Testigo directo aquellos días de sus muertes

Estoy recordando a Alejandro, también a Inés. Vivía con él, en la misma casa, sentados cada día a la misma mesa al desayunar, comer o merendar. Inés, que por años había vivido en Rocafuerte, recién ese año (1986-1987) fue traslada a Coca. Yo era el párroco de esa pequeña ciudad. Fue primero el 20, al amanecer, en seguida de las 5, llevé a Alejandro e Inés al Km. 50 de la Vía Auca, al Campamento de la CGG (Compagnie Générale de Géophysique). De ahí en helicóptero tenían que despegar para ir al encuentro del grupo desconocido de los Tagaeri como a media hora de vuelo. Estaba nublado. Después de una larga espera se decidió postergar el viaje para el día siguiente. Así lo hicimos. El 21 de julio, a la misma hora. Como a las 10 de la mañana partió el helicóptero y los misioneros se deslizaron hasta el suelo con una piola accionada por una sencilla wincha. Consigo llevaban unos sencillos regalos útiles para la vida en la selva y algunas cositas para compartir y comer juntos.

Volvimos al día siguiente. Habíamos quedado en ello. Alejandro iba a preparar el lugar de aterrizaje para que el diminuto helicóptero pudiera bajar y posarse. En él iba yo con la ilusión de llegar, bajar, saludar, darme a conocer, hacerme amigo y guardar en fotos para siempre el momento histórico del encuentro. 

Fue todo lo contrario. Llegamos y no encontramos la deseada espera y saludos de bienvenida. No había un alma en aquella diminuta abertura de la selva. La casa, el bohío indio y a un lado divisamos el cuerpo desnudo de Alejandro sobre el suelo con brazos y piernas bien abiertos. Se veían también las lanzas en su cuerpo. También el cuerpito de Inés junto a la puerta de casa, inmóvil, apoyada en un tronco. Dejamos las cámaras en el asiento. Ni una foto se sacó. Dos vueltas más en derredor y en silencio volvimos al Campamento, y yo a casa, a Coca, también en helicóptero, a comunicar los hechos. 

Tres horas más tarde volvíamos a rescatar los cuerpos. Ahora eran 3 los helicópteros. Dos de la Compañía y uno de la Brigada de Selva XIX Napo asentada en Coca. José Miguel venía conmigo, y a él le tocó llegarse hasta los cuerpos, quitarles las lanzas, envolverlos en un plástico verde, y los que quedamos en el helicóptero jalarlos hasta arriba. ¿Los Tagaeri nos estarían viendo desde la espesura de la selva?. Lamentablemente nuestro helicóptero al acercarse con la fuerza del viento levantada con sus aspas derribó la casita de ramas y hoja toquilla de los Tagaeri. Con los cuerpos de nuestros hermanos misioneros nos volvimos a casa.

Todo se había acabado. Nos quedamos desechos. Todo se había terminado. Los dos –Alejandro e Inés-llevaban años con los indios huaorani, y estos los Tagaeri, eran vecinos suyos todavía sin contactar, pero iguales a ellos. ¡Cuánta ilusión, desvelos, trabajos, tiempo, esperando esta ocasión! Salió mal, muy mal. Murieron en el primer intento. Los velamos. Dos días. Esperamos que llegase la gente, entre ellos los Obispos, hermanos de Alejandro Obispo también, y la Hna. Provincial de Inés. 

Me acuerdo de Jesús. Aquellos también se quedaron desechos, sin consuelo. En silencio. En sus casas. Hasta que llegó el domingo y comenzaron a correr las noticias. ¡Vive…! “Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. 

Las Hermanas encontraron una hojita de cuaderno en la mesita la habitación de Inés. “En caso de muerte… Con el dinero se hará así… lo que quede que sea para aucas y pobres. Si muero me voy feliz y ojalá nadie sepa nada de mi. No busco nombre ni fama. Dios lo sabe. Siempre con todos. Inés. “ Todo escrito con tinta de bolígrafo, de esfero. 

Y fue al final de la misa, en las condolencias que se manifestaron, cuando un profesor de la escuela fiscal Presidente Tamayo proclama que han muerto unos mártires. 

Y no tarda en llegar el tesoro que durante 40 años ha guardado Felisa, la hermanita de Alejandro. Ha conservado la carta que Alejandro al marchar a China el año 1947 y después de haber despedido a la Virgen del Pilar en su Santuario de Zaragoza, le escribe: “… a la Virgen le he pedido la gracia del martirio, si soy digno de ella. Ruega tú también para que se me conceda esta gracia.” Y Felisa nos entregó esa carta. Así pues… Alejandro e Inés viven. “Siempre con todos”. “… se me conceda la gracia del martirio…” 

Para celebrar el aniversario, como otros años, éste también ha salido desde Quito a Coca, 350 kilómetros de recorrido, la peregrinación a la tumba de estos santos y mártires, hermanos nuestros y misioneros en la selva amazónica. “Arriesgar la vida por el Evangelio” es el lema de la Caminata de este año, recogiendo el título que el biógrafo de Alejandro e Inés dio a su primer libro sobre ellos, el P. Rufino María Grández, mi hermano de sangre. 

Se abrió el proceso diocesano de canonización en la Iglesia de Aguarico y hace dos años, una vez cerrado el mismo, se envió toda la documentación a la Congregación paralas Causas de los Santos en el Vaticano. Esperamos que un día la Iglesia, terminado el análisis respectivo, incluya también a estos dos misioneros de esta Iglesia pequeñita, que es la Iglesia de Aguarico, en el santoral de la misma. Que el Señor nos conceda verlo en vida. 

Roque Grández, capuchino. 
Julio 19 de 2012.