Desde Albacete a Aguarico - Iglesia Catedral de Coca - no había esta tarde más distancia que la sangre de Cristo. Y a la hora en que allí probablemente no había terminado aún el funeral, nosotros empezábamos, a las 8 de la tarde - las 13 h de allí, nuestra Eucaristía. Debajo del crucifijo que preside la capilla, habíamos colocado una fotografía tomada del periódico (El País), la estampa capuchina del P. Alejandro Labaka, primer obispo de la Iglesia santa de Aguarico. De la Hna. Inés Arango, no teníamos un retrato, pero guardo en mi celda -y a partir de ahora será reliquia- la diapositiva con ella bogando en el Napo rumbo a Rocafuerte. Inés tenía una cara luminosa y una sonrisa limpia.
Yo no sé lo que habrán dicho esta tarde - mediodía- los obispos ecuatorianos congregados en la selva junto al Napo y el Coca. Los pensamientos que rondaban por mi cabeza nos los han puesto en evidencia las lecturas de nuestra liturgia votiva: Fil. 3,7-16 y Jn 10,11-16. Todo es pérdida ante Jesús ..., comulgar en su resurrección..., el buen pastor de la vida por sus ovejas, no las abandona con o el asalariado.
Estaban pues, en la Eucaristía Jesús Crucificado y a su lado dos discípulos, Alejandro e Inés. Han muerto. No son los primeros que han caído bajo las lanzas de los indios. Allí en la Misión hay lanzas de chonta que ya fueron enrojecidas con sangre humana. Pero estos dos nombres de hoy -viejos nombres del martirologio cristiano- eran los dos nombres de amigos de los indios. Desde ahora Alejandro e Inés, mártires, se llamarán "amigos de los Huaorani".
Mártires, acabo de escribir junto a la ventana en esta noche manchega. Mártires. Nada se de las circunstancias, prudentes o temerarias, de ese nuevo ingreso en la selva, fuera de lo que los periódicos han dicho y de lo que hoy, al saberlo, he hablado por teléfono con la Provincia. (Gracias de corazón al hermano de una fraternidad que ha tenido la feliz ocurrencia de llamarme)
Podría haber ocurrido que su viaje haya sido excesivamente temerario. No importa. Podría también que los indios hayan matado por equivocación, apuntando n a los amigos sino a los invasores. No importa. Mártires, porque la oblación de ambos corazones era total.
El obispo Alejandro que había tomado para su escudo aquello de San Ireneo "Semina Verbi", consigna muy querida del Concilio, aunque apreciaba increíblemente la cultura natural de los indios, los quería para Jesús. Y era emocionante oírle contar su primer encuentro con ellos, testigo el crucifijo. Pienso que la Virgen Inés compartiría los mismos sentimientos. Por eso su muerte - cuya intención sanguinaria quizá estaba fuera de órbita de los indios - desde la conciencia personal era una oblación de martirio.
Pero esta muerte-martirio tiene su faceta sorprendente y extraordinariamente amable. Y es que a los dos mensajeros les han matado justamente sus amigos, aquellos que un día bailaron junto a sus tumbas dando gracias. Los nombres de Alejandro e Inés serán benditos un día en boca de los indios. Yo no se si algunos Huaorani habrán podido salir hoy al funeral - Araba y su mujer, Pava e Inigua..., si han salido habrán llorado porque su capitán ha muerto..., y han matado al capitán e Inés sin saberlo... Lo que los misioneros buscaban no era otra cosa sino aquello por lo que los indios tiraban mortalmente sus lanzas. Esto nos hace pensar en Jesús, matado por los amigos, por aquellos a quienes él, a pesar de todo, consideró amigos.
Ha muerto a lanzadas el primer obispo de Aguarico; junto a él, servidora de la misma causa, una mujer consagrada. Una historia de esta semana extraordinariamente bella para los anales de la Iglesia. Pues ¿no es una inmensa bendición que una Iglesia tenga a su primer Obispo mártir y mártir junto a una mujer, como flor fragante y primicia de todas las consagradas que en la Iglesia de Aguarico están anunciando a Jesús?
¡Qué bien regada se ha quedado esa tierra! ¡Bendita sea!.
Fr. Rufino María Grández
0 comentarios:
Publicar un comentario