecía ser multifamiliar, con varios fogones y hamacas; estaba oscura. Cuando penetré en ella noté cierto desconcierto de mujeres que se movían y niños que empezaron a llorar. Saludé a todos con la mayor amabilidad, pasé la vista por todo diciendo:
– Uaimo, uaimo (Bueno, bueno).
Y para no forzar las cosas opté por salir, siguiéndome el capataz.
Como la casa estaba bien oscura, casi no puedo reconstruir la imagen de su interior y de sus pertenencias.
En frente estaba montada la carpa, con las hamacas colocadas y los mosquiteros, entre los que distinguí el mío. Había un montón de botas por el suelo.
Mientras tanto, los pilotos y el Sr. Viteri se dedicaron a sacar fotografías, para las que los Huaorani no opusieron ninguna resistencia. El recibimiento fue verdaderamente amable y cortés. Nadie se empeñó en quitarnos ropas ni calzado; sólo el Sr. Viteri tuvo que ceder su camisa, a cambio de una corona. Nos hicieron obsequios, como plumas, coronas, y lo más gracioso: a cada uno nos entregaban un sobre de avión, que anteriormente habían robado de nuestro campamento. Verdaderamente solícitos se mostraron Peigomo y el "Tuerto", quien me regaló tres o cuatro hermosas plumas de huacamayo.
Estuvimos una media hora y regresamos al campamento alegres y contentos de este encuentro.

Día 21 de agosto.

Dos días pasaron los Huaorani sin venir a visitarnos. El sábado 21 asomaron de nuevo, enteramente desnudos. Este día, el más impertinente estuvo Huane: se empeñó en verme "sin misterios", tal como soy. Recuerden que es quien se llevó mi rosario. Quizás buscaba otro calzoncillo anatómico como el que se llevó Inihua, pero ya no tenía.
Como travesuras anoto que se llevaron también el alba para la Misa y mi reloj de pulsera. Esto merece explicaciones:
El reloj es llamado por los Huaorani "nanqui" (sol). Las primeras semanas fue objeto de gran curiosidad, pero no me lo quitaron. Viendo que ya se iban aficionando demasiado opté por ocultarlo, o mejor, se lo entregué al cocinero, a quien le hacía gran falta un reloj, sobre todo para la hora de la madrugada. Para cumplir bien su oficio debía tener el desayuno listo para las seis y media y para ello había de madrugar. Sin reloj no atinaba la
hora, y tanto tanto madrugaba que en una ocasión se levantó a las doce de la noche. Contento estaba con mi reloj.
Pero este día nos sorprendió la llegada de los "amigos" en el momento en que estábamos limpiando unas lentejas. Huane revisó mis bolsillos y luego los del cocinero, y como le encontró el reloj, se lo llevó. Simón Bolívar Gaybor, preocupado de que se perdía mi reloj, pensó que se ablandarían con súplicas y ruegos, y les siguió por el camino. Los Huaorani le esperaron como para atenderle, pero entre tres le tumbaron y le sacaron las botas puestas, como aviso para que no siguiera molestando. Descalzo y cabizbajo, regresó mi gran compañero Gaybor. Quisimos endulzar la vida tomando un café; pero también se nos habían llevado todo el azúcar.
Otra trastada de mi amigo Huane en este día: Yo vestía una camisa gris, regalo de las Hermanas Lauritas de Coca. Hasta este día no les había atraído este color, pero Huane comenzó a pedirme que le entregara la camisa. Como otras veces que me habían respetado, le dije amablemente:
– Jaenamai; aruqui  (No la lleves; tengo sólo ésta).
Parece que no le gustó mi negativa: refunfuñó unas palabras y, en un santiamén, me rompió la camisa y también la camiseta, rasgándomelas hasta el sobaco.

Días 22 y 23 de agosto.

El domingo 22 lo pasamos tranquilos, sin molestias de visitas. Por la noche celebramos la Misa.
El día 23 fue el señalado para el "trasteo" a otro nuevo helipuerto, a cinco Kilómetros hacia el Norte, alejándonos más de los caseríos Huaorani.
Mi tiempo también había terminado; sobre todo, porque se esperaba que ya no vendrían tanto los Huaorani, más que por la distancia porque había que pasar un río bastante considerable. Al mediodía me trasladó el helicóptero a Pañacocha, y al día siguiente, invitado por la Compañía, viajé a Quito en avión para exponer a Monseñor cómo estaban las cosas.
En el entretanto, el P. José Miguel se dirigía por el varadero de Pañacocha hacia el río Aguarico, con un joven guía. Pero se perdieron y regresaron, ya bien entrada la noche, después de haber experimentado una furiosa tormenta en la selva.

Sábado, 28 de agosto.

Después de unos días de "gozada" en la Procura, donde nos juntamos gran parte de los misioneros del Oriente, acompañé a Monseñor a la Misión en el carro de la Procura conducido por el P. Miguel Ángel Azcona. La carretera estuvo bastante buena, excepto en el tramo de Papallacta hasta Baeza, "apocalípticamente dañada". Cenamos en San Pedro con las Hermanas Dominicas y dormimos en el Eno. Nosotros y Alberto calvo, nuestro Diácono, atendimos las celebraciones de Shushufindi y Joya de los Sachas.

Martes, 31 de agosto.

Monseñor quería hablar con el Superior Regular y nos trasladamos en deslizador y con "motor nuevito" hasta Rocafuerte. Una parada en Pompeya para ver el museo y saludar a los PP. Juan Santos y Angelito, y otra en Pañacocha para hablar con los personeros de la Compañía CGG.
En la reunión de Nuevo Rocafuerte, Monseñor y el P. Manuel Amunárriz decidieron que podría trasladarme de nuevo a la zona auca para otra temporada. Monseñor no parece muy partidario de dejar totalmente el asunto Auca en manos de los petroleros y de los misioneros del Instituto Lingüístico de Limoncocha, sino que prefiere hacer un esfuerzo para seguir el plan trazado, contando con la colaboración que ofrece la Compañía General Geofísica de Pañacocha.

Conclusiones.

A mi juicio, anoto como positivas las siguientes conclusiones:

1) Por parte de la Compañía CGG: Convencimiento eficaz, llevado a la práctica, de que en ningún momento hemos de usar medios violentos con los Huaorani.
2) Deseo despertado en las mismas Compañías de colaborar para conseguir la integración nacional de los Huaorani.
3) Una paciencia a toda prueba de los obreros, alimentada con cierto idealismo humanitario y cristiano.
4) Por parte de los Huaorani: Contactos con otra civilización y un gran deseo de promoción. Me parece positivo que, perdiendo todo miedo, hayan venido incluso con mujeres y niños. La acogida dispensada en su caserío fue extraordinaria.

El deseo de promoción aparece en su esfuerzo para preparar el helipuerto y la colocación de la carpa imitando al Campamento.
Aunque no siempre, pero se consiguió que recibiesen los obsequios respetándose y sin atropellarse unos a otros.
Me pareció muy llamativo el sentido de orden práctico que tienen: Todas las cosas que cogían las doblaban curiosamente y hacían un paquetito bien asegurado antes de emprender el viaje de regreso a sus casas. Otra cosa muy llamativa: El sentido de propiedad particular. Desde el punto en que cada uno de ellos decía "Buto qui" (esto es mío), los demás lo respetaban con escrupulosidad admirable.
5) Por nuestra parte: Fue tan sólo apostolado de acogida paciente y amable.

¡Gua güira! ¡Que les vaya bien!

Crónica Waorani

Son las notas personales de Alejandro Labaka. Aquí se encuentran sus vivencias misioneras más importantes. Él las redactaba después de cada viaje. Estos escritos los inició para compartir con sus hermanos. Algunos se encuentran publicados en el OPI. Leer ¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

Blog

Copyright © 2012 Mons. Alejandro Labaka, OFMCap All rights reserved.
Gestionado por Néstor Wer .