Sangre en la Selva

Nuestras vidas se cruzaron



Mons. Alejandro y la Hna Inés Arango, lanceados por los Aucas a quienes tanto querían, son mártires de la caridad.

A partir de 1970, nos habíamos encontrados algunas veces, pues somos dos Vicariatos colindantes, separados por la frontera Perú-Ecuador. Ambos llegaron hasta mi choza de Angoteros. Rocafuerte y Angoteros son dos misiones vecinas.

A Alejandro le gustaba compartir su experiencia; vibraba cuando me contaba de su contacto con los Huaorani. Como por ósmosis me contagiaba de su entusiasmo. Nos comunicábamos mutuamente nuestra pasión por los pequeños del Reino, los indígenas. Él me animaba a seguir en esta entrega. Su actuación misionera me inspiraba. Era la nueva evangelización que buscábamos para los nativos; una nueva manera de defender el Proyecto de Dios sobre los pueblos indígenas frente al genocidio occidental.

Me acuerdo que el 27/11/77, en una visita a Rocafuerte, me había informado de que los Auca o Pukachaki estarían pasando también a Perú. Me hablaba siempre de los Quichua, Siekoya, Huaorani. Su rostro se iluminaba. Me enseñaba cantos en qui¬chua, yo le entregaba los tonos nativos recuperados que utilizábamos nosotros, los cuales él incluyó el 4 de octubre de 1983 en su cantoral comentando: “Aquí quiero hacer mención especial del P Juan Marcos Mercier que, con su valiosa colección del Bajo Napo, nos ayuda a unir en abrazo de hermanos, por el canto, la oración y el amor, a toda la familia creyente de la cuen-ca del Napo”.

Mons. Alejandro Labaka nos sorprendió por su actitud entre los nativos al querer descubrir ahí al Dios preexistente: “Me esforcé para no llevar mi Breviario. Nada. Es que primero hay que aprender de ellos. He visto..., Dios está con ellos. Ahora no necesitan Misas. Necesitan cariño, justicia y tierras para su futuro como pueblo... Ellos tienen su fe en Dios, en su Huinuni. Es necesario conocer sus criterios, sus sentimientos e ir caminando a su lado, encontrar a Jesús que vive entre ellos”.

En algunos aspectos vivíamos algo semejante. En 1973, en abril y noviembre, me tocó ser el primer sacerdote en estar unos meses entre los Matsés o Mayoruna, indios llamados bravos, del río Yavari, frontera Perú-Brasil, que vivían todavía en la inocencia de una desnudez paradisíaca. El 26 de noviembre el Ministerio de Agricultura me entregó el ex-pediente por el cual se les reservaba 350.000 hectáreas de tierra. Por supuesto no podía dedicarme a la vez a los runas del Napo y a los del Yavarí. Mi obispo me prometió entonces que él mismo iba a buscar un par de misioneros para vivir en medio de los Matsés.

¡Alejandro! Éramos como dos Hermanos Menores que vibraban por lo mismo: el Reino, los pequeños, los indígenas de la Selva. Sintonizábamos en seguida. Te entusiasmabas cuando me hablabas de tu expe¬riencia de encarnación entre los Huaorani, de tu ecumenismo con los Siekoya.

Intercambiamos casetes en las cuales los Siekoya, en su idioma, se enviaban mensajes familiares. Nuestro interés hacía buscar las conexiones entre los nativos de allá y los de aquí. Investigar si podían ser parientes de los Huaorani nuestros Vacacocha (Aé'wa), Aushiri o Arabela, del Perú. Con tal fin intercambiamos vocabularios. Él encontró unas 10 palabras parecidas entre Huaorani y el léxico Aushiri del P. Avencio, 2 con el Arabela, y una sola con el Vacacocha (notita del 7 de enero de 1980). Me enviaba las más importantes de sus crónicas. Con devoción guardo su última firma.

¡Alejandro! No me olvido con qué emoción me contaste, a la luz débil de una lamparina, en mi choza de Angoteros, tu adopción y despojamiento huao; repetición del desnudamiento de san Francisco delante delobispo de Asís... Fue de verdad para ti una entrega solidaria a esta etnia, como la de San Isaac Jogues al pueblo Iroquese: “Este pueblo es para mí un esposo de sangre. Me he casado con él con mi sangre”.

Gracias, Alejandro, por nuestros encuentros, demasiado breves. Que nuestras vidas se hayan cruzado es una bendición para mí. A la gloria del Padre de Jesús, nuestro Padre.

Juan Marcos Coquinche

CABODEVILLA, Miguel Ángel (Ed.) Tras el rito de las lanzas. CICAME 2003. p. 132-133.

Alejandro Labaka, mártir capuchino.

Testimonio de Jóse Miguel Goldáraz (27-12-2011)

Quién es usted? 


Cómo fue su encuentro con Mons. Alejandro Labaka?


Aguarico, pasión y palma



La pasión misionera de Alejandro halló su cauce final en Aguarico, desde 1965 hasta su muerte (1987). La misión de Alejandro en Aguarico tiene tres fases:

1) Los cinco años que como Prefecto Apostólico presidió aquella porción de Iglesia naciente (1965-1970) y animó la tarea de los misioneros. Años conclui¬dos inesperadamente, tras no poco dolor interior, con una renuncia. A la renuncia siguió una especie de pausa psicológica entre los capuchinos de Dallas, Texas.

2) Los catorce años siguientes (1970¬1984) en los que Alejandro se afana como misionero, amando y sirviendo a la gente sencilla. También aquí tiene que aceptar, con humildad y realismo, el ser superior interno de los misione¬ros capuchinos en Aguarico (1979¬1983).

3) El período culminante de Alejandro obispo, primer obispo de Aguarico, consagrado en Coca el 9 de diciembre de 1984, consumado, como holocaus¬to de amor, con la hermana Inés Arango, el 21 de julio de 1987.

En otoño de 1965, año en que Alejandro fue elegido Prefecto, tuvo lugar la cuarta y
última fase del Concilio Vaticano II. Alejandro acudió como Padre conciliar. Fue una experiencia eclesial riquísima. Allí en¬contró a su obispo de Pingliang, Mons. Larrañaga, guipuzcoano como él y como él expulsado de China; allí escribió una carta a Pablo VI, abriendo su corazón sobre la evan¬gelización de los Aucas.

En Navidad de 1976 Alejandro tiene el primer contacto con los Aucas, ahora más exactamente llamados Huaorani. Y comien¬za un relato digno de la más bella historia de las misiones: CRÓNICA HUAORANI.

En 1977 la colombiana Inés Arango, terciaria capuchina, entra en Aguarico. En su día, recordando la trayectoria de su vida, dirá: mi único ideal era ser misionera. Pronto Dios va a unir estas dos vidas en aras de un mismo ideal.

La historia no ha concluido. El 7 de mayo de 2000, Año Santo, Juan Pablo II, en la "Conmemoración ecuménica de los testi¬gos de la Fe del siglo XX" ante el Coliseo Romano, destacaba los nombres de Alejandro e Inés como figuras representati¬vas de los cristianos que han dado su vida por amor de Cristo y de /os hermanos en América.

Rufino Ma. Grández


CABODEVILLA, Miguel Ángel (Ed.) Tras el rito de las lanzas. CICAME 2003. p. 90.

La Madre Iglesia en la madre selva

Visita del Ministro Provincial, Fr. Rufino Ma. Grández, a los Capuchinos en Pompeya 1979


La Madre Iglesia en la madre selva
Un escrito que no llegó a publicarse

Introducción de diciembre de 2011
Este escrito lo compuse estremecido por la lectura de la Crónica Huaraní – así se escribía entonces – que comenzaba a publicar Alejandro Labaka en el Boletín Informativo OPI (Curia provincial de capuchinos – Burlada), justo después de haber leído las cinco primeras entregas en esta revista. Lo escribí para enviarlo a esta publicación fraterna de los hermanos capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón, provincia a la que pertenecía nuestro misionero. Pero... no me atreví, no lo pasé a máquina; me parecía demasiado íntimo. La dedicatoria de esas hojas a mano decía: “A la Iglesia huaraní que ha empezado a nacer, con profundo deseo y respeto: Un cristiano en una colina del Arga”.

En aquel tiempo yo estuve tres años (septiembre 1975 – junio 1978) en la ermita de la Virgen del Castillo, de Miranda de Arga, en Navarra. Por la mañana trabajaba en el pueblo con la gente, en el campo; por la tarde hacía oración ante el Santísimo y celebraba la Eucaristía para el pequeño grupo de gentes que venían. Aquel domingo, yo leí lo que el P. Alejandro había escrito. Me quedé desbordado, sin palabras, lleno de una emoción que me embargaba todo. Por la tarde, no creí violar la adoración, si al tiempo de la adoración a Jesús sacramentado escribía esta “acta de Iglesia”. No pensaba que Alejandro iba a ser mártir. Por eso, este artículo tiene el valor de alguien que no alaba al mártir, sino que queda estremecido ante un testigo.

Puebla, 21 diciembre 2011.


De una tirada he leído hoy, Día del Señor, la Crónica Huaraní que en cinco entregas nos brinda el veterano misionero Padre Alejandro Labaca. Ningún día más propicio que el Domingo –sangre y resurrección – para esta santa lectura que la saboreo como acta de Iglesia.

Y ahora por la tarde, a la vera del Señor, mientras la copa dorada descansa sobre el altar, yo estoy ante Él y ante los Aucas, pensativo con la cabeza baja y el bolígrafo que quiere correr entre los dedos. Mil impresiones se ciernen sobre mi alma como nubes y colores en una tarde densa de verano. Mil pensamientos acuden y quieren asomarse a esta puerta viva que quiere hablar. Evoco en mis adentros la pluma del escribano, aquella pluma de ave con la que del corazón bullente se escribió el Salmo 44 para las nupcias de un Rey.

* * *

La primera criatura que bulle y alarga la cabeza para salir es un ¡Gracias!, hijo del corazón. Gracias, Hermano Alejandro. He gozado leyéndote y una plácida sensación de bienestar espiritual me ha embargado durante sta jornada, evocándote en la verde jungla. Muy vano y ridículo sería que yo adobase mi gratitud con la adulación. Indigno de mi pecho y mucho más del tuyo, indigno de todos los lectores a los que hablan estas líneas de fe y comunión. Lo que he leído no hermosea las alhajas de la literatura. Tu escueto lenguaje de sabias raíces - ¡Beizama! – me lleva alas escueta indumentaria de los indígenas de la selva. Pero decía que trato de leer este testimonio como Acta de Iglesia.

Al decir “gracias”, me urge en el alma un “no”. Algo quisiera hablar. Nos distingo el recato y la presunción. ¿Por qué yo?, me digo. ¿A título de qué? ¿De qué magiesterio,de qué singularidad...? A título de nada, amigos. A título de que la ermita es ancha como el cielo terrestre, a título de que la Virgen cobija como inmenso toldo para que allí se encuentre la fantasía y el amor.

* * *

Hay dos momentos cruciales en esta historia huaraní. El primero es aquella liturgia elemental en el bohío, la entrañable vivencia del Rito de adopción. Está el padre Ynihua y la madre Paua; tú, de rodillas, luego espojado, como Francisco despojado ante el Obispo de Asís. Así ene este esbozo sacramental entraste como hijo, de cuerpo y corazón, en el corazón de aquellos hijos de Dios, hoy amables hermanos míos. Los nombres, escritos en preciosa hoja, han de pasar a la liturgia de estas puras alturas.

El segundo momento álgido de emoción fue aquella catequesis del crucifijo. Yo quiero nombrar a esta catequesis profética. Las piedars comprenden cuando el corazón habla.
Con el crucifijo les decías según el Espíritu y nos lo comentas:
“Es Jesús; la Madre, María – les repetías en Huaraní -. Mientars, queriendo completar el mensaje que espero que el Espíritu les haga entender, añadías en otras lenguas como el Quichua, Euskera, castellano: Murió por nosotros en la Cruz. Resucitó y vive entre nosotros. Una de las veces quise decirlo en Chino (¡oh limpio poeta!) y me trafulqué...” (n. 117, pág. 28). Refieres que el joven Araba “besó tres veces el crucifijo”.
Y yo continúo en lo profundo la historia, p0orque las aguas del Arga van a fundirse con el G. C., Dicaron y Ñamengono que llevan aliento de los Aucas al Amazonas.

Alejandro, esto es ni más ni menos que el nacimiento de la Iglesia. Al saberlo, uno se siente católico, orgulloso de una Iglesia a la que con voz antigua de los siglos llamamos Madre, la santa Madre Iglesia. Y como la iglesia comunión, nadie nos puede impedir el gozo de compartir contigo y con vosotros lo que un día de enero ocurría en la selva de los Aucas, de aquellos terribles y misteriosos Aucas.

Estabas engendrando a la Iglesia. Me remito a la convicción que Pablo expresa a los Corintios (2Co 4,15). Y esto es solemne como la Encarnaciónd el Verbo, por que al fin de lo mismo se trata.

Vuelvo a la catequesis de aquellos encuentros, para juntar en aquel kerigma la misión de los apóstoles y de los cristianos que Mateo nos ha escrito en el capítulo 10. Aquella misión, en personas al parecer ajenas a las aulas, es audacia, fantasía, impulso, carisma. Es que Jesús se responsabilizaba del asunto y él los lanzaba a la misión en alas de un poder, que es el Espíritu. Acepto con sensatez, por supuesto, que para hablar a la gente hay que aprender al lengua que la gente habla. Pero más claro que esto es el Mensaje que no puede esperar. Más duro, sí, que la Buena Nueva no puede estar atada a nuestra lengua, porque los hombres nos entendemos, ante todo, por vía de amor. Por eso el misionero de antes yd e hoy es audaz y pone su pie donde acaso la imaginación se había tenido que parar.

La Crónica Huaraní me dice que la Iglesia misión es acontecimiento de Dios, y esto es mucho más interesante que todas las aventuras y “brujerías” que nos pueden venir de todos esos rincones.

* * *

Además de todos los trances de vida esas Actas Huaraníes me enseñan con tremenda potencia a vivir en franciscano, si al expresión es justa. Devanamos la cabeza en nuestra fatigosa investigación e los ideales primigenios. Valiosa labor, por cierto. Y con todo no son las depuradas investigaciones lo que dan lo último. Son los trances de vida los que enseñan y los que provocan la respuesta generosa. A vosotrops se os ha dado la gracia de asistir a la vida en este abrupto de precivilización. Lo humano está en lo inicial, la pobreza de esas gentes noe s opción, sino estado de nacimiento, vida y muerte. No es pobreza, es otra indigencia más radical y primaria. Y ¡claro!, vivir tan al lado de ellos, durmiendo en sus hamacas, en circunstancias que son “trances”, algo se pega de ese clamor elemental que viene de dentro, donde está lo verdadero del hombre, que vivir no es pensar sobre cómo se podría vivir, sino puramente vivir.

* * *

Adiós, hermanos, los de la Iglesia de Aguarico, todos, que estáis esparciendo un aire perfumado y refrigerante por el entorno cántabro y la vertiente del Ebro de nuestra provincia.
Un apretón de manos, o mejor un abrazo bien sacudido con la palma de la mano a la espalda, juntando los corazones.

Rufino Ma. Grández

Feliz Navidad

Fragmentos de Crónica Waorani


25 a 31 de julio de 1976.

Ante los insistentes rumores de que la Compañía Petrolera CGG, que opera en la zona realizando los estudios geofísicos para la Compañía nacional CEPE está tropezando con dificultades por parte de los AUCAS, la Comunidad de Nuevo Rocafuerte, presidida por el P. Superior Regular y con la presencia del P. José Miguel Goldáraz, decide que el P. Alejandro se desplace al lugar de los hechos, con los siguientes objetivos:
– Obtener informaciones verídicas acerca de estas incursiones de los AUCAS.
– Visitar a los trabajadores de la zona.
– Si se presentare oportunidad, darse a conocer a los Aucas o Huaorani.


Manifestamos ante los jefes que estamos dispuestos a visitar y permanecer algunos días en las trochas y ayudarles en lo que podemos para solucionar el problema de los Aucas: En nuestra propuesta no ocultamos nuestra incapacidad por el desconocimiento de su lengua, pero, al mismo tiempo, aflora una confianza en la capacidad que nos viene de Dios por la fe.
La propuesta es acogida con diplomacia por los técnicos franceses y con simpatía por los nacionales. Después se nos dice que han pedido la colaboración de un intérprete del Instituto Lingüístico de Verano de Limoncocha y que esa misma tarde tienen programada una gira por los grupos Aucas de la zona y que esperan los resultados. Ante esta afirmación aclaramos nuestra postura: en modo alguno pretendemos interferir o entorpecer esa labor, pues consideramos que es obra de la Iglesia lo que los Misioneros Lingüistas hacen con tanto esmero y en nombre de Jesús por la tribu Auca.

El miércoles 28, a las siete de la mañana, emprendíamos el vuelo. Hicimos unos quince minutos en dirección Oeste, hasta la altura de Añango; viramos en dirección Sur y continuamos hasta el Tiputini, en las cercanías de la desembocadura del Tihuacuno, y desde allí pude contar unos seis helipuertos hasta aterrizar en la trocha B-2 Línea CP25-H-25-9. Habíamos volado una media hora y nos encontrábamos aproximadamente en la intersección del meridiano 76, 20 y latitud 0, 50, en las cercanías del Rumiyacu y otros afluentes del río Yasuní; a unos 25 kilómetros de distancia del Tiputini.


Estos aparecían bastante nerviosos. Expusieron al Sr. Masson, técnico francés, su situación y sus dudas; dos de ellos pedían inmediata liquidación. El día anterior habían recibido la visita de "los amigos" (los llaman así porque al llegar al campamento saludaron diciendo "amigos"). Después se dedicaron a requisar todo el campamento, mientras uno de ellos repetía con frecuencia: "Pañacocha, Pañacocha, cambio...”. Señal evidente de que escuchan las intercomunicaciones radiales. Y se llevaron cuanto se les antojó: hamacas, mantas, mosquiteros, ropa, botas, hachas, machetes, limas; de alimentos, todo lo que había de azúcar, un poco de arroz, latas de sardinas y atún, y hasta dinero por valor de más de tres mil sucres. Uno de ellos, como contando el dinero con sus dedos dijo: "To, to, to, to....... Quito".
El señor Masson, aunque un tanto contrariado, prometió reponerles todo, solicitando su colaboración a los obreros, para que con su creatividad y diplomacia hicieran algo para disminuir estas pérdidas y, sobre todo, la interrupción de los trabajos.
Tendí mi hamaca dentro de la carpa de los trabajadores y charlé mucho rato con ellos antes de que se decidieran a reanudar los trabajos. Se manifestaban muy agradecidos de que alguien les visitara en la soledad de la selva amazónica, en tierras de los Aucas.
Dos días y dos noches estuve con ellos. La segunda noche les celebré la Santa Misa, a la que asistió espontáneamente la mayoría de los trabajadores. Para el Evangelio abrí el Ritual de la BAC en las últimas páginas, a lo que saliera, y ante mis ojos apareció el relato de san Mateo 25, 31-40. Durante el comentario todos estuvimos de acuerdo en que aquí se está cumpliendo eso de dar de comer al hambriento y vestir al desnudo. Terminé diciéndoles que ellos son los "misioneros escogidos por Dios" para los Aucas.

Mons. Alejandro Labaka.

LABAKA, Alejandro. Crónica Huaorani. CICAME 4ta. Ed. 2003. pp. 15-17.

Mi premio

¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

Yo tuve la suerte de encontrarme en Nuevo Rocafuerte, en el río Napo, en la época en que los largos sueños de Alejandro de contactar con el pueblo huaorani se hicieron realidad. Vivía en este pequeño paraíso amazónico desde 1970, como misionero y como médico director del Hospital “Franklin Tello”. Conocía, ¡cómo no!, la larga historia de desencuentros entre la etnia “huaorani” y los “cohuore”, a partir de la trágica desaparición de los cinco misioneros del Instituto Lingüístico de Verano, en 1956. También, los repetidos y baldíos esfuerzos que los capuchinos habían realizado para contactar con ellos y sembrar un clima de paz y comprensión.

Alejandro Labaka se había marcado como hito importante de su tarea como Prefecto Apostólico esta misma finalidad, desde su llegada en 1965, pero nunca sus esfuerzos fueron coronados por el éxito. Se encontraba en Nuevo Rocafuerte, ya liberado de sus tareas como responsable principal de la Iglesia de Aguarico, enfrascado en las cotidianas actividades misioneras, cuando a mediados de 1976 aparece la presencia amenazante de un pequeño grupo huaorani en medio de la selva, allí donde la Compañía Petrolera CCG se encuentra realizando estudios geofísicos y donde pequeños campamentos de trabajadores, hombres quichuas y colonos, se sienten inquietos y amenazados. Había surgido providencialmente la oportunidad tantas veces soñada y los capuchinos decidimos enviar a Alejandro para integrarse en estos campamentos selváticos y desde dentro iniciar una labor de acercamiento y pacificación.

CRÓNICA HUAORANI brota de una manera espontánea, de la pluma inquieta e inquisitiva de Alejandro, como “páginas de campo”, escritas la mayoría de ellas tras cada visita y cada encuentro con el pueblo huaorani. Nunca tuvieron el carácter de una obra pensada y de síntesis del largo, profundo, inesperado y sorpresivo encuentro con el pueblo que siempre le produjo una verdadera fascinación. Yo tuve la oportunidad de participar en muchos de esos viajes y de encontrarme dentro del encuentro intercultural, sembrado de momentos deliciosos y otros llenos de inquietud y zozobra que lo desconocido entraña. En el fondo profundo de esta tarea se asienta el misterio de un diálogo que hunde sus raíces en el Evangelio y que acepta la singularidad de cada ser humano y de cada pueblo, con sus propios lechos culturales y sus innegables valores. Aprendimos a vivir entre ellos y a descubrir un mundo lleno de lo que Alejandro repetiría tantas veces: “las semillas del Verbo”. Aprendimos, sobre todo, a no tener prisas y a dejar en “Otras Manos” la fructificación de estos esfuerzos en favor de la paz y el respeto entre los pueblos.

Alejandro escribía, al regreso de cada expedición, en su austero cuarto que formaba parte de la carpintería de la Misión, su peculiar meditación; se interrogaba sobre el significado de lo que había ocurrido y los aciertos y frustraciones que habían surgido. Los registros técnicos eran tarea mía. Las páginas escritas las compartíamos y nos ofrecían frecuente materia de conversación. Unas y otras pasaron a engrosar una de las carpetas del archivo de nuestra casa de Nuevo Rocafuerte.
Cualquiera que lea estas páginas descubrirá, escondidas en ellas, retazos fundamentales del corazón de Alejandro. Un corazón capaz de respetar, admirar, acompañar y entregarse, a todos, pero en especial, a quienes forman parte privilegiada de la humanidad simple, en contacto directo con la naturaleza, con sus valores y sus fragilidades, sin haber sido tocada por los vericuetos complejos de la civilización. Era capaz de descubrir vida profunda, fraternidad envidiable, tecnología increíble en el empleo de materiales simples, arrancados al entorno inviolable, tan inhóspito para cualquier otra cultura tecnificada. Admiraba y se extasiaba ante una vida humana primitiva, pero ¡tan rica!

Yo reconozco que sus ojos enriquecieron mi propia visión y con él siempre me encontré en medio de aquellos minúsculos grupos humanos cómodo, feliz, capaz de disfrutar de una aventura humana que da a nuestra cultura humanidad y frescura.


Manuel Amunárriz

HAGASE TU VOLUNTAD, libro de Castro Caycedo.

A partir del relato de Miguel Ángel Cabodevilla, un capuchino que habita la selva amazónica, Germán Castro Caycedo escribe de manera solemne la relación de los capuchinos Alejandro Labaka Ugarte, un obispo español y la madre colombiana Inés Arango con los huaorani, una población indígena que defendía su libertad, su tierra y su cultura de los caníbales; es decir, de los blancos.

Los huaorani, que durante años habían vivido en la selva alta de la Amazonia, empezaron a habitar la margen derecha del río Doroboro, pero pronto se vieron invadidos por los misioneros. También por empresarios caucheros, como Julio César Arana, y por buscadores de oro. El rechazo a la opresión y sus continuas agresiones llevaron a los huao a cambiar la defensa por la embestida, desarrollando así la guerra de guerrillas, porque perder la selva significaba desaparecer.

En 1965, Alejandro Labaka Ugarte fue nombrado superior de la Misión en la Amazonia tropical, en la aldea Nuevo Rocafuerte, ubicada en la población de Coca. Su misión era liberarlos de la esclavitud a que eran sometidos, evitar la extinción de la tribu -que para entonces estaba dividida- y organizarles medios de subsistencia. Después de recorrer varios meses la selva en avioneta, en busca de los huaorani, divisó en un blanco de la espesa selva a las familias de Inihua y de Nampahuoe.

Como símbolo de respeto hacia la cultura de aquel grupo humano desnudo, se despojó de sus ropas para lograr su aceptación y así logró relacionarse con ellos. Inmediatamente organizó un recorrido por el río, junto con otro sacerdote y 13 hombres quichuas. En esa excursión por la floresta lluviosa, atravesando pantanos y colinas, contactó a otros huaorani. Aprendió su idioma, su cultura, su historia y hasta interpretó parte de sus sentimientos. En aquellos confines no ofició misas, ni bautizó a nadie, ni trató de imponer sus costumbres. Simplemente interactuó, sin imponerles nada. Después de dos años de contacto con los huao, Monseñor tomó el riesgo de involucrar misioneras.

La madre Inés Arango y tres religiosas más, se unieron a su labor. Para entonces, el territorio de la misión era infinito; no había núcleos de población sino familias dispersas en la orilla de los ríos. A pesar de las dificultades que ofrecían la selva y su estilo de vida, la madre Arango se integró sin que le exigieran desnudarse. Sin embargo, un descubridor meticuloso y más aplastante que los caucheros hizo su aparición: la estatal petrolera ecuatoriana. A su llegada, no solo instalaron un millar de estaciones, sino que llevaron aeroplanos, una amenaza fatal para los huaorani.

La clandestinidad de sus casas y familias fue descubierta. Destruyeron la naturaleza que era comida, medicina, vivienda y cultura. Su calidad de vida fue alterada y reemplazada por el hambre, la aflicción y la zozobra. Con el apoyo de las Fuerzas Armadas, dueñas de la mitad de las regalías petroleras, la empresa construyó carreteras y oleoductos para comunicar la selva con los Andes. Sin embargo, no calcularon la magnitud de la resistencia huao atacando los campamentos selváticos y en 1976, recurrieron a la mediación de monseñor Labaka, quien propuso visitar los caseríos de los huao periódicamente para llevarles herramientas y artículos del hogar, como mecanismo de integración.

Pero los petroleros no fueron la única amenaza para los huao. La iglesia Evangélica, bajo el dominio de Raquel Saint, una evangelizadora del Instituto Lingüístico de Verano Estadounidense, también hizo presencia. Su propósito era aprender la lengua indígena y obtener información estratégica sobre los guerreros. Para reclutar a los huao aislados por los misioneros católicos, utilizó a la indígena Dayuma, creando un centro de evangelización en el Tihueno, donde concentró algo más de doscientos indígenas. Contrario a la labor de Monseñor, Raquel logró aislarlos de su propia cultura. Los indígenas dependían del Instituto hasta para encontrar el alimento y les crearon necesidades que no podían solucionar por sí mismos. Después vino la explotación: escribieron libros, hicieron videos, llevaron a dos huao a Europa como muestra de conversión y crearon una compañía que ofrecía tours a los extranjeros. Los huao eran un estupendo negocio. Sin embargo, la presencia de males como la polio, considerada por los huao como una maldición no una enfermedad, provocó la fuga de muchas familias.

A comienzos de 1987, la compañía exploradora localizó, al sur de Coca, oriente de Ecuador, un bohío habitado por los Tagaeri, un grupo huao denominado los rebeldes, los únicos que no habían tenido contacto con los caníbales. Ante este hallazgo, monseñor Labaka, quien había defendido las vidas de los Tagaeri ante los petroleros, trató de conseguir del gobierno unos territorios reservados para ellos. Las gestiones resultaron infructuosas y el acercamiento no fue posible. El 21 de julio de 1987, sujetados de una cuerda, monseñor y la hermana Inés descendieron de un helicóptero hasta el bohío Tagaeri. Al día siguiente otro misionero y un representante de los petroleros fueron a buscarlos. Desde el aire, sobrevolando el territorio en la aeronave, descubrieron los cuerpos lanceados de los misioneros católicos. El cadáver de Monseñor estaba acostado sobre un tronco con unas veinte lanzas. La madre Inés se hallaba sentada, ante la puerta de la choza con tres lanzas. ¿Lo que hicieron los Tagaeri fue salvajismo y crueldad o defensa propia y rituales de su cultura frente a la muerte? Lea este relato y comprenderá la razón que los llevó a cometer tal acción.

La misionología de Mons. Alejandro Labaka. Por José Antonio Recalde, OFMCap.

Introducción

La vida de Mons. Alejandro Labaka es heterogénea: vivió en tres continentes: Europa, Asia y América. En sus 67 años de vida conoció realidades eclesiales muy diferentes: preconciliar, conciliar y posconciliar. Dejó muchas cartas escritas, pero pocas estrictamente “misionales”. Lo que sí dejó como testamento de su espiritualidad misionera es un libro, escrito en la misma selva amazónica: CRÓNICA HUAORANI. En este estudio quiero limitarme solamente a este libro, descubriendo en él algunos rasgos de la misionología actual.

“¿Enriquece Alejandro Labaka el arsenal de Misionología de la Iglesia? – se pregunta Rufino Grández en su voluminosa biografía: Vida y martirio del Obispo Alejandro Labaka y de la Hna. Inés Arango. Después de haber leído y meditado Crónica huaorani, puedo asegurar que sí.



Primer rasgo: Missio Dei en vez de Missio Ecclesiae.

Tanto la Iglesia como la misión tienen su origen en la voluntad divina de amar. La esencia de la misión se diferencia esencialmente del trabajo misionero. El sujeto primero que actúa en la misión es Dios.

Tenemos que ascender de la misión como actividad propia de la Iglesia a la misión como proyecto fundamental de Dios. Prioridad de la misión con respecto a la Iglesia. Dios siempre ha estado actuando en el mundo, en la historia de los hombres, ya que su voluntad es que todos los hombres se salven (1Tim 2,4) y siempre el Verbo ha estado en el mundo iluminando a todo hombre (Cfr. Jn 1,9) y siempre el Espíritu Santo ha soplado donde ha querido (Cfr. Jn 3,8). No comienza la misión con la Iglesia; Dios es el origen de la misión; la Iglesia se pone a disposición de la misión. ¡La Iglesia es Misión!

¿Qué implicaciones tiene esta doctrina para la misión concreta?

La acción salvífica de Dios entre los pueblos no evangelizados. Dice el documento del Concilio Vaticano II Gaudium et spes: “Todo esto se aplica no solo a los cristianos sino también a todos los hombres de buena voluntad en cuyos corazons la gracia actúa de manera invisible. Ya que Cristo murió por todos; y todos de hecho son llamados a un mismo destino, que es divino, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que , de forma de Dios conocida, se asocien al misterio pascual” (GetS.22)

¿Dónde aparece este rasgo misionológico en Alejandro?

En Crónica Huaorani, p. 108, Alejandro hace esta reflexión: “Nos preguntan: ¿Para qué van a los aucas? ¿Acaso podrán predicarles? ¿Qué pretenden? Sencillamente: queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos, procurando descubrir con ellos las semillas del Verbo, insertadas en su cultura y en sus costumbres. Nada podemos decirles ni pretendemos. Sólo queremos vivir un capítulo de la vida huaorani, bajo la mirada de un Ser creador que nos ha hecho hermanos”.

“De todos modos, Mampahuoe y Omare están muy dentro de nuestros recuerdos. Me hago más bien la ilusión de que son los últimos profetas de un pueblo libre del Antiguo Testamento, esperando entonar el “Nunc dimittis” de la liberación de su pueblo por Cristo” (Crónica huaorani, p. 152)

Alejandro, desde el Concilio Vaticano II en el que participó, ha reflexionado mucho sobre el tema “Semillas del Verbo”, sembradas en otras culturas y religiones diferentes de la cristiana. Dios trabaja en los seres humanos y los pueblos antes de que la Iglesia llegue a ellos. A donde llega el misionero, Dios le ha precedido. El beato Juan Pablo II dijo en uno de sus viajes a América Latina: “Antes que llegasen los misioneros a estas tierras, ya Dios abrazaba con su amor infinito a los Amerindios”.

Como Alejandro tenía presentes estas verdades, ejercitó un estilo misionero humilde, respetuoso y acogedor. Nada impuso, todo lo ofreció. Descubrió los valores de sus cantos, narraciones, tradiciones, su fe en Huinuni: El Ser supremo para ellos.



Segundo rasgo: La misión, vida de la Iglesia, servidora del Reino.

No tenemos que identificar Iglesia-Reino. Estaríamos todavía en un concepto eclesiocéntrico de misión. La encíclica Redemptoris missio (1990) ha introducido la clara distinción entre Iglesia y Reino. El cap. II de esta encíclica está todo él dedicado al tema Reino de Dios. En él se afirma: “La realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los “valores evangélicos” y esté abierta a las acciones del Espíritu Santo que sopla donde y como quiere”.

Esta afirmación hace pensar en una noción de misión que trasciende la actividad propia de la Iglesia, para referirse a toda acción misteriosa de Dios, Salvador en la entera historia de la humanidad. No hay que identificar el Reino de Dios con la Iglesia.

La presencia del Reino de Dios no es otra realidad más que la presencia universal del misterio de salvación que Dios ofrece a todos los hombres, que culmina obviamente en Cristo, pero que ya es activo por obra del Espíritu Santo en la entera humanidad: en él participan ya los hombres de todos los tiempos. En los paganos, en sus tradiciones religiosas, hay valores positivos, que pueden y deben ser considerados como preparación, como apertura al anuncio del Evangelio. La Iglesia no es el Reino, está al servicio del Reino.

¿Dónde aparece este rasgo misionológico en Alejandro?

Escribe en Crónica Huaorani: “Creo que, antes de cargarles de crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos las semillas del Verbo, ocultas en su vida real y en su cultura, donde vive el Dios desconocido” (Crónica Huaorani, p. 108)

Y en otra página: “El profundo silencio de la noche estrellada fue interrumpido de pronto por la sonora voz de Inihua… era como rescatar un salmo del antiguo testamento del pueblo Huaorani”. (Crónica, p. 166)

Vemos la profunda convicción que tenía Alejandro de que en La cultura huaorani latía la acción de Dios.



Tercer rasgo: El valor salvífico de las otras religiones.

Este es un tema central de la actual misionología.

El Concilio Vaticano II nos dio el documento Nostra aetateSobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Este documento fue firmado por Mons. Alejandro Labaka que se encontraba en Roma, participando del Concilio Vaticano II en calidad de Prefecto apostólico de Aguarico, del 18 de noviembre al 7 de diciembre de 1965. Y él se llevó en el corazón y en la mente la doctrina conciliar sobre el diálogo interreligioso.

“Todos los pueblos forman una sola comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios ha hecho habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un único fin último que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designio de salvación se extiende a todos”. (Nostra aetate, 1)

Las tradiciones religiosas no-cristianas representan, en relación al cristianismo, un como Antiguo Testamento, con la diferencia de que éste ha sido suscitado por una abierta y directa intervención de Dios, mientras que no podemos decir esto mismo de otras religiones. Antiguo testamento y tradiciones religiosas no-cristianas son vistas como “praeparatio evangelica”, y en el uno y en las otras, Dios actúa salvíficamente.

¿Dónde aparece este rasgo misionológico en Alejandro?

Escribe en Crónica huaorani: “Descubrir con ellos las semillas del Verbo, escondidas en su cultura y en su vida; y por las que Dios ha demostrado su infinito amor al pueblo huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo”. (Crónica huaorani, p.104)



Cuarto rasgo: Las semillas del Verbo.

¿Cuándo comenzó Mons. Alejandro a escuchar estas palabras y a reflexionar sobre ellas? Fue en el Concilio Vaticano II, al escuchar este párrafo del documento Ad gentes:

“Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, deben reunirse con aquellos hombres por el aprecio y el amor, reconocerse como miembros del grupo humano en que viven, y participar en la vida cultural y social por las diversas relaciones y negocios de la vida humana; familiarizarse con sus tradiciones nacionales y religiosas, descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo, latentes en ellas; pero, al mismo tiempo, deben estar atentos a la profunda transformación que se produce entre las gentes y trabajar para que los hombres de nuestro tiempo, entregados demasiado a la técnica y a la tecnología del mundo moderno, no se alejen de las cosas divinas, sino que, por el contrario, despierten a un deseo más vehemente de la verdad y del amor revelado por Dios”. (Ad gentes, n.11)

Tan hondamente quedó grabada esta doctrina de las semillas del Verbo en el ánimo de Mons. Alejandro, que escogió estas palabras para lema de su escudo episcopal.



Quinto rasgo: Encarnación en la cultura.

Un rasgo muy acentuado en la misionología y en la práctica misionera de Alejandro es su inserción en la cultura huaorani.

Leamos los siguientes textos de Crónica huaorani:

“Esta vez traigo una inquietud: ver cómo puedo hacer para integrarme en la familia huaorani”.

“Me parece que lo ideal sería integrarme en una familia huao. Pero, ¿cómo? Dos requisitos serían fundamentales: ser útil en algo material y ser aceptado por ellos. Mis servicios de leñador y aguatero”.

Compartiendo el calor corporal:”Y llegué a pensar que es hermoso compartir incluso el calor del cuerpo con el pobre”.

“La vida misionera no es solo adaptación; es, sobre todo, comunión de vida, de costumbres, de cultura, de intereses comunes”.



Sexto rasgo: Una misión de actitudes inéditas.

Alejandro Labaka ya llevaba 10 años en contacto con la minoría étnica Huaorani al momento de recibir la ordenación episcopal. Ese día, en su homilía pronunció las siguientes palabras:

“Esta nuestra Iglesia, nacida de la confluencia de varias nacionalidades indígenas de diversas lenguas y culturas, está llamada a descubrir las semillas del Verbo, no asumidas todavía por ella. Los grupos humanos primitivos como son los Huaorani, Sionas, Secoyas, Cofanes, Quichuas, Shuaras, han tenido “maneras propias de vivir su relación con Dios y su mundo”. Su encuentro con Cristo se hace en situaciones inéditas, ofreciendo, por tanto, maneras y actitudes inéditas de vivir el Evangelio como salvación universal”.

Realmente a Alejandro le tocó vivir situaciones inéditas. Especialmente los 22 años que pasó en la Amazonia ecuatoriana como misionero de las minorías étnicas y muy especialmente cuando convivió con los Huaoranis. Situémonos geográficamente en la Amazonía, a la rivera derecha del río Napo. Desde tiempos ancestrales viven ahí pueblos que no han tenido ningún contacto con la “civilización” (llamémosla así desde nuestra ladera). Y entra un misionero a convivir con ellos. ¿Qué hace? Él entró desnudo, desarmado, llevando amistad, amor, aceptación. Y sabía bien a lo que iba, lo dejó escrito en Crónica Huaorani: “Hoy, lo que trabajen por las minorías tienen que tener vocación de mártires”. (Crónica huaorani, 198)


Sétimo rasgo: Rasgos de una nueva idea de misión.

Desde criterios evangélicos. Sin duda que en Alejandro se dio una conversión “pastoral”. En sus años de China se enfrentó a un mundo desconocido y participó del concepto de misión de los años 40 del siglo XX. Llegado a Quito en 1954, vivió una pastoral tradicional de religiosidad popular, enfrentada a un ambiente donde tenía fuerza una emisora evangélica con características proselitistas. Destruyó Biblias “protestantes”. Ahora entra en una cultura ancestral, no “contaminada” por la civilización. Entra con el Evangelio en la mete y eran el corazón. Vive la bienaventuranza de los pobres; vive el despojo material, dando su vestido, dejándose despojar de todo.

Una misión de paciencia y de integración. No todo era idílico en los contactos con los Huaorani: estaban de por medio intereses crematísticos en las petroleras, que veían de forma muy distinta el contacto con los Huaoranis. Estaba la relación con el ILV: Instituto Lingüístico de verano, organización misionera evangélica de USA. Y Alejandro, hombre cortés y diplomático por opción y talante personal, tuvo que contar con estas mediaciones.

Una misión desde los derechos del pobre. Leyendo las cartas perdónales y oficiales y la Crónica huaorani, llama la atención el respeto y sensibilidad que tuvo Alejandro con el tema de los DDHH. Escribe en Crónica huaorani: “Por otra parte, la labor conjunta de las Compañías petroleras, Instituciones de Gobierno y Misiones Religiosas puede obtener la integración de esta interesante minoría amazónicas, sin menoscabo de sus derechos humanos”. (Crónica huaorani,p.24)

La misión desde la cultura del hombre desnudo.

Una misión de la no-violencia.



Octavo rasgo: El corazón misionero de Alejandro.

Y después de pergeñar algunos rasgos de la personalidad misionera de Alejandro, quisiera centrar todo en su corazón misionero. Ese corazón que fue atravesado por una lanza tagaeri el 21 de julio del año 1987. Corazón traspasado como el de Jesús. Un corazón que, desde niño, latió a impulsos del ideal misionero. A sus 12 años ingresa en un seminario donde se respiraba ambiente misionero, alentado por entusiastas cartas que llegaban de China, escritas por capuchinos. Y hasta en los cantos se vivía el entusiasmo misionero:

“Grande ideal, amores sobrehumanos . me llaman hoy allende, allende el mar.

Las voces oigo de otros mis hermanos – que el corazón me quieren alentar.

Ya voy, ya voy a la misión querida – ya voy, ya voy tus hijos a salvar.

Que de mi patria es corta la medida – y al mundo entero intento yo abrasar.

Hasta los 25 años vivirá progresivamente el descubrimiento y cultivo del ideal misionero. Y al recibir la ordenación sacerdotal, inmediatamente escribe a su superior una carta pidiendo ser enviado a China.

Carta al superior: “Ecce ego.mitte me!Mi alegría sería inmensa si el Espíritu Santo se dignase escogerme para extender la Iglesia y salvar las almas en misiones…y sobre todo en países de más dificultad y donde más haya que sufrir”.

Un corazón que late con anhelos de entregar toda su vida a la misión hasta derramar su sangre por la fe.

Textos de martirio

“Mi premio ha de ser, oh Madre – al pie de un árbol morir.

De todos abandonado – de todos menos de ti.

Bendita mil veces –diré al expirar – la hora en que me enviaste la fe a propagar.

Y en China va a permanecer del año 1947 al año 1953. Son 7 años en que el corazón de Alejandro latió a nivel universal. China fue la misión añorada y nunca olvidada. Su mente y su corazón se abrieron a la cultura milenaria de un pueblo que no conocía a Cristo. El impacto de China dura toda la vida.

Y la última etapa de su vida, la más larga, de 1954 a 1987, son 33 años, la va a pasar en Ecuador, patria del corazón. Llega a Ecuador con 34 años, en plenitud de vida y entrega todas sus energías a la labor pastoral en Sierra y Costa del Ecuador. Pero es especialmente donde descubre su verdadera vocación misionera, cuando se contacta con los pueblos ocultos amazónicos. Ciertamente que su corazón ha vibrado a impulsos eclesiales universales en la última etapa del Concilio Vaticano II. Allí se fraguó una nueva idea de misión, las semillas del Verbo, que será su lema del escudo episcopal.

Y de su corazón y de su pluma brotaron las páginas de Crónica huaorani, que es su legado misionero, su ideario, la plasmación de su ideal en páginas llenas de fuego. Las escribió muchas de ellas en la misma selva, en las chozas de los Huaorani.

Corazón que derramó hasta la última gota de su sangre para regar la selva amazónica. Corazón que dejó de latir una tarde del 21 de julio de 1987, pero que sigue siendo el símbolo de una entrega misionera hasta el martirio. Corazón enterrado bajo las losas del pavimento de la catedral de Coca, en aquel mismo lugar donde un 9 de diciembre de 1984 se extendió en el suelo para su consagración episcopal.

Ahí está enterrado para brotar en siembra de ideales misioneros.Corazón universal: misionero de China, misionero de América. Una acción misionera, antítesis de una evangelización impuesta arrasando las culturas. La antítesis de una misión que no respeta a los evangelizados. Ahí está ese corazón que clama por una nueva evangelización de amor, de respeto, de entrega hasta dar la vida.

Labaka, mi obispo desnudo. Xavier Pikaza, teólogo

Las noticias del blog de estos días me han llevado a Mons. Alejandro Labaka, mi obispo desnudo, quizá el personaje de la Iglesia del Siglo XX que más me ha impresionado. Sabía que había muerto alanceado ritualmente por guerreros Tagaerí, junto a la Hermana Inés Arango, el 21 de Julio de 1987, a orillas del río Tigüino, en el Oriente de Ecuador. Sabía además, que había sido por meses y meses obispo desnudo, entre algunas etnias de Aucas, en la zona de Aguarico.

Pero no sabía nada más. Pues bien, el año 1990 (quizá el 1991) tuve que estar por un tiempo en ecuador, por unos cursillo, y una hermana mercedaria me regaló su libro, un libro de pastas verdes (río, selva y Labaka junto a una canoa, si no recuerdo mal). Le di gracias a la hermana… guardé el libro, pensando que sería una cosa beata… Pero en el viaja de vuelta, en el mismo aeropuerto de Quito, tomé el libro… y no dejé de leer hasta que llegué a Madrid. Aquella semblanza de Labaka y de Inés había cambiado en parte mi vida.

Por eso, hoy, después de haber hablado dos días de los carmelitas expulsados de Sucumbíos (la provincia vecina de Aguarico, donde murió Labaka), quiero recordar su figura y la de cientos de misioneros como él, con temblor, con admiración.

Hemos visto estos días en Compostela y Barcelona a casi un ciento de obispos vestidos, en grandes catedrales, como signo de la Iglesia y me parece muy bien, eso es también Iglesia. Pero hoy quiero recordar a Labaka, mi santo desnudo, alanceado junto a su hermana, en la gran catedral de la selva, por querer estar con aquellos con quienes nadie está. Pocas lecciones de evangelio y de eclesiología más fecundas que ésta. Éllos, Alejandro e Inés, y cientos de hermanas misioneras (y de misioneros) han estado y siguen estando entre los últimos del mundo, haciendo que la Iglesia se encarne de verdad, sin ningún afán de dominio o de gloria, en la linea de Francisco de Asís, a quien Alejandro e Inés amaban e imitaban…

En la línea de Alejandro e Inés han querido estar los carmelitas de Sucumbíos, la provincia vecina, al otro lado del mismo río (el Aguarico), en la misma selva del Oriente de Ecuador. También a ellos, misioners “desnudos” de poder, encarnados en la vida, quiero saludar en este post.

Quiero que este post sea comienzo de una reflexión sobre la misión de la Iglesia. Hoy presentaré unos recuerdos y una bibliografía. En días sucesivos seguiré hablando de ellos, de Inés, mi hermana, y de Alejandro, mi obispo.
(En la primera foto el obispo desnudo… En la segunda el obispo aceptado como hermano e hijo en una familia indígena… En las fotos finales los cadáveres).
EL LIBRO SOBRE LABAKA

Me impresionó aquel libro, escrito quizá por el Hno. Capuchino y Antropólogo Cabodevilla, pero no lo sé. El caso es que unos días después de volver de Ecuador salí por unos días con mi madre y mi tío religioso (Antonio) y pasamos unos días en Loyola, donde yo tenía que dar unos ejercicios. Tenía ocupadas las mañanas, con hermanas de la Providencia, y libres las tardes, hasta la misa de la noche. Así volví a leer el libro con mi madre y con mi tío. Unos meses más tarde, ella regaló el libro a una amiga y yo conseguí otros (me lo dieron los capuchinos de Salamanca)…, pero también lo regaló, de manera que ahora no sé ni cómo se titula, aunque puedo ver la portada, las fotos de dentro, los motivos principales, que iré exponiendo. Al final del post irá una breve biografía de Labaka (de Inés Arango sé menos, quizá alguien del blog nos hable de ella).

FUIMOS A BEIZAMA

Una de las tardes fuimos a Beizama, con emoción, para tocar la casa donde Alejandro había nacido, allá en la altura, sobre el pueblo, en Apaizetxea, si mal no recuerdo. Bajamos a la plaza, con la Iglesia, para tocar también la pila donde había sido bautizado. Quise descubrir su religión y su experiencia en el paisaje, la tierra y el monte, la naturaleza.

LABAKA FUE A LA GUERRA

Seguimos leyendo el libro. Alejandro entró de joven en los capuchinos de Altzasu, en Navarra. Y allí le toco la guerra. Con 18 años le mandaron al frente, de la parte nacional, y allí lucho. Le pedí a mi tío, algo mayor (Labaka había nacido el 20, Antonio mi tío el 14). Mi tío nos habló de la locura de la guerra, a la que fueron sin saber que hacían, en la parte nacional, donde les había tocado. Lucharon, arriesgaron la vida, estuvieron cien veces al borde de la muerte. Así también Lakaba, era un hombre curtido en las batallas duras, que parecían a favor de la fe, pero que no lo eran, como confesó melancólicamente mi tío.

QUISO IR Y FUE HASTA CHINA

He encontrado los apuntes que tomé del libro de Labaka, pero sin el título del libro. Tengo casi una página dedicada a su misión en China, ante un continente inmenso. Allí descubrió que la fe es otra cosa, que no se defiende con armas… Descubrió que la fe es gracia y humanidad, que tenemos que aprender a escuchar a los otros. Aprendió a ser cristiano universal, en la China del futuro que empieza a recorrer un camino impresionante de lucha y de vida. Pero de allí le expulsaron tras seis años de misión (1947-1953).
Recuerdo que comenté con mi madre y mi tío (otra tía que venía andaba buscando flores y frutas por las estartas) la aventura del gran paso de minúsculo valle de Beizama a la inmensa China. Labaka llevó en su corazón todo el valle, y se hizo chino con los chinos, y cuando ya se había hecho le expulsaron.

EMPEZÓ DE NUEVO SU VIDA EN ECUADOR,

en el vicariato apostólico de Aguarico, junto a Sucumbíos, organizando la vida de la Provincia Capuchina y de la misión. Allí pasó de los millones y millones de chinos a los pocos miles de aucas y otras etnias de la selva amazónica, y descubrió de nuevo el paso de Dios, y la necesidad de cambiar de estrategia y de guerra. Supo que había hacerse “judío con los judíos, y griego con los griegos”, como dice Pablo… y había que hacerse auca con los aucas. Él, un hombre de Beizama y del mundo, quiso nacer de nuevo, como indígena de la selva amazónica.

En el concilio Vaticano II, unas palabras de Pablo VI

Como Vicario Apostólico (aunque sin estar ordenado de obispo) asistió al Vaticano II y aprendió a ver con los ojos de la Iglesia universal, para entender mejor a su grupos “tribales”, nativos, de la selva. Había que entrar en su mundo, de otra manera. Así escribió al Vaticano una carta pidiendo luz y consejo sobre se deseo “hacerse indígena con los indígenas”, con el peligro que eso implicaba. Los grandes Monseñores y Teólogos del Vaticano le respondieron con citas de teólogos antiguos, sin decirle nada claro. ¿Cómo van a entender hombres bien asentados en sus sedes lo que es vivir si casa, ni ropa, ni sede en la selva? Pero Pablo VI le miró a los ojos y le dijo: ¡Alejandro, adelante, no tenga Usted miedo!

INDÍGENA CON LOS INDÍGENAS, OBISPO DESNUDO

Y así comenzó la aventura más grande de Labaka, con la hermana Inés, con otros cristianos y cristianas que le acompañaron. Le hicieron de Aguarico y aceptó. Se dejó poner la mitras y los capisayos de ritual, cuando estaba en la sede de “criollos” semiblancos, en la catedral. Pero después, como había hecho antes, iba como obispo para pasar grandes temporadas con los diversos grupos étnicos, desnudándose con ellos, simplemente para estar, para aprender, para compartir.

Dejó la mitra en el camino, con el báculo rico

Dejó las botas y los fuertes pantalones

Dejó el breviario y la misa… Dejó todo, para vivir como indígena con los indígenas…

((Nota. Aquí venían mis conversaciones con mi madre: ¿Pero llevaría algo puesto, no? Yo le decía que pienso que sí, que llevaría un taparrabos… Mi madre seguía: ¡Pero es obligatorio rezar el breviario! Y mi tío, el fraile duro y amabílisimo, de la dura guerra, le decía: Carmen, si estás con los indígenas tienes que rezar con ellos, sus oraciones de la mañana, de la tarde)).

NO CONVIRTIÓ A LOS INDIOS, LOS INDIOS LE CONVIRTIERON A ÉL

No convirtió, no bautizó a ninguno, ni se lo propuso. Simplemente quiso vivir, aprender… Y de tal forma aprendió que ellos, los de un grupo tribal de Aguarico, le “bautizaron”: es decir, le aceptaron como hijo y hermano de la etnia, obispo “pagano”. Esta fue su mayor “conversión”…. Sólo después, más adelante, pasados los años, podría él también ofrecer su testimonio de persona, su evangelio….

HASTA QUE LLEGARON LAS PETROLERAS

Iba por buen camino A. Labaka, el obispo desnudo, y algunos otros cristianos, como la hermana Inés… aunque había por entonces (y hay todavía) un grupo de guerreros Tagaerí con los que no había entrado en contacto, que no querían relacionarse con el hombre blanco, destructor de su selva.

Llegaron las compañías petrolíferas y se encendió de rumores y luchas la selva. Labaka quiso actuar como mediador. Era obispo y tenía como tal mucho prestigio en Ecuador (país católico)… Se había hecho “indígena” y tenía capacidad de dialogar con los indígenas, aunque no con todos… Estaba en su sede cuando se encendió la selva y pidió que le llevaran, para hablar, para mediar, para salvar a los indígenas…

La hermana Inés fue con él

Fue con él en helicóptero, y les bajaron a un claro del bosque, con cuerdas… sin más armas que su corazón, sin más defensa que su fe en la vida de los hombres, en el Dios de todos los hombres.

Por lo que leí entonces, el helicóptero que les llevaba les dejo en un lugar de cruce de etnias y grupos enfrentados, y después se perdió y no pudo volver para ver lo que pasaba. Lo cierto es que Labaka e Inés Arango, signo de pura humanidad, signos de un Cristo encarnado, quedaron solos en la selva (sin más tesoro que su humanidad), esperando encontrar a los indígenas, para sentarse con ellos y hablar, hablar de humanidad. Pero llegó hasta ellos un grupo de guerreros Tagaeri, que no querían saber nada de invasores petroleros, ni de blancos enemigos… y simplemente, como es normal, les mataron ritualmente, con sus lanzas.

Así acaba, así empieza la historia de Inés Arango y de Alejandro Labaka. Seguiré hablando de ella porque tengo muchos apuntes del viejo libro (aunque no el libro; si alguien lo conoce me lo dice, no lo encuentro en internet… y mi buena madre regaló los dos ejemplares que tuve).

Seguiré hablando del tema en los próximos, porque ésta es la Iglesia más honda del siglo XX. Quiero hacer de nuevo un camino, antes de morir, un camino que me lleve de Beizama al río Aguarico, si es todavía posible. Hablaremos de ellos.

Mártires de la caridad por sus hermanos los indígenas

Siervos de Dios
Alejandro Labaka, Obispo,
e
Inés Arango, Virgen,

Mártires de la caridad por sus hermanos los indígenas
(21 julio 1987)


El día 21 de julio de 1987 fueron alanceados en la selva amazónica ecuatoriana Alejandro Labaka Ugarte (nacido en Beizama, Guipúzcoa, 1920), e Inés Arango Velásquez (nacida en Medellín, Colombia, 1937), los dos, misioneros de vocación, que fueron a los “pueblos escondidos”, todavía no contactados con nuestra civilización, “propter Evangelium” (“por el Evangelio”, así había escrito años atrás Mons. Labaka a Pablo VI). Querían llevar, en definitiva, el amor de Dios, que es: dignidad humana, promoción, revelación.

Al descender del helicóptero para entrar en la jungla, el Obispo se despojó de toda su ropa, mas no quedó “desnudo”, sino que, al estilo de los indígenas, llevaba el “cumi” de los varones; la misionera se descalzó y recogió su velo de consagrada en el bolsillo de su hábito-bata, dispuesta a servir con las mujeres.
18 lanzas guerreras, de más de tres metros, cosieron a la tierra el cuerpo del Obispo, cerca del bohío; con tres lanzas derribaron a la hermana junto a la puerta de la casa, atravesándole el cuello y el corazón. El Obispo tenía en su lema: “semina Verbi” (las semillas del Verbo, San Justino, Concilio Vaticano II).

Todos y cada uno de los Obispos del Ecuador firmaron en su día la petición de que se introdujera la Causa de canonización de estos testigos que representan una “nueva evangelización”. Así se hizo y son Siervos de Dios. Rescatados sus cuerpos, fueron sepultados en la Capilla-Catedral (techumbre de cinc) de la Iglesia santa de Aguarico (Ecuador).

En el Año Santo de la Redención (2000) se celebró ante el Coliseo Romano la memoria de los Testigos de la Fe del siglo XX, y se fueron escogiendo ejemplares significados de esa “Nube de Testigos” (Hb 12,1). Como representantes del grupo VII, “Cristianos que han dado su vida por amor de Cristo y de los hermanos en América”, se escogió a Alejandro e Inés, refiriendo su testimonio, y al “obispo Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Misionero Javeriano de Yarumal (Colombia), secuestrado por un grupo de guerrilleros, asesinado el 2 de octubre de 1989”. Se encendió la lámpara correspondiente y el Papa Juan Pablo II pronunció esta oración:

“Acuérdate, Padre de los pobres y de los marginados, de todos los que han dado testimonio de la verdad y de la caridad del Evangelio en América, hasta entregar el don de su propia vida: pastores celosos como el inolvidable arzobispo Óscar Romero, asesinado en el altar durante la celebración del sacrificio eucarístico, sacerdotes generosos, catequistas hombres y mujeres valientes, religiosos y religiosas fieles a su consagración, laicos comprometidos en el servicio de la paz y de la justicia, testigos de la fraternidad sin fronteras. Todos ellos han hecho resplandecer la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de justicia. Que sean saciados con la visión de tu rostro y que sean para nosotros testigos de la esperanza”.


La sangre de los mártires es gracia
(En espera del Día de la Glorificación
de Alejandro Labaka, Obispo y Mártir, y de Inés Arango, Virgen y Mártir)


La sangre de los mártires es gracia
que Dios ternura ha dado a nuestra Iglesia;
el Mártir del Calvario, Cristo vivo,
irradia así su amor y su belleza.

Loado mi Señor, por Alejandro,
tu Obispo, tu sonrisa y tu presencia;
y por Inés, tu Virgen consagrada,
llamada a ser valiente misionera.

Quisieron dar tu voz a los sin voz,
quisieron ser amor de toda entrega;
y Tú acogiste lo que Tú inspiraste:
su riesgo y muerte, flor de nuestra selva.

Los dos hicieron juntos el camino
de Encarnación amante sin violencia;
y hallaron las semillas que buscaban:
Jesús amaneciendo en esta tierra.

Que somos hijos ellos anunciaban,
que es Dios nuestra familia verdadera:
que tierra y pan el Padre nos ha dado,
que ser hermanos es nuestra tarea.

¡Honor y gloria a Ti, el Primogénito,
amor que todo amor desencadena;
honor y gratitud, Jesús amado:
en medio de nosotros vive y reina! Amén.

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

Nota. Como es sabido, no se puede dar culto a ningún santo o santa que no ha sido declarado como tal por la Iglesia; pero “privadamente” nos podemos encomendar a ellos y públicamente podemos pedir su glorificación. Para una información exhaustiva: RUFINO MARÍA GRÁNDEZ: Vida y martirio del Obispo Alejandro Labaka y de la Hermana Inés Arango. Ediciones Cicame. Vicariato Apostólico de Aguarico (Ecuador) 2009. 669 pp. + 12 pp. de fotos, 1313 notas. / Popular para jóvenes: ISABEL VALDIZÁN, Barro y vasija en la selva herida. Biografia de la Hna. Ines Arango. Cicame 2008). Desde hace unos años se celebra del 9 al 21 de julio la “Caminata con Alejandro e Inés”, recorriendo la selva en oración y coloquio en defensa de los derechos de los indígenas (Véase en Internet: Caminata)..

La Prefectura Apostólica del Aguarico


Los padres capuchinos regresaron al Ecuador en 1949, luego de la expulsión decretada en tiempos de Alfaro. En 1953 el Papa Pío XII creó la Prefectura Apostólica del Aguarico, separándola del Vicariato Apostólico del Napo y la encomendó a los Hermanos Menores capuchinos “ad nutum Sanctae sedis” y fue su primer Prefecto el padre Miguel Gamboa de Arrazu.

Desde el inicio además de la predicación de la fe se dedicaron a fundar escuelas, dispensarios médicos, talleres, centros ganaderos, piladora de arroz, planta de electricidad, aserraderos mecánicos, etc. En 1954 entraron las Misioneras Lauritas a colaborar en tan amplio campo de labor apostólica hasta su retiro por falta de personal en 1977. Este mismo año llegaron las Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia. Poco a poco los misioneros liberaron a los indígenas de la opresión de dueños de tierras y de comerciantes por medio de la instalación de tiendas comunales y del empleo de trabajadores con salarios justos, fundaron cooperativas y dieron formación artesanal. Organizaron comunas indígenas para evitar el robo de las tierras. La Prefectura fue elevada a Vicariato en 1984, y también allí la presencia de campos petrolíferos trajo complicaciones que los misioneros tuvieron que enfrentar con valentía y creatividad. Consecuencia de ello fue la muerte, el 21 de julio de 1987, de Mons. Alejandro Labaka y de la religiosa terciaria capuchina, Inés Arango que le acompañaba en el intento de iniciar contactos con grupos indígenas todavía alejados de la fe y molestados por las petroleras.

GONZÁLEZ, Antonio. Historia de las Misiones en Ecuador. CEE 2007.

Videos

Testimonio de Monseñor Labaka y la Hna. Inés Arango



Mons. Alejandro Labaka -1ra parte.wmv

Alejandro Labaca, Vicario de Aguaricó, e Inés Arango, misionera, en la selva ecuatoriana.

El 21 de julio de 1987, el obispo capuchino Alejandro Labaka y la hermana Inés Arango, dos misioneros en la Amazonia ecuatoriana, fueron matados por las lanzas de los nativos huaorani. Frente a la explotación de los recursos naturales de parte de las grandes compañías petroleras, el obispo había priorizado la vida de las personas y defendido con coraje los derechos de las minorías indígenas. Paradógicamente, los indígenas, que se sentían acorralados, mataron a los dos misioneros que les ofrecían su apoyo.

En 1966 «aparecieron» los últimos restos de un pueblo indígena, y les llamaron los tetetes. Al poco tiempo, estos pocos supervivientes volvieron a desaparecer selva adentro. Pero el padre Alejandro Labaka, responsable de los capuchinos que se habían encontrado con los tetetes, tomó en serio este hecho y reflexionó sobre dicha circuns-tancia: «La sociedad no suele preocuparse mucho de los pueblos pequeños, tienen otros problemas y se olvidan de la gente de la selva... pero los misioneros debemos creer en el Evangelio, allí Jesús dice que dejó las 99 ovejas para buscar una; los que son pocos tienen tanto valor como los muchos; Jesús se preocupó de los pequeños y abandonados. Así debemos hacer. Estas minorías indígenas son los más antiguos pobladores de Ecuador, son los verdaderos dueños de su país, los que estaban acá antes del Estado, muy anteriores a la República y a sus leyes, y debemos ayudar a que la sociedad los reconozca como los primeros ciudadanos, los respete, los ayude y los proteja».

Durante 25 años se dedicó al acercamiento con los huaorano (o aucas), aprendiendo a vestir, a comer, a vivir como ellos y a hablar su lengua, el huao. Llegó a ser conocido y querido por todos los grupos huaorani, todos menos uno: los tagairi, tribu irreductible que jamás había aceptado la intromisión de nadie en su territorio, que poco a poco se había visto acorralada y con menos territorio debido al trabajo de explotación de las compañías petrolíferas en la selva amazónica ecuatoriana. Precisamente por ello, monseñor Labaka se obsesionaba por compartir y ser aceptado por ellos. Además, realizó un trabajo de denuncia contra las compañías, instituciones y gobierno, constantemente cuestionados, en defensa de la vida y la cultura de los pueblos amazónicos.

En junio de 1987, un mes antes del asesinato-martirio el él y de la hermana Inés, pasan varios días conviviendo con otros grupos huaorani «para mantener los lazos de amistad». El 10 y 11 de julio vuelan sobre la casa tagairi descubierta poco antes, pero no encuentran a nadie. El día 17, después de arrojar unos regalos, encuentran a un grupo de ellos. Escribe: «Regresamos felices con los primeros signos de buena acogida». Esa misma tarde tiene una reunión con los altos representantes de Petrobrás (la compañía petrolera que estaba trabajando en la selva). No se sabe lo tratado en esa reunión, pero sí que el misionero salió preocupado y totalmente decidido a introducirse en el territorio de los tagairi. Quizás la compañía petrolera se mostró decidida a entrar inmediatamente en dicho territorio, dispuesta a todo para sojuzgar a los tagairi. Resolvió poner en peligro su vida como único medio para defender la vida del grupo indígena de los tagairi. Su plan sería el de convencerles de que cambiaran de lugar para evitar su exterminio.

Así, pocos días después, el 21 de julio, desde un helicóptero alquilado, logra bajar junto a la hermana Inés, en un claro del bosque, hacia el sur de Coca. El helicóptero debía volver una hora más tarde, pero se perdió en la selva, así que volvió al día siguiente. No encontraron a nadie, sólo divisaron los cadáveres delante de la casa... El misionero aragonés Javier Aznárez, sacerdote y médico, preparó los cadáveres y dijo que contó 160 orificios en el cuerpo de monseñor y 67 en el de la madre Inés. Lo que les hicieron no puede llamarse crueldad, aunque pueda parecerlo, sino que son ritos de los huaos, difícilmente explicables, donde participan hombres y niños, como si mataran a un jabalí, con sus lanzas con 20 centímetros de punta y dentadas, que desgarran el cuerpo por dentro.

Así fue todo: un día bajaron ambos en un claro de la selva, donde los indígenas estaban protegidos. Monseñor desciende primero y se despoja de sus ropas. Inés guarda en un bolsillo el paño que cubría su cabeza y se quita los zapatos. El helicóptero se aleja. Al día siguiente, al amanecer, monseñor yace sobre el tronco de un árbol derribado, con ochenta y cuatro lanzas taladrándole el cuerpo... y cerca de otros ochenta orificios en el cuerpo. Ella se halla sentada en la entrada de la casa de los indios, con veintiuna lanzas en su carne, nos hombros desencajados, los ojos en dirección al cadáver del obispo, la boca entreabierta. Hágase, Señor, tu voluntad. Alejandro quería de verdad a los indígenas y ese amor fue tan grande como para llevarle a dar la vida por ellos. Siempre fue consciente del peligro de vida que implicaba esta difícil misión.

En 1965, su presencia en el Concilio Vaticano II le pareció circunstancia privilegiada y providencial para presentar a Pablo VI, con toda confianza, los temores que había manifestado a los superiores de la comunidad: «Tengo en la prefectura grupos esquivos y salvajes, conocidos con el nombre de aucas, que matan a los que entran en sus dominios y hacen también incursiones hacia las partes civilizadas donde siembran el terror con sus muertes». Quiso que el Papa se pronunciara sobre este acercamiento difícil y peligroso...

Con carta de la secretaría de Estado se le contestó que su iniciativa respondía al «bien del Evangelio», pero lo que más significó para él fueron las palabras de Pablo VI en noviembre del 65: con una alentadora sonrisa le dijo «¡Ánimo, ánimo!» refiriéndose a su trabajo con los huaorani. Estaba poniendo sobre el tapete la cuestión de qué es más importante, qué es prioritario: la vida de unas personas o la explotación de unos recursos naturales. Para monseñor fue de absoluta prioridad la vida de los indígenas, y por eso se le puede considerar con toda verdad mártir de la defensa de la vida y la cultura indígena. Esto parecía entonces una locura, pero desde su muerte, sus palabras, su esfuerzo y su muerte han abierto un camino.

Muere como huaorani, en defensa de los huaorani, matado por los huaorani, tendido como enemigo, confundido con sus enemigos...

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Alejandro e Ines

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EVANGELIZACIÓN. LA VOCACIÓN FRANCISCANA ES MISIONERA


La llamada evangélica es, desde el principio, para todo cristiano vocación misionera. Ir, estar con el Señor y ser enviados son una única realidad (cf. Mc 3, 1), elementos quizás distintos en el tiempo pero implícitos y contenidos en la invitación a seguir a Jesucristo. La llamada es única: no es justo pensar que la misionariedad es la última etapa de un largo camino; es, más bien, la perspectiva que hay que tener en cuenta desde el principio.

No nos formamos «en un lugar cerrado» para luego «salir» a campo abierto; como dice un biblista, «llamar, en el uso evangélico, es también participar activamente en la misión» (B. Maggioni). «Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede retenerlo sólo para sí, debe anunciarlo» (NMI 40b). Por eso, la misionariedad, el ir por el mundo es cuestión de fe viva y «el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros» (RM 11c).

Además, la evangelización responde a la lógica del Reino, más que a las necesidades de los destinatarios o a cualquier otra necesidad (cf. Mt 10, 1-5, donde se identifican la llamada y la misión). Y el Reino no puede ser clasificado o delimitado según los destinatarios, lejanos o cercanos (no es la descristianización la que nos envía en misión), según los tiempos (primero los cercanos y luego los lejanos), según los lugares (primero en las iglesias y luego en las casas o por los caminos), según las necesidades de nuestra «propia casa» o de otros pueblos.

El anuncio, el ir, es la dimensión fundamental y permanente de la evangelización, la lógica del Reino, el paradigma de toda forma de misión. El primer anuncio, la segunda evangelización y la pastoral ordinaria (cf. RM 33) responden al único envío y constituyen la misma misión: son tres dimensiones o tres modos estrechamente unidos en el tiempo y en el espacio, como fue única la misión de Jesús en las sinagogas, en las casas, por los caminos, con los justos y con los pecadores. Estamos invitados, en todas partes y siempre, a anunciar, a exhortar, a renovar y consolidar la fe a fin de ganar nuevos discípulos para el Evangelio y fortalecer a quienes ya siguen a Jesús.

Para Francisco, la evangelización es la expresión del encuentro con Cristo (1 Cel 22). Para él, vocación y misión coinciden (LM 4, 2), tanto en sus primeros años como después de la crisis «contemplativa» y al final de su vida.


Evangelizar en fraternidad

«Marchen, queridos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz y la penitencia para remisión de los pecados» (1 Cel 29a). Francisco no envía nunca a un hermano solo por el mundo. La fraternidad y la comunión son el punto de partida y el corazón de la misión franciscana.
La fraternidad tiene una identidad teocéntrica y una dimensión profética y misionera, pues:
- en su origen, remite a la paternidad de Dios:
- en su construcción diaria, se realiza en el desprendimiento de uno mismo y en el seguimiento como único punto de referencia;
- en su visión profética, expresa el Reino presente y actuante en medio de nosotros;
- en su dimensión misionera, el Señor nos envía a «su viña» como testigos de reconciliación entre nosotros y con el Padre para la edificación de su Reino.

La Fraternidad-en-misión es libre y liberadora: es enviada al mundo entero con el corazón fijo en Dios. Las mismas estructuras se vuelven signos y senderos de un itinerario expedito que eleva el hombre a Dios. La tensión dinámica y constructiva entre los valores y las estructuras acompaña nuestra existencia individual y comunitaria a lo largo de toda la peregrinación terrena, hasta el día de nuestra muerte: no existen valores sin estructuras, ni deberían existir estructuras sin referencia a los valores vividos en la vida de cada día.

Cuando, en junio de 1219, encuentra Francisco en Damieta al sultán Malik-Al-Kamil, vive una experiencia imprevisible e iluminadora (cf. Jacobo de Vitry, Carta 4; 1 Cel 57; LM 9, 7-9). Sin proclamar una cruzada, Francisco se presenta como enviado del «Dios altísimo», se declara «cristiano» y anuncia su fe; progresivamente descubre en el Sultán a un «místico» y a un hermano en la «fe» en el único Dios; el Sultán, a su vez, descubre en Francisco a un «hombre cortés» y creyente. En Damieta aconteció el milagro del encuentro de dos personas muy distintas, un encuentro que tuvo lugar «en la orilla del otro», en el respeto de la diversidad, en el diálogo cortés, en el amor gratuito. Francisco experimentó y descubrió un modo diverso de llevar a cabo la misión, cuyo eco y espíritu aparece en el capítulo 16 de la Regla no bulada, de 1221.

En Damieta Francisco experimentó la reciprocidad. Acogió cuanto vio de positivo en el Sultán y regresó a Asís con un profundo respeto a los sarracenos, a quienes había conocido como creyentes. Francisco nos muestra otro aspecto maravilloso y actual de la evangelización: la misión es escucha y comunicación, es vivir con los otros, es elegir abrir los ojos a la realidad ajena, es creer que el Reino de Dios está ya en torno a nosotros, en profundidad, en todas las personas, incluso en las no cristianas (cf. 1 Cel 82); la misión es dar y recibir a la vez.

En el campo del diálogo, el franciscanismo tiene una palabra que decir y, sobre todo, un ejemplo y un testimonio que ofrecer. De hecho, la figura, la experiencia y la propuesta de Francisco son un mensaje cuya validez es aceptada y reconocida por los miembros de muchas confesiones y religiones distintas. Francisco es un hombre de diálogo universal por su experiencia evangélica radical, por su amor a la Palabra de Dios, que operó en él una continua conversión: todo esto hizo de Francisco un hombre nuevo que recobró el equilibrio de las relaciones con Dios, con los hombres y con la creación y al que todos pueden mirar con esperanza. Por eso, el franciscano es, por vocación, un hombre de diálogo.

Crónica Waorani

Son las notas personales de Alejandro Labaka. Aquí se encuentran sus vivencias misioneras más importantes. Él las redactaba después de cada viaje. Estos escritos los inició para compartir con sus hermanos. Algunos se encuentran publicados en el OPI. Leer ¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

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