Tres observaciones preliminares.

La primera tiene que ver con el objeto o materia que se me ha encomendado. Se me pidió recoger y sistematizar la visión eclesial de Alejandro Labaka en su actividad misionera y pastoral. Se me remitió, para ello, a una única fuente: la “Crónica Huaorani”[1]. De su detenida lectura, en efecto, he entresacado varios cientos de notas, que me han servido para forjarme una idea – creo que bastante aproximada y fiel – no sólo del ‘armazón de fondo’ de su proyecto eclesial, sino también de los ‘perfiles’ del mismo. He de añadir que, a la fuente indicada, he añadido la obra del capuchino Rufino María Grández “Arriesgar la vida por el Evangelio”[2]. En ocasiones, ella remite oportunamente a otras fuentes, cartas por ejemplo.

A esta primera observación debo agregar dos precisiones. En primer lugar: que Alejandro Labaka ni fue ni pretendió ser un teólogo en el sentido formal y académico del término. El se vió a sí mismo, más bien, como discípulo de Jesucristo llamado a la “aventura” del Evangelio en territorios de misión y como pastor con diversos grados de responsabilidad en las distintas etapas de su vida; en suma, como un hombre de acción. Es la razón por la que en sus escritos – anotaciones y apuntes rápidos por lo general - encontramos principalmente, más que criterios y diseños elaborados y bien definidos, vivencias y experiencias, intuiciones, apuntes provisionales, convicciones básicas, horizontes parciales muy sintética y tentativamente explicitados… Y de todo ello deja constancia, a fin de poder contrastarlo con otros; y a fin, sobre todo,  de que sus superiores “juzguen si estuve acertado o equivocado”[3]. Inevitablemente uno recuerda la actitud de un Pablo sometiendo su actividad al juicio de quienes pasaban por ser los pilares de la Iglesia naciente. A semejanza del gran Apóstol, también Labaka quiere tener la confirmación de no estar corriendo en vano.

Lo apenas o muy rápidamente esbozado, lo intuitivo y contextual de sus apuntes bien podría dar la impresión, de entrada, de que es poco lo que cabe esperar de ellos desde una óptica eclesiológica. Nada más lejos de la realidad. De ahí esta segunda precisión a mi primera observación sobre el objeto de este trabajo. Siendo ya misionero en Ecuador, a Alejandro le tocaron vivir de forma más o menos directa acontecimientos eclesiales de primera magnitud, así como otros de menor relieve, pero de honda significación para la presencia y la actividad de la Iglesia en medio de los pueblos originarios y las minorías étnicas amazónicas. Me refiero a acontecimientos, eventos y encuentros de índole eclesial: de proyección más universal unos y de alcance más latinoamericano otros; con contenido e  incidencia más sectorial algunos, y otros, finalmente, correspondientes a  la propia fraternidad capuchina y centrados en temas diversos. Estoy pensando, por ejemplo, en la participación directa de Mons. Labaka como Prefecto Apostólico en la última Sesión del Concilio Vaticano II,[4] que le marcó profundamente. (No olvidemos que en dicha Sesión fueron votados 11 de los 16 documentos del Concilio, entre ellos el Decreto Ad Gentes, con una renovada visión de la Iglesia y de la tarea misional. ¿Acaso podría entenderse cabalmente la vida de Alejandro en Ecuador al margen de los nuevos impulsos y orientaciones abiertos por dicho Decreto, por la Lumen Gentium, por la Constitución sobre la actividad de la  Iglesia en el mundo actual y, en general, por el Concilio?). Pienso en la formidable repercusión en América Latina de la Populorum Progressio (marzo 1967) de Pablo VI, abriendo camino tanto a una comprensión más integral de la salvación como a una mejor vinculación de la tarea evangelizadora con la promoción humana. Pienso también en el impacto de Medellín (1968) en toda la Iglesia Latinoamericana, que supuso la recepción del Concilio y un repensarlo desde el Subcontinente. Pienso en encuentros como los de Melgar (1968), Caracas e Iquitos (1971) para repensar la pastoral indígena a la luz del Vaticano II. Pienso en Puebla (1979). Y pienso en otros factores, en el ámbito más interno de la Orden capuchina y de la familia franciscana, que sin duda incidieron significativamente en el proceso espiritual, pastoral y teológico de Alejandro Labaka. Y creo que todo ello es lo que nos permite poder ver ahora el proceso que vivió Alejandro como parte de una renovación colectiva, de un itinerario compartido, y de una búsqueda común y fraterna de fidelidad. No siempre sin tensiones, justo es reconocerlo[5]. Creo además – vale la pena anticiparlo – que ese proceso de renovación personal inserto en el caminar colectivo de la Iglesia es expresión de su hondo sentido de comunión eclesial.

Si mi primera observación se refería al objeto o contenido temático que me ha sido encomendado, la segunda concierne a mi persona como buceador, sintetizador y presentador del pensamiento de Labaka al respecto. También aquí he de hacer dos precisiones. La primera consiste en una confesión. Debo reconocer mi desconocimiento previo de la vida y figura de Mons. Labaka más allá de las reseñas aparecidas con motivo de su trágica muerte (junto con la de la Hna. Inés). E, igualmente, a pesar de mi vecina presencia misionera en Perú durante un tiempo, reconozco mi desconocimiento de Ecuador y, por supuesto, de la Iglesia de Aguarico en el Napo. Lo digo honestamente para que afronten mi reflexión con las  reservas que consideren oportunas. Con todo, tres cosas puedo aportar a mi favor: un arraigado y nunca entibiado espíritu misionero; un escrupuloso rastreo en los dietarios y apuntes del propio Mons. Labaka; y, quizá por cierta analogía y proximidad de experiencias vividas, la posibilidad de percibir mejor  cuanto de desnudamiento y renacimiento comportan a menudo no sólo grandes acontecimientos eclesiales como los arriba mencionados, sino, especialmente, el encuentro con pueblos, culturas e iglesias distintos.

Las mencionadas limitaciones de mi presentación me llevan a tener que expresar un sincero agradecimiento, - mayor si cabe -, por la encomienda que se me ha hecho y la confianza que la misma supone. Y, sobre todo, por el bien que ha supuesto para mí esta oportunidad de penetrar en lo más hondo de un hombre extraordinario, del que ya adelanto que lo considero y sitúo en la estela de los grandes misioneros y pastores de la Iglesia en América Latina. Y también quiero afirmar de entrada que considero a Mons. Labaka   un mártir, uno de tantos mártires del Reino[6], - según la ya asentada expresión latinoamericana –, que, urgidos por el Evangelio, han dado su vida para que otros hermanos y hermanas, excluídos y pobres, puedan vivirla en paz y con dignidad.

Y la segunda precisión a mi segunda observación preliminar consiste en recordar que lo que creo deben esperar de mí es una visión, lo más objetiva que me sea posible, de la visión eclesial de Mons. Labaka. No estoy aquí para  medir o certificar la justeza de su pensamiento o de los enunciados del mismo – a menudo rápidos, aproximativos y tentativos, como ya he dicho -. Adelanto, sin embargo,  mi parecer de que, en lo sustancial, las cuestiones que Labaka plantea o suscita tienen fundamento y son de peso. No estamos ante retos imaginados, sino ante interpelaciones reales a las que hacer frente. Reconozco la envergadura de todas ellas, pues vienen a plantear preguntas nuevas tanto a la vida de fe, como a la Pastoral y la Teología. Hoy, la respuesta a algunos de esos retos es tranquila posesión en la Iglesia. En cuanto a otros, la búsqueda continúa abierta, y la investigación y diálogo intraeclesiales e interreligiosos siguen su camino. No me detendré ni entraré en todo ello.  Ejerceré, pues, simplemente  de notario de unos modos de ver y de un pensamiento en proceso, – el de un testigo del Evangelio y un misionero ejemplar -, forjado a golpes de los desafíos de  una realidad inédita vista desde la fe y de una inmersión apostólica en la misma[7].

La tercera observación preliminar, finalmente, se refiere al esquema de mi presentación. Tendrá dos partes. En la primera dejaré constancia de un profundo cambio de perspectiva que, a mi modo de ver, se opera en Mons. Labaka a partir del Vaticano II, la recepción del mismo en América Latina y su propia inmersión en la Misión de Aguarico. Un cambio de perspectiva que se articula, a mi parecer, en torno a cuatro ejes, en cada uno de los cuales se opera una verdadera y radical inversión. Vienen a configurar, así, a modo de claves o de nuevo paradigma en orden a la renovada visión eclesial que muestra Alejandro. En la segunda parte trataré de recoger y apuntar los perfiles o notas[8] más sobresalientes de dicha visión eclesial de Labaka. Serán cinco.

                                                                 I

                                                   PRIMERA PARTE

  CAMBIO DE PERSPECTIVA: CUATRO INVERSIONES FUNDAMENTALES

1ª inversión.- Los indios amazónicos, de infieles a pobres según el Evangelio:

     a).- Una concepción tradicional y por mucho tiempo dominante:

Me refiero a la visión marcada por el “extra Ecclesiam nulla salus” entendido de forma estrecha y rígida. Quienes se hallaban fuera de sus márgenes eran considerados infieles o gentiles, y estaban en peligro de perdición. De ahí la necesidad de extender la Iglesia y de incorporar a ella a los infieles por la fe y el bautismo.

De esa concepción participó también Alejandro durante un buen número de años. Pocos meses antes de la conclusión del Concilio, en Julio de 1965, escribía así al P. General: “si nosotros no exponemos nuestras vidas, esos infieles nunca tendrán la oportunidad de beneficiarse de la sangre redentora de Cristo”[9]. Nótese la expresión “esos infieles”, referida a los AUCAS en general[10] y, más especialmente, a las etnias y grupos menos contactados o no contactados. En este caso además, así como en otros semejantes, al término ‘infiel’ a menudo suelen acompañarle otros de connotaciones bastante negativas, como el de “tribus salvajes” (ibidem). Y meses más tarde, en Noviembre de 1965, en carta al Papa Pablo VI, Alejandro escribía: “Tengo en la Prefectura tribus salvajes, conocidas con el nombre de AUCAS, que matan a los que entran en sus dominios y hacen también incursiones hacia las partes civilizadas donde siembran el terror con sus muertes” [11]. Es muy posible por eso que, cuando años más tarde, en 1983, en una entrevista en Radio Católica de Quito, Alejandro reconoce refiriéndose a los Huaorani que “Los hemos considerado como pueblos primitivos, salvajes, y, en fin, bárbaros en todo momento”[12], en el fondo esté refiriéndose autocráticamente también a sí mismo en el pasado. En éste, como he dicho, la idea misionera dominante era salvar las almas de los infieles incorporándolos a la Iglesia por la fe y el bautismo.

Alejandro sintió tempranamente la llamada a la vida misionera. En carta al P. Provincial, fechada a los siete días de su ordenación sacerdotal, le pide ser enviado a  Misiones y le manifiesta su deseo de que el destino sea China. Pero lo que ahora nos interesa y resulta significativo es la explicitación de su motivación: “para extender la Iglesia y salvar las almas en misiones”[13]. Esta especie de correlación natural entre ‘actividad misionera/mundo infiel a convertir y salvar’ fue la que impregnó también sus años de misionero en China. Bastará con traer a colación dos ejemplos significativos. El primero es la doble anécdota, contada por el mismo Alejandro en un pequeño boletín, de la alegría de Fr. Francisco - por un lado -  por la suerte de un viejecito del que dicho fraile decía: “nos llamaron a curarle, le explicamos un poco de doctrina y se bautizó; pocas horas después se fue al cielo…”; y - por otro lado y contrariamente - de la tristeza de la monja china Sor María Ly por la ancianita vecina, precisamente esposa del anterior, que había muerto sin bautismo: “…yo le había predicado algo – comentaba la Hermana – y tenía mucha esperanza de que en el último trance…pero no nos hemos enterado ni que estaba enferma y se nos ha muerto sin bautizarse”. Y Alejandro concluía su relato con este comentario: “Así son nuestras penas y alegrías”[14]. El segundo ejemplo se refiere al dato de la consignación, en los balances de la actividad misionera en Pingliang, de los cuantiosos bautismos de adultos y niños “in articulo mortis”[15]. El dato, de suyo normal, adquiere especial relieve y significación, si lo comparamos con lo que, más adelante, será la práctica de Alejandro entre los Huaorani. En efecto, en “Arriesgar la vida por el Evangelio”, su autor y biógrafo comentará: “Diez años con los Aucas ¡y ni un bautismo!” (pg. 185).

Pero aún habrá de pasar un tiempo. Ya he indicado más arriba cómo, en 1965, y siendo Prefecto, denomina ‘infieles’ a los grupos indígenas no contactados. En 1976, en carta a su hermana Felisa, pide que el Espíritu Santo hable por medio de él a los Aucas, “para que crean en Jesús y se salven”. Y, en abril de 1977, como “ministro del Evangelio”, producen una fuerte resonancia en su espíritu, como reconoce él mismo, las palabras paulinas: “Dios me ha concedido la gracia de evangelizar a los gentiles”[16]. ¡Gentiles! No se trata de ignorar, negar o eliminar la densidad bíblico-teológica del término. Será cuestión, más bien, de percibir e interiorizar, a la luz del Concilio (Ad Gentes, nn. 5 y 12) y de su recepción en la Iglesia latinoamericana, la novedad del sendero misional inaugurado por Cristo, que la Iglesia misionera debe recorrer y al que debe consagrar especialmente su vida: el sendero de los pobres y la pobreza.

     b).- Pueblos, etnias, grupos y personas en situación de emergencia:

A partir de 1967, el impulso gubernamental a la actividad petrolera en la selva – bajo el señuelo y la esperanza de un futuro desarrollo para todo el país – representará un impacto demoledor en el hábitat y los modos de vida tradicionales de los primitivos moradores amazónicos. Carreteras y caminos, nuevos colonos y trabajadores, impresionante maquinaria, prospecciones y explotaciones, campamentos, idas y venidas de los aparatos de transporte… transforman profundamente el ámbito natural y humano de la selva. Y son sus moradores ancestrales quienes van a verse más duramente afectados, poniéndose en serio peligro su propia sobrevivencia humana, étnica y cultural.

Pero estos cambios de situación van a ir propiciando simultáneamente, en los misioneros y en Alejandro, una nueva mirada. Los grupos indígenas más pequeños y dispersos van a ser percibidos con claridad creciente y con ojos evangélicos antes como ‘pobres’ que como ‘infieles’.

Con fino olfato franciscano atento a la minoridad, Labaka es sensible a la situación de los grupos amazónicos minoritarios, sintoniza con dicha situación y se deja afectar por ella. Su mismo vocabulario, al referirse a dichos grupos, es importante. Los menciona como “nuestras pequeñas minorías”[17]; como “pequeñísima minoría sin voz en el gran concierto petrolero”[18]; como “estas etnias pequeñas” que están bajo el influjo de toda la cultura nacional circundante y estarían llamadas a integrarse en ella, pero respetando su voluntad y decisión, su identidad y su ritmo[19],  y como “grupos pequeños que no pueden subsistir como grupos independientes”[20].

Labaka y sus compañeros perciben que el impacto del impulso petrolero puede actuar como un cataclismo que ponga en peligro real de extinción biológica y cultural la existencia misma de estos aborígenes excluídos de la mesa nacional. Ya no estamos simplemente ante pequeñas minorías sociales. Evangélicamente, ellas son los más pobres que demandan atención, solidaridad y justicia. Con su fina sensibilidad de mujer la Hna. Inés lo reconocerá enseguida y mencionará a aquellas minorías a las que dedica sus correrías apostólicas, junto con Alejandro, como “los pobres, humildes y marginados que viven con nosotras”[21].  Y deja constancia de cómo “A estos pueblos marginados ha querido dedicarse con especial interés la Iglesia de Aguarico” [22]. El catequista Santos Dea lo ha entendido e interiorizado bien. Por eso, en 1980, tras un recorrido con Alejandro e Inés por familias Sionas y Secoyas, toma nota de la necesidad de detenerse “el mayor tiempo posible en los lugares más necesitados y abandonados”[23]. Pero es al parecer el propio Alejandro quien, en unas hojas sueltas sin firma ni fecha, pero del tiempo en que la Misión era aún Prefectura, explicita una opción que es ya compartida y común: “Por las minorías étnicas como centro de predilección del reino de Dios. […] Opción preferencial por aquellos grupos que están en situación de emergencia y en riesgo de extinción o exterminación biológica y cultural”[24].

Nos hallamos ante una opción que, entre otros, plantea, ya de entrada, tres requerimientos, cuyo rastro es fácil seguir en la vida y los apuntes de Alejandro. Primero: “encarnación en el mundo indígena con su cultura y sus valores”[25]. Segundo: una visión positiva y receptiva, no exenta de sentido crítico, pero tampoco meramente carencial, sobre la realidad sociocultural y religiosa de los grupos humanos primitivos amazónicos, de los que Labaka quiere ser “amigo” ( “memo” = amigo, hermano). Son “personas”; son “hermanos en Jesucristo”; tienen una cultura, la “cultura amazónica” (y algunos, como los Huaorani, “la cultura amazónica del hombre desnudo”, “una cultura de madurez sexual extraordinaria”), tienen “una vida de familia riquísima” y “unas cualidades que el mundo ha perdido y que tenemos que volver a recuperarlas”; “tienen su fe en Dios”, “su Antiguo Testamento que [les] señala el camino hacia Cristo”, “Jesús vive entre ellos en las semillas del Verbo”, si bien precisan de la plenitud de sentido y la universalidad que puede aportar la fe en Cristo Salvador[26]. Y el tercer requerimiento es el de una Iglesia comprometida con la defensa de la vida, la justicia y los derechos – incluído el de “un territorio ecológicamente suficiente para vivir y crecer física y culturalmente” – de los grupos étnicos minoritarios; y, en escrupuloso respeto a su voluntad e iniciativa y a sus propios ritmos, comprometida también con su promoción y desarrollo integrales[27].

2ª inversión.- La segunda inversión tiene que ver con la comprensión y vivencia  de la salvación y se manifiesta en torno a tres aspectos relevantes:

     a).- Primer aspecto: del escrúpulo moral a poner en riesgo la propia vida y la de otros “propter  Evangelium”, al apremio evangélico a poner a salvo la vida de los aborígenes amazónicos  en gravísimo riesgo de exterminio y extinción.

Ya he indicado que la voluntad de explotación de las diversas riquezas amazónicas provoca un progresivo y fuerte impacto en la augusta mansión de la selva,  vista como hábitat de sus moradores originarios, que van a sentirse invadidos, amenazados y desplazados. Sobre todo el impulso petrolero (con sus carreteras, máquinas potentísimas, helicópteros y aviones, dinamitas, trabajadores, nuevos colonos…) incidirá en dicho impacto. Y la reacción defensiva de algunos de los primitivos habitantes de la selva se manifestará, a veces, en incursiones con resultado de muertes.

En este contexto general, con una voluntad sentida de evitar violencias y en el marco de  una “campaña de acercamiento” a esos grupos autóctonos minoritarios, en el corazón y la mente de Alejandro surge una duda que, como Prefecto Apostólico, expresa en consulta al Papa en estos términos: “¿hasta qué punto puedo exponer la vida de los misioneros, seglares y la mía propia propter Evangelium?”[28].

Pero ya hemos visto cómo el contacto progresivo con algunas de estas minorías, la paulatina inserción en su mundo, la experiencia y valoración de la riqueza de su cultura y sus valores, y la constatación de que no sólo sus modos de vida sino su misma sobrevivencia individual y grupal se hallan en grave riesgo de extinción: todo ello lleva a Labaka y a la Misión de Aguarico ya no meramente a la defensa de las minorías amazónicas, de su territorio vital, de sus modos de vida, de una moratoria de prospecciones en territorio huaorani, etcétera, sino a hacer de la opción evangélica por la defensa y protección de la vida de los otros – en este caso de los grupos en situación de emergencia – su opción preferencial[29]. Lo que aquí resuena es el eco evangélico de la llamada a ponerse al servicio de los últimos, de la invitación a arriesgar la propia vida para que los otros la tengan en abundancia. Es la llamada de aquel amor ‘mayor’ que pone en juego la vida propia para poner a salvo la del hermano gravemente amenazada y en peligro cierto. Aquél “no hay amor mayor…”, de Jesús, se le presenta a Alejandro como un requerimiento evangélico de primer orden. Pienso, además, que, de hecho, ahí se va a materializar en él a la postre su viejo anhelo martirial.

     b).- Segundo aspecto: de la salvación de las almas, a una vivencia y comprensión más integrales de  salvación.

Este es el segundo aspecto de la salvación en el que se opera un cambio. Va de la mano con el anterior. Transita de una visión estrecha y parcial de salvación a otra más amplia e integral. Y, en cierto modo, la hace también descender del cielo a la tierra. Es comprensible que una sensibilidad de fe que pone su acento en los pobres y ancestralmente olvidados, redescubra y recupere también vertientes o dimensiones de la salvación no debidamente  reconocidas como tales.

Tengo la impresión de que, en nuestro caso – es decir, el de Alejandro -, el  tránsito de una comprensión a otra ha sido fruto antes y más de una praxis evangélica que de un proceso meramente reflexivo; antes y más de un amor efectivo que, como el de Jesús, pone vida allí donde ésta se halla golpeada y disminuída  (y, en fidelidad a Mt. 25, 31-40, reconoce al Señor demandando atención y cuidados en la precaria situación de etnias y grupos minorizados), que de una simple evolución discursiva de conciencia. Creo, además, que las situaciones inéditas de la propia vida misionera propician esta nueva comprensión.

Sabemos por carta a su hermana Felisa que, en vísperas de partir para China, en Zaragoza, Alejandro va a pedir la gracia de dar su vida “por Jesús, por María y por las almas”[30]. ¡Por las almas!, dice. No obstante, en China, la principal actividad que desarrolló en los cinco años y medio que permaneció en el país fue la medicina, la curación de los cuerpos, de las personas en sus problemas de salud[31]. Más tarde, en Aguarico, con los grupos étnicos desprotegidos y en emergencia, más concretamente entre los Huaorani, la ocupación formal fundamental de Alejandro no va a alejarse mucho de esas pautas: atenciones primarias elementales, procura de cuidados curativos, pequeñas ayudas en especie que suponen mejorar en algo su situación, favorecer una mínima promoción - siempre a petición de ellos y evitando el paternalismo -, y, sobre todo, defensa y lucha por el reconocimiento de su dignidad y sus derechos ante la Nación y las instancias gubernamentales. Teniendo la ocupación material fuertes similitudes, ¿qué es entonces lo que va a ir cambiando entre un momento y otro en la vida de Alejandro? La comprensión práctica del contenido y significado salvíficos de toda esa actividad: de amor gratuito, incondicional y samaritano, gestual y concreto, empeñado en salvaguardar la vida de los pobres - don primordial de Dios, según Tomás de Aquino - y en que ésta sea plenamente humana.

En China Alejandro había dedicado largo tiempo al estudio de la gramática y el diccionario[32]. En parte, sin duda, por la preponderante vinculación conceptual entre evangelización y verbalización. Otras tareas no pasaban de ser vistas, estratégicamente, como preparación para el Evangelio. Ahora, en cambio, desconoce la lengua de los Huaorani, salvo unos rudimentos ínfimos. Se siente urgido a su aprendizaje[33], por supuesto. Y procura poner los medios para ello. Pero lo imprevisto de los acontecimientos y la necesidad de dar una respuesta inmediata a una situación de emergencia le apremian a tener que poner en práctica un nuevo lenguaje. Por eso va a hacer del lenguaje global y radical del amor - que acoge pacíficamente a los indios, comparte con ellos y se deja despojar por ellos, va a su encuentro y busca su amistad, y se compromete con ellos y su causa -   la vía dominante de comunicación y encuentro. Será un amor, como el de Jesús, de indudable y honda trascendencia. Con momentos sublimes como el del ritual espontáneo, con imposición de manos incluída, del desnudamiento de sí para renacer, como hijo adoptivo de la selva, en la nueva familia de Inihua y Pahua[34]; y otros más prosaicos y cotidianos, pero no por ello menos trascendentes por vitales y necesarios, como los de procurar la leña, acarrear el agua, cuidar el fuego o, simplemente, compartir por la noche piel con piel el calor corporal. Unos y otros momentos, a fin de cuentas, se abren al misterio de la vida y la sirven humildemente para que pueda ser más plena. ¿Acaso todo esto no es amorosa expresión del evangelio de vida y salvación de Jesús?, ¿acaso no es evangelio de vida en actos concretos?

Así lo va entendiendo, creo, el mismo Labaka. Los Huaorani son un pueblo recolector, cazador y con una incipiente agricultura. Un pueblo que, quizás por exigencias de búsqueda de seguridad al amparo de la selva interior, puede que olvidara prístinas artes de navegación fluvial. Por eso, tras el interés mostrado por la quilla de los misioneros[35], en una visita posterior en la que Alejandro se hace acompañar de tres seglares quichuas, éstos enseñarán a los Huaorani el modo de construir canoas. Y de este pequeño gesto de un compartir promocional escribirá Alejandro: “La jornada que han realizado los tres misioneros seglares quichuas es, sin duda alguna, una verdadera evangelización por la promoción. Decir que es una ‘preevangelización’ me parecería decir demasiado poco”[36]. Alejandro atisba en dicha promoción una vertiente evangélica y salvífica.

No es, pues, de extrañar que del lenguaje global del amor antes mencionado escriba Juan Santos a Alejandro, por entonces en España: “Nos ven con toda claridad como distintos a los otros, precisamente por este amor y entrega incondicionales”[37], que, lejos de ser una amenaza, comportan vida. Y tampoco sorprende que la Hna. Inés se exprese así: “no conocemos su lengua […] pero el lenguaje del amor puede mucho más […] entonces parecía que nos entendiéramos”[38].

     c).- Tercer aspecto: de una visión ‘extrinsecista’ de la salvación, como desde fuera, a una percepción de que la vida de los pueblos amazónicos está positivamente inserta en el designio salvífico de Dios y de que su historia es historia de salvación:

Sabemos, por supuesto, que sólo Dios salva. Pero, a su servicio y en contexto misionero, a menudo hemos podido dar la impresión de ser  portadores de una salvación que, en expresión a la llana, venía de fuera. Como si los pueblos, las culturas y las personas no fueran, respecto a ella, más que tabla rasa, simple apertura o resistencia, mera y pasiva receptividad en suma. Nos ocurría, en este punto, lo que con la práctica piadosa de la presencia de Dios en el ámbito de la vida cotidiana que denominábamos profana: que nos comportábamos como si Dios no estuviera ya presente en dicho ámbito, como si le introdujéramos desde fuera mediante un acto nuestro consciente, como si sólo entonces la vida adquiriera verdadera densidad salvífica y tuviera trascendencia.

Es de sobra sabido que el Vaticano II y, más concretamente, su Decreto sobre la Actividad misionera de la Iglesia (Ad Gentes), comportaron un profundo cambio de perspectiva. Sin negar la presencia del mal y sus efectos, reconocieron y subrayaron “cuanto de bueno se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres o en los ritos y culturas propios de los pueblos” y que está llamado a su perfeccionamiento y plenitud escatológica[39]. ¿Cómo vivió Alejandro este tercer aspecto ‘inversivo’ en el contenido cristiano de salvación? Lo irá interiorizando y explicitando en su dedicación a los Huaorani.

En algunos papeles de su archivo, cuya autoría se le atribuye y que vendrían a ser como apuntes para una alocución radiofónica, tras cuestionar nuestra frecuente y absurda pretensión de llevar al indígena a un “Jesús [como] empaquetado en una cultura diferente y muchas veces hostil”, razón por la que a menudo no es comprendido ni aceptado, afirmará su convicción: de que “Dios crea todas las cosas en Cristo y para Cristo”; de que, “desde la creación, todos los pueblos están destinados por Dios hacia Cristo”, de que todo está orientado hacia El, “también la historia de los pueblos primitivos Quichua, Huaorani, Secoya, Siona, Cofán”; de que, “Por tanto, en la vida de los indios ya está trabajando Dios conduciéndolos a Cristo”; y de que “La revelación del misterio escondido de Dios (Efesios) consiste precisamente en ese descubrimiento del horizonte universal de salvación”[40].

Entre los Huaorani se tratará, en consecuencia, de “descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revela como Huao y como Huinuni” (Dios creador)[41]. Un Cristo al que Alejandro reconoce y al que ora como[42] “el Señor de la Historia del Pueblo Huaorani”. En la historia de este pueblo, en sus mitos, leyendas y plegarias hay, por tanto, revelación, hay salvación. Florecen y se viven en él verdades y valores fundamentales que “le hacen digno de la vida eterna”. Por eso verá al indígena Nampahuoe como a un “anciano profeta del A. T.”[43]. Incluso irá a visitarle con verdadera devoción de peregrino “ para ver a estos profetas del antiguo testamento Huaorani que, como Simeón y Ana, están próximos a cantar el ‘Nunc Dimittis’ con una entrega de su pueblo a Cristo, Alfa y Omega de su historia” o “el ‘nunc dimittis’ de la liberación de su pueblo por Cristo”[44].Y, tras su fallecimiento sin bautismo, afirmará Alejandro: “tengo la firme esperanza de que está en el cielo”. Y esto tanto por las razones mencionadas, como por los años vividos según su conciencia por el viejo profeta de la selva y  por la purificación de su larga enfermedad[45].

Con tal “convicción de que Dios está trabajando dentro de la vida de los pueblos indios conduciéndolos a Cristo”, nada sorprende que Labaka incida en actitudes de valoración espiritual y religiosa de la vida de los Huaorani; de respeto a sus ritmos, sin forzar sus convicciones y su conciencia[46]; de adoración, alabanza y acción de gracias, capaces de experimentar la presencia y acción de Dios en el mundo indígena, y de reconocer en sus recitados nocturnos un aliento como el de las salmodias davídicas[47]; y en actitudes de desnudamiento espiritual y combate a toda pretensión de suficiencia, para poder “descubrir las semillas del Verbo” y aprender una ”nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio”[48].

     3ª inversión.- Los misioneros/as ( y la Iglesia misionera) : de evangelizadores a evangelizados:

Nos hallamos ante una rica experiencia espiritual y pastoral. Ha sido abundantemente confirmada en América Latina. Ya los militantes cristianos comprometidos en lo que denominábamos “trabajo popular de Iglesia” la vivieron y reconocieron en sí mismos tempranamente. Inicial y ‘familiarmente’, en Perú, Gustavo Gutiérrez la tematizó bajo la expresión de “el circuito evangelizador”. Y Puebla recogió y consagró su riqueza teológico-pastoral al hablar del “potencial evangelizador de los pobres”.

En Enero de 1977, tras una visita a algunas familias Huaorani, en el accidentado y dificultoso retorno a pie al campamento, con un Alejandro agotado, con calambres y vómitos, serán los expertos guías Huaorani – en palabras del propio Alejandro – quienes “se convierten en incondicionales cirineos de mi peregrinación”. Le sostienen para que no caiga, le ayudan a pasar puentes improvisados, le animan, le muestran el camino y le ayudan a llegar a la meta. Labaka comentará: “Cristo hace resaltar mi debilidad para que brille más la fortaleza de su actuar en ellos”[49]. Desde que leí Crónica Huaorani esta estampa se convirtió para mí en una metáfora del recíproco y constante dar y recibir en la actividad evangelizadora. Esta vertiente es tan decisiva que , en la ya mencionada entrevista a Alejandro de 1983 en Radio Católica de Quito, confesará: “El pueblo Huaorani me ha renovado en mi idea misional”[50].

¿Cómo sorprenderse? En el informe que como representante de los capuchinos de Aguarico presenta en el Capítulo de la Provincia de 1981 habla de una acendrada vocación misionera en sus hermanos, deseosa de “dejarse evangelizar por los pobres” y de revestirse “con las semillas del ‘franciscanismo’ que se encuentran con profusión entre los pobres de la Amazonía”[51]. Años antes, en 1978, había anotado: “Creo que, antes de cargarles de crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos todas las “semillas del Verbo” ocultas en su vida real y en su cultura, donde vive el Dios desconocido”[52]. Y un año después, en 1979, volverá a incidir en la necesidad de descubrir las semillas del Verbo en la vida del pueblo Huaorani, poniendo un énfasis especial en la necesidad de ir “espiritualmente desnudos para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos enseña la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio”[53]. Una pequeña concreción de esto podemos verla en un doble testimonio de la Hna. Inés. El primero tiene lugar a propósito de una parada apostólica con un grupo de Sionas en una de las correrías. Tras compartir con ellos techo y pan, Inés comenta: “Estos practican las obras de Misericordia a carta cabal: dan posada al peregrino sin mirar quién es. Esto es verdaderamente admirable y en muchas cosas nos dan ejemplo y podemos decir: Somos evangelizados por los pobres”[54]. El segundo testimonio va dirigido, al parecer, a las hermanas de su querida Provincia de San José. Les dice: “tal vez vamos a evangelizar, pero somos nosotras las evangelizadas”[55]. Cabe suponer que, con tan profunda sintonía de espíritu como tenían, Inés y Alejandro compartían también esta convicción.

Así lo explicitará él mismo[56]: “Dejémonos evangelizar. En la mutua convivencia fraternal entre evangelizadores y evangelizandos [el misionero/a o agente pastoral] podrá llegar a descubrir dónde está la llamada de Dios que revela la presencia liberadora de la acción del Espíritu de Jesús en su vida y su historia: el resultado de tal acción evangelizadora será que los propios evangelizadores acabarán siendo evangelizados por el nuevo pueblo de Dios”.

     4ª inversión.- De pioneros fundadores y plantadores de iglesias a parteros de la ‘eclesiogénesis’, es decir, del proceso de alumbramiento de una Iglesia que, a impulsos del Espíritu, nace y renace de la respuesta de fe que los pobres (etnias ignoradas, pueblos excluídos,  grupos humanos minorizados ) dan a Cristo:

Alejandro va a vivir también este tránsito de una concepción expansionista de la Iglesia a otra de eclesiogénesis en la que ella, una y universal, renace desde abajo, sea como comunidad o como iglesia particular y local, en los diversos contextos humanos, étnicos, sociales, culturales y religiosos. En el inicio del desarrollo de dicho tránsito, según su biógrafo Rufino María Grández, la fecha de 1976 será decisiva. A partir de ella va a tener lugar una lenta, progresiva, recíproca  y providencial irrupción: la de los Huaorani en la vida de Alejandro y la de éste en la suya.

Imagen y expresión a nivel individual de la temprana percepción de la necesidad de un renacimiento también comunitario eclesial será el emocionante rito de adopción a Alejandro por parte de su nueva familia Huaorani de Inihua y Pahua. El momento, aunque espontáneo, adquiere una honda densidad simbólica espiritual, y hasta gestual y ritual. Alejandro ha tomado la iniciativa y quiere manifestar su voluntad de un despojamiento y renacimiento, desnudo – así nacemos –, a una nueva realidad. Por eso se despoja de sus ropas para, concluído el rito, volver a vestirse. Pero él, aun siendo el mismo, era ya distinto. Se sentía parte de algo nuevo. Alejandro lo describirá así: “Me desnudé completamente y besé las manos de mi padre y de mi madre Huaorani y de mis hermanos, reafirmando que somos una verdadera familia. Comprendí que debía despojarme del hombre viejo y revestirme más y más de Cristo […]. Todo se desarrolló en un ambiente de naturalidad y emoción profunda, tanto para ellos como para mí”. Y, significativamente, añade: ”sin poder adivinar todo el compromiso que este acto puede entrañar para todos”[57].

Esto acontece en las Navidades de 1976. Y esta fiesta fue sin duda para él una oportunidad de agradecido reconocimiento, de compromiso y de esperanza. De reconocimiento de que, antes de que los misioneros pisaran tierra Huaorani, el Dios creador, el Espíritu de vida y el Cristo encarnado que abraza amorosamente al universo entero ya les habían precedido. De compromiso con un itinerario de descubrimiento y acogida en fe, juntamente con el pueblo huaorani, de los modos de presencia y acción divinos en las costumbres, modos de vida y organización, cultura y expresiones religiosas Huaorani. Y, finalmente, de esperanza respetuosa, paciente y sostenida en la floración futura de una comunidad cristiana, genuinamente católica justamente por ser también, con el imprescindible discernimiento en el Espíritu, Huaorani de nacimiento[58].

En la evolución que abordamos en este apartado jugó un papel relevante al parecer, al amparo de otras directrices eclesiales de fondo, el Consejo Plenario de la Orden de 1978 en Mattli (Suiza) con su tema de reflexión sobre “Vida y actividad misionera”. La visión de una Iglesia entendida básicamente como comunión, el nuevo acento puesto en las iglesias particulares y locales, la renovada valoración de las pequeñas comunidades, una mejor comprensión del papel de la Iglesia que envía, etc., van a provocar esta reflexión del mencionado Consejo Plenario: “En este estado de cosas los misioneros se convierten de fundadores dinámicos de Iglesias en colaboradores, de hombres de iniciativa y de decisiones autónomas, en hombres de diálogo, de escucha y, en cierta medida, de obediencia y disponibilidad” [59]. Y continúa hablando de desasirse y replegarse a segunda fila, de ser hermanos,  de verse más como un ‘invitado’ que como un ‘enviado’ con decisión unilateral…

Se comprende, en tal contexto, que, a la pregunta de para qué van a los Aucas, Alejandro responda: “Sencillamente queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos, procurando descubrir con ellos las semillas del Verbo, insertadas en su cultura y en sus costumbres”. La reflexión es de 1978.

Y en 1983, en la entrevista que se le hace en Radio Católica de Quito, aludiendo a la metodología misional con los Huaorani, abundará en la misma idea, siempre con la premisa del respeto hacia ellos: hay que llevar hasta lo último las consecuencias del principio de las semillas del Verbo. Al respecto comentará el P. Rufino Mª Grández: “Ideológicamente estamos a gran distancia del planteamiento que se hacía en China, cuando tanta preocupación se tenía por agregar nuevos hijos a la Iglesia mediante el bautismo”[60] y se tenía la visión de una Iglesia, de hecho predominantemente eurocéntrica, a expandir e implantar.

          
                                                             II

                                                 SEGUNDA PARTE

                LOS PERFILES DEL PROYECTO ECLESIAL DE ALEJANDRO

La importancia y el calado de las inversiones mencionadas comportan un nuevo punto de mira desde el que vivir y pensar la Iglesia de manera renovada. Y, también, desde el que convocar en Iglesia. A fin de cuentas, la evangelización comporta convocación.  ¿A qué Iglesia convoca y qué proyecto eclesial persigue la actividad apostólica de Mons. Labaka? Nos detendremos en algunos de sus perfiles más claros y relevantes.

     1º.- Una Iglesia nativa:

 La expresión misma, enmarcada además dentro del “objetivo principal de la Iglesia en Aguarico”, aparecerá explícitamente enunciada en la Asamblea general con motivo de la transformación de la Prefectura en Vicariato y del nombramiento de Mons. Labaka como obispo[61]. Algo antes, en 1981, como representante de sus hermanos en el Capítulo de su provincia religiosa, es el propio Alejandro el que señala como “nuestro trabajo y objetivo prioritario”  el de crear las ‘premisas de una Iglesia local capaz de gobernarse por sí misma, de autofinanciarse y de difundirse’ “[62]. Y en el repetidamente mencionado guión sin fecha, probablemente para una alocución radiofónica, enumerando las opciones adoptadas tanto por él como por sus compañeros, recuerda en el número 3: “Opción por la comunidad cristiana autóctona y las formas ministeriales que le son propias; reconociendo la profunda riqueza de cada pueblo, con sus valores, aportes originales y diferentes” [63].

Este afán por una Iglesia autóctona viene de lejos. Tradicionalmente ha solido expresarse en la preocupación por suscitar clero nativo, catequistas y otras manifestaciones de la vitalidad cristiana. En este sentido, en sus cartas desde China, ya mostraba un especial interés por el seminario, -  “El orgullo de la misión”, dirá de él – y por los seminaristas[64]. ¿Qué tiene, pues, de nuevo la preocupación actual?

          a).- Aunque suene a obviedad, no conviene olvidar que la Iglesia autóctona es, por encima de todo y sustantivamente, Iglesia: comunión de discípulos y discípulas de Jesús, entregados como El mismo a la causa mayor del Reino de Dios. El compromiso con este horizonte y la puesta al servicio del mismo por parte de la Iglesia nativa queda afirmado claramente en la Asamblea General de misioneros y misioneras con motivo del nuevo estatuto de Vicariato de la Misión de Aguarico:  El fin del ya mencionado objetivo principal es “para la construcción del Reino de Dios”[65]. Y, en la homilía de su consagración episcopal, Alejandro invita a todos y todas “a trabajar con esperanza y alegría en la formación del reino de Dios sobre la tierra”[66]. Teniéndolo delante, a estas alturas nos resulta más fácil comprender los impulsos y el telón de fondo en función de los cuales Alejandro, y sus compañeros y compañeras, han venido luchando por la dignidad y la vida, los derechos y la justicia para los Huaorani y los demás grupos y pueblos amazónicos. El horizonte de la Iglesia, como el de Jesús mismo, es el Reino de Dios.

           b).- Pero, así las cosas, una Iglesia autóctona es mucho más que contar como institución organizada con recursos propios para su vida y desarrollo. La cuestión es mucho más de fondo. Se trata de cómo situarse ante los grupos humanos y sus culturas, o, en palabras de Alejandro, de “encarnarse en otras culturas por muy primitivas y minoritarias que sean”[67]. Más hondamente aún, se trata de una Iglesia dispuesta a hacerse discípula: a oír y escuchar a los pueblos amazónicos,  aprender de ellos, e ir caminando con ellos “teniendo la convicción de que Dios está trabajando dentro de la vida de los pueblos indios, conduciéndolos a Cristo”[68]; y poder, de este modo,  “encontrar a ese Jesús que vive entre ellos, en las Semillas del Verbo […] para, después, darles el sentido de Cristo Salvador universal”[69]. En este punto, atinadamente advierte Alejandro que “habituados al patrón común del cristianismo occidental, no nos pasa por la cabeza que se pueda vivir la fe en Cristo de modo diferente al que vivimos en nuestra cultura”[70]. En sus anotaciones al V viaje a los Huaorani del Yasuní, Alejandro nos deja esta perla, a la que ya hice referencia anteriormente : “Entre los Huaorani sólo queremos descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revele como Huao y como Huinuni”[71]. Y, por último, se trata de comprender que, en su sentido profundo, nativa sólo es aquella Iglesia capaz de renacer por el Espíritu de aquellas Semillas del Verbo repetidamente mencionadas y de dar una respuesta de fe a esa revelación de la que hablaba Alejandro. Un renacimiento que él prefiguró de algún modo en su propia persona con su  renacimiento por adopción de Inihua y Pahua.

     2º.- Una Iglesia pobre y de los pobres:

La de Aguarico es una Iglesia que quiere ser de los pobres y que trata de ser ella misma pobre. Con hondo espíritu franciscano y en la nueva estela de la Iglesia latinoamericana, en esa onda se situó también activamente Alejandro.

           La Iglesia de Aguarico había tomado el compromiso de “dedicarse con especial interés” a los “pueblos marginados”. Esta opción se personifica de modo particular “en la persona del Padre Alejandro Labaka”[72].  Tocados por especial carisma, algunos misioneros y misioneras han apostado con predilección por las minorías étnicas en  situación de emergencia por verdadero peligro de extinción biológica y cultural, cuando no de exterminio [73]. Ya Vicario, Alejandro considera esta opción como ‘un deber de la Iglesia’[74]. Y los hechos responden a las palabras. Ya he citado el testimonio del  catequista y motorista Santos Dea, que resalta, tras una de las correrías, cómo el equipo apostólico – de él forman parte Alejandro e Inés -  se detiene “ el mayor tiempo posible en los lugares más necesitados y más abandonados”[75]. Por eso, al releer ahora el informe presentado por Alejandro al Capítulo Provincial de 1981, cuando hace referencia a “los deseos de dejarse evangelizar por los pobres”[76], ya sabemos a quiénes se refiere y de qué pobres se trata. Y una Iglesia que convoca preferentemente a los pobres no puede ser más que de los pobres: ellos son su lugar evangélico, pastoral y teológico privilegiado; renace desde ellos; ellos son su sujeto preferente.

 Esta cualidad de ser de los pobres tiene su manifestación externa e interna. Hacia fuera se muestra en el afán de ser “voz de los sin voz” – una responsabilidad que Alejandro se atribuyó en varias ocasiones -; en un compromiso convencido y sostenido con la defensa de los derechos de los pueblos primitivos y los grupos amazónicos minorizados; en la búsqueda respetuosa y decidida de su promoción humana integral; y en la expansión de “una nueva cultura de amor basada en la justicia”[77]. Y hacia dentro se muestra en dos aspectos: se trabaja, por un lado, por una Iglesia de iguales, fraterna y servicial; y, por otro, no se rehuye un planteamiento explícito sobre la necesidad de evangelizar desde la pobreza. Se precisan, por supuesto, medios materiales. Pero ya en 1972, en el Capítulo Provincial, el Superior Regular de la misión nos sirve de testigo de por dónde van las preocupaciones de sus Hermanos. Reconoce que todo el andamiaje de medios materiales tiene una función y finalidad sociales, y que no es propiedad de la Orden sino de la entonces Prefectura. Pero ello no le impide plantear con crudeza la cuestión de fondo: “esto es imposible que lo comprendan ( los nativos y colonos), ya que nosotros utilizamos toda esta estructura”[78]. Se está planteando que una Iglesia de los pobres ha de ser pobre ella misma e interrogarse por los medios de que se sirve.

     3º.- Una Iglesia-comunión y, toda ella, participativa y ministerial:

 “Memo…memo” (= amigo, hermano) fueron las primeras palabras pronunciadas por Alejandro en su primer contacto con los Huaorani[79]. En él esa palabra, más que un vocablo de cercanía, era expresión de una convicción, un sentimiento y un anhelo de fondo de auténtica fraternidad. Por eso se referirá a “nuestro pueblo hermano Huaorani”[80] y a los “hermanos Huaorani”[81], a quienes desea poder “visitarles como hermanos” y con quienes quiere “convivir amistosamente”[82]. Para Alejandro se trata, ante todo, de una comunión de personas, con su específica individualidad. De ahí su afán por aprender y retener el nombre de cada una de ellas (: “En visitas posteriores me informé de sus nombres”, anotará), y, más tarde, por tener con ellas un “trato individual” e íntimo[83]. Y se trata, también, de la aspiración a una comunión, ciertamente delicada,  de pueblos, etnias, grupos y familias diversas, presentes en Aguarico. Alejandro es consciente de sus diferencias, y de su situación y sus problemas también diferenciados[84]. Y ahí, convencido de la existencia de un “hombre amazónico” y de una “cultura amazónica”, y apostando por “una nueva civilización de amor basada en la justicia”, quiere contribuir a forjar “una comunión de hermanos en nuestro Oriente”[85].

Sobre esa base, “en la confluencia de varias nacionalidades indígenas, de diversas lenguas y culturas”, y ‘naciendo’ de ella, ve Alejandro “una nueva Iglesia con capacidad comunitaria de vivir el amor fraterno; una Iglesia donde seamos verdaderamente hermanos, fundamentalmente iguales, todos participando y asumiendo los servicios de todo género a favor de los pobres”[86].

Justamente por ser de fraternal comunión y por la preocupación de asentar las premisas de una Iglesia local,  Alejandro trata de suscitar y promover una Iglesia corresponsable, participativa, y toda ella servicial y ministerial[87] – “con equilibrio entre las varias funciones eclesiales y de autonomía seglar”[88]. De ahí la preocupación por las comunidades, por suscitar y formar seglares responsables (líderes locales y catequistas) dándoles confianza y distribuyendo responsabilidades (en catequesis, liturgia, organización de Comunas), por “llegar a la organización de ministerios laicales”[89].

En la línea de una Iglesia-comunión, toda ella responsable y participativa, Alejandro no ignora a la mujer. Al contrario, precisamente su inserción en el mundo Huaorani le va a ayudar a descubrir el papel imprescindible de aquélla en la construcción eclesial. Ya en un Documento de la Curia Romana sobre la relación  de los Obispos y Religiosos en la Iglesia, en su nº 49,  se decía: “ En el ancho campo de la pastoral de la Iglesia ha de darse un puesto nuevo y de grande importancia a la mujer […], respondiendo a las exigencias concretas de la Iglesia y del mundo”. Alejandro cita este texto (en “Crónica…”, pg. 151) y va a darse cuenta inmediatamente de la importancia e influencia de la mujer en la familia y la sociedad Huao[90]. Esto le lleva a plantearse la presencia de misioneras entre los Huaorani y a preguntarse por la conveniencia de que estas sean religiosas, casadas o solteras. Constata en la evangelización realizada por un grupo evangélico – evangelización, por cierto, cuya seriedad y hondura, atestiguará en un escrito la Hna. Inés -  que la tarea ha sido realizada casi exclusivamente por misioneras seglares[91]. Valora como “un gran paso” la llegada de hermanas para la evangelización del pueblo Huaorani[92]. Y es significativo que, tras una de las visitas a estos por un equipo misionero formado por dos seglares y dos sacerdotes, y que estuvo a punto de ser completado por dos misioneras, Alejandro lamente la ausencia final de éstas y haga la siguiente reflexión: “Ciertamente habría tenido alguna pequeña complicación, pero hubiera sido sin duda alguna más rico, a nivel de gesto inicial de evangelización para el pueblo Huaorani”[93]. Una Iglesia partera del alumbramiento de una Iglesia-comunión de varones y mujeres ¿acaso no deberá ser ella misma una Iglesia de hombres y mujeres en básica igualdad, responsabilidad y participación?

     4º.-  Una Iglesia ecuménica:

Me referiré exclusivamente a la postura en relación con otras denominaciones cristianas.

Durante la estancia en China del P. Labaka su postura al respecto fué, al parecer, la imperante y compartida por los compañeros de misión, y que probablemente obedecía a algún tipo de directriz interna: una postura de poco trato. El P. Rufino María Grández recoge entrecomillada y datada esta cita, cuya procedencia no sé precisar, pero ciertamente referida a la Misión de Pingliang: “Al P. Prefecto no le gusta que tratemos mucho con los protestantes, para que la gente no crea que profesamos la misma religión”[94]. Ya en Ecuador, sus cuatro años en Pifo (1954- 1957), a unos 25 kms. de Quito, no supondrán una variación en esa actitud básica. Pifo era, según el P. Grández, “un foco extraodinario del mundo protestante”. Y este biógrafo añade más adelante: “Llama enormemente la atención el raro ambiente de protestantes y católicos; planteamientos miopes, vulgares […]. Damos de lado a anécdotas que resultan muy ruines”. Pero, a pesar de todo, no deja de recoger un pequeño fragmento, con cierto aire de triunfo católico, tomado de la cuidadosa crónica que llevan los frailes de su actividad parroquial: “Desde que estamos en Pifo, ninguno de nuestros feligreses ecuatorianos ha muerto como protestante”[95].

Su trabajo en Aguarico va a contribuir eficazmente en Alejandro a un cambio de postura. Siendo ya Prefecto, durante su estancia conciliar en Roma, en la carta que envía a Pablo VI en Noviembre de 1965, le plantea, como segundo punto de su consulta, cuál deba ser el proceder en cuanto a colaboración con el denominado Instituto Lingüístico. Se trata de una institución de misioneros y misioneras evangélicos, experta en lenguas y vinculada a la Universidad de Oklahoma[96]. En 1956 cinco de sus miembros habían sido víctimas de los Huaorani. Y era innegable, en todo caso, el respeto, la seriedad y el rigor de una presencia evangelizadora que, en 1974, “podía contar con unos 500 Huaorani organizados por los evangelistas en la región del río Tihueno”[97]. Parece, pues, justificada la consulta a Roma. Pero, al parecer, sólo hubo respuesta al punto primero: aquel relativo a arriesgar o no la vida.

Pero contamos con datos que certifican un cambio de postura en perspectiva claramente ecuménica y que concuerdan, además, con los nuevos impulsos pastorales del momento en el Magisterio eclesial. Este  invitaba a buscar relaciones de amistad y cristiana colaboración entre las distintas confesiones cristianas. En efecto:

-          Se reconoce y valora la labor realizada por los miembros (especialmente las misioneras) del Instituto Lingüístico[98].
-          Preocupación de no ‘invadir’ ámbitos ya trabajados por los evangélicos sin su consentimiento, para no suscitar en ellos celos o resentimientos por las actividades entre los Aucas de los misioneros católicos. Se realizan para ello  entrevistas con dirigentes del Instituto Lingüístico. El tono es cordial. Y la respuesta de éste, la de “no tener propiedad sobre los Aucas”. Por tanto “Ustedes no tienen que pedir permiso alguno para tener contactos con los Huaorani”[99].  Alejandro, por su parte, al menos en una ocasión, se preguntará por la oportunidad de un viaje conjunto a los Aucas. Si bien constatará que los responsables del Instituto Lingüístico “no ofrecían mayores facilidades para una acción de conjunto con personas extrañas a su institución”[100].
-          Dialoga con el Instituto Lingüístico sobre algunos criterios pastorales y le solicita ayuda para el aprendizaje de las lenguas indígenas[101].
-          Se acuerda una línea de acción común en pro de los derechos de los pueblos Huaorani a una concesión de reserva de tierras[102].
-          Finalmente, se constata que el servicio generoso, evangelizador y desinteresado de misioneras y misioneros a los grupos indígenas amazónicos  minoritarios y pobres, ha ido gestando en estos últimos, más allá de las diferencias y los formalismos institucionales evangélicos y católicos, una unión profunda en ese Cristo al que los pobres rinden su fe y del que misioneros y misioneras son meros ministros. Llaman por eso la atención situaciones y escenas – que quizás desde aquí cueste un poco más entender - como las que describe la Hna. Inés en poblaciones Secoyas como la de San Pablo de Cantesiayá, despertadas a la fe y, en buena medida, formadas y mantenidas en ella por los evangélicos: “Los mismos misioneros americanos [evangélicos] piden al Padre se acerque a San Pablo para que les lleve los sacramentos y casi todos son bautizados por la Iglesia. Se hace la celebración Eucarística después de su culto por medio de los intérpretes. Somos muy bien acogidos”. Poco antes Inés ha comentado: “Diréis: son protestantes. Parece que son protestantes, pero más católicos que nosotros”[103]. Tanto que, en esta Comunidad, llegó a ver Alejandro un huerto de posibles vocaciones a cuidar.

     5º.- Una Iglesia toda ella misionera:

 Más allá de su arraigada vocación misionera personal, Mons. Labaka, en comunión con el Vaticano II, tiene una conciencia clara de que la Iglesia, y cada Iglesia particular y local, es misionera por naturaleza. Y de que no se trata sólo de la orientación de su pastoral interna evangelizadora, sino de un compromiso activo con la evangelización Ad Gentes. Se comprende que, por lo que China significó para él al respecto y porque está persuadido de que “China es el porvenir de la Iglesia”, sus testimonios sobre este punto aparezcan vinculados, por lo general, a ese inmenso y típico país de misión.

En la Homilía de su Ordenación Episcopal introdujo un párrafo, que no había sido escrito previamente, pero que quedó registrado en el magnetófono. Refleja la vertiente misionera de su visión eclesial. Exhorta a orar para que “de esta Iglesia de Aguarico” puedan salir “sacerdotes y agentes de pastoral” para la Misión en China. E invita también a hacer objeto de esa plegaria su propio retorno a dicha Misión[104]. De hecho, ya en su carta al Papa (15-IX- 1984) aceptando su nombramiento de Vicario y primer Obispo del nuevo Vicariato Apostólico, le confía el siguiente ruego: “mi primer amor misionero fue la Iglesia de Pingliang en la provincia de Kansu, China, de donde fui expulsado en 1953. En cuanto las puertas de esa gran nación se abran al Evangelio, dígnese enviarme a China como simple misionero”[105].

Esta urgencia misionera Alejandro quiere transmitirla a toda la Iglesia ecuatoriana. Por eso, en el Congreso Misionero Nacional  de Marzo de 1987, emplaza a  la Iglesia ecuatoriana a invocar a la Virgen “para que haga suscitar misioneros y misioneras en la Iglesia Ecuatoriana” y presenta a China, “esperanza de la Iglesia”, como destino misional preferente[106]. Y aprovecha la ocasión para mostrar su nueva visión del misionerismo: “no ser el que se presente como el que lleva un resumen de teología o un esquema de cultura occidental”, sino estar dispuesto a insertarse, a aprender de los chinos las riquezas de sus virtudes, su cultura y sus concepciones religiosas, reconocer que Cristo está ya en China y que las semillas del Verbo están en todo…[107].

Para Alejandro cada miembro de la Iglesia, por la fe y el bautismo, es corresponsable de la dimensión misional general de aquella. Y debe ser, a su modo, con arreglo a sus propias condiciones y contextos, un sujeto activo en el desempeño efectivo de la mencionada responsabilidad. Alejandro lo tiene claro. Por eso me llamó la atención constatar su postura, ya al inicio mismo de mi lectura de Crónica Huaorani. En efecto, ante las sorpresivas visitas de los Aucas a los campamentos de las Compañías vinculadas al petróleo, (con la apropiación de alimentos y materiales; el susto, nerviosismo y temor de los trabajadores; y el peligro de desencadenamiento de violencias con secuelas irreparables), Alejandro, tras reunirse con los trabajadores, tranquilizarles y celebrar con ellos la Eucaristía, concluye: “Terminé diciéndoles que ellos son los ‘misioneros escogidos por Dios’ para los Aucas”[108]. ¡Impresionante!


Guillermo Múgica Martínez


[1] De Mons. Alejandro Labaka Ugarte, con prólogo de Miguel Angel Cabodevilla, en su 5ª edición de 2011 promovida por CICAME, la Fundación Alejandro Labaka y el patrocinio de algunas instituciones más, entre las que no podía faltar, por supuesto, el Vicariato Apostólico de Aguarico.
[2] Editorial Franciscana Aranzazu, 1989.
[3] Crónica, pg. 54.
[4] Cfr. “Arriesgar la vida…”, pgs. 89-91.
[5] Cfr. “Arriesgar…”, pgs. 101 y ss.
[6] Puede que, estrictamente, la distinción entre mártires de (o por) la fe y del (o por el) Reino no sea del todo ajustada. Pero trata de reflejar y expresar una novedad contundente e incuestionable y, a estas alturas, muy trabajada teológicamente. En su “…Y la Iglesia se hizo pueblo. ‘Eclesiogénesis’: La Iglesia que nace de la fe del pueblo” (Sal Térrae, 1986, pgs. 175-184) Leonardo Boff aborda expresamente la mencionada distinción. Pedro Casaldáliga y José Mª Vigil, en su “Espiritualidad de la Liberación” (Sal Térrae, Santander, 1992), en el apartado dedicado a “Cruz, conflictividad, martirio” (pgs. 210-222), en la nota 20 a pie de página, ofrece una suficiente referencia bibliográfica al respecto. En mi opinión, ha sido Jon Sobrino uno de los que más y mejor ha elaborado esta temática. En Febrero de 1980 la abordaba en Sao Paulo  en el IV Congreso Internacional Ecuménico de Teología. Su magnífica ponencia, reelaborada y bajo el título “El testimonio de la Iglesia en América Latina. Entre la vida y la muerte”, fue recogida posteriormente en “Resurrección de la verdadera Iglesia. Los pobres, lugar teológico de la eclesiología” (Sal Térrae, 1981, pgs. 177-209). En fecha más próxima (1990), sin que haya sido la última, volvía sobre el tema en el nº 929 de la revista Sal Térrae. Su trabajo, “La herencia de los mártires de El Salvador”, formó parte dos años después, como Capítulo 10, de su obra “El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados” (Sal Térrae, 1992, pgs. 249-263).
[7] Quiero dejar constancia, en todo caso, de que soy consciente de las cuestiones implicadas en los apuntes de Labaka. No puedo entrar en ellas porque exceden el objeto estricto de este trabajo. Y porque tampoco Alejandro avanza pistas en desarrollo al respecto. Me refiero a temas como el de la valoración del pluralismo religioso y a asuntos conectados con él como los de la revelación, la universalidad salvífica de Cristo y, en conexión con ella, la universalidad del pobre. Me refiero al encuentro entre el Evangelio y las culturas, con subaspectos como: ¿cristianización – encarnación/inculturación – o diálogo?, ¿indigenización o liberación? Me refiero, también, a una comprensión más integral, procesual y unitaria de la Evangelización. Y, finalmente, no me pasan desapercibidas algunas cuestiones que quedan suscitadas sobre la Iglesia: Iglesia local y autóctona en el marco de una Iglesia de iglesias o de una eclesiología de comunión; qué se quiere decir exactamente y qué implica una Iglesia de los pobres; los ministerios y los ministerios de la mujer en la Iglesia; etc.
[8] No empleo aquí el término “notas” en su sentido eclesiológico estricto y académico. La uso en un sentido y acepción más amplios y pastorales, como sinónimo de características o perfiles. Un poco al estilo de cómo lo hiciera Leonardo Boff en su “Eclesiogénesis” (Sal Térrae, 1979, pgs. 51-73).
[9] “Arriesgar la vida…”, pg. 96.  Años más tarde la Hna. Inés, fiel compañera de fatigas apostólicas y de martirio de Alejandro, tras visitar el tambo del anciano Nampahuoe, su esposa Omare y demás miembros de la familia, manifestará la emoción de la experiencia con unas palabras cargadas de admiración y, en contraste, no exentas de crítica e ironía por lo que todavía muchas personas piensan: “¡ Qué enseñanza nos deja esta familia o este grupo que se llama infiel!” (“Arriesgar la vida…”, pg. 170).
[10] AUCAS es el nombre con el que los quichuas designan, en Ecuador, a las otras etnias y grupos amazónicos. Y tiene la connotación de salvajes, bárbaros, guerreros, rebeldes. Cfr. “Arriesgar…”, pgs. 91-92.
[11] “Arriesgar la vida…”, pg. 95.
[12] “Arriesgar la vida…”, pg. 182.
[13] “Arriesgar la vida…”, pg. 32.
[14] “Arriesgar la vida…”, pg. 45.
[15] Ibidem, pg. 46.
[16]  Cfr. “Arriesgar la vida…”, pg. 138: Se observa todavía cierta rígida vinculación entre fe cristiana explícita y salvación. Y“Crónica…”, pg. 102.
[17] En 1982, en carta a su hermano P. Domingo (“Arriesgar…”, pg. 161).
[18] En abril de 1979 (“Crónica…”, pg. 184).
[19] En 1983 (“Arriesgar…”, pg. 185).
[20] Ibidem. Entrevista en Radio Católica de Quito.
[21] En Segundo Relato (1980). Fuente en “Arriesgar…”, pg. 179.
[22] En Primer Relato (1980). Fuente en “Arriesgar…”, pg. 166.
[23] “Arriesgar…”, pg 164.
[24] “Arriesgar…”, pg. 188. El “Ad Gentes”, nº 5, ya había afirmado que la Iglesia, en el desempeño de la misión, debe seguir los pasos del propio Cristo, “que fue enviado a evangelizar a los pobres”. (Una inversión como la mencionada fue la que experimentó también Las Casas. Cfr. “En busca de los pobres de Jesucristo”, - Sígueme, 1993 -, de Gustavo Gutiérrez).
[25] Cfr. Ibidem.
[26] Ver “Arriesgar la vida…”, pgs. 85, 182-184, 190; “Crónica…”, pgs. 150, 206
[27] Ver de momento  “Arriesgar la vida…”, pgs. 199-200, 220-221. 
[28] “Arriesgar…”, pg. 95. La respuesta le llegará el 27 de Noviembre “ apelando a unos criterios de Benedicto XIV, tomados, a su vez, de Sto. Tomás y de Maldonado” (ibidem).
[29] Cfr., más arriba, nota 23. 
[30] Cfr. “Arriesgar…”, pg. 37.
[31] Ibidem, pgs. 42-43. Aunque el Derecho Canónico prohibía esta práctica a los sacerdotes, Propaganda Fide concedía a los misioneros en China la facultad de ejercerla.
[32] “La primera tarea misional […] fué bañarse en la lengua de Confucio” (“Arriesgar …”, pg. 40).
[33] De lo que repetidamente deja constancia en “Crónica…”, por ejemplo en pgs. 98-99, solicitando ayuda al Instituto Lingüístico de Verano (de misioneros y misioneras evangélicos) y alcanzando acuerdos con ellos al respecto.
[34] Cfr. “Crónica…”, pg. 52-53.
[35] Cfr. “Crónica…”, pgs. 158-159.
[36] “Crónica…”, pg. 233.
[37] Carta del 28-4-1981, en “Arriesgar…”, pgs. 179-180.
[38] Ibidem, pg. 169.
[39] Ad Gentes, nº 9. Previamente, se habla en él “de verdad y de gracia” entre las naciones y de “una cuasi secreta presencia de Dios”.  Y en el nº 11 se nos habla de las “semillas de la Palabra” y de las “riquezas que Dios, generoso, ha distribuído a las gentes”.
[40] “Arriesgar…”, pg. 189.
[41] “Crónica…”, pg. 221.
[42] Ibidem, pg. 220.
[43] En carta del 11 de Junio de 1983 a una prima religiosa Carmelita Misionera. Y “Crónica…”, pg. 205.
[44] “Crónica…”, pg. 230 y 218.
[45] En la carta a su prima Carmelita Misionera arriba indicada.
[46] “El camino hacia Cristo tiene etapas que deben ser respetadas; si hay cosas erradas en la vida y mitos de los indios, no somos nosotros los que vamos a convencerles de su error.
   Son ellos mismos, descubriéndose como hijos de Dios […] los que van a descubrir dentro de su propia realidad a Cristo esperándolos sin imponer una ruptura con su cultura.. Entonces el Evangelio será realmente Buena Nueva”. ( Anotaciones para una probable alocución radiofónica, en “Arriesgar…”, pg. 189).
[47] “Crónica…”, pg. 234.
[48] “Crónica…”, pg. 189.
[49] “Crónica…”, pg. 74.
[50] “Arriesgar…”, pg. 182.
[51] Ibidem, pg. 161.
[52] “Crónica…”, pg. 149.
[53] Ibidem, pg. 105.
[54] Ibidem, pg. 177.
[55] Ibidem, pg. 179.
[56] En las mencionadas notas de su archivo para una alocución radiofónica y que, al menos su biógrafo Rufino María Grandez, le atribuye (“Arriesgar…”, pg. 191).
[57] “Crónica…”, pgs. 53-54.
[58] En los papeles para, al parecer, una alocución radiofónica, ya varias veces mencionados, se habla en estos términos del descubrir a Dios: “judaicamente por los judíos, étnicamente por los griegos, cristianamente por los cristianos, y añadimos:, indígenamente por los amazónicos: huaoranimente por los Huaorani, secoyamente por los Secoyas, sionamente por los Sionas y quechuamente por los Quichuas”(“Arriesgar…”, pg. 190).
[59] III CPO 18, En “Arriesgar…”, pg. 129.
[60] “Arriesgar…”, pgs. 180-181.
[61] “Arriesgar…”, pg. 196.
[62] Ibidem, pg. 160.
[63] Ibidem, pg. 188.
[64] Ibidem, pgs. 40-41.
[65] Ibidem, pg. 196.
[66] Ibidem, pg. 200.
[67] Del informe de Alejandro al Capítulo Provincial de 1981 (en “Arriesgar…”, pg. 161).
[68] Guión para alocución radiofónica (en  “Arriesgar…”, pg. 190).
[69] Entrevista en Radio Católica varias veces mencionada (en “Arriesgar…”, pg. 184).
[70] Guión para alocución radiofónica (en Arriesgar…”, pg. 188)
[71] “Crónica…”, pg. 221.
[72] De ello deja constancia Inés al inicio de su Primer Relato (en “Arriesgar…”, pg. 166).
[73] Así queda recogido en  papeles de su archivo atribuídos a Alejandro allí donde narra de qué “hemos hecho opción” (“Arriesgar…”, pg. 188.
[74] En “Los indígenas y la tierra” (intervención en la II Asamblea General del Vicariato, 1985; y en “Carta de los Derechos de la Nacionalidad Huaorani, documento dirigido a la autoridad estatal): Cfr. “Arriesgar…”, 219-220.
[75] Ibidem, 163-165.
[76] Ibidem, pg. 161.
[77] Algunos de estos aspectos aparecen explicitados en la homilía del día de su Ordenación Episcopal (cfr. “Arriesgar…”, pgs. 198-200).
[78] “Arriesgar…”, pg. 126. Ver 127.
[79] “Crónica…”, pg. 30
[80] “Arriesgar…”, pg. 150.
[81] “Crónica…”, pg. 88.
[82] Ibidem, pg. 158.
[83] Ibidem, pg. 30 y 204.
[84] Son significativos al respecto tanto su escrito sobre la realidad étnica, sociológica y cultural de Aguarico en los años 70 (cfr. “Arriesgar…”, pgs. 84-86), como, más tarde, su Homilía de la Ordenación Episcopal (cfr. “Arriesgar…”, pgs. 198-200). Ya en el saludo inicial de la misma se muestra consciente del pluralismo de realidades y situaciones..
[85] Cfr. Homilía de su Ordenación Episcopal, citada en la nota anterior.
[86] Ibidem, pg. 199. Para con los Huaorani, viendo hasta qué punto es importante la familia en su vida y organización, imagina Alejandro una Iglesia “familística”, una comunión de comunidades con base familiar. (¿Acaso queda esto tan lejos de la “iglesia doméstica”, de raíz neotestamentaria y de la que ha hablado Benedicto XVI en la Navidad del 2011?). Y se pregunta, tomando como eje la familia, “cómo se podría organizar una misión entre los Huaorani?” (“Crónica…”, pgs. 76-78).
[87] “…con los ministerios entre los mismos nativos”, sueña la Hna. Inés Arango (cfr. “Arriesgar…”, pg. 176).
[88] Homilía en la O. E., pg. 199.
[89] Alejandro, como superior de sus hermanos, en el Capítulo Provincial de 1981 (“Arriesgar…”, pgs. 160-161).
[90] Cfr. “Crónica…”, pgs. 110 y 150-151.
[91] Ibidem, pg. 150.
[92] Ibidem, pg. 133.
[93] Ibidem, pg. 156.
[94] “Arriesgar…”, pg. 46.
[95] “Ibidem, pgs. 64-65.
[96] Cfr. “Arriesgar…”, pg. 92.
[97] Ibidem.
[98] “Cfr. “Crónica…”, pg. 150.
[99] “Crónica…”, pg. 98 y 132.
[100] Ibidem, pg. 133. Lo que no será obstáculo para que ambos, misioneros evangélicos y católicos, se sientan libres para visitar a todos los grupos.
[101] Ibidem, pgs. 98-99 y 126-127.
[102] Ibidem, pg. 126.
[103] “Arriesgar…”, pg. 175-176.
[104] Ibidem, pg. 200.
[105] Ibidem, pg. 215.
[106] Ibidem, pg. 214.
[107] Ibidem, pg. 213.
[108] “Crónica…”, pg.24. Por otra parte, para evitar que su actividad quede desdibujada y contaminada por las compañías petroleras, así sea sólo por la utilización de sus medios de transporte, Alejandro y sus compañeros buscarán y encontrarán sus propias rutas y sus propios medios fluviales de aproximación y visitas a los Huaorani.