Se cumple en la vida y en la
obra, la única obra, de Alejandro Labaka, la Crónica
huaorani, el supuesto básico de toda teología: que a la reflexión teológica
le precede, como acto primero, la entrega al débil. Así ha sido en la vida de
Jesús y en la de tantos otros: “el compromiso con los pobres es el ‘acto
primero’; la teología, ‘acto segundo’”, dice J. Lois (La teología de la liberación, p.278). Volcarse sobre las páginas de
la Crónica en asomarse al hermoso horizonte y al profundo abismo de un ‘acto
primero”. Por eso, es preciso acercarse a ella como Moisés a la zarza,
descalzos, porque ahí habita lo sagrado, en la entrega arde la zarza, por eso
es suelo sagrado. No hay que olvidar esta perspectiva inicial para que la
reflexión no sea una vacuidad.
Releyendo, veinticinco años
después de su publicación, la Crónica
Huaorani de Alejandro Labaka, se comprueba, página tras página, que, además
de estar ante un documento excepcional, se halla uno delante de un verdadero
tratado de evangelización en la línea más actual de la moderna teología. Es muy
fácil percibir que, por encima de anécdotas, de aventuras, de observaciones
personales, es un teólogo, un creador de doctrina teológica, quien anota los
variados trabajos por el Reino que él y sus compañeros, religiosos, religiosas
y laicos que asumieron los trabajos con los huaoranis como “obra de todos” (Crónica 156), llevaron esos años
navegando por el río Yasuní, seis largos viajes por sus aguas, y volando en
veinte viajes en helicóptero sobre el verde y tupido techo de la selva
amazónica.
Se puede decir, sin temor a
equivocarse que la Crónica es un
libro fundacional, no un libro
cualquiera. Un libro fundacional es aquel que pone las bases, los fundamentos,
a una experiencia humana de trascendencia y calado para el devenir histórico de
una comunidad. Así es la Crónica. No
imaginaba Labaka que cuando tomaba apuntes en sus viajes en la misma barca que
surcaba el Yasuní (así lo vemos en algunas fotos), aquellos apuntes iban a
constituir la base de actuación no solamente con las minorías indígenas,
contactadas o no, sino la orientación espiritual de la misión del Coca y, de
algún modo, una cierta línea de actuación social y política en esa zona del
oriente ecuatoriano. No queremos hacer comparaciones insensatas, pero, del
mismo modo que el Evangelio es el libro fundacional por antonomasia para las
comunidades cristianas en general, para las comunidades del oriente
ecuatoriano, junto al Evangelio, se coloca también, aunque fuere en distinto
nivel, la Crónica de Labaka. Tal vez
pueda sonar a exageración. Pero volvemos a decir que la obra de Labaka refleja
el “primer acto” de la entrega por el Reino y por la persona, como lo fue en el
caso de Jesús. Por eso, de algún modo, pueden equipararse.
En su estupenda afición por dejar
blanco sobre negro sus impresiones misioneras, Alejandro Labaka hará a veces
“apuntes de misionología”, como él llama a veces con un deje de ironía (Crónica 54).Y lo son. Porque sus
lecciones están asentadas sobre sus trabajos de campo, no sobre teorías
elaboradas fuera de la realidad. La suya es una misionología práctica, in actu. ¿Es que podría ser de otro modo
la verdadera evangelización? ¿No ha hecho lo mismo toda la tradición misionera
de la Iglesia desde Pablo de Tarso hasta el último de los misioneros y misioneras
caídos en el surco? No en vano recurre Alejandro Labaka con frecuencia a la
figura de Pablo para tratar de entender y de entenderse en su manera de
evangelizar, sobre todo en temas espinosos como el de la “desnudez” del que
luego se hablará (Crónica 78-79).
Puede parecer excesivo, pero su misión y la de Pablo son más que próximas, son
hermanas: misión para minorías, misión de medios pobres, misión de presencia
más que de doctrina.
Desde ahí se puede entender, lo
adelantamos, que, a nuestro modo de ver, el concepto clave del hacer
evangelizador de Alejandro sea el de integración,
desde la simple defensa de los derechos humanos de los huao (Crónica
24. 154-155. 183) y desde el anhelo de hacer parte de una familia huaorani (Crónica 76-78). Esa ha sido su preocupación,
ése su trabajo, ése su logro y los diversos y duros precios pagados por ello,
su muerte incluida. Esa misión “desde dentro”, desde los parámetros mismos en
los que vive el pueblo huao es lo que más cautiva en la figura y en los
escritos de Alejandro Labaka. ¿Puede un europeo, un obispo, ser “uno de tantos”
entre los indios de la amazonía? La empresa no parece ser, ciertamente, fácil.
Pero Labaka ha logrado, en ideas y en hechos, aproximarse notablemente al
objetivo. Tanto o más que la rúbrica de su muerte entregada, es este continuo
trabajo de inserción el que da garantía de verdad a sus escritos. Leerlos desde
ahí es quedar sobrecogido por la capacidad de entrega y de entusiasmo de quien
escribe las páginas de la Crónica. Y
a fuer de sinceros, es preciso reconocer que similar valor tuvieron y tienen
los que fueron sus compañeros y compañeras de trabajos evangélicos, aunque sea
ahora la figura de Alejandro la que comentemos (Crónica 75-76.90.224).
La Crónica hoy
sigue siendo un testimonio válido y un verdadero libro de aprendizaje. Si
estudiamos este texto no es tanto para ensalzar su la figura personal de este
hermano, obispo y mártir, sino para aprender de quienes “han arriesgado la vida
por Evangelio” (R. Grández, Arriesgar la
vida). Su riesgo alienta a quienes son más temerosos y mediocres. Porque es
cierto que “Nadie recorrería las sendas del pasado, si no subyaciese a ese
recorrido el irrefrenable deseo de reconocer, en él, todas aquellas semejanzas
que nos llevan a entender nuestra situación y a aprender de otras experiencias”
(E. Lledó, El silencio, p.30). Por
eso, escritos como la Crónica, más
allá de su modestia y aun de su actual desconocimiento, son un enorme beneficio
a la Iglesia de hoy e incluso a la sociedad.
1. Las raíces de la evangelización de Alejandro Labaka
Antes de entrar al sistema
espiritual que nos brinda la Crónica,
queremos rastrear, siquiera brevemente, en las raíces de las que luego se
alimentará la visión evangelizadora de Alejandro. Toda persona depende mucho de
sus esquemas básicos, de su “disco duro”. Él, sin duda, tenía el suyo. Y aunque
sea labor harto compleja desvelar esas sutiles conexiones, permítasenos, hacer
un intento de comprensión y de análisis.
a) Su formación en la trinchera
La biografía de Alejandro deja
ver que la suya ha sido una formación en la trinchera, no escolar. A sus 27
años, el 28 de abril de 1947, es ya enviado a la lejana misión de China, al
Kansu, a la que se iba de por vida,
aunque, a los pocos años, el 4 de febrero de 1953, fuera expulsado por el
régimen de Mao. En esos seis años en “la misión más pobre de China” se curte,
sin duda, el joven misionero de Beizama. Con el tiempo, en junio de 1984, Labaka hará un viaje a la tierra de su
“primer amor misionero” (R. Grández, Vida
y martirio, p.437). La misión en
China tuvo un fuerte componente de inserción y de creación de Iglesia: en pocos
años, el Obispo capuchino Mons. Ignacio Larrañaga ordenó doce sacerdotes
diocesanos. Se quería dejar una diócesis, una iglesia local, y en parte se
consiguió. No nos ha de extrañar que Alejandro sueñe nada menos con la posibilidad
de que de los jóvenes huao pueda surgir un sacerdote que el día de mañana
evangelice al pueblo huaorani. Por eso, habla de esta zona del Ecuador, huaos
incluidos, como de una “iglesia local”, no tanto como de una “misión”:
“Al día
siguiente, todo este mundo misterioso me hizo sentir la presencia de Dios en la
historia del pueblo Huaorani, y, en un momento fuerte de unión con El,
arrodillado en la canoa solitaria e identificado con el pueblo Huaorani, adorarle
en su historia, alabarle por todas las maravillas y pedirle nominalmente por
todos y cada uno de los que componen este respetable resto. Al pedir que se dignara
escoger a uno de los jóvenes para sacerdote que lleve a su plenitud esta pequeña
iglesia local, sentí que mi fe no era suficientemente confiada y dije a Cristo
que El lo pidiera al Padre. Esto sí, será seguro” (Crónica 234).
“Estamos bien atendidos, con
generosa hospitalidad, pero ¡qué mañanas tan largas! La vocación se madura en
el estudio comunitario de la lengua Huaorani, la oración y la observación real
del mundo del petróleo” (Cronica 184).
b) Su visión holística de la realidad
Es la visión integradora del
hecho creacional que no distingue entre ideología y personas, entre creaturas y
hecho creyente, entre realidades dispares y contrapuestas (Crónica 88-89.173). Esta visión global es la que se logra con una
mirada ahondada de la realidad y de la persona. Da la impresión que Alejandro
ha logrado esta difícil síntesis. Ha logrado integrar las fuerzas cósmicas,
aunque estas sean, a veces, adversas. Ha logrado ver los valores saludables de
otros tipos de vida. Ha permanecido en el deslumbramiento de una naturaleza
lujuriante, aunque tenga un lado indudablemente hostil. Ha disfrutado de la
sencilla taza de chucula caliente ofrecida por su madre Pahua (Crónica 180) y del canto como elemento
festivo y comunicativo (Crónica 52).
Tienen particular encanto las noches pasadas en las casas huaorani (Crónica 80). Ahí aparece nítida esa
visión holística de quien vive integrado en su realidad haciéndose uno con ella
sin esfuerzo, con gozo y disfrute:
“La noche
estuvo muy animada con relatos, cuentos y gritos. Esta noche tomó muchas veces
la palabra Buganey, ora refiriendo los acontecimientos del día, ora otros
relatos que no acertaba a distinguir, pero que todos escuchaban con mucha
atención, celebrando a veces alborozados sus gracias. A media noche, por la madrugada
y al amanecer entonó y cantó las letanías con su esposo Ompura. También me
invitaron a cantar e intenté aprovechar cada oportunidad para hacer de mi canto
una oración” (Crónica 66)
Podemos decir que su manera de
hacer misión ha sido en un estado permanente de poesía, de ecología, como diría
Casaldáliga. Puede parecer que esto sea algo que no se puede atrapar, de
perfiles desleídos, pero sin duda que es una realidad que subyace al hacer
evangelizador de Labaka. El lirismo franciscano brota aquí imparable.
c) Ecumenismo vital
Sin ninguna duda que esta
itinerancia mundial y este espíritu que sabe confraternizar con todo han
llevado a Labaka al cultivo del ecumenismo como un valor de vida, no solamente
como una estrategia que hace de la necesidad virtud, de una especie de ecumenismo vital que le ha abocado a
poder entenderse con instancias que tenían otros intereses: las petroleras que,
en el fondo buscaban la ganancia por encima de todo (Crónica 183); el Instituto Lingüístico de Verano que, más allá de
su misionerismo proselitista, parece que tenía oscuras connivencias con
empresas de explotación turística, con el ejército, con otras instituciones
políticas (Crónica 98-99). Un
ecumenismo que tiene siempre como denominador común y como anhelo mejor
guardado el beneficio de los huaorani.
Este ecumenismo es altamente
delicado pues, como luego diremos, nada más lejos de la obra evangelizadora de
estos capuchinos que la imposición del hecho religioso del hecho cultural o
religioso. Es una constante en Alejandro la certeza de que el pueblo huao ha de
ser respetado totalmente en su idiosincrasia (Crónica 155) y las decisiones y hasta los permisos para explotar la
selva habrían ser otorgados por ellos mismos que son sus dueños (Crónica 24).
La misma delicadeza, y más si
cabe, ha tenido en el trato con los mismos huaoranis. Son dignos de análisis
los textos en los que Alejandro inquiere sobre la realidad del Dios creador
para saber algo de la visión que de ese hecho profundo tienen los huaorani.
Siempre se hace en modo delicado y respetuoso (Crónica 82):
“Y ya que sale
la cuestión religiosa, tengo que contar que hoy he recibido una lección muy provechosa,
porque todos se han empeñado en que pronuncie bien la palabra que tienen ellos
para indicar al Creador: Huinuni. La
‘nu’ no es para ellos como nuestra ‘nu’ sino que se pronuncia con los dientes
cerrados y tendiendo a un sonido nasal. Cai, esposo de Huiyacamo y padrastro de
Deta, me ha hecho otro gran descubrimiento, dándome a entender el alcance del
concepto que tienen del ‘Creador’, pues me ha explicado que él hizo la selva,
los ríos, los animales, y también al pueblo Huaorani, nombrándome, además,
otros varios pueblos” (Crónica 173;
ver también 142-144).
Este ecumenismo
vital ha tenido sus traducciones en una gozosa fraternidad con sus hermanos
misioneros de los que aprecia los detalles grandes y los pequeños (Crónica 116-117;149-151); en una visión
altamente positiva e igualitaria de las religiosas (Crónica 150-151; 177-178) y de los laicos que han hecho equipo con
él (Crónica 233); en un aprecio
incluso de las creaturas de la selva que le rodean ya que en ningún momento de
su Crónica encontraremos una palabra
de menosprecio de ninguno de los componentes del escenario de la selva, como su
distinta comida (Crónica 233).
d)
Su cortesía
Por alguna razón,
quizá por simple componente natural, pero lo cierto es que la Crónica rezuma cortesía. Incluso cuando
se advierte una cierta contrariedad en algunas relaciones de su trabajo
mediador, por ejemplo con las petroleras (Crónica
197-198), lo cierto es que nunca aparecen palabras hirientes en su escrito, más
bien todo lo contrario.
Además, el trato
dado a los indígenas, tanto a hombres como a mujeres, es de una exquisitez
absoluta. El tratamiento siempre es de Sra. o Srta. para las mujeres (Crónica 142.170-171.208-209); con los
hombres no les da ese tratamiento pero el respeto es total. Esto indica también
el modo respetuoso con el que se quiere hacer el acercamiento, la integración y
la evangelización a la que sin duda aspira. De alguna forma, casi tanto como a
su familia adoptiva, preció al viejo matrimonio de Nampahuoe y su señora Omare.
Cuando se sabe, por fin, que el anciano, aunque enfermo, vive, describe así su
alegría, propia de quien de verdad está interesado y, en definitiva, ama:
“Nampahuoe vive. Es el primer notición del viaje, que nos inunda de
alegría incontenible. De mil formas gráficas se esfuerzan los Huaorani en
darnos a entender que vive, aunque se halla postrado en su hamaca; que está
asistido por su solícita esposa Omare, y que Inhiua le visita periódicamente
para llevarle carne de cacería, especialmente mono chorongo ‘gata’” (Crónica 228-229).
e)
Sentido de aventura
Tanto Alejandro,
como no pocos de sus compañeros/as de misión, han tenido muy marcado el
componente de aventura y de riesgo a la hora de la evangelización. No es, ciertamente,
un modo aventurero de ser de película que hace del misionero un intrépido spidermann
de la selva. Es un riesgo asumido y una aventura que tiene un porqué: el riesgo
es por causa del Evangelio, ésa es su única motivación. Este riesgo se acentúa
en el tema de la presencia de religiosas en el grupo huao, cosa que ellos demandaban,
al parecer con interés (Crónica 150).
Para él las cosas en este delicado tema están claras:
“No quiero que nadie se aventure por las garantías que yo pueda
ofrecerle, sino porque ella misma se sienta llamada por Dios y por creer que
vale la pena arriesgar por el Evangelio” (Crónica
150-151).
Este riesgo por el
Evangelio procede de la prudencia pero también en parte del temor. Y, aunque
Alejandro nunca quiso forzar las circunstancias, éstas le dieron la razón a él.
Por eso no duda en afirmar:
“El Evangelio no crecerá lozano sin el calor de los riesgos sufridos
por los misioneros y misioneras por igual” (Crónica
165).
Más aún, piensa
con una cierta ingenuidad pero no sin verdad que este riesgo es el que podría
cautivar a los jóvenes y animarles a enfocar su vida a una tarea misionera que
les atraiga:
“Se adivina en los ojos de todos el regusto de que el Evangelio es una
aventura como para entusiasmar a los jóvenes de hoy” (Crónica 103).
2. Contextos eclesiales y sociales
Una mirada sobre acontecimientos
pasados desvela, con frecuencia, la evidencia de que estos se realizaron en el
marco de un microclima que los propició. En otro contexto, es no hubiera
ocurrido ni habrían surgido los actores que lo propiciaron. Eso es lo que parece
haber ocurrido en el caso de Alejandro Labaka. Y aunque no es fácil rastrear
esos contextos en la Crónica huaorani,
hay suficientes huellas como para poder elaborar pensamiento.
1) El Vaticano II
Fue, sin duda, el “gran contexto”
en que se enmarca la obra de Labaka. Él fue al Concilio en setiembre de 1965, a
su cuarta y última etapa. En la que se aprobaron 11 de los 16 documentos del
Concilio, entre ellos el Decreto Ad
gentes. Se volcó, al parecer en el tema de los derechos de las minorías.
Podemos decir que el gran logro
ideológico de Labaka reflejado en la Crónica
es el encuentro con la vieja expresión de san Justino, las Semina Verbi que el Concilio hace suya y que, como luego diremos, Labaka supera: “Familiarícense con sus tradiciones
religiosas nacionales y religiosas: descubran con gozo y respeto, las semillas del Verbo” (Ad gentes 11). Labaka reelabora este
concepto en unos modos vivenciales que superan la formulación conciliar y las
diversas utilizaciones que después han hecho de la expresión otros documentos
oficiales. Él va más lejos por ha ido más lejos en la vida. Los documentos,
siempre medidos y matizados, se quedan cortos; la vida se lanza a fondo tras un
ancho horizonte.
El dilema que plantea en la Crónica no es tanto en cuanto al
contenido espiritual de la intuición de las Semina
Verbi, sino en el modus operandi para lograr u verdadero descubrimiento:
“Cómo pasar de
los obsequios a la conversión personal y aceptación del Evangelio, que es el
camino más corto; o más bien, cómo dominar nuestras impaciencias inmediatistas
por una encarnación real en la vida del mundo Huao, hasta descubrir con ellos
las semillas del Verbo, escondidas en su cultura y en su vida, y por las que
Dios ha demostrado su infinito amor al pueblo Huaorani, dándole una oportunidad
de salvación en Cristo” (Crónica 151).
Se trata, pues, de abandonar
“caminos cortos” e “impaciencia inmediatistas” para tomar el camino más largo
de la “encarnación real”. Se trata de percibir las semillas del Verbo
escondidas en la cultura y en la vida de los Huao el amor de Dios demostrado al
pueblo huoarani. Por lo tanto, la pregunta a la que el Concilio le envida es a
la cultura y a la vida de los Huao. Ese fue el reto y así lo captó Labaka.
2) Río de Janeiro, Medellín, Puebla
La vida misionera de Alejandro
Labaka en Ecuador se enmarca en el tiempo de las tres primeras conferencias
episcopales del CELAM: Río de Janeiro en 1955; Medellín en 1968 y Puebla en
1979, la primera como simple misionero, la segunda como prefecto y la tercera
como obispo. Medellín
Fue un salto cualitativo. Irrumpieron los pobres, y en
ellos irrumpió Dios. Fue un hecho fundante que penetró en la fe de muchos y
configuró a la Iglesia. Sorprendentemente,
para la asamblea de obispos la prioridad no la tuvo la Iglesia en sí misma,
sino el mundo de pobres y víctimas, es decir la creación de Dios. Sus primeras
palabras proclaman la realidad del continente: “una pobreza masiva producto de
la injusticia”. Los obispos actuaron, ante todo, como seres humanos, y
dejaron hablar a la realidad que clamaba al cielo. Son los clamores que
Dios escuchó en el éxodo, le hicieron salir de sí mismo y entró decididamente
en la historia. De igual modo, con Medellín Dios entró en la historia
latinoamericana. Desde esa irrupción de los pobres, y de Dios en ellos, Medellín
pensó qué es ser Iglesia, cuál es su identidad y misión fundamental, y cuál
debe ser su modo de estar en un mundo de pobres. La respuesta fue “una iglesia
de los pobres”, semejante a la ilusión que tuvo Juan XXIII y el cardenal
Lercaro. En el concilio no prosperó, en Medellín sí. La Iglesia sintió
compasión por los oprimidos y decidió trabajar por su liberación. Por muchos,
con mayor o menor conciencia explícita, fue acogida como bendición. Por otros,
fue percibida, con razón, como grave peligro. En esa Iglesia soplaba el
Espíritu, el espíritu de Jesús y el espíritu de los pobres. Ese espíritu
inspiraba oración, liturgia, música, arte. Y también inspiraba homilías
proféticas, cartas pastorales lúcidas, textos teológicos de casa, no textos
simplemente importados que no habían pasado por el crisol de Medellín. En el centro de todo estaba el evangelio de
Jesús. Lucas 4, 16: “He venido a anunciar la buena noticia a los pobres, a
liberar a los cautivos”. Mateo 25, 36-41: “Tuve hambre y me disteis de comer”.
Juan 15, 13: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por los hermanos”. Y
Jesús de Nazaret, el crucificado resucitado, Hechos 2, 23: “A quien disteris
muerte Dios le devolvió a la vida”.
No sabemos la relación directa de la espiritualidad de
Labaka con estas Conferencias. No sabemos tampoco si su nombre fue tenido por
uno de los “doce apóstoles” de la Iglesia latinoamericana, aunque sí conocemos
su cercanía a uno de ellos, Leónidas Proaño, tenido por tal. No aparece en la Crónica ninguna alusión directa a tal
contexto ideológico y espiritual latinoamericano. Pero sí sabemos que la
irrupción del pobre y su dignidad están en el centro de las vivencias
personales, cristianas y evangelizadoras de Labaka, concretizándose de manera
eximia en el tema de las minorías indígenas. De lo contrario no se entendería
textos como éste:
“La protección
de los obreros con la fuerza armada es exponernos, por otra parte, a vernos en
la precisión de ejecutar un genocidio,
tanto más indignante cuanto más débil, marginado y respetable es el pueblo
Huaorani, a quien ampara la ley de los Derechos Humanos” (Crónica 155).
Se trata de si se han de hacer prospecciones petroleras en
territorio huao con protección armada para los obreros. Labaka propone
postergar la prospección para evitar el genocidio. La razón es que el pueblo
huao es débil, marginado, respetable y amparado por los Derechos Humanos. Es un
tipo de espiritualidad que las Conferencias citadas han manejado como núcleo de
su espiritualidad.
3) ¿Teólogo de la
liberación?
No han faltado autores que han tipificado directamente a
Labaka como un teólogo de la liberación (F. Peters); otros, han huido expresamente
de tal calificación que creían absolutamente impropia (R. Grández). Es cierto
que la expresión no aparece en la Crónica
y el vocablo liberación únicamente en
un texto:
“De todos
modos, Nampahuoe y Omare están muy dentro de nuestros recuerdos. Me hago más
bien la ilusión de que son los ‘últimos profetas’ de un pueblo libre del
Antiguo Testamento esperando entonar el ‘nunc dimittis’ de la liberación de su
pueblo por Cristo” (Crónica 238).
La palabra no tiene casi nada que
ver con la teología de la liberación. Y, además, como lo constata R. Grández,
la expresión favorita de Alejandro Labaka es evangelización de la que hay más de 18 empleos en la Crónica (R. Grández, Vida y martirio, p.496). Aun así esto no
es suficiente para desligar el modo teológico de Labaka de la raíz de la teología
de la liberación, teología, como siempre decimos, “en primer acto”, más de mera
acción que de conceptos.
Valórense este párrafo de la
homilía del día de su consagración episcopal:
“Los grupos
humanos primitivos como los Huaoranis, Sionas, Secoyas, Cofanes, Qihuas, Shuaras,
han tenido ‘maneras propias de vivir su relación con Dios y su mundo’. ‘Su
encuentro con Cristo se hace en situaciones inéditas’ ofreciendo por tanto
expresiones, maneras y actitudes inéditas de vivir el Evangelio como salvación
universal. Es preciso reconocer su derecho de conservación de la propia
identidad, como pueblos, su derecho a establecer sistema escolar que respete y
fomente sus propios idiomas y cultura; su derecho para ser amparados por las leyes
justas y adecuadas para la tenencia legalizada de sus tierras y para organizarse
para poder ser artífices de su propia promoción económica, social y religiosa”
(R. Grández, Vida y martirio, p.462).
Suena en esta clase de
valoraciones, más allá de métodos de análisis social o político (la gran pega
que tradicionalmente se ha puesto a la teología de la liberación), la preocupación
central por los pueblos en situación de desventaja y la ineludible exigencia de
justicia con la que han de ser enfocados. Esto es el núcleo real de la llamada
teología de la liberación y en torno a ese núcleo orbita la acción
evangelizadora y liberadora de Labaka.
4) Los tres grandes contextos sociales
Suele decirse que la inusitada
trayectoria misionera de Labaka, siendo como ha sido una persona que venía de
una formación religiosa tradicional, la ha apropiciado su experiencia en el
cambio eclesial motivado por el “vendaval” del Vaticano II. Pero, habiendo
ceñido siempre la obra de evangelización a la realidad (recuérdese su “obsesión”
por el tema de las lenguas autóctonas), no es de extrañar que Labaka haya
funcionado en relación con los grandes contextos sociales en los que se ha
enmarcado su vida misionera. En el Aguarico estos grandes contextos fueron
tres: las minorías étnicas (contactadas o no), el petróleo y la colonización de
la selva en base al trabajo que crea la industria petrolera.
Quizá sea el tema de las minorías
étnicas el hilo conductor de su actuación, cosa que no terminaba de ser bien
vista como actividad de un obispo ni por algunos de sus mismos compañeros
misioneros. Pero él nunca dudó y lo materializó en algo muy simple: vivir como
ellos:
“Sencillamente:
queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo
hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con
ellos, procurando merecer descubrir con ellos las semillas del Verbo,
insertadas en su cultura y sus costumbres. Nada podemos decirles ni pretendemos.
Solo queremos vivir un capítulo de la vida Huaorani, bajo la mirada, de un Ser
Creador que nos ha hecho hermanos” (Crónica
158).
Es un párrafo digno de análisis:
su visión de las minorías va más allá de meros planteamientos sociológicos o,
por supuesto, religiosos; se quiere ser, simplemente, hermanos. Es un signo de
amor hecho de profundo respeto a la cultura huaorani y a su “religión”. La
amistad es la que hará “merecer” el descubrimiento de las semillas del Verbo
que está en el fondo de las culturas indígenas. No hay ninguna pretensión,
verdadera maravilla porque la evangelización tiene fuertes pretensiones sobre
los evangelizados. Vivir la hermandad de una historia común en la creación, he
ahí el gran anhelo.
Por otra parte, el tema del
petróleo ha sido, necesariamente, un contexto social fuertemente trabajado por
Labaka porque condicionó y sigue condicionando el devenir histórico de esta
región del Ecuador. La visión que tiene Labaka de esta industria y sus consecuencias
humanas (inhumanas) es, generalmente, dura porque proviene de una mentalidad
capitalista que para nada tiene en cuenta los derechos de las minorías autóctonas.
Merece la pena resaltar la taxativa conclusión a la que llega la Crónica 183:
“Cuanto más se
adentra uno en el mundo del petróleo, tanto más se advierte que el mundo Huaorani
no cuenta en sus planes”.
De ahí sus enormes esfuerzos de
mediación, incluso de mediación política, para que esas minorías pudieran
contar en el devenir del país andino. Su misma muerte, más allá de sus azarosas
circunstancias, podría inscribirse en ese tremendo esfuerzo por mediar ante
quien tiene todas las de perder.
Y un tercer contexto ha sido el
de los colonos que llegaban al Oriente ecuatoriano al rebufo de la industria
petrolera. Desde el día de su consagración episcopal esta ha sido una de sus
preocupaciones como queda de manifiesto en la homilía de ese día:
“Es urgente,
por otra parte, organizar una colonización más ordenada y adecuada, respetando
los derechos de los colonos y grupos étnicos primitivos y en justo y acogedor
equilibrio con las necesidades de los hermanos verdaderamente necesitados y que
amparados por leyes justas vienen a formar un único pueblo y una nueva
civilización del amor, basada en la justicia, participación y comunión de
hermanos” (R. Grández, Vida y martirio, p.462).
Estos contextos ha marcado a
fuego el camino evangelizador de Labaka porque su vivencia creyente ha sido la
de quien participa de una historia no la de quien es espectador de la misma.
Desde aquí se podría encontrar alguna explicación al gran cambio operado en el
corazón de Labaka (dentro de sus constantes creyentes) y a las arriesgadas consecuencias
en las que se ha situado su vida.
3. Una nueva mística
Esa es la que
Labaka ha tenido y que, sin duda, aletea en su manera de entender y vivir la
misión entre los huao. Con paciencia y fraternidad la supo contagiar a no pocos
de sus hermanos misioneros, a algunas de las religiosas que trabajaban en la misión
y a varios de los laicos más comprometidos con la obra misionera. Analicemos
algunos componentes de esa nueva mística:
a)
La deslumbrante opción por la persona concreta
Se puede echar
mucha teología a la mística evangelizadora de Labaka y toda ella tendrá
sentido. Pero, releyendo la Crónica,
algo nos dice que se le ha abierto otra perspectiva sobre las minorías cuando,
como luego diremos, en un rasgo de fuerte novedad, vio que el camino de la
integración avanzaría a pasos rápidos si lograda, ¡a su edad!, ser adoptado por
una familia huaorani. ¿Había oído Labaka de experiencias similares? ¿Fue un
gesto de audacia del que no predecía sus consecuencias? Lo cierto es que ese
comportamiento le abrió el corazón de los huao y, desde ahí, su causa se
iluminó hasta límites insospechados.
Él mismo se queda
admirado de la verdad que encierra esta opción al comprobar que son los mismos
huaorani quienes han tomado más enserio que él su decisión de ser miembro de
una familia huao:
“Y sonriente y satisfecha de descorrer el velo del misterio familiar,
Buganey me obsequia otra presa de mono, dándole a entender que se siente honrada
con mi parentesco. Evidentemente en esta cultura familiar el parentesco carnal
o legal tiene mucha importancia. Me voy dando cuenta de que ellos le han dado
mucho más valor que yo al hecho de haber sido adoptado como hijo por Inihua y Pahua”
(Crónica 193).
Si ellos se toman
en serio el parentesco es que la integración es real. Y desde esa integración,
la causa de los huao aparece como causa propia. Estas hondas vivencias antropológicas
son soporte real de las actuaciones de Labaka. Su ideología viene después.
b)
Una evangelización reorientada
Aunque, como
iremos diciendo, en la manera de evangelizar de Alejandro se puede desvelar una
nueva orientación, es lógico que, puesto que el Evangelio no pasa por encima de
los procesos históricos, persista en él el anhelo de que el pueblo Huaorani sea
finalmente evangelizado. Bastante éxito es el que ese afán cristianizador no
pase a primer plano, que se contenga, y que sea más decisivo el deseo de una
misión de integración y de inculturación. Pero el anhelo está ahí y se
manifiesta en muchas páginas de la Crónica.
Comenzamos por
reseñar un paisaje lleno de humor y de sentido. En el primer contacto personal
con los Huaorani (9 de agosto de 1976), el joven Huane registra los bolsillos
de Alejandro y se encuentra con un rosario que bendijo Pablo VI en la plaza de
san Pedro en la solemne clausura del Concilio Vaticano II al que asistió como
Prefecto Apostólico. El mismo Labaka se lo cuelga al cuello después de estampar
un beso en el pequeño crucifijo. Reflexiona con gracejo:
“Es verdad que durante el Concilio pensé muchas veces en el problema
Auca; tanto es así, que nos regalaron la avioneta para localizarlos; pero no
pensé precisamente que el rosario sería un día adorno externo de un Auca. Ojalá
no quede solo en eso y haga el milagro de su evangelización. Poco después
devolvió (Huane) los ornamentos que yo llevaba para decir la Misa y se encariñó
con la estola roja y se la puso también al cuello. Así le vi mucho tiempo, con
el rosario y la estola roja, como devoto diácono en ciernes” (Crónica 32).
Con frecuencia
brota en su Crónica la oración explícita de que Dios “desbroce los
caminos de la evangelización de los Huaorani. Amén” (Crónica 75), oración de quien se siente y cree que tanto él como
sus compañeros/as son verdaderos evangelizadores de los Huao, aunque no sea por
vía de la cristianización religiosa sino por el más humilde y kenótico camino
de la simple presencia e integración:
“Los días en que estamos mezclados con el grupo no decimos Misa ni
tenemos otros actos especiales, a excepción de algún canto, que nos recuerda a
los viajeros nuestra misión principal de ser testigos de Alguien a quien no
podemos presentar de palabra, sintiéndonos desnudos de todo, para vivir la vida
de Dios en la selva. Nos quedaron todavía otros dos días, cuando regresábamos,
llenos de entusiasmo por el éxito de la visita, para reflexionar serenamente
sobre nuestra vocación de evangelizadores de los Huaorani, pidiendo al Señor su
ayuda para mantenernos dignos de esta llamada suya” (Crónica 158).
A veces, este afán
por ver evangelizado al grupo Huao le hace ver horizontes que ciertamente no
existían pero que brotan de estos hondos anhelos de evangelización. Esto se
desborda cuando, basándose en las ilustraciones de la obra Vivió entre nosotros que
Alejandro utilizaba, al parecer con cierta frecuencia, alecciona sobre Jesús a
los curiosos Huaorani:
“Como experiencia nueva los Huaorani examinan repetidas veces los
cuadros ilustrados de ‘Vivió entre nosotros’. Cada vez que sale la figura de
Jesús les repito: Este es Jesús; su madre
es María” (Crónica 62).
Es significativo
el apartado que él mismo titula “Buena noticia”:
“Otras de mis preocupaciones: ¿Cómo dar a entender con el mensaje de la
palabra la Buena Noticia, cuando desconozco completamente su lengua? El
crucifijo colgado en mi cuello ha sido uno de los medios:
-¿Qué es esto?-preguntaban.
-Este es Jesús. Su madre es
María.- Y besaba el Cristo.
-¿Qué es esto?- repetían
otros.
-Es Jesús. La madre, María.-les
repetía en Huao.
Mientras, queriendo completar el mensaje que, espero, el Espíritu Santo
les haga entender, añadía en otras lenguas, como quichua, euskera, castellano:
-Murió por nosotros en la cruz;
resucitó y vive en nosotros.
Una vez quise decirlo en chino y me trabuqué en las palabras; quizá fue
la vez que más me acerqué a decir algo que se pareciera al lenguaje de los
Huaorani” (Crónica 82).
b)
Un “Antiguo Testamento” huao
Anticipándose,
quizá, a muchas corrientes de espiritualidad evangelizadora que tenderán a considerar
las tradiciones antiguas no cristianas como un “Antiguo Testamento” autóctono
con contenidos cuasi revelatorios, Labaka valora sobre todo los cantos litánicos
de los Huaorani como “textos sagrados” que contienen verdaderas experiencias espirituales:
“El profundo silencio de la noche estrellada fue interrumpido de pronto
por la sonora voz de Inihua, que nos impresionó hondamente tanto a Marcelino
como a mí. Hacía mucho tiempo que no le había oído a mi padre estas
recitaciones. No pude observar si fue acompañado por algún rito de curación.
Con todo, al conseguir grabar esta recitación desde la habitación contigua,
tuve el convencimiento de haber logrado rescatar un Salmo del antiguo
testamento del pueblo Huaorani, digno de ser tenido en cuenta como los de
David” (Crónica 234)-
Esto lo ve
Alejandro en la figura, para él entrañable, del viejo matrimonio huao de
Nampahuoe y Omare en este texto:
“El día 23, miércoles, nos dirigimos al río Cahuimeno en canoa, para
luego adentrarnos por la selva hasta la casa de Nampahuoe. Nuestro viaje
reviste caracteres de verdadera peregrinación para ve a estos profetas del
antiguo testamento Huaorani que, como Simeón y Ana, están próximos a cantar el
‘Nunc dimittis’ con una entrega de su pueblo a Cristo, Alfa y Omega de su historia”
(Crónica 230).
Esta visión
veterotestamentaria al estilo huao se amplía también a detalles de la vida
cotidiana, como aquel momento en que todo el grupo Huaorani que afila los machetes
con esmeril en el patio de la casa termina “desnudo”, los hombres, incluido Alejandro,
“vestidos” con el cordón huao que sujeta el pene y las mujeres sin la pantaloneta
que se ponen ante los extranjeros:
“Poco después Cai y Deta se habían desprendido también de sus
pantalonetas. Esta es la única ocasión en que todo el grupo por igual vivimos
en la presencia del Creador un capítulo hermoso de la Biblia (Gen. 2,25)”(Crónica 164).
c)
Un Cristo Huao
En línea similar
con el punto anterior, el afán por “huaoranizar” el hecho creyente lleva a
Alejandro a imaginar del modo más natural en la celebración eucarística del 1
de noviembre, cuando el grupo misionero va camino de su quinto viaje al territorio
huao, que Cristo se revele al grupo como un Huao y Dios como “Huinuni”. Es sin
duda una nueva revelación, tanto más difícil que la recibida por ellos, cuanto
que supone transformar las propias estructuras creyentes en algo distinto y
desconocido:
“El día 1 de Noviembre, siguiendo la costumbre de otros viajes, nos
entonamos en nuestros ideales misioneros celebrando la Santa Misa. Después
empaquetamos todos los ornamentos y libros sagrados para dejarlos aquí, en el
campamento ‘Cohuore onco’ que nos ha dado cobijo en la noche. Entre los
Huaorani sólo queremos descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revele
como Huao y como Huinuni” (Crónica 221).
Es, sin duda, el
afán por el Evangelio el que mueve estas audacias teológicas. No en vano el
equipo se nutre en sus viajes continuamente de la Palabra rumiada y celebrada.
En la primera entrada por Yasuní, con el miedo en el cuerpo, hacen la oración
litúrgica del final del día. Y Alejandro comenta en su Crónica:
“San Marcos da el temple a nuestras almas con sus antífonas: ‘Soy
ministro del Evangelio’. ‘Todo lo hago por el Evangelio’. ‘Dios me ha concedido
la gracia de evangelizar a los gentiles” (Crónica
102).
c)
Semillas del Verbo
La Crónica no cita sino ocasionalmente al
Vaticano II, acontecimiento eclesial en el que, como hemos dicho, participó
Alejandro y que, sin duda, le marcó práctica e ideológicamente en su idea de
hacer misión. Pero hay un tema recurrente, un tema conciliar, que es el de las Semillas del Verbo que llegó a ser en él
un verdadero soporte ideológico y espiritual a la hora de hacer misión (Ad gentes 11.15). A veces hasta las semillas naturales del maíz
o de los limoneros que planta siembra y planta entre los Huaorani le evocan las
semillas del Verbo:
“Se oye el lejano trepidar del helicóptero y Buganey me explica con
viveza que en ese helipuerto recogieron una buena cosecha de maíz, que había sembrado
yo a voleo. Allí estaba también, en la cabecera del helipuerto, una planta de
limón, creciendo lozana y esbelta. Bueno, Señor, ¡ojalá hagas fructificar así
esas otras semillas de la chacra de tu Padre! (Crónica 194).
El amplio número
de citas y lo variado de los tonos indica la importancia atribuida a la
expresión. Ya hemos dicho cómo Labaka
veía en los rítmicos cantos del pueblo Huaorani una expresión de tipo
religioso. En su primer contacto con los Huaorani hace ya esta anotación:
“Sentido religioso: Sin duda ninguna el cántico de la noche tenía un
sentido religioso. Puede ser que una de las más hermosas ‘semillas del Verbo’
esté oculta en esta tradición. También observé que, durante el día, la abuela
Omare cantaba constantemente otras tonadas parecidas mientras tejía una ashanga
o cestita” (Crónica 58).
A la vuelta de su
segundo viaje escribe en la Crónica
una serie de reflexiones “para un diálogo entre los misioneros” porque quiere
que sepan sus sentimientos a la hora de evangelizar a los Huaorani. El pasaje
que citamos, incisivo y directo, tiene un cierto sentido de paradoja y osadía
al unir de alguna forma el cinturón huao y el crucifijo, en aquel ve el
representante de la cultura Huaorani y en el otro el de nuestra cultura religiosa.
Labaka no duda en inclinarse por el primero, entendido como “semilla del
Verbo”, como camino cultural real a la hora de pretender una saludable
evangelización:
“Pendientes del mismo clavo estaban, a la cabecera de mi cama, el
Crucifijo y el cinturón Huao, para ponérmelos en el último momento. Me olvidé.
Fui interrogado acerca de ambos por los Huaorani. La familia Cai me entregó
toda una madeja de hilo de lana de ceiba, manufacturado por las mujeres, para
que nos hiciésemos ceñidores a lo Huao. Creo que, antes de cargarles de
crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos
todas las ‘semillas del Verbo’ ocultas en su vida real y en su cultura, donde
vive el Dios desconocido” (Crónica
149).
En esa misma
página, y siempre para el diálogo con los misioneros/as, anota entre otras
varias cuestiones, el trabajo por dominar una impaciencia misionera que quiere
saltarse los caminos culturales cayendo en la tentación de imponer una fe que
no ha entrado por el vehículo natural que es la cultura:
“Deberíamos seguir nuestro diálogo sobre otros muchos asuntos…cómo dominar
nuestras impaciencias inmediatistas por una encarnación real en la vida del
mundo Huao, hasta descubrir con ellos las semillas del Verbo, escondidas en su
cultura y en su vida, y por las que Dios ha mostrado su infinito amor al pueblo
Huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo” (Crónica 151).
Este afán por
descubrir las semillas del Verbo en la cultura Huao nace, como lo hemos visto,
de una actitud honda de despojo y de ofrenda; es la liberación del deseo de
poseer al otro del que Labaka y su equipo han estado imbuidos, como verdaderos
franciscanos, ya que la fraternidad franciscana es imposible si no la acompaña
la desposesión del otro:
“Sencillamente queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor,
con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos
convivir amistosamente con ellos, procurando merecer con ellos las semillas del
Verbo, insertadas en su cultura y en sus costumbres. Nada podemos decirles ni
pretendemos. Sólo queremos vivir un capítulo de la vida Huaorani, bajo la
mirada de un ser Creador que nos ha hecho hermanos” (Crónica 158).
En la hermosa y
casi normativa exhortación que hace Alejandro a su equipo misionero en el
cuarto viaje por el Yasuní el día de Pentecostes y que titula taxativamente
“Evangelización descubriendo las semillas del Verbo”, párrafo “iluminado,
absolutamente excepcional, verdadero ápice de la vida misionera de Alejandro”
(R. Grández, Vida y martirio, 500), dice:
“Dios quiere que entremos hasta espiritualmente desnudos. Nuestra tarea
fundamental y prioritaria es descubrir las ‘semillas del Verbo’ en las
costumbres, cultura y acción del pueblo Huaorani; vivir las verdades que
florecen en este pueblo y le hacen digno de la vida eterna. Tenemos que pedir
al Espíritu que nos libere de nuestra propia suficiencia espiritual, que
pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para nada
de eso tendremos adecuada oportunidad. ¡Vamos, Hermanas, espiritualmente
desnudos, para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que
nos enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio!” (Crónica 205).
d)
Comunión de vida y costumbres
Creemos que el
secreto de la mística evangelizadora de Labaka no hay que buscarla en las
grandes ideas, aunque las tenga, sino en las hondas vivencias que le han
abierto un horizonte nuevo. Él ha llegado a la convicción, por vía de los
hechos, de que la relación con las minorías ha de pasar por una verdadera
comunión de vida y costumbres. Eso quiere decir que han de ser los
misioneros/as quienes han de acoger con amor las costumbres de aquellos con
quienes quieren vivir. Es el paulino ser “todo con todos” que abre el corazón y
la casa para luego mostrar los secretos del alma, los de la propia fe. Esto
queda expresado en la Crónica en un
pasaje meridiano y profundo:
“Lo más notable de esta gira han sido las visitas a domicilio y las
convivencias de diverso estilo, que nos han servido grandemente para estrechar
nuestra amistad y quitar las barreras de desconfianzas recíprocas. Podemos
afirmar que ha reinado un ambiente de humana empatía, y que afloraba, en todo
momento, un deseo también recíproco de participar en una ‘comunión de vida y
costumbres’. La vida misionera no es solo adaptación; es, sobre todo, comunión
de vida, de costumbres, de cultura, de intereses comunes. Este anhelo es más
notorio en ellos que en nosotros siempre influenciados por los prejuicios, la
idiosincrasia y los tabúes de nuestra cultura y nuestra educación religiosa” (Crónica 160).
Estrechar la
amistad y quitar barreras, he ahí el trabajo previo a toda acción evangelizadora.
Y luego viene la empatía que lleva a la comunión de vida y costumbres. Definir
esa acción como “intereses comunes” es plantearla en el terreno correcto: Labaka
no entiende la misión como algo que es de interés únicamente para las minorías.
Ellos, los blancos llenos de “prejuicios y tabúes” pueden enriquecerse en la
convivencia con los huao. En este tipo de vivencias se hallan los dinamismos
vivos, reales, históricos del trabajo misionero.
En otro texto
breve, pero profundo, afirma:
“La reflexión sobre esta convivencia personal con los Huaorani me
exigió renovarme en mi fe y en mi esperanza en Dios, que trasciende todo
apostolado” (Crónica 164).
Ya no es cuestión
de apostolado, sino de qué tipo de fe y esperanza se está manejando, qué
horizontes son aquellos a los que se aspira, qué anhelos alimentan la acción.
d)
Mística y espiritualidad de la cultura del “hombre desnudo”
Este tema ha sido
muy importante en la espiritualidad y en la actividad evangelizadora no
solamente de Alejandro sino de todo el equipo misionero, aunque sea él quien,
según la Crónica, lo haya llevado
hasta las últimas consecuencias. Más allá de las profundas contradicciones que,
por su formación moral, ha tenido que superar (como aparece con claridad en la Crónica 208-209), él ha logrado hacer
una síntesis de la cultura del “hombre desnudo” que vivió con mucha intensidad.
Comienza por una
valoración de tipo humanista que no hay que despreciar porque supone un
análisis de la realidad saludable y sensato. Esta “bienaventuranza” de
Alejandro quizá pueda parecer un poco moralista, pero no va en la dirección de
un moralismo negativista de nuestra cultura sino que trata de valorar lo que
hay detrás de la cultura del hombre desnudo. Sin esta lectura profunda,
contemplativa, del comportamiento humano no se pueden dar pasos ulteriores.
Entre las costumbres que descubre en su primer contacto por helicóptero con los
Huaorani escribe:
“Una mujer que nos visitaba en el campamento pidió, cuando llegaba el
helicóptero, una camisa para ponérsela antes de ir a saludar al capitán piloto;
luego devolvió la camisa. ¡Bendito nudismo de los Huaorani, que no necesitan
trapos para salvaguardar sus normas de moral natural! ¡Ay de la moralidad de
otras civilizaciones cuando se apoyan tan sólo en la ligereza de un bikini o en
la elegancia de una maxi” (Crónica
56).
En su segunda
estancia en solitario entre los Huaorani en enero de 1977, Alejandro se baña
solo y lava su pobre ropa interior haciendo, a la vez, reflexiones paulinas
como aquellas de “Desnudémonos de las obras de las tinieblas y vistámonos de la
armadura de la luz…”. En ese momento se presentan dos familias a bañarse y uno
de ellos, Peigo, observa que Alejandro, como es lógico, no lleva el gumi (ceñidor de algodón con que ellos
se sujetan el pene). Con toda naturalidad busca uno y se lo pone. Remedando la
vieja liturgia, Alejandro lo denomina “cingulum
puritatis”. Más tarde escribe esta reflexión antropo-teológica:
“Si los Huaorani roban ropas, no es por sentido del pudor ni para
cubrir ‘sus vergüenzas’, según afirmaciones poco afortunadas de otras culturas;
sino por necesidad contra el frío ocasional, o novedad, o algunos otros
motivos. Así también el vestirse, para ellos, será muy ocasional. Por esto creo
que Dios ha querido guardar en este pueblo la manera de vivir la moral natural,
como en el Paraíso, antes del pecado” (Crónica
79).
La percepción de
la importancia de este tema le hace dar un paso más: no habría que hacer de la
desnudez una integración forzada sino una ofrenda, algo voluntario, requerido
por la entrega a la causa huao y al Evangelio:
“Muy pronto nos dimos cuenta de que el misionero no tiene que esperar a
que le desnuden, sino que hará mejor en adelantarse a hacerlo para dar muestras
de aprecio y estima a la cultura del pueblo Huaorani: Primer signo de amor
hacia el pueblo Huaorani y su realidad concreta que choca con nuestras costumbres”
(Crónica 206).
“Todos me preguntaban también si los Huaorani ‘ya son más decentes con
nosotros’. Realmente ahora molestan mucho menos en ese sentido; pero sostengo
que los misioneros deben comportarse con toda naturalidad entre ellos; no
extrañarse de su nudismo ni de ciertas curiosidades que puedan tener con
nosotros, y hasta que debemos desnudarnos voluntariamente en algunas circunstancias,
no en plan de exhibicionismo sino para no crear complejos de culpabilidad en
una cultura de madurez sexual extraordinaria. Yo deseé evitarlo, y por eso
quise bañarme cuando todos estaban cenando. Pero la noche estaba muy oscura y
nos habían quitado todas las linternas. Por eso pedí la suya a mi amigo Araba.
Este optó por acompañarme, con el plato de arroz en la mano y una linterna en
la otra. Al poco tiempo estaban todos en la orilla del río viendo cómo me
bañaba. Desde luego lo hice en cueros, y después de secarme me ceñí el cinturón
Huao, Se rieron un rato y también yo. Ciertamente no lo había planeado así,
pero ¿resultó como debía ser…? (Crónica
149-150).
Es también de este
modo como, según él, se puede participar en esta “comunión de vida y
costumbres” que ha de ser la evangelización (Crónica 160) y que llevará a una renovación personal en la fe y la
esperanza “que transciende a todo apostolado” (Crónica 164). Desde esta entrega es desde donde se podría integrar
la cultura del hombre desnudo superando el peso moralista que ha impuesto
nuestra civilización y nuestra religiosidad. Ello ha pasado de ser una dificultad
inicial a convertirse en un dinamismo de integración y de amor al pueblo
Huaorani y a su propia cultura.
“Me veía ‘hecho pecado’ ante el juicio del equipo
misionero; con todo, en mi interior, me sentía sereno, sin desmerecer la
bienaventuranza de los limpios de corazón que verán a Dios. Si yo no desmerecía
esa bienaventuranza ¿por qué había de juzgar de pecado de erotismo a los
jóvenes de mi tertulia? (Crónica 208).
e)
Sin anhelos de martirio
Posiblemente que
en la antigua espiritualidad misional que Alejandro recibió desde sus años de
formación la idea del martirio estaba muy presente. Seguro que un espíritu altamente
misionero, aventurero y arriesgado, acogió en su fondo esa idea y que de algún
modo permaneció siempre latente. Pero en la Crónica
aparece el tema solo una vez: las flores rojas que hay en el fondo del río
Yasuní le recuerdan el martirio:
“Optamos por observar los incidentes del viaje, admirar a la
naturaleza, contemplar a la boa que ni se movió de su puesto donde dormía y al
caimán que se dejó deslizar perezosamente al fondo del río. Observé que en el
fondo verde amazónico de ambas orillas del Yasuní predominaban las flores rojas
y moradas. Antes decíamos que el rojo significaba el martirio y el morado, el
sacrificio” (Crónica 104).
Quede esta pequeña
nota para quien, más tarde, supo entrar en la dura senda de la entrega de la
vida con la misma generosidad y sencillez con las que hizo todas las cosas a
favor de los Huaorani. Pero hay que decir que la Crónica no es un libro sobre la espiritualidad del martirio sino
sobre el gozo de descubrir una nueva relación humana, honda y gratificante,
espiritual con una cultura que se abre ante los ojos de Labaka como un tesoro
maravilloso. Quien es capaz de disfrutar tanto con la vida del pueblo huao no
piensa en el martirio, sino en la dicha enorme de haber podido compartir el
destino histórico de los Huaorani.
“Oscurece, y por fin se deciden a entrar en la casa. No sé de dónde
Deta sacó una hamaca; a mí me cedieron la otra, de las cogidas a la Compañía y
que habían dejado en la casa abandonada; los demás se acomodaron sobre las
tablas de chonta. No tuvimos cena ni fuego con qué cobijarnos. ¡El Señor me dio
el gozo de aproximarme más hacia una realidad de este pueblo Huaorani! (Crónica 172).
Encontrar gozo en
la suma pobreza solamente es posible cuando se ha gustado profundamente la
alegría de la relación. Por eso se puede decir que la relación de Labaka con
los Huaorani, más allá de penurias y sufrimientos, ha sido de disfrute, muy
lejos de cualquier mística martirial. El suyo ha sido un martirio sobrevenido
al disfrute.
4. Una nueva vivencia de la misión
Puesto que la vida
misionera de Alejandro y sus compañeros/as es un trabajo de campo, no habrá que
esperar una ideología técnica en cuanto a la tarea de evangelizar. Lo suyo ha
sido, lo dijimos desde el principio, una misión “in actu”, alejada de una reflexión
académica. Han sido personas que han sistematizado sus vivencias y la Crónica las expresa a ráfagas
ideológicas que son muy clarificadoras. Por eso, podemos afirmar que en sus
páginas se describe una nueva idea de misión acorde con la espiritualidad suscitada
por el Vaticano II y en los modos más actuales de la antropología actual del
mestizaje y del universalismo.
a)
Desde criterios evangélicos
Habría que dar por
supuesto que toda misión cristiana está hecha desde criterios evangélicos,
pero, en realidad, son a veces los criterios religiosos y culturales de quien
misiona los que se imponen en modos deliberados o inconscientes. La evangelización
que se describe en la Crónica está
hecha, sin duda, desde criterios de alto componente evangélico. Así lo expresa
la citada liturgia en la primera entrada por el río Yasuní (Crónica 102), la vivencia elemental de
la bienaventuranza de la pobreza que lleva a compartir incluso el calor del
cuerpo con el pobre (Crónica 90) o la
práctica sistemática del precepto evangélico que pide dar la capa a quien te
pide la túnica donde la vieja obra de misericordia de “vestir al desnudo” tiene
un alcance realmente literal (Crónica
50). Y luego están, como diremos, la manera de misionar por la integración y la
promoción que son los medios más evangélicos de hacer misión. No habrá sido
fácil a Labaka la renuncia explícita a una evangelización religiosa, pero primó
el modo evangélico de un anuncio curativo y humanizador del reinado de Dios:
“El día 1 de Noviembre, siguiendo la costumbre de otros viajes, nos
entonamos en nuestros ideales misioneros celebrando la Santa Misa. Después
empaquetamos todos los ornamentos y libros sagrados para dejarlos aquí, en el
campamento ‘Cohuore onco’ que nos ha dado cobijo en la noche. Entre los
Huaorani solo queremos descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revele
como Huao y como Huinuni” (Crónica
221)
b) Una misión desde los
derechos del pobre
Sorprende la alta
sensibilidad que manifiesta la Crónica en
el tema de los derechos humanos. La expresión vuelve reiteradamente en labios
de Alejandro ante muy diversas instancias. Ya en sus planes más iniciales,
propone como pauta de acción:
“Por otra parte, la labor conjunta de las Compañías Petroleras,
Instituciones del Gobierno y Misiones Religiosas puede obtener la integración
de esta interesante minoría amazónica, sin menoscabo de sus derechos humanos” (Crónica 25).
Este grito a favor
de los derechos humanos lo hará escuchar lo mismo ante los jefes de las
petroleras (Crónica 155.183.198) que
en las Televisiones del país (Crónica 155),
porque él estaba convencido de “los derechos del pobre”: cuando los Huaorani se
llevan algo de los campamentos o les quitan algo a los mismos misioneros, según
Labaka, están en su perfecto derecho ya que ellos se llevan unas naderías
mientras que el estado arranca el petróleo que produce millones de las entrañas
de la tierra de la que milenariamente son dueños los Huaorani. En su primer
contacto con los Huaorani se verifica esta manera de entender los simples
derechos de los huao:
“Recibieron muy contentos los obsequios: espejos, peines, redecillas,
cadenas con cruz, imperdibles, agujas, etc. Pero a los pocos minutos, no
contentos con lo que se les regalaba, se dedicaron a rebuscar por todas las
camas. Quizá en ninguna encontraron tantas cosas como en la mía: camisas,
camisetas, calzoncillos, poncho nuevecito para el agua, saco de caucho para guardar
la ropa, sábana, espejo, peine, agujas e hilo. Todo se lo llevaron,
respetándome lo que era imprescindible: la ropa puesta, el toldo mosquitero, la
manta, la hamaca, el cepillo de dientes, la pasta. En posteriores visitas
examinarán las pertenencias de este pobre capuchino que se precia de profesar
la pobreza franciscana y verán que tengo demasiadas cosas y se las llevarán con
todo derecho: el toldo, la toalla y otras cosas” (Crónica 30).
c)
Una misión de mediación
Tanto en la Crónica como en el Apéndice III de la edición de 1988 que luego glosaremos, se
verifica hasta la saciedad la evidencia de que la misión de Alejandro tuvo un
fuerte componente de mediación, como debe tenerlo toda obra de evangelización.
Su mediación más dura fue, sin duda, con las petroleras, por su afán apenas
oculto de explotación. En la “difícil diplomacia”, como él mismo llama a su trabajo,
hay lugar, a veces, para la respetuosa pero dura denuncia
“La Prefectura Apostólica de Aguarico proclamó oficialmente su postura,
declarándose a favor de los derechos humanos de este pueblo, proponiendo la
postergación de los trabajos petroleros en la zona. Pero dicha proclamación
tuvo muy poca resonancia, y los organismos estatales han seguido urgiendo los
proyectos petroleros, dándoles una marcada prioridad sobre las conveniencias y
derechos del grupo Huao. Oficialmente se admite que hay que lograr los
intereses petroleros sin lesionar los derechos humanos, pero no existe ningún
instrumento legal para poderlo urgir. Cuanto más se adentra uno en el mundo del
petróleo, tanto más se advierte que el mundo Huaorani no cuenta en sus planes.
Sólo cuando hay miedo de que la prensa internacional pueda jalear el asunto o
que les rebeldes Huaorani puedan obstaculizar su labor, se deciden a mezquinar
unas pocas migajas: unos vuelos de helicóptero, unos obsequios fáciles y
baratos, pero aprovechándose, al maximum, para la propaganda oficial” (Crónica 183).
Hubo, al parecer,
duros momentos en la vida del Vicariato sobre cómo ejercer la denuncia social.
La postura de Labaka fue firme pero imbuida de respeto y de una cierta diplomacia.
Algunos entendían esta actitud como una especie de cobardía. La carta que,
sobre este tema, escribe al Vicariato el 2 de julio de 1985 deja ver bien claro
su pensamiento:
“Para el anuncio de la Buena Noticia, la Iglesia tiene misión de ser
‘mediación reconciliadora’ de las fuerzas y de las élites religiosas,
científicas, políticas, técnicas, económicas y sociales con el pueblo sencillo
y pobre y su promoción desde el mismo pueblo. Esta misión está caracterizada
por un atento discernimiento histórico salvífico que no solo reconozca y
denuncie el pecado histórico sino sepa reconocer y promover la presencia
salvadora del Señor en la historia concreta de cada pueblo y de su coyuntura”
(R. Grández, Vida y martirio, p.486).
Siempre estará
inmerso en esta labor de mediación con las petroleras (Crónica 183), no solamente por la “dependencia”, un tanto
humillante, en los vuelos (Crónica 186), sino también porque la suerte del territorio
Huaorani depende en parte del tema del petróleo. Por eso, como lo veremos en el
citado Apéndice III, desarrolla también una labor de mediación con las
instancias gubernativas, casi siempre con los temas de la tierra y de la
cultura. Pocas veces el fruto de sus mediaciones con los capitalistas o con el
Gobierno se traduce en alguna ganancia (de tipos sanitario, Crónica 191, etc.).
Una fuerte labor
de ecumenismo, más que de mediación, se establece en la relación con el Instituto Lingüístico de Verano,
organización misionera evangélica de procedencia y con apoyo norteamericano,
que, desde siempre, ha tenido aspiraciones en el terreno Huao y que, aunque
decían expresamente que ellos no tenían monopolio de evangelización sobre la
zona Huaorani, de hecho, siempre vieron, más allá de las palabras, a la Misión
Capuchina como una competidora (Crónica
133). No creemos que, por parte de Alejandro, hubiera similar sentimiento. Y si
alguna vez lo hubo, procuró controlarlo (Cronica1988
198). De hecho, ya en febrero de 1977, antes de la primera entrada por el
Yasuní, tuvieron una entrevista con el Instituto donde se reafirma la promesa
de ayuda en cuestiones lingüísticas para el mejor acercamiento a los Huaorani (Crónica 98-99). Posteriormente, en
noviembre de ese mismo año, vuelven a tener una reunión en la misma línea, para
hablar “serenamente” (Crónica 126).
Finalmente, en la reunión a más alto nivel con el Instituto en su reunión anual
de Quito, a pesar de llegar a la conclusión de que “el Instituto Lingüístico se
siente suficientemente preparado con elementos y medios propios para poder
realizar todo el plan de acción y no ofrecían mayores facilidades para una
acción de conjunto con personas extrañas a su institución” (Crónica, 133) Labaka saca estas
conclusiones altamente ecuménicas:
“1. Un leal y sano ecumenismo aconseja no iniciar una acción paralela
en competencia.
2. Debemos seguir manteniendo estas relaciones de amistad sincera con
los misioneros del Instituto Lingüístico, interesándonos por la evangelización
definitiva del pueblo Huaorani” (Crónica 133).
Un ámbito de
mediación que queda en la sombra es con los mismos compañeros/as misioneros
porque, aunque, como dijimos, él llega a la convicción de que la labor de evangelización
es aceptada por todos ellos, seguramente que no todos compartirían sus estrategias
y los riesgos altos que a veces se corrían, aunque él afirma taxativamente:
“No quiero que nadie se aventure por las garantías que yo pueda
ofrecerle, sino porque ella misma se sienta llamada por Dios y por creer que
vale la pena arriesgar algo por el Evangelio” (Crónica 150).
d)
Una misión desde la integración y la promoción
Posiblemente,
quizá se halle aquí una de las mayores novedades de la manera de hacer misión
que ha desarrollado Labaka y su equipo en su trabajo con los Huaorani. En la
primera noche, la noche “pascual” del 23 de diciembre de 1976, en que Alejandro
fue recibido en la familia huao de Inihua, su padre, y Pahua, su madre, comprendió
que el único camino posible de evangelizar a aquel colectivo amazónico era por
la vía de la total integración. Por eso, cuando elabora las impresiones de su
primera estancia en solitario con los Huao concluye:
“Me parece que lo ideal sería integrarse en una familia Huao. Pero,
¿cómo? Dos requisitos serían fundamentales: ser útil en algo material y ser
aceptado por ellos. Buganey me da oportunidad de comenzar a descubrir una
pista: Cuando coge el hacha y se va a hacer leña, me ofrezco a ayudarle. Ella,
sonriente, acepta mis servicios de leñador y aguatero. Además, noto que le
explica al esposo, quien escucha complacido lo de la leña, el agua y el baño
con sus hijos. Por esto, al día siguiente, tomo a mi cargo estos oficios en
casa de mis padres y en otras familias cuando se me ofrece oportunidad” (Crónica 76-78).
Por eso le ronda
la pregunta: “¿Y si Dios quisiera que me quedara entre ellos sin esas
seguridades, al menos por grandes temporadas?”
(Crónica 93). Esta clase de preguntas
solamente puede brotar de quien ha hecho de la integración el cauce de evangelización.
Este tipo de experiencias de integración son, además, fuente de enorme satisfacción
para los misioneros, quizá su mayor satisfacción:
“En estas convivencias con los Huaorani tenemos momentos de trato
individual, en los que cada misionero se desenvuelve con toda libertad y según
los dones que ha recibido de Dios. Procuramos que estas convivencias sean muy
numerosas, pues así nos multiplicamos como agentes de pastoral y son las
ocasiones en que las personas visitadas proporcionan a cada misionero las experiencias
más íntimamente sentidas” (Crónica 204).
Esas experiencias
“íntimamente sentidas” son la verdadera fuente de la novedad de este estilo de
misión. Es preciso recalcarlo: no se trata, según Labaka, de hacer evangelización
desde las ideas, sino desde las experiencias personales.
Pero esta
integración tiene que ir llevando a la promoción, una promoción que respete al
Huao y que descubra en él las posibilidades ocultas que tiene. Así los clásicos
“regalos” empiezan a ser animales domésticos, semillas, plantas, aves de
corral, que pueden hacer la dieta más completa y la vida más autónoma en el
pueblo Huao (Crónica 88). Él considera
un gran salto en la promoción de los Huaorani el aprendizaje de la construcción
de tres quillas que desvelan la utilidad de esas barcas para el traslado por
los ríos de la zona Huao. Por eso concluye ese episodio de forma elocuente:
“La jornada que han realizado los tres misioneros seglares quichuas
(enseñando a fabricar las quillas a los Huaorani) es, sin duda, una verdadera
evangelización por la promoción. Decir que es una ‘preevangelización’ me
parecería decir demasiado poco” (Crónica 233).
Como luego se
dirá, los temas de los derechos de la tierra y de intangibilidad de los territorios
huao serán el gran requisito para la promoción de los Huaorani como ciudadanos
de pleno derecho en la república del Ecuador.
e)
Una misión de no violencia
Huelga decir que
la obra de evangelización de Labaka y sus compañeros/as ha sido hecha en los
modos y en el anhelo de evitar cualquier clase de violencia contra los Huaorani
y contra cualquier persona, incluidos los trabajadores de las petroleras. Siempre
valora la generosidad con los indígenas de los sencillos trabajadores de las
petroleras a los que, a veces, da el título de “misioneros escogidos por Dios
para los Aucas” (Crónica 24) y de quienes elogia su “paciencia a toda prueba,
alimentada con cierto idealismo humanitario y cristiano” (Crónica 43). El mayor
disgusto que, sin duda, se ha llevado a lo largo de este trabajo ha sido cuando
en noviembre del 97 probablemente los indios Tagaeri mataron a tres pobres
trabajadores ecuatorianos de la Compañía General Geofísica. Como pudieron, los
misioneros contribuyeron a restaurar la paz y la buena convivencia entre
trabajadores e indígenas (Crónica 116
y ss).
Hay un asunto que,
ulteriormente, tuvo mucha trascendencia. Se trata del tema de la entrega de
algunas escopetas a los Huaorani, cosa que reclamaban con insistencia, sobre
todo con la finalidad de cambiar las técnicas de caza en la selva, asunto del
que prácticamente depende la supervivencia de los grupos indígenas. Según de
desprende del documento 8 del Apéndice de
la Crónica1988 197, los organismos de turismo y sus adláteres
(Sam Padilla y los lingüistas) no querían darles escopetas seguramente por el
temor de que las utilizaran violentamente. Estas instituciones querían tener la
fiesta en paz, es decir, hacer sus programas de turismo tal como los planeaban,
ganancias incluidas. Las escopetas eran una potencial amenaza. Pero Labaka lo
ve de distinta manera: él cree que hay que apoyar todo lo que la “civilización”
pueda ayudar al bienestar de los Huaorani, y las escopetas eran un asunto muy
importante. En la Crónica dice que no
han sido ellos los primeros en darles escopetas, pues tanto las petroleras como
el mismo ejército habían entregado escopetas otros grupos Huaorani. No hay,
pues, ningún atentado a la paz, y menos cuando “la otra parte” está armada
hasta los dientes. Se trata de potenciar la caza, asunto decisivo para los
Huaorani, aunque Labaka tiene también sus reticencias y cree que, para los
Huao, la cerbatana es mejor, no duda en entregárselas. La abundancia de caza es
la confirmación de que el camino elegido es correcto:
“La entrega de las escopetas coincidió con el anuncio de la proximidad
de una manada de jabalíes. Ompura, Inihua, Araba y Agnaento desaparecieron
veloces por la selva, seguidos de Mariano que quería participar en la cacería
de los Huaorani. A pesar de que el anuncio había llegado con bastante retardo,
los cazadores cayeron por sorpresa sobre los rezagados de la manada, cobrando
tres huanganas. Así tuvimos carne fresca para celebrar nuestro encuentro” (Crónica 229-230).
5. Una misión de “actitudes inéditas”
La Crónica1988 publica en su Apéndice III un pequeño pasaje de la
homilía de la consagración de Obispo en diciembre de 1984 en el que sintetiza
su pensamiento sobre las nacionalidades indígenas. Por la importancia del
contexto en el que fue proclamado, como por sus contenidos, merece la pena un comentario
a este texto:
“Esta nuestra iglesia, nacida de la
confluencia de varias nacionalidades indígenas de diversas lenguas y culturas,
está llamada a descubrir las semillas del Verbo, no asumidas todavía por ella.
Los grupos humanos primitivos como son los
Huaorani, Sionas, Secoyas, Cofanes, Quichuas, Shuaras, han tenido ‘maneras
propias de vivir su relación con Dios y su mundo’.
‘Su encuentro con Cristo se hace en
situaciones inéditas’, ofreciendo, por tanto, expresiones, maneras y actitudes
inéditas de vivir el Evangelio como salvación universal.
Es preciso reconocer su derecho de
conservación de la propia identidad como pueblos, su derecho a establecer un
sistema escolar bilingüe y bicultural que respete y fomente sus propios idiomas
y culturas; sus derechos a ser amparados por las leyes justas y adecuadas para
la tenencia legalizada de tierras; para organizarse y poder ser artífices de su
propia promoción económica, social y religiosa… (Crónica1988 201).
El tema del
descubrimiento de las semillas del Verbo, tema querido en la mística de
Alejandro, queda puesto como una prioridad. Cuando dice que la iglesia de
Aguarico no ha asumido “todavía” esas semillas, está, sin duda, lanzando un
envite a trabajar en esa dirección sin desmayar hasta llegar a ver en el tema
indígena no solamente un problema, como lo ven las petroleras, el ejército, el
turismo u otras instituciones, sino también una posibilidad, una razón de mutuo
enriquecimiento en la línea del Evangelio.
Los grupos étnicos
tienen derecho a vivir en maneras propias su relación con Dios y su mundo.
Despojar a esos grupos de esas maneras propias sería no solamente empobrecerlos
sino también cometer con ellos la más básica de las injusticias: sería como
despojarles de su propia alma.
Por eso mismo, si
su encuentro con Dios se da en situaciones inéditas, en cuanto que les son del
todo propias, también habrá que urdirse una evangelización con actitudes inéditas de vivir el Evangelio. Posiblemente pasan por la cabeza de Alejandro
los temas de la cultura del hombre desnudo, de la misión por vía de la
integración, de la promoción a partir de la propia cultura Huao, no tanto
imponiendo una cultura que viene de fuera, de la superación de los propios
tabúes religiosos. Solamente así la salvación podrá ser “universal”,
integradora, ya que la universalidad, la catolicidad, no puede ser entendida
como la universalización de una sola cultura, la occidental, y de una única
manera de entender el hecho creyente, la derivada del mundo romano.
Estos modos
inéditos pasan por unos caminos harto conocidos y fuertemente históricos como
son: la cultura bilingüe y el desarrollo del propio idioma, la legalización de
la propiedad y de las tierras, la organización política con características
propias. No son cosas fáciles de integrar en el conjunto de un Estado, sobre
todo la tercera de las condiciones, pero es algo del todo necesario si se
quiere trabajar en la más elemental línea de los derechos humanos. Solo con
estas condiciones habrá verdadera promoción que es el horizonte en el que es
preciso situar las relaciones con las minorías étnicas.
Es muy posible que
estas ideas quedarán enterradas en la pequeña “catedral” de Coca y, casi
seguro, que no tuvieron ninguna transcendencia en el mismo Ecuador. Pero la fuerza
de la profecía no está en el aplauso y en el reconocimiento sino en su verdad.
Y esa verdad inundaba el pensamiento del primero Obispo de Aguarico.
6. La otra misión
Ya hemos dicho
varias veces que la Crónica1988
añade varios Apéndices. Uno de ellos, el III, contiene 21 textos que
Alejandro ha ido dirigiendo a lo largo de los años a diversas instancias
sociales y políticas del país en defensa de las minorías étnicas, sobre todo de
los Huaorani. Hay quien, torpemente, ha dado como razón de esta lucha los orígenes
euskaldunes de Alejandro, como si eso fuera la causa de un politicismo absurdo.
Bien mirado, puede ser que el problema vasco hubiera influido en él para tratar
de no caer en los errores en que históricamente han afligido a su propio
pueblo. Pero la razón de esta lucha, de esta “otra misión”, es en realidad muy
otra: es la voz de la profecía, la voz de los que no tienen voz, el
irrefrenable afán por que el pueblo Huaorani pueda sobrevivir con dignidad y
desarrollarse en sus propios parámetros. Esta labor “política” de Alejandro es,
según se mire, su mejor legado. Permítasenos hacer unos cuantos subrayados
generales:
a)
La tierra: Quizá sea el problema prioritario que viene en casi todos los documentos,
desde el que escribe al presidente mismo del Ecuador (Crónica 1988 189) como a cualquier publicación
religiosa. La tierra lleva a un problema
más concreto: la creación de una reserva indígena para que el pueblo Huaorani
pueda vivir holgadamente conforme a sus derechos tradicionales de Posesión
Pacífica Milenaria (Crónica1988
203). Él mismo da en no pocos documentos los límites de esa reserva (Crónica1988 193) que, en la
práctica, han sido ignorados, ya que la reserva concedida es menos de una
décima parte del territorio Huaorani tradicional (como lo muestra el mapa de la
Crónica1988 187).
b)
La cultura: Y más concretamente el idioma. Con un tipo de enseñanza que no
solamente sea respetuosa con el patrimonio cultural indígena sino que lo
cultive y lo aumente (Crónica1988
205).
c)
Autogestión: Ya que los recursos son suyos y tienen
derecho a explotarlos según su conciencia , ya que “el ideal es que el cambio
social…lo hagan de la mejor manera que ellos prefieran y no según preferencias impuestas desde el
‘exterior’ del grupo” (Crónica1988
197). Ello implica que las explotaciones petroleras en zona conflictiva no
habría de hacerse “hasta que el mismo pueblo Huaorani pueda comprenderlas y
autorizarlas” (Crónica1988
195).
¿Ha tenido este
pensamiento alguna repercusión? Seguramente que sí, ya que las minorías habrían
quizá desaparecido sin el soporte ideológico, espiritual y moral de Alejandro y
sus compañeros/as que han dejado literalmente su vida en esta empresa. De cualquier
modo, Alejandro sabía de la enorme dificultad de esta misión cuando escribía:
“Hoy, los que trabajan por las minorías tienen que tener vocación de
mártires, que saben que tienen que trabajar aunque su esfuerzo quedará en un
fracaso seguro ante la organización del mundo tecnológico actual” (Crónica1988 198).
5. La Crónica: una interpelación
La humilde Crónica de Labaka, reflexión viva en el escenario mismo del kairós¸ no tenía pretensiones
interpeladoras. El mismo talante de su autor, pacífico y sencillo, aleja
cualquier pretensión, cualquier interrogante provocador. Pero nuestra lectura
no quiere ser meramente académica, sino que desea encuentre un eco veinticinco
años después de haberse editado por primera vez. Más que a cuestiones morales o
teológicas, la el dardo de la palabra de Labaka apunta al fondo de la vivencia
cristiana. No obstante, se puede llevar su pregunta al terreno de la reflexión.
Porque no frecuentó las aulas o no escribió una obra doctrinal a Labaka se le
niega de salida el talante de teólogo. Sin embargo, ya lo hemos dicho, su
teología de “acto primero” tiene un valor incalculable y necesario para la
misma reflexión.
a) La teología en una época no mítica
La epistemología mítica está
basada en la analogia entis, adecuación
entre los seres y lo que se dice de ellos. En eso se basan los “mitos”. Pero ha
sonado el fin de esta analogía porque sabemos que la realidad está ahí y que
nuestra verdad toca alguna de sus parcelas, no todas. La verdad religiosa toca
también alguna de las parcelas de la realidad y de la verdad, no todas.
El hundimiento de las sociedades
preindustriales y de la globalización nos ha obligado a abandonar la
epistemología mítica, aquella manera de entender lo real que dice que lo que
describen los “mitos” y lo real coinciden sin más. Esto ya no lo acepta la
persona secular de hoy.
La verdad de la que hablan las
escrituras no es ninguna de nuestras modelaciones, no es ninguna formulación
que haya que mantener a priori. Es la noticia, buena noticia, de la dimensión
absoluta de real, no de ninguna representación mítica.
Esto tiene unas consecuencias
decisivas para el tema de la Palabra y para el tema de la teología. La primera
es que pretender una verdad sobre el texto y su lectura es no solamente algo
que va contra la mecánica de lectura (tantas lecturas cuantos ojos que leen),
sino que es una contradicción epistemológica: decimos conocer lo que en
realidad no conocemos.
Cae por tierra el mito del
sentido objetivado, aunque permanezca en anhelo de aproximarse a sentidos que
iluminen. De manera que se puede decir que la Biblia “cambia”, porque el hecho
de lectura se compone de la suma del libro que leo y de los ojos que leen. La
primera parte de esa suma cambia poco; mientras que la segunda cambia mucho
porque depende de la persona, de la sociedad, del tiempo, de los condicionamientos
externos, etc.
En ese caso ¿se puede hacer una
lectura bíblica con sentido en nuestra sociedad? Sí, si se hace en plan de
oferta, con modestia, con humildad, tratando de colaborar a que el sentido
arribe a la playa de la intimidad de toda persona. Una lectura así ¿sería empobrecedora?
Creemos que no. Descubriría sentidos nuevos y nos abriría a otro tipo de
horizonte.
Esto conlleva un problema grande
dentro del mismo texto: su adecuación, espiritualmente hablando, a los tiempos
que corren. El clásico tema de la violencia en la Biblia ha de ser tratado de
alguna manera. Lo mismo decimos a propósito de la adecuación a los códigos
domésticos de nuestra sociedad de hoy. Así, la teología queda entendida como
materia dúctil, acompañante, no como un textum
prefijado de antemano que debo aceptar sin más.
Este enfoque no mítico de la
teología nos llevaría a conectar mejor con otras personas que, por razones de
increencia en diverso grado, han abandonado, más o menos, la perspectiva
mítica. Es decir, nos ayudaría a encontrar vías de lectura más seculares, más
creativas, más nuevas.
Otros autores lo dicen de otro
modo: hablan del abandono de una religión
neolítica asentada sobre la tríada: templos, sacerdotes, sacrificios (P.
Trigo, La teología latinomericana, p.265). Una teología asentada sobre ese tipo
de religión da como resultado una reflexión que pretende fundamentar el sistema
establecido.
Podemos decir que, tal como se
deduce de la Crónica, la teología de Labaka, su vivencia evangélica,
se ha visto libre de la religión neolítica y se ha asentado sobre una visión no
mítica del hecho espiritual, aquella que abandona primacías consagradas, que
sustenta sistemas ideológicos o defiende comportamientos sacrales. La
secularidad de la selva, si se puede hablar así, le ha hecho situarse en otro
terreno, en el de la mera persona y su compleja espiritualidad, más allá de
culturas o de religiones. Sin pretenderlo, la suya era una teología acorde con
la primera de las exigencias de una teología profética: la buena conexión con
la más inmediata realidad.
b) Ante la realidad de la teología
latinoamericana
La brutal realidad del
totalitarismo del mercado que se impone en Latinoamérica (como en el resto del
mundo, por lo demás, por efecto de la globalización) hace que los teólogos
sean, básicamente, de dos tipos: los teólogos
académicos que, sospechando que no interesa mucho lo que hacen, tratan de
establecerse en el sistema universitario cumpliendo los requisitos formales con
lo que consiguen subir de rango y hasta obtener financiamiento estatal. Se
alejan de la fe que busca entender. Y están los teólogos doctrinarios que han asumido un ropaje académico formal y
dedica trabajos eruditos a cuestiones del pasado, una teología anacrónica que
no contiene inteligibilidad. “Así pues, la adaptación formalista a la época globalizada
oscila entre la instalación intrascendente en lo establecido, ya que esos
teólogos dicen lo que podría decir un científico del establecimiento, y la
proclamación insignificante, ya que lo que se propone doctrinariamente no solo
no tiene sentido, sino que carece de sentido para quien no pertenezca a esos colectivos
cerrados” (P. Trigo, La teología, p.262).
El resultado es claro: una teología de lenguaje ininteligible para el ciudadano
en general, un ejercicio hecho para cumplir requisitos académicos como un
servicio escolar a los alumnos de teología.
Se hace necesaria una teología
que sea profecía razonada y evangélica. Para ello son necesarias dos
condiciones: asumir la época y rechazar la dirección dominante, una teología
alternativa. Esto es lo que ayudará a dotar de trascendencia, de
espiritualidad, al quehacer teológico y relativizará el manto de erudición que
cree que eso consagra el significado. Para ello, será necesario crear vínculos
con los teólogos de los terceros mundos y hacer reflexión no confundiendo el
fin de la religión neolítica con el fin de la religión sin uncir el
cristianismo a una práctica del mismo que tiene los días contados. “Esta es una
tarea epocal imprescindible de la teología, que no la podrá llevar a cabo si no
sale de su enclaustramiento académico y no se entraña en la comunidad eclesial,
para que ella sienta que se la habla desde dentro, es decir, como un hermano en
la fe, y a la vez desde las fuentes, desde la autoridad de la fuentes, y no
meramente desde la propia opinión del ilustrado” (P. Trigo, La teología, p.267).
En esta tercera época de la
teología moderna (las dos anteriores serían la que antecede y precede al
Vat.II) la demanda teológica la hacen en América Latina los colectivos indígenas,
afrolatinomericanos, campesinos y suburbanos. La teología latinoamericana no
puede distraerse y ha de mirar este kairós
de frente sin ofrecerles una teología blanqueada en la academia y, tras entrar
en la casa del pueblo elaborar teología concreta en la densidad de la realidad.
Creemos que la Crónica es, de algún modo, una profecía
viva de este tipo de teología ya que se hizo desde vivencias fuertes de fe sin
desdeñar la expresión teológica, habiendo entrado y vivido en la casa de los
demandantes de la nueva teología (indígenas, campesinos) y habiendo ofrecido
una respuesta en el molde del respeto, la convivencia, la promoción y, en
definitiva, la justicia.
c) Más allá del teísmo
Cuando los autores de hoy
repiensan seriamente la experiencia cristiana desvelan que la misión del teísmo
ha sido imperialista en sus formas y, lo que es más grave, en sus contenidos.
Por eso, postulan un cambio radical: “Si Dios no es un ser, sino el Fundamento
de todo Ser, la fuente de la vida y del amor, entonces él ciertamente no puede
estar contenido en ningún sistema religioso, ni nadie puede seguir viviendo
como si Dios fuera la Divinidad tribal particular de su nación o grupo. El ser,
la vida y el amor trascienden todos los límites. Ninguna Sagrada Escritura de
ninguna tradición religiosa puede pretender que la plenitud de Dios esté
capturada en sus páginas. La propaganda religiosa exclusivista ya no es
sostenible. La idea de que Jesús es el único camino para llegar a Dios, o de
que solo quien fue lavado en la sangre de Cristo estará en la lista de los salvados,
se volvió un anatema y hasta un peligro para nuestro pequeño mundo” (J.Shelby, Un cristianismo nuevo, p.159).
Para estos autores las religiones
son las “puertas de entrada” para explorar el camino al misterio de Dios de tal
manera que amanecerá el día en que se comparta un tesoro común en el seno del
amor de Dios único y común. Para el cristiano, “Cristo continúa siendo mi
puerta de acceso a Dios. Tal vez no sea la puerta que todos usen y ciertamente
no es la única puerta, pero es mi puerta. Una vez que entro por esa puerta, descubro
que hay una gran tradición de fe, quizá hasta infinita, para ser explorada, que
rompe con los límites del pasado. No necesito rechazar esta puerta de mi pasado
religioso; solo necesito relativizar las reivindicaciones exclusivistas” (J.
Shelby, Un cristianismo nuevo, p.160).
De la Crónica se deduce claramente
que Labaka ha pretendido colarse en la puerta de los Huaoranis para
explorar los caminos hacia un Dios semejante escapando de los límites de las particulares
tradiciones y captando la esencia de la intuición de los sistemas religiosos y
poder compartir el hallazgo del misterio con todo el mundo. A este sueño de
Dios compartido ha colaborado Labaka con un entusiasmo verdaderamente juvenil.
d) Interrogantes abiertos
La Crónica es de esos textos fundacionales que más de dar respuestas
plantean interrogantes. El primero de todos es cómo mantenerse en una dirección
evangélica alternativa, profética, con qué requisitos. Si se mira a la Crónica se podría responder con las palabras
de Roger de Taizé: bondad y vida simple, humanidad y comunión con los
sencillos. Más allá de su indudable componente espiritual y aun religioso, las
páginas de Labaka rezuman bondad de corazón y humanidad básica hasta mirar a cualquier
ser humano, a la creación incluso, en parámetros de gozo y familiaridad. Y,
además, una vida simple, mezclada a los humildes, desvelando el gozo simple de
estar con quienes se quiere estar.
Un segundo interrogante es cómo
discernir la época mundializada en que vivimos. La respuesta que viene de la Crónica es clara: tratando de leer lo
que ocurre desde las ineludibles exigencias de la justicia. Si se pierde esta
perspectiva el mensaje de Jesús se viene a pique. La búsqueda prioritaria de la
justicia es el quicio del Reino y su conculcación el oscurecimiento del sueño
de Jesús.
Un tercer reto es huir del
claustro, de la falta de pretensión evangélica, del discurso no preformativo.
En eso la Crónica es maestra porque está en profunda conexión
con el pueblo de Dios y con el pueblo sin más. “La selva es tu mansión” cantaba
Labaka en momentos de euforia: el escenario de teología es el ancho mundo, la
realidad total. Se han roto para siempre las barreras entre lo sacro y lo
profano, entre lo religioso y lo secular. Todo está envuelto en el halo amoroso
y creativo del Espíritu.
Y el cuarto interrogante,
persistente por más que lo quiera acallar, es el binomio inextricable que
forman el Dios de Jesús de Nazaret y los empobrecidos, eje transversal de una
teología que se quiera fecunda, evangélica. En esto la Crónica es maestra ya que se desmoronaría si la suerte de los
empobrecidos no fuera el cimiento de sus más hondos anhelos.
Este tipo de espiritualidad plantea también una serie de
interrogantes a las comunidades cristianas de América latina. Lo vamos a decir
con palabras de J. Sobrino: “De diversas formas abunda el pentecostalismo, como
forma de iglesia distante de los problemas reales de vida y muerte de las
mayorías, aunque trae ánimo y consuelo a los pobres, lo que no es desdeñar
cuando no tienen dónde agarrarse para que su vida tenga sentido -distinta es la
situación en clases más acomodadas. Prolifera un gran número de movimientos,
docenas de ellos, proliferan los medios de comunicación de las iglesias, emisoras
de radio y televisión, sumisos en exceso a ideales y normas que provienen de
curias, sin dar sensación de libertad para tomar ellos mismos en sus manos un
evangelio que anuncia la buena nueva para los pobres, en forma de justicia, y
sin sospechar la necesidad de un estudio, reflexivo, mínimamente científico, de
la Palabra de Dios, y en general de la teología que propició el Vaticano II y
Medellín. Proliferan devociones de todo tipo, las de antes y las de ahora.
Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien y murió crucificado, es dejado
de lado con facilidad en favor del niño Jesús, sea de Atocha, de Praga, el Dios
niño, dicho con gran respeto. Con facilidad se diluye el Jesús recio de
Galilea, del Jordán, el profeta de denuncias alrededor del templo de Jerusalén,
en favor de devociones, basadas en apariciones con un trasfondo sentimental y
melifluo en exceso. Por decirlo con sencillez, la divina providencia puede
atraer más que el Padre de Jesús, el Hijo que es Jesús de Nazaret, el Espíritu
Santo, que es Señor y dador de vida, y Padre de los pobres como se canta en el
himno de Pentecostés”.
Conclusión
Muchas veces, como
queda dicho, empleó Alejandro, al parecer, para su evangelización inicial las
imágenes de la publicación Vivió entre
nosotros (Crónica 76). Alude a la
persona de Jesús que tomó nuestro camino humano. Pero, extrapolando la imagen,
podemos aplicarla también a la figura del misionero capuchino: vivió entre los
Huaorani; se integró en su cultura y en su familia creyendo que ese era el
camino adecuado para la mejor promoción, la que brota de la misma cultura a la
que se llega; adaptó la cultura de la desnudez como un valor no como una
limitación; intuyó y desveló con mucho cariño y con honda fe las semillas del
Verbo sembradas profundamente en las intrincadas selvas del Oriente
Ecuatoriano; derramó cortesía, cariño y dignidad como la forma más natural de
ser hermano entre sus hermanos Huaorani; hizo partícipe de esta espiritualidad
a muchos compañeros y compañeras de misión demostrando que lo suyo era un
trabajo desde la Iglesia no desde el individualismo; vivió como el mejor mediador
que jamás hayan tenido los Huaorani aunque silenciaran su voz en esos errores
de la historia que es necesario asumir para que el Reino venga. También los
Huao podrían decir de Alejandro lo que nosotros decimos de Jesús: Vivió entre
nosotros, verdadera e idéntica encarnación.
Seguramente que el
“Dios desconocido” al que aludía con frecuencia (Crónica 82.149) es hoy, por la obra de Alejandro y Inés Arango, mártires,
un poco más conocido y amado en la Iglesia de Aguarico.
Fidel Aizpurúa Donazar
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