Las minorías étnicas fue la vocación de Monseñor. Nacido en el Estado Español en el corazón de una minoría étnica, la casca y adornado con un temperamento tenaz, constante, estaba preparado por la naturaleza para dedicarse de por vida a la defensa y a la promoción de las minorías étnicas de nuestra región, el Vicariato Apostólico de Aguarico. Siendo Prefecto Apostólico (196-19) había adquirido con ayuda de la Santa Sede una avioneta para iniciar todo un programa misional de ubicación, acercamiento y contacto con los temibles "Aucas" que atacaban a los indígenas quichuas.

1976 fue el año en que Monseñor, en aquel entonces simple misionero capuchino, pues había renunciado a Prefecto y Superior Regular era el P. Manuel Amunárriz, arriesgó toda su vida por hacer el primer encuentro amistoso con los Huaorani. El 18 de diciembre de 1976 un helicóptero de Texaco lo llevó al bohío Huaorani donde lo dejó solo, volviendo al día siguiente par recogerlo. Los Huaorani respetaron su vida no sin antes desprenderlo de todas sus vestiduras. En aquella primera noche de su estancia entre los Huaorani se realizó la mayor maravilla del corazón humano: Monseñor pidió con gestos al matrimonio que lo hospedó es su casa ser aceptado como hijo y ellos en un rito lleno de expresividad se entregaron a él como padre y madre. Se llamaban y se llaman todavía Paba e Inihua, sus padres adoptivos.

En 1977, el 3 de noviembre. los trabajadores de la compañía petrolera se ven sorprendidos por un ataque indio: tres obreros quedan totalmente lanceados por los Tagaeri. Igualmente vuelve a ocurrir un ataque sorpresivo el 19 y 28 de diciembre de 1984 nuevamente los temibles Tagairi atacan una embarcación en el Cononaco que transportaba combustible para los trabajos de la Compañía.

Y al mismo tiempo miles de hectáreas se abren a licitación internacional para explorar el petróleo del subsuelo. Se trata de los territorios donde presumiblemente viven los Tagairi. Fácilmente uno puede imaginarse lo que puede pasar una vez que concedida la explotación petrolera comiencen los trabajos: nuevos enfrentamientos con los Tagairi, nuevas muertes, nueva huida de los indios en busca de otras tierras. Los derechos de los indios están en entredicho; su supervivencia al servicio de intereses económicos.

Monseñor se había convertido ya en la "voz de los que no tienen voz" y emprende a partir de marzo de 1985 una acción ante las autoridades gubernamentales para conseguir la ayuda económica necesaria a fin de ubicar, acercarse y contactar con el grupo de los Tagairi.

El 8 de marzo escribe al Gerente General de la Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana (CEPE) dándole cuenta de la problemática del pueblo Huaorani con derecho a sus territorios y en particular al grupo Tagairi ofreciéndose a llevar adelante el plan de acercamiento a ellos que ya en 1979 había formado con ellos y por razones de retiro de la Compañía no se llevó a cabo. al mismo tiempo escribe al Ministro de Recursos Naturales y unos días más tarde al Señor Presidente de la República informándole igualmente de los pasos que está dando y solicitándoles su apoyo para que se lleve a cabo el plan de la Misión Capuchina de acercamiento a los Tagairi.

Monseñor aprovecha para extenderles en esta correspondencia una hoja descriptiva de los derechos que les amparan a los Huaorani y que años atrás ya tenía totalmente elaborados.

La nacionalidad Huaorani y sus derechos

"La nacionalidad Huaorani ha ejercido su soberanía en una extensa zona desde el Curaray hasta el Napo y en su orilla derecha de Chontapunta hasta Pañacocha en una extensión aproximada de más de trescientos kilómetros.

El Doctor Velasco Ibarra, a propuesta del Instituto Lingüístico de Verano para dar seguridades al pueblo Huaorani ante el peligro de la colonización espontánea que comenzaba a internarse desde varios puntos de la Provincia de Pastaza, señaló los límites del protectorado pero todo quedó sin la debida legalización.

En la era del petróleo y con el desarrollo de las estructuras petroleras de Yucas, Aucas y Cononaco, los Huaorani tuvieron que replegarse en más de cien kilómetros hacia en interior de la selva desde Puerto Francisco de Orellana hasta Cononaco.

En el Gobierno del DR. Oswaldo Hurtado se quiso defender a los Huaorani de mayores despojos de sus tierras y a propuesta del Señor Samuel Padilla que se proclama Jefe absoluto, se hizo oficialmente una entrega que adolece de los mismos defectos del Protectorado del Dr. José María Velasco Ibarra: falta de legalización efectiva; falta de previsión de medios eficaces para la defensa de los territorios entregados y sobre todo, la inconsiderada división de la Nacionalidad Huaorani, dejando fuera de los mencionados territorios a importantes parcialidades como son los Huaorani de Yasuní y los Tagaeri.

Ante la inminencia arrolladora de nuevos contratos petroleros en la zona de Cononaco del Consorcio CEPE-TEXACO y del nuevo bloque 16, puesto a licitación internacional, la Iglesia del Ecuador presenta los siguientes postulados:

1. Que el Pueblo Huaorani tiene derecho a que el Gobierno Nacional garantice su existencia como pueblo con su propia identidad, lengua, cultura, costumbres y utilización de sus recursos naturales a su alcance.
2. Que el pueblo Huaorani, aunque hoy dividido en grupos antagónicos, tiene derecho a ser considerado como una única Nacionalidad y sería una injusticia no propiciar por todos los medios su unidad territorial, dejando marginados a los grupos de Yasuní, Tagaeri y otros posibles.
3. Que el Gobierno Nacional debe proteger los derechos del pueblo Huaorani impidiendo eficazmente la penetración de colonos, explotación de madera, incursiones discriminadas para cacería y pesca de pueblos e instituciones circundantes.

4. Que el pueblo Huaorani es una minoría en peligro de extinción biológica y que es deber de la Iglesia como del Gobierno Nacional defender su derecho al reconocimiento legal de sus territorios ecológicamente; que estos territorios los ocupan con pleno derecho de pacífica posesión milenaria y que sería lesionar gravemente ese derecho todo intento de usurpación, desalojo, reubicación forzosa o disminución excesiva de espacio vital".

Al final de Octubre de 1985 se suscribe un convenio en entre CEPE y el Vicariato Apostólico de Aguarico financiándose el "Programa Huaoranis- Misión Aguarico, programa de vuelos de investigación por la zona de los grupos indígenas Huaoranis" con un monto de 5 millones de sucres y una duración de 6 meses.

El año 1986 lo dedica Monseñor a hacer los más viajes posibles en busca de los Tagairi. Firma un convenio con el Ministerio de Defensa a fin de poder usar los helicópteros que llegan a la Brigada de selva 19 Napo situada en Francisco de Orellana, costándole la hora de vuelo 77.000 sucres.

Todos los vuelos realizados resultan infructuosos. Algunos religiosos le van acompañando en los diferentes vuelos que va haciendo. (El P. Juan Pedro , Enrique, Alain, Roque, Jesús Elizalde, Miguel Angel). Todos convienen en decir que es imposible dar con una casa en la inmensidad de la selva. Sólo si por casualidad se sobrevuela sobre ella se podrá encontrar. Se va pasando el tiempo sin ningún resultado, a pesar de que se planifica bien los vuelos para no sobrevolar nunca por lugares ya inspeccionados. Por otra parte no siempre los helicópteros del ejército están a disposición una vez que aparecen por Coca. A veces se tienen dificultades de adquirir gasolina y hay que echar mano de la benevolencia de TEXACO. Se pasaron 6 meses del contrato sin fruto alguno y sin haber gastado sino únicamente como la mitad de lo presupuestado.

Ante la inseguridad de los vuelos con los helicópteros del Ejército, Monseñor acude a una subsidiaria del Petróleo, a la CGG que tiene su base a 50 Km. de Coca, con la esperanza de poder alquilar un helicóptero y tener seguridad de volar. Esta compañía francesa se dedica a hacer los estudios de prospecciones sísmicas preparando así los datos necesarios para determinar dónde se han de hacer los estudios de prospecciones petroleras. Sus trabajadores abren un mosaico cuadriculado de trochas a todo lo largo y ancho del bloque y hacen los levantamientos sísmicos.

Los trabajadores atacados y muertos hasta el momento han sido siempre trabajadores que hacen este tipo de trabajos. La Compañía CGG acepta gustoso esta colaboración de Monseñor, como 10 años atrás ya lo había hecho. Dentro de la Compañía tiene Monseñor un colaborador y amigo del alma, el Sr. Viteri, que está al frente de los trabajadores y que se ha identificado con los sentimientos e ideales de Monseñor.

Es ya Enero de 1987 cuando se emprenden, ahora ya con la CGG, de nuevo los vuelos de reconocimiento. Igualmente sin resultado alguno. Pero a finales de marzo en un vuelo de reconocimiento de la compañía dan casualmente con la casa de los TAGAERI. Fue un día de alegría para todos. Para la compañía que tiene localizados a los "Bravos" y puede disponer entonces con conocimiento de causa sobre sus trabajos y para Monseñor, quien inmediatamente se le comunica del hallazgo, y que sueña - como hacía 10 años atrás - con el cercano día en que podrá encontrarse con los Tagairi, y hacerse amigo de ellos, salvándolos para la posteridad.

En Mayo de 1987 consigue Monseñor ampliar el plazo del Convenio realizado en 1985 por otros seis meses, hasta noviembre del 87, ya que no se había gastado ni siquiera la mitad del presupuesto planificado. Y de nuevo se pone manos a la obra a conseguir el encuentro y la amistad de los Tagairi.

En el mes de Julio de 1987, se van a precipitar los acontecimientos, pues Monseñor sobrehilará los días 10,17,18 la casa de los Tagairi, les echará regalos, verá sus señales de acogida e invitación a bajar el día 21 encontrará la muerte con las propias lanzas de los que amaba.

Monseñor va a tener una semana muy apretada de trabajo y de compromisos, sin pensar que es la última semana de su vida. El día 10 hace el vuelo previsto hacia los TAGAIRI, sin éxito, pues no encuentra en el bohío a ninguna persona, a pesar de sobrevolar durante un rato la zona.

Por la tarde se vuelve de nuevo al lugar, pero se debe regresar sin llegar por mal tiempo atmosférico. Igualmente se vuelve a volar el día 11 y sin resultado, pues no aparecen. Pero se les echan los regalos para ver si los retiran, cosa que comprueban al otro día, lo hacen. El día 13 vuelve Monseñor de nuevo a la base para volar, que tampoco se puede y el día 14 lo dedica par ir a visitar al final de la carretera (más de 100 km. desde Coca) al Dr. Vela, que también él está en proyecto de entrar a los Tagairi por tierra. El día 15, víspera de la Virgen del Carmen, patrona de la ciudad de Coca, Monseñor tiene que confirmar a 60 jóvenes en una ceremonia que resultó emocionante. El día 16, festividad de la virgen tiene que ir a otra comunidad que también tienen por patrona a la Virgen del Carmen, en el km. 21 de la Vía a los Aucas, donde después de la Confirmación come con la comunidad y marcha con las hermanas dominicas a tomar café a su casa del km. 30, llevándole la Hna. Clara a la base de la CGG para dormir en el campamento y volar al día siguiente apenas amanezca.

El 17 va a ser prácticamente el día de la decisión. Para las 8,30 de la mañana ya se ha hecho el vuelo y se está por encima de los Tagairi, pero no hay nadie, se sobrevuela el lugar y al volver al bohío se encuentra a 8 Tagairi, desnudos, que habían recogido las cosas que habían echado y que hacen señales de bajar. Monseñor regresa satisfecho con la felicidad en el rostro y se planea un segundo vuelo, estando de nuevo en el bohío a las 10,30, y se vuelven a echar regalos más o menos como la vez anterior: 2 ollas número 20, 6 machetes, 6 limas para afilar machetes, e hachas. "Todo el grupo nos saluda invitándonos a bajar escribe Monseñor en su informe oficial. Pero, "cuando ven bajar el primer machete corren a esconderse en el bosque cercano. Se queda sólo un hombre mirando. Cuando el helicópteros aleja va a recoger los regalos y cuando nos aproximamos de nuevo, tiene ya en sus brazos el paquete, varios machetes y las hachas; nos muestra en alto todas las cosas para darnos a conocer que las acepta y nos reitera de nuevo las señales par que aterricemos junto a la casa. Con las puertas abiertas y con el helicóptero casi parado, a poca altura con gran maestría de los pilotos, todos nos empeñamos en darles a entender que nos ayuden a limpiar el terreno para que el helicóptero pueda aterrizar"...

Termina el vuelo y Monseñor tienen que volver a Coca, pues espera la visita de un personero de la Braspetrol, a quien se ha concedido el bloque donde se encuentran los Tagairi. Por otra parte, desde hace algunos días tiene visita de un sacerdote francés que desea venir a trabajar entre los indígenas de la misión. Como evaluación del día escribe: "Todos los signos han sido muy positivos y se puede intentar ya pronto el primer contacto personal de amistad".

Al día siguiente, 18, se planea de nuevo un vuelo con el personero de Braspetrol "y sólo aparece un hombre, al parecer el mismo que no se escondió el día anterior y echamos los obsequios. Las mismas señales de acogida". Y queda planeado que dos días más tarde, el día 20, lunes, se bajaría y Monseñor iría acompañado de la Madre Inés Arango.

Monseñor que durante toda la semana apenas si ha estado en casa, se preocupa por la Hna. Inés, que salió a Bogotá para asistir al Congreso Misional Latinoamericano y quiere saber donde se encuentra, si ha vuelto para Coca para poder hacer la entrada a los Tagairi con ella, su inseparable compañera en el trabajo con los Huaorani. En el mes de Junio Monseñor le había mandado a visitar a los amigos Huaorani con los que convivió del 9 al 19. La Hna. Inés podía conversar con mucha facilidad con los Huao y hasta llegó a prender mejor que Monseñor su lengua. Y la Madre Inés recién había llegado de Bogotá y se encontraba visitando a las hermanas en las residencias de San Pedro de los Cofanes y Shushufindi, trayéndoles las noticias de Colombia y la gran noticia, de que el lunes, dentro de dos días, entrará con Monseñor a los Tagairi. Se le ve contenta, feliz. Había vivido muchos años en Rocafuerte, residencia también de Monseñor hasta que le hicieron Obispo, pero en Enero último le habían trasladado a Coca y temía perder su puesto entre los Huaorani al no vivir ya en Rocafuerte, lugar de entrada por río hacia ellos.

En Bogotá había conseguido comprensión y apoyo no solo por parte de la M. Provincial sino también por la Madre General que también había acudido al Congreso. Venía feliz, pues se sentía apoyada por sus hermanas y confirmaba su vocación.

Las hermanas capuchinas comenzaron a vivir con intensidad el hecho de que su hermana Inés iba a entrar por primera vez ante los temibles Tagairi. Le acosaban de preguntas. Vivían la seriedad de la hora, atisvaban como el peligro, la posible muerte. Le preguntaron siempre, si tenía miedo y si por casualidad muriera... La conversación se repetía en las tres comunidades de la zona (Coca, S. Pedro, Shushufindi) Y ella siempre respondió serena y tranquila: que estaba contenta y en el peor de los casos si tuviera que morir, moriría feliz. El domingo se confesaba con Monseñor mismo.

No así entre los hermanos capuchinos. En la residencia del Coca estaban viviendo con Monseñor aquellos días además del Hno. Jesús Langarica y el P. Roque, José Miguel pasaba en el Seminario y los seminaristas estaban haciendo los exámenes de final de curso. Aquellos días estaban de visita en la casa el sacerdote francés con dos colaboradores que pasaban unos días conociendo el lugar y hablando con Monseñor sobre la posibilidad de venir a trabajar como misioneros , a trabajar con el grupo de los Siona Secoyas, que fue lo que Monseñor les ofreció. Por otra parte también habían llegado de visita 4 Huaoranis amigos del Yasuní que comían con nosotros y dormían en la Misión.

Yo vivía el entusiasmo y la alegría de Monseñor al acercarse la hora, más aún con sencillez le manifesté el deseo de acompañarle si el lo quería, a lo que muy sencillamente me indicó que no hacía falta, pues ya iban dos. Jesús había salido en un viaje relámpago a Quito y volvería el Lunes, Monseñor poseía una confianza absoluta en el éxito de la empresa; estaba confiado en si mismo, pues conocía la lengua para entenderse y llevaba con sigo a Inés, que siempre la mujer es señal de paz, de bien y esa confianza nos la transmitía a los demás sin darse cuenta. Por otra parte en Enero último, en uno de los reconocimientos del lugar, divisaron una casa habitada con dos mujeres desnudas y sin pensarlo dos veces bajaron ante las señales de bajada que le hicieron. Fue aquel momento de inmensa satisfacción para todos. Coincidió que eran Huaoranis amigos.

Estuvieron largo rato con ellas, tanto Monseñor como el P. Alain que les acompañaba, el piloto y el jefe de la CGG. El contacto con los Huaorani se había convertido en la vida de Monseñor como una cosa normal, rutinaria de amistad, que así también había de ser en esta ocasión. José Miguel por otra parte, no participaba de este optimismo, nos contaba más tarde. Al enterarse de los planes inmediatos de bajada le había dicho que no bajase, que no arriesgase su vida, que le iban a matar. Entre bromas y verás se intercambiaron un par de frases que habían de ser proféticas. "No importa, ya dejo un buen sucesor" dice que le dijo Monseñor y que igualmente contestó José Miguel "de todas maneras yo bajaré a recogerte"... Así sucedió.

No hubo entre nosotros, sobre todo a la hora de las comidas un ambiente de zozobra de inquietud o de tensión ante la inminente bajada a los Tagairi. Pues si apenas salía alguna indicación de peligro, alguien sofocaba inmediatamente el pensamiento con expresiones de optimismo y seguridad en la empresa, como lo más normal del mundo.

No así entre los Huaorani, presentes aquellos días en la casa. Precisamente su padre, Inihua, que se encontraba allá era quien le aconsejaba muy seriamente que no bajase, que le habrían de matar. Igualmente se manifestaba así en la casa de la Hna. Inés, donde pasó toda la tarde del domingo con las hermanas. Expresaba que no había que bajar porque les habían de matar y que en todo caso él quería ir, pues había de decirles que no les matasen pues son buenos y Huinuni (el Dios Huaorani) prohibe matar. No tomábamos en serio las recomendaciones de Inihua, pensando que el está discurriendo desde otra perspectiva y desde otro nivel. Con todo la víspera de la bajada durante la cena Inihua le pedía a su hijo Monseñor, acompañarle para que no le matasen. Monseñor no supo que decirle, con toda suavidad, sonriente le manifestó que
le llevaría la próxima vez. Inihua callo.

Llegó el día 20, lunes. Pusimos el despertador para las 5 de la mañana a fin de poder salir para las 5,30. Así fue. A la luz de la vela desayunamos juntos y salimos con Jeep-Toyota hacia la casa de las Madres Capuchinas para recoger a Inés con sus bultos y a la Hna. Cristina que quería acompañar hasta el último momento a su hermana. Todavía tuvimos que volver a nuestra casa, pues yo había olvidado presentar a Monseñor la lista de calificaciones de los exámenes del tercer trimestre de los alumnos de sexto que se iban a graduar ese año y que Monseñor como Rector Titular del Colegio, debía firmar a fin de que pudieran los alumnos, aprobadas las calificaciones en la Dirección Provincial de Educación, presentarse al examen del grado de bachiller. Lo hicimos y nos pusimos en camino hacia la base de la CGG a 50 km. de Coca. No hablamos de nada especial, aunque el viaje estaba cargado de mucha ilusión en el corazón de los 4 viajeros.

Llegamos e inmediatamente recibimos la contrariedad de que el viaje no podía hacerse pues al querer preparar la grúa en el helicóptero para el descenso de Monseñor e Inés en las pruebas se había roto. Durante el día deberían repararla para poder descender al día siguiente. Monseñor aprovechó entonces para preparar con detalle todo lo que al día siguiente habían de llevar consigo y como regalos a los Tagairi. Y se hizo la lista completa, de tal manera que al día siguiente no habrían de perder tiempo en nada, ya todo estaría preparado. Nos invitaron a pasar al galpón-comedor de la compañía donde nos obsequiaron con un buen desayuno a base de café, huevo con jamón york y la refrescante papaya. Charlamos con el Sr. Viteri, gran amigo y admirador de Monseñor y el Sr. Roques jefe del campamento y oriundo de Las Landas, vecinos del país vasco. E igualmente jamás la conversación desembocaban la peligrosidad de la empresa y pensamos que la personalidad de Monseñor, su experiencia, su vida con el pueblo Huaorani trasmite a todos la confianza de que todo ha de salir bien.

Yo tengo la ilusión, ya que no puedo bajar con Monseñor e Inés al menos acompañarle hasta el lugar, estar presente en el descenso y dejarles allá. Se que es un momento histórico en nuestra vida nacional y en la historia de la Misión. Vamos a tener el primer encuentro con los Tagairi. Este grupito, como de 30 a 50 personas (mucho parece ser 50 personas) van a ser integradas a la vida nacional; la Misión va a tener la gran alegría del encuentro amistoso y soñamos con un desarrollo de comprensión, de amistad y ayuda como lo ha sido con nuestro grupo amigo del Yasuní. Sin embargo, comienzan a aparecer las primeras dificultades. Es posible que no haya sitio en el helicóptero, pues los regalos que se llevan ocupan bastante.

La lista definitiva de las cosas que se llevan y que pone a disposición de la compañía son las siguientes:

- 2 ollas n° 20
- 1 olla n° 30
- 2 espumaderas
- 2 cuchillos
- 2 limas
- 2 hachas
- 2 machetes
- 2 pailas (sartén grande)
- 6 cuencos de comida
- 6 jarras
- 1 caneca de 1 galón
- 2 mosquiteros
- 2 cobijas (mantas)
- 2 toallas
- 1 rollo de papel water
- cazos
- cucharón
- velas
- fósforos
- 1 galón de kerosene

Alimentos:
-50 libras de arroz
- 50 libras de azúcar
- 2 fundas de sal
- 2 tarrinas de manteca
- 2 frascos de aceite
- 2 lbrs. de avena
- galletas dulces y de sal
- 3 tarros de leche condensada
- 2 tarros de café soluble

Ciertamente que al día siguiente todas estas cosas van a ocupar un sitio importante en la parte trasera del helicóptero y no voy a poderles acompañar al descenso. No tocará más remedio que conformarse y esperar al regreso de los que los han de llevar.

No nos detenemos más. Hemos pasado como dos horas en el campamento y nos regresamos para Coca a la espera del día siguiente. Igualmente el 21 ponemos el despertador par las 5 de la mañana. Nos duchamos a oscuras y a la luz de la vela nos tomamos nuestro cafecito. A las 5,30 estamos en casa de las Madres, que salen todas despidiendo a la Madre Inés que viaja esta vez sin el acompañamiento de ninguna hermana. Va amaneciendo, cubierto el cielo de la niebla de la mañana. No sabemos si prodremos volar pronto o tendremos que esperar a que se levante el día. Antes de las 7 de la mañana llegamos al campamento. No hace buen tiempo. Las nubes no se levantan y el cielo bajo está grisáceo. Nos presentamos en la barraca del Jefe del Campamento. Como hay amistad, hay también rutina y naturalidad en los saludos. Para

Hacer tiempo nos vamos al galpón-comedor y como el día anterior podemos desayunar a la carta. Inés apenas si sorbe unos tragos de café. Monseñor desayuna y yo repito el del día anterior.. Parece que vamos a tener que esperar un tiempo, bastante, hasta que despeje el horizonte.

Cae una lluvia fina. Después del desayuno Monseñor con Inés se van a dar vuelta por la bodega, a controlar la lista del día anterior a hablar un poco con ....... traído expresamente de otro bloque a este para la operación de descenso y con el mecánico francés. Todo está a punto, solo hace falta que se levante el tiempo. Yo me quedo en el galpón curioseando las revistas francesas tiradas en un estante: L'Expres. París Match, de este tipo. Salgo del galpón y busco con la vista a Monseñor e Inés, los encuentro a la puerta de la bodega, tomo aire, respiro aire fresco, mojado, vuelo al galpón, paso hojas, mato el tiempo. Monseñor e Inés aparecen. No saben que hacer. Hay que esperar. Al fondo en la rinconera de un mostrador que hace de bar nos recogemos, sentándonos silenciosos. No tenemos conversación. Está todo tan hablado. Solo esperamos. De vez en cuando comentario fútiles de lo que vemos en el campamento a lo que en otras ocasiones hemos visto. Estamos haciendo tiempo. Pasaron ya las 9 de la mañana y nos acercamos a las 10.


Ya por fin vienen a llamarnos y recogiendo los bolsos de manos dirigimos a la pequeña loma, donde está el helipuerto de la Compañía, el lugar de partida y también de vuelta, de aterrizaje. Trabajadores han cogido las cosas empaquetadas que se llevan de regalos y las están colocando en la parte posterior del helicóptero, unas sobre otras para aprovechar el poco espacio. Las puertas están abiertas y los motores todavía sin encender. Subida la cuesta, llegamos y allí están un par de trabajadores, el piloto Sr....el mecánico francés, un ayudante, el Sr. Roques, jefe del Campamento y nosotros. Nos enseñan como es la colocada de la cincha por la espalda, debajo de los sobacos y como se abrirá la puerta y se moverá una plancha del suelo para poder descender desde el mismo interior del helicóptero, sin necesidad de lanzarse por la puerta sino del agujero que se abrirá al alado de la puerta, debajo de los pies. Vemos como un pequeño motor está colocado exactamente encima de la puerta del helicóptero, sobre el tejado. Está alimentado de la corriente de la turbina del motor. Miro y remiro como poder también entrar para acompañarles en el vuelo, insisto ante el mecánico pero el tiene la última palabra. No es posible. Monseñor e Inés necesitan estar cómodos para el momento del descenso en que se tendrán que poner de pie y necesitan cierta holgura de movimiento dentro de la cabina. Me invitan para venir mañana e ir a visitarlos pero insisto, pues me justifico al día siguiente tendré que estar en el colegio y no se si podré venir. Al fin tengo que desistir y se hace ya la hora. El piloto ya está en la cabina y comienza a prender el motor. No hay más remedio que despedirse hasta mañana. Y así es. Muy sencillamente Inés se monta, después Monseñor y cierran la puerta. Las hélices toman velocidad y el ruido es cada vez mayor. El
Jefe del campamento está también arriba, sentado y el mecánico cierra su puerta. Me aparto. Y miro al reloj. Son las 10,30 de la mañana. El helicóptero se desprende y comienza a alejarse tomando altura. Siento que me quedo solo y que me toca esperar. No quiero marcharme a Coca. Quiero esperar a que vuelvan para que me comuniquen como les ha ido. Cómo ha sido el descenso, como ha sido el recibimiento y la acogida. No conozco a la gente del campamento. El Jefe se marchó, el Sr. Viteri está en un puesto de apoyo, me vuelvo al galpón-comedor que se convertirá casi durante tres horas en la sala de espera. Estoy ilusionado. Se marcharon. Mañana yo iré a visitarlos. Para mi será la primera vez también entre los Huaorani. No me importa el colegio. Por un día dejaré de ir. Los exámenes seguirán su curso. Y llevaré las cámaras y haré fotos de recuerdo. Nadie en Ecuador sabe lo que está pasando y es el momento más grande de su historia. El último grupo que queda sin contacto con el resto de los ecuatorianos, hoy serán integrados a la nación. Una vez más la iglesia en su Obispo y en su humilde misionera serán quienes harán esta gran obra. Se necesita valor. Dios nos lo da porque nos da amor a este pueblo. Hay un rato en que uno queda como embobado, ensimismado por la ausencia, la marcha de los otros y el pensamiento del posible peligro uno lo retira, no lo deja entrar, sencillamente lo sofoca. No aparece. Se tiene la ilusión del éxito del encuentro feliz. Busco de nuevo las revistas francesas, paso las hojas, mato el tiempo. Me aburro, me salgo a la carretera, se acaban los cigarrillos, busco donde comprar.

Comparto un rato con la policía de seguridad que hace de portera ante la entrada del campamento. Llega el mediodía, la hora de comer y sigo conversando a la entrada, haciendo tiempo, esperando que el ruido del helicóptero nos anime. No llega. Me vuelvo al galpón-comedor. 4 técnicos franceses están tomando un aperitivo para comenzar a comer. Me siento y el camarero se dispone a servirme. Se acercan y se sientan los técnicos franceses. No hablan. Hay silencio. No preguntan nada, yo tampoco. No se que preguntar. Rompo el silencio. ¿Saben ustedes si tenían que hacer algo después de dejar a Monseñor?. Se miran, no saben nada. Tampoco hablan. ¿Estarán ellos también nerviosos? Son más de dos horas desde que salieron... Al bohío hay solo media hora de vuelo. ¿Qué habrá pasado? ¿Dónde habrán quedado? ¿Tendrían que hacer alguna diligencia en el campo de apoyo? Como un autómata, sin gusto.
Nervioso, mirando el reloj. Todo silencio. Solo estamos 5 personas en el comedor. De la cocina tampoco vienen sonidos.

Al fin el silencio queda roto por el ruido conocido del helicóptero. Dejo el café en la mesa y me marcho al helipuerto. El Jefe de la Compañía viene a mi encuentro. ¿Qué tal? Bien, contesta. Allí los dejamos. ¿Y? Está como tranquilo sin importancia, como una operación de rutina. Echamos las cosas, me dice, dimos una vuelta y después bajamos a Monseñor y a la Madre Inés. Nos marchamos y volvimos enseguida para ver, pero todavía no se había dado el encuentro. Nos volvimos definitivamente al punto de apoyo y al querer volver después nos perdimos. No pudimos dar con ellos. El piloto se equivocó de río. ¿Esta tarde vuelve?, pregunté. No. Tenemos otros trabajos me contestó. Mañana a las 7 iremos para allá. No le di importancia. Era cuestión de rutina, todo un éxito. Mañana gozaremos de todo, me dije. Todavía saludé al piloto, que
me dijo lo mismo. Entonces hasta mañana, a las 7. No, me dice, lo más pronto podemos salir a las 8. Antes no levanta la niebla.

Tomé el carro camino de Coca. Paré en el Km. 30, donde las hermanas dominicas para contarles todo. También el día anterior habíamos parado, cuando no pudimos volar. En la misa vespertina de la tarde, como el domingo anterior rogamos a Dios por nuestros hermanos que están entre los Tagairi.

Igualmente el día 22 me levanto temprano. Sé que tengo tiempo para llegar a tiempo, y marcho solo. El plan es ir a visitarlos. Esperamos que Monseñor habrá limpiado con machete y hacha el lugar y podremos aterrizar, bajar y encontrarnos con los nuevos amigos. Sale un día espléndido, sin niebla, el cielo limpio. El carro marcha bien a velocidad. Y tengo accidente. En una curva el que viene de frente también a velocidad me obliga a echarme a mi derecha y caigo en la cuneta. Me quedo solo. No puedo sacarlo y es de doble transmisión.

Me toca esperar y me pongo nervioso. ¿Si salen sin mí? Son 10 minutos malos esperando que algún otro carro pase y me ayude a desencunetar el mío. Así
ocurrió. Son como las 7,45 de la mañana cuando el helicóptero se levanta del suelo para ir a visitar a los Tagairi y convenir con Monseñor en qué momento se ha de volver para recogerle. Vamos 4 personas: el piloto Apolo, el Sr. Roques, Jefe de la CGG, Michel francés y un servidor.

Vamos contentos. Yo preparo la máquina de fotos y hago algunas de ambiente. Pasada media hora estamos ya a las puertas del bohío que desde lejos lo divisamos.
Pero me quedo consternado al encontrarlo vacío, sin gente, desierto, cuando estaba esperando el gozo alborozado de un grupo que nos sale al encuentro con alegría, haciendo corro al helicóptero que desea posarse con cuidado. No hay nadie y no veo a nadie, tampoco a Monseñor. ¿Se lo habrán llevado? ¿Qué ha pasado? Y el helicóptero ya ha atravesado el bohío y se dispone a dar otra vuelta. Sí, abajo, a 4 o 5 metros de la puerta de la casa está Monseñor tendido, desnudo, apoyada su espalda sobre un tronco y la cabeza pendiendo hacia atrás, los brazos abiertos caídos. A Inés no lo veo. Y el helicóptero a atravesado de nuevo el lugar. Y ya no recuerdo si denuevo da otra vuelta. Tomamos el camino de regreso. El piloto grita alborotado. El Jefe de la CGG me mira con rostro alterado. Michel pregunta por la hermana y los otros confirman que también está lanceada, y el piloto de nuevo comienza a gritar desaforadamente.

Les pido que me lleven directamente a Coca, y me dicen que mejor volver a la base. Entiendo. No insisto. Llegamos -naturalmente no nos esperaban. Recién habíamos salido y ya habíamos vuelto. El mecánico del día anterior nos abre la puerta y él es primero que se entera de labios del piloto. Baja el Sr. Roques. Yo no tengo ganas. Estoy como sin fuerza, clavado al asiento. Veo que el Sr. Roques se para en el camino, se inclina al suelo apoyando su cuerpo sobre las manos que descansan sobre las rodillas. Se va haciendo verdad que mataron. Me bajo, ando solo, cabizbajo. Se me acerca el piloto, me echa una mano queriéndome dar el pésame y no pudiendo resistir me desato en llanto. Llega a la barraca y ya está el Jefe hablando con sus superiores de Quito. Van llegando trabajadores. Le entrego las llaves de mi carro al francés Michel y le pido que me lleven a Coca en el helicóptero. Yo quiero llegar cuanto antes, a estar con mis hermanos. Cinco minutos más tarde estamos en vuelo, el piloto y yo. Nos acercamos a Coca. Son como veinte minutos de vuelo o menos. Le pido al piloto que al regresar a la base se de una vuelta por Pompeya. Allí se encuentra Juan Santos y sabía que Jesús había salido para allá de mañana. Me promete que sí. Oigo que el piloto le conversa por radio a otro compañero del accidente, de la muerte. Vamos llegando a Coca y pide permiso a la torre de control del aeropuerto de poder aterrizar en la Misión porque va de urgencia, pues los Tagairi han matado a Monseñor y la madre Inés. Conceden permiso, y el helicóptero atravesando el Napo se dispone a aterrizar junto a la casa. La gente corre. El Padre Javier y José Luis, los sacerdotes aragones que trabajan con nosotros, corren al encuentro. Ya han pensado lo peor.

Desciendo y a quien primero encuentro es a Carmen Pérez, la señorita que incansablemente trabaja en el Seminario. Llega Javier. Me echo a llorar. Me acerco a casa y encuentro a la enfermera de Rocafuerte, la Hna Imelda, también a Cecilia Peñaherrera profesora del Colegio, a Juan Pedro a quien le digo, vete a avisar a José Miguel que está en Huamayacu. Se me acerca el piloto pidiéndome que le escriba un mensaje para los de Pompeya. Lo escribo bien claro y escueto: “Juan Santos, Jesús, han matado a Monseñor. Venid”.

Había convenido en la base del Campamento que necesitábamos avisar inmediatamente a la autoridad para realizar el rescate y que si era necesario la Compañía pondría a disposición todo lo necesario. Con José Luis de chofer marchamos a la Brigada de Selva, a la otra parte del río. Al Comandante de la misma quiero comunicarle la noticia y hablar con él sobre el rescate. La acogida, la comprensión y su disponibilidad es total. Inmediatamente solicita a Quito un helicóptero grande. Le indico que no es necesario, que las Compañías petroleras tienen tres grandes.

Que es necesario enviar a alguien para solicitarles el helicóptero. El Comandante lo dispone. El rescate pues está en marcha y va a quedar en sus manos. Le solicito el teléfono del Ejército para hablar en directo con Quito y comunicarles a la procura el suceso. Lo hago, pero no puedo hablar, lo tiene que hacer al fin José Luis. Nos han dado café y lo agradezco. Estamos como media hora en la Brigada. Al salir vienen a nuestro encuentro la Madre Cristina con Javier, también por razón del rescate, que ya está en marcha. Me dicen que van a la TEXACO a pedir dos féretros. Nos marchamos de la Brigada y volvemos a casa. En el teléfono está la Hna. Ligia, capuchina de la residencia de Quito.

Habla de Quito y le digo que tiene que venir, inmediatamente. Naturalmente. Los Huaorani que habían venido a visitar los días anteriores están consternados y con lágrimas en los ojos, absortos, apollados en la pared. El patio de la casa se va llenando de gente. Me dirijo a los Huaorani y está el papá de Monseñor y les digo que no se marchen, que deben quedarse aquí. A las horas ya se habían ido. No pudieron soportar la situación, la tragedia, la mirada de la gente ... Se les proporcionó una canoa y el Hno. Jesús los pudo enviar a su casa. Allí le habrían de llorar a Monseñor- Me voy a la casa. Pienso que las capuchinas estarán solas y su hermana Inés murió también. Me fui a estar con ellas,. Para entonces había
buscado al Jefe Político y al Presidente del Municipio para comunicarles la noticia. Las hermanas en la casa con las lágrimas en los ojos no hablan. No hablamos nadie. De repente se escucha el ruido estruendoso de un helicóptero grande y me marcho corriendo con el carro acompañado de la Hna. Cristina hacia el rescate. No, era un helicóptero que por casualidad pasaba por Coca. Pero ya no salí a la Brigada.

Encontré allí a José Miguel, a quien le había recogido Juan Pedro y directamente había ido a la Brigada para ir preparando el rescate. Estaba con el Comandante y el Corones Nuñez de la Escuela de Selva. José Miguel tiene ya experiencia de rescate en plena selva. Este va a ser el tercer rescate en el que participa. Conviene en no tirar bala. José Miguel está convencido de que los Tagairi después del crimen han huido, que no habrá nadie. Pero ... Yo también me meto como un tonto a dar consejos a los militares. Que caso de haber gente sería mejor tirar un granada para espantar. Se está preparando un batallón de 18 soldados formados en tres cuadrillas: 5 rodearán al helicóptero para protegerlo, 5 o 6 irán al rescate de los cuerpos, los demás quedarán en el helicóptero para subir los cadáveres, y uno con ametralladora de pie ocupará la puerta el helicóptero. La espera se hace eterna porque el helicóptero no aparece. Al fin aparece, aterriza y apaga motores. Se va preparando la gente y en un momento ejercitan, saltando desde el helicóptero, la toma de posiciones. Y nos disponemos a salir. Van dos pilotos, 18 soldados, José Miguel y un servidor.
Nos detenemos a la altura del campamento Base de la CGG de donde sale un helicóptero para señalarnos el camino e ir adelante, también nos acompaña otro nhelicóptero artillado del ejército. Y llegamos al lugar del suceso.

El helicóptero grande, de rescate no se atreve a entrar junto al bohío y el pequeño claro al rededor de la casa, pues le parece pequeño. A 200 metros hay otro claro bastante grande, el huerto de sus productos, de su Yuca y plátano y allí se dirige para comenzar el rescate. Coincidimos en el lugar donde se echaron los regalos y los alimentos. El helicóptero no puede posarse pues hay pequeña vegetación y desde 3 metros saltarán los soldados que toman posiciones al rededor del helicóptero y los que tienen que dirigirse al rescate.

Los demás quedamos dentro. Contemplamos abajo un grupo de papas, unos plátanos, una caja de cartón vacía, una botella de aceite y sobre ella una lanza tirada sobre el suelo. Ahí lo dejaron, ahí bajaron, pensamos. De pronto nos llama la atención un palo que mantiene en la punta en forma de bandera un gran hueso atado. Después nos explicarán los Huaorani amigos el significado. Si por un camino encuentras dos lanzas cruzadas, no puedes pasar pues serás muerto. Igualmente si vienes de arriba, del aire y bajas, también encontrarás la muerte. Desde nuestro lugar no podemos divisar la casa. Vemos que los dos helicóptero acompañantes presumiblemente están exactamente encima de la casa. El grupo de rescate ha desaparecido de nuestra vistas. Se ha internado en la selva, camino de la casa. Calculamos que hay como doscientos metros de distancia. Nos cuentan después, que encontraron el camino, pero que lo dejaron por miedo a los indios, pues si estuvieran ellos en el camino esperando. De camino tienen que saltar por troncos caídos. Algún soldado pierde el equilibrio y pierde la metralleta que tiene que buscarlo. Los minutos se hacen eternos. No vemos nada. No sabemos nada de los que han ido al rescate. El helicóptero se mueve un poco y encuentra un ángulo por donde observar a los rescatadores. Uno ha tenido que volverse porque se les ha olvidado el atado de plástico para envolver los cuerpos. Se lo echamos y corre a dar alcance al grupo. De camino pierde un plástico y las dos sábanas.

Después José Miguel parco en palabras nos contará que llegaron al lugar, él al frente, y se encontró con el cuerpo de Monseñor totalmente clavado de lanzas. Cree que tuvo que sacar 15 de su cuerpo, ayudándose del pie para hacer fuerza en la sacada, y 3 del cuerpo de la Hna Inés. El cuerpo está totalmente lanceado y picado. Nuestro helicóptero se acerca a la casa para la subida de los cuerpo.

Aunque no se atreve a entrar, puede colocarse como a 30 metros sobre el suelo. Al llegar el viento desplazado por las astas tira parte de la casa de hojas de palma enterrando bajo ellas los cuerpos de nuestros hermanos. Los sacan y los van envolviendo en plástico, que faltan, pues sin darse cuenta perdieron uno de camino. De uno, que tienen que cortar, deben hacer dos trozos. Lo hacen y envuelven los cuerpos.

A la madre Inés que pesa poco la subimos con facilidad. A Monseñor no pudimos. Pesaba demasiado. Solo llegamos con su cuerpo hasta la entrada el helicóptero, pegando su cabeza contra la arista bajera de la puerta. Tuvimos que regresarnos al lugar anterior para descender a tres metros y allí con más tranquilidad y seguridad personal meterlo dentro. Y esperar a que viniera el grupo de rescate, que no aparecía. Llegado subieron todos al helicóptero y emprendimos con puerta abierta, debido al olor de los cadáveres, el vuelo de regreso. Serían como las 3,30 de la tarde cuando llegamos al claro delante del Seminario. Los mismos soldados tuvieron que ayudarnos a defendernos el acoso y curiosidad de la mucha gente que había acudido ya al lugar. Bajaron el cadáveres y el viento de las aspas descubrió el cuerpo de Monseñor, totalmente lanceado, y los introducimos en las salas del seminario.

En ese momento cuando se hace el reconocimiento médico del cadáver y el levantamiento jurídico del mismo. Los cuerpos -nos dirán quienes estuvieron en la limpieza y mortaja de los mismos- estaban destrozados y de los agujeros salían los gusanos. Javier, médico, que ayudó a la preparación de los cuerpos cosiendo todos los agujeros que había contado en el cuerpo de Monseñor 134 heridas, unas grandes, otras pequeñas, a modo de pequeños pinchazos, y en el cuerpo de la madre Inés 85. Idea nos daremos del trabajo que tuvieron los médicos y enfermeras en preparar el cuerpo y en coser si decimos que la misma no pudimos comenzar hasta después de las 9,30 de la noche. Y los cuerpos habían llegado a Coca a las 3,30 de la tarde. Nuestro seminario se vio rodeado de gente que quería conocer los hechos del fallecimiento de Monseñor y la madre Inés.

¿Cuándo murieron y como murieron? Son preguntas que no podemos responder. Hemos querido reconstruir el encuentro con los Tagairi y creemos poder decir solamente lo siguiente: el día 21 a las 10,30 salía el helicóptero de la base y llegó al lugar de los Tagairi media hora más tarde. Sobrevolaron una sola vez el lugar e inmediatamente echaron los regalos y alimentos que llevaban. Al elevarse de nuevo el helicóptero y comenzar a dar una vuelta vieron que un grupo de Tagairi, como 20, todos ellos jóvenes, salieron de la casa y se dirigieron hacia su huerta por el camino distante como 200 metros. Iban desnudos, caminaban tranquilos y no llevaban lanzas. Al terminar la vuelta el helicóptero comenzó a descender a los dos misioneros con la grúa, y fue entonces cuando los Tagairi inmediatamente se dispersaron y ocultaron en los alrededores, no muy lejos, sino bastante cerca del helicóptero, a pocos metros algunos, otros semillas del Verbo bastantes más, pero no fue una huida. De nuevo el helicóptero se remonta y se retira y va hacia la casa de los Tagairi, como a un minuto de vuelo, y regresan para ver en qué estado se encontraban. Los encuentran a Monseñor y a la madre Inés, en el mismo lugar, y llamando a los Tagairi puestas las manos como embudo alrededor de la boca. Los están llamando. Les están diciendo: “hemos venido”, “aquí estamos”, “somos amigos”, según la costumbre que sabemos que los Huaorani tienen cuando van de visita a alguna casa. Monseñor hace alguna seña a los del helicóptero, que no saben interpretarla y se retiran, pues no quieren provocar absolutamente nada.

Los Tagairi no se han movido de su sitio, continúan dispersos medio escondidos. El helicóptero se ha marchado al Apoyo 4 a hacer tiempo para más tarde volver y mirar en qué estado han quedado, cómo ha sido el encuentro.
En el apoyo se encuentra el Sr. Viteri, nuestro viejo amigo, que sube al helicóptero para hacer el viaje de inspección. E inexplicablemente el piloto no encuentra el lugar, dan vueltas y más vueltas y no tienen más remedio que reconocer con el desagrado de los demás que se ha equivocado de río como punto de referencia y se vuelve a la base.

Los cuerpos los hemos encontrado junto a la puerta de la casa el de Monseñor y en el lado derecho de la casa a la Madre Inés. El cuerpo de Monseñor está desnudo y tiene ceñido el cordón Huaorani alrededor de la cintura. Pensamos que Monseñor en un momento dado se desnudó y quiso llegar a ellos sin nada, como ellos están. Recorrieron entonces los 200 metros o más que les separa del lugar del descenso hasta la puerta de la casa.

Cuando los Huaorani amigos vieron y examinaron las lanzas dijeron muy convencidos que habían sido los viejos. Porque las lanzas de los viejos son grandes, muy grandes y las de los jóvenes mucho más livianas. También les preguntamos si las mujeres clavan las lanzase en el cuerpo y nos dijeron que no. Por eso no sabemos explicarnos la cantidad de lanzazos y picotazos que tienen nuestros hermanos. Si pensábamos que corresponde a su cultura en estos casos de muerte, el que toda la tribu participe en el sacrificio, y todos tienen que meter la lanza. Nos contradice lo que afirman nuestros amigos Huaorani, que los niños y las mujeres no matan.

Araba -hermano de Alejandro- y Anaento, nuestros amigos Huaorani, dicen que fueron los pocos regalos que se les echaron, los causantes de su muerte, pues les dio iras, se pusieron bravos y optaron por matarlos. Decían: “muchos regalos, cien machetes, gente buena, amigos; pocos regalos, gente mala”. Nosotros nos teníamos que callar por no comprender estos sentimientos. Sin embargo al revisar la CRÓNICA Huaorani de Monseñor nos encontramos con un dato revelador, que apoya las indicaciones de Araba y Anaento.

Monseñor había hecho contacto con los Huaorani por primera vea en 1976, y días antes de Navidad entró a sus bohíos. Durante el año 77 había hecho a los Huaorani 4 visitas de algunos días cada vez. El 3 de noviembre de 1977 ocurren las muertes de 3 trabajadores, y se suspendieron trabajos y también visitas de los misioneros. Antes de comenzarlas de nuevo Monseñor visitó al grupo de Tihueno, donde están los del Instituto Lingüístico de Verano. Allí encontró a Peigomo, un Huaorani del grupo de los amigos de Monseñor. A él le preguntó si les gustaba sus visitas. E informa Monseñor en su crónica: “Que les gustaba que fuésemos. Pero que estuvieron por matarme, porque una de las veces no había llevado collares que me habían solicitado. Que otra vez les lleva y de nuevo quedaron contentos, pero que después había habido un muerto en el grupo por enfermedad y dijeron que tenían que matarme. ¿Qué hay de verdad en estas afirmaciones? Es difícil de adivinar. Puede ser que hubiera algo porque las reacciones de pueblos primitivos son muy raras, pero también pudiera ser que Peigomo buscaba la manera de congraciarse con el grupo que afirmaba ser peligroso hacer visitas”. (Crónica Huaorani, pág. 73). ¿Que hay de verdad en estas afirmaciones de Araba y Anaento? Nos preguntamos como Monseñor.

Monseñor no tenía heridas en los brazos, y algún compañero comentaba que al verse sorprendido por la lanza mortal, habría abierto los brazos de extrañeza, en señal de paz, y así habría caído al suelo e inmediatamente muerto, pues su cara izquierda estaba totalmente amoratada como efecto probable de la caída y contusión, que provocó la falta inmediata de conocimiento. Por el contrario la Hna Inés tiene algunas heridas en los brazos, queriendo ver nosotros el reflejo instintivo de la Madre Inés de defender la cara, y allí fue lanceada, pues el mayor agujero lo tiene precisamente debajo de la barbilla en el cuello.

Muy tarde a las 9,30 de la noche, transportaban a Monseñor y a la Hna Inés a la iglesia catedral para ser velado. Delante del presbiterio habían abierto ya los trabajadores de la casa el agujero que había de ser dos días más tarde su sepultura para el descanso eterno. La iglesia estaba repleta de gente, consternada y afligida, llorando, participando de un sincero dolor por la pérdida de la madrecita y de Monseñor, su obispo.

Celebramos la Eucaristía, concelebrada por todos los sacerdotes presentes y dos misioneros carmelitas del Vicariato de Sucumbíos, vecino al nuestro. Fue una eucaristía emocionante, reteniendo muchos concelebrantes las lágrimas que espontáneas y sinceramente salían.

Después de la Eucaristía permanecía la gente en la iglesia velando los cuerpos queridos durante toda la noche. Ese mismo día por la tarde se nos comunica se nos comunica que una representación de Conferencia Episcopal Ecuatoriana llegará mañana para realizar los funerales, pues al día siguiente deben estar presentes todos en Quito para celebrar el 25 aniversario del Modus Vivendi contractado entre la Santa Sede Inés la Iglesia. Puntualmente con avión fletado por la Conferencia llegan 8 obispos y algunos hermanos capuchinos de la Viceprovincia. Preside la Conferencia el Nuncio de Su Santidad Monseñor Luigi Conti y entre otros están el Presidente de la Conferencia y el Secretario General de la misma. Concelebramos todos los sacerdotes presentes. Faltan algunos obispos que no han podido llegar. Puesto que se ha decidido que el entierro no debe ser en este momento con los obispos, sino al día siguiente con la participación de no solo de Coca sino de las comunidades de la carretera y aun lejanas, los cuerpos quedan en la iglesia y son velados con mucha concurrencia de gente durante el día y la siguiente noche.

Al día siguiente hacíamos el funeral de entierro con todo el pueblo. Lo habíamos preparado el día anterior y fue emocionante. En la preparación tuvimos un altercado los misioneros y un amigo laico presente. Discutimos si después de la misa habríamos de hacer una procesión con los cadáveres por el pueblo. Alberto y las enfermeras se oponían drásticamente, pensando en la descomposición que los cuerpos para ese momento habría de tener, pues al estar presentes en el lavado y preparación de los cuerpos, sólo ellos sabían la cantidad de gusanos que en las heridas se habían formado y habían tendido que quitar. Casi a gritos y con las lágrimas en los ojos, Alfonso, el loco de Shushufindi, llamado así entre amigos, nos echan en cara nuestra deshumanización, nuestro no comprender a la gente del Ecuador, pues huela, lo que huele, esté descompuesto como esté, nosotros queremos llevar a Monseñor y a la madrecita por las calles el pueblo, como el último honor que le hacemos en esta vida. Convenimos hacer una procesión reducida a la mínima expresión, la vuelta a una cuadra. Así se realizó.

Las ofrendas de la misa fueron muy significativas participando todos los grupos de cristianos del Vicariato: lauritas, terciarias, dominicas, capuchinos, seminaristas, comunidades de base, campesinos, comunidades cristianas, colegio, escuela, infancia misionera. Se confeccionaron textos preciosos para la presentación de las lanzas, el pan, la shigra y sandalias, etc. Se organizó la procesión sacando los cadáveres de la iglesia y ayudándonos de las fuerzas del ejército para poder contener el orden. Y llegó el momento en que con la mayor sencillez dimos sepultura a nuestros mártires delante del altar de la iglesia catedral. Dejamos las tumbas abiertas hasta las 3 de la tarde para que la gente pudiera dar su último adiós y ofrecer a Dios su oración. A las 3 se cerró la tumba con dos grandes losas de cemento armado. Los fieles inundaron de velas y flores el pavimento de la tumba. Al día siguiente, hecha la limpieza, las religiosas colocaron delante del cirio pascual y adornaron la sepultura con flores, como continúa hasta el día de hoy. Se han encargado ya las dos lápidas que como memoria cubrirán las tumbas.

Estuvieron presentes los medios de comunicación nacionales, prensa y televisión que durante tres días informaron al país de las muertes, de los motivos y de la problemática nacional que está detrás de todo ello. Al día siguiente llegó el equipo de Televisión Española con oficinas en
Bogotá. Tres personas en total. Más tarde llegó también un periodista de Herald Miami. Para el día 30 estaba prevista la visita del Cardenal de Munich, friedrich Wetter. No lo había comunicado Monseñor. Venía en un acto de solidaridad hacia esta región olvidada de la Patria, golpeada por el sismo del 5 de marzo, sufriendo todavía la incomunicación con el resto de la nación por no haberse todavía reparado la carretera que quedó totalmente destruida en un recorrido de 50 kilómetros. La muerte de Monseñor confirió a esta visita un carácter nuevo, el de peregrinación hacia la tumba de estos nuevos mártires de la Iglesia ecuatoriana. Nos reunimos de nuevo en la Iglesia Catedral para celebrar la eucaristía. El Cardenal habló del martirio de Monseñor y de la Madre Inés y pidió a Dios, por intercesión de estos nuevos mártires, la protección para nuestra Iglesia de Aguarico. Por la tarde visitó el Cardenal Pompeya, donde pasó la noche, y al día siguiente, después de una lluvia tropical, voló para Quito.

Unos días más tarde recibimos la comunicación de la Iglesia vecina de Sucumbíos de que querían venir todos los misioneros a celebrar una eucaristía ante la tumba de Monseñor e Inés como solidaridad con nosotros y para unir
más los lazos de comunión de ambas iglesias. Monseñor: mártir y obispo. Inés: virgen y mártir. Fue una manifestación espontánea de nuestro pueblo, y era el comentario natural y sentido de nuestra gente. Son mártires. Igualmente algunos comentarios de los periódicos y el aluvión de telegramas que de todas partes nos llegaron.

Dios quiera recompensar esta febrero nuestra, sencilla y clara: murieron porque amaban de verdad, demasiado a nuestros hermanos los Tagairi. Su muerte no tiene otra explicación porque no tenía otros intereses. Llevaban 10 años en contacto con ellos. Habían convivido con ellos y habían buscado las “semillas del Verbo”. Sólo el amor y el bien de ellos le impulsaba a Monseñor e Inés llegar cuanto antes a ellos, entablar unas relaciones de amistad y enriquecerse mutuamente. Estaba llegando el momento de bajar y de encarnarse en ellos. Y Monseñor dio la última prueba cuando una vez donde ellos, se hizo como ellos, despojándose de sus vestidos y quedando desnudo. “Era de los suyos, pero los suyos no le recibieron”.

P. Roque Grández, capuchino

Quito 20 de agosto de 1987