Una de las experiencias que más me han impactado en la vida de Alejandro Labaka es su capacidad para enfrentar los problemas y dificultades conservando intactos sus valores esenciales. Seguro que a lo largo de su vida, llena de variadas responsabilidades, este hecho se podrá constatar repetidamente, pero a mí personalmente me impactó una situación concreta durante su presencia en Aguarico.

En 1969 yo me encontraba aún en España, soñando en una vida misionera irrealizable por el momento, cuando alguien me informó sobre problemas humanos existentes en la Misión. Alejandro, entonces Prefecto Apostólico, pedía a sus superiores de la Provincia, y a través de ellos a la Santa Sede, que le permitieran dejar sus responsabilidades eclesiales. Con expresiones que manifestaban profundo sufrimiento y un cierto sentimiento de culpabilidad, comunicaba que los graves problemas de armonía entre los misioneros y él mismo no desaparecerían hasta que fuera relevado de su puesto. Quien tenía estas confidencias conmigo ponderaba cuán grave debía ser la situación para que un hombre de la reciedumbre humana de Alejandro pudiera expresarse en estos términos.

Yo llegué a Aguarico en abril de 1970. Las aguas se habían calmado y Mons. Alejandro Labaca continuaba con total normalidad el ejercicio de su actividad pastoral dentro de aquella Iglesia Local. En junio de ese mismo año se nombraba un nuevo Prefecto Apostólico en la persona de Jesús Langarica, precisamente cuando Alejandro realizaba una gira pastoral por el río Aguarico, En aquellas fechas él dejaba sus responsabilidades, pero mantenía su presencia como un misionero de a pie en aquellas tierras hacia las que se sentía tan atraído. Marcharía unos meses a Norteamérica, merecido descanso que él emplearía en perfeccionar su inglés, después sería nombrado rector del Colegio de secundaría de Coca, y a los pocos años sería destinado a Nuevo Rocafuerte, donde le encontraría la llamada de la Compañía CGG, cuyo centro de operaciones estaba en Pañacocha, par iniciar, esta vez con éxito, sus primeros contactos con el mundo Huaorani.

Siempre me ha llamado poderosamente la atención esta forma de reaccionar ante la adversidad. Todos hubiéramos comprendido una salida definitiva de Aguarico, ante la problemática planteada y el cese de sus responsabilidades al frente de aquella Iglesia amazónica. Pero, no. El dejaba un puesto, porque había llegado a la conclusión que era la actitud que más beneficiaría a todos. Pero seguía ligado a los hermanos y las gentes amazónicas y quería continuar en la brecha, conviviendo con todos, en completa armonía, con total dedicación, como una persona más en el engranaje de una comunidad cristiana que trata de vivir su fe en las fronteras mismas de la vida misionera.

Alejandro puede definirse como una recia personalidad, de fuertes y sólidas convicciones, capaz de soportar el peso de decisiones que no todos tienen posibilidad de comprender, siempre tras un verdadero esfuerzo por entender los puntos de vista de quienes piensan y juzgan de otra forma los mismos hechos y las mismas situaciones. Cederá en muchas cosas, pero será firme en aquello que cree depender de forma importante de su personal responsabilidad. Daba, a veces, una falsa imagen de inflexibilidad y de cierta arrogancia. Pero tras esa fachada, era enormemente respetuoso con las personas y se sentía hermano verdadero de sus hermanos misioneros.

Este talante humano se ha mostrado de forma muy particular en su lucha por el pueblo Huaorani. Su particular manera de encarnarse en su cultura, hasta niveles que pocos pueden imitar, conservando, sin embargo, una verdadera libertad a la hora de compartir con ellos criterios y normas de conducta, indican flexibilidad y firmeza, entrega y claridad de ideas. Su permanente y constante combate a favor de los derechos de esta minoría étnica frente al poder y la soberbia de los poderes reales del país es la otra faceta de esta lucha sin cuartel. Todo con suavidad, todo con exquisita diplomacia, pero siempre con una tenacidad que pocos pueden igualar.


Manuel Amunárriz