El próximo 21 de julio de 2012 se cumplen 25 años del asesinato de Mons. Labaka y la Hna. Inés Arango. Con tal motivo, el querido compañero y amigo Fidel Aizpurúa consideró oportuno celebrar en nuestra Facultad de Teología una Jornada de memoria y homenaje del insigne evangelizador de los indígenas amazónicos Huaorani, un pequeño grupo humano al que Alejandro Labaka dedicó sus empeños evangelizadores. Una muestra, modesta pero impactante, de tal empeño es la Crónica Huaorani, una especie de “diario de evangelización” de Mons. Labaka. La encomienda que se me propuso fue rastrear la presencia de la Sagrada Escritura en dicha crónica y presentar los ecos del texto sagrado en los escritos del misionero vasco.

Quiero transmitir, en primer lugar, la emoción que sentí al leer la Crónica. Es una delicia espiritual encontrarse con el mundo apasionante de la misión en aquellas tierras ecuatorianas, con aquellas gentes tan desconocidas y lejanas y, sin embargo, tan queridas y familiares después de conocer la importancia que tuvieron en la vida de Alejandro. Inihua y Pahua (sus padres de adopción), su hermano Araba, Ompura, Buganey, Peigomo, Agnaento, Conta, Cava, Cahuime, Ñeñene, Cai, Huiyacamo, Guima, Deta, Tehuane, Buyutai, Yaime, Nampahuoe, Omare, Huane, Aimba, Aipa, Yacata, Huimana, Teca, Tiba, Quemomuni, Caequeri, Carué…, no son ya sólo nombres, sugestivos y extraños, de indígenas que se relacionaron con Alejandro. Ellos, con sus paisajes y su mundo, forman parte de un escenario común, conocido y querido, el de la familia de los hijos de Dios.

En segundo lugar, debo dejar constancia de mi admiración por Mons. Labaka, una persona entregada y fiel, que nos ofrece en sus crónicas una verdadera lección de discipulado cabal; ejemplo “acabado” (este término se utiliza en el evangelio de Lucas para indicar el destino de Jesús, su muerte) del seguimiento a Jesús, una nueva estrella en la constelación de luces a las que mirar para ver cómo se tiene que ser discípulo de Jesucristo.

En tercer lugar, quiero adelantar aquí uno de los aspectos más llamativos en cuanto al tema que me toca desarrollar: no hay muchas citas bíblicas en la Crónica, en realidad tan sólo dos de manera explícita. Pero esto no significa que la Palabra de Dios no sea importante en la Crónica. Al revés, es tan importante que no se cita simplemente porque se vive. De hecho, la Crónica es Palabra de Dios hecha vida, hecha pálpito, hecha emoción, hecha entrega, hecha fidelidad. Como ocurre con el término elpís (esperanza), ausente en los evangelios porque la figura de Jesús es la misma esperanza, los textos de la Palabra de Dios están físicamente ausentes de la Crónica porque ella misma, en cuanto plasmación de la entrega misionera de Alejandro, encarna la Palabra de Dios: no hay que citarla porque, simplemente, se vive, es una Palabra encarnada. Así que la Biblia aparece muy poco en la Crónica, pero la Crónica en la Biblia, a cada paso.

En cuarto lugar, una consideración sobre las hermosas y sugerentes ilustraciones de Antonio Oteiza: precisamente al hilo de la “encarnación de la Palabra” en las líneas vitales de Labaka, muchas de las ilustraciones tienen un diseño que las asemeja a los belenes navideños (cf. pp. 31, 33, 37, 41, 51, 53, 69, 71, 137…). Es como una confirmación de mi primera impresión al leer la Crónica: la encarnación de la Palabra de Dios en la obra de Mons. Labaka es indicada también gráficamente en unas imágenes que sugieren la Encarnación de Jesucristo en el seno de la Humanidad.

Una última consideración: mi lectura de la Crónica Huaorani es una lectura “parcial”; me refiero a que considero los textos con referencia a la Sagrada Escritura, explícita o implícitamente. De modo que hay muchas afirmaciones de Mons. Labaka, muchos relatos, muchos aspectos que, aunque me merecerían comentario, quedan fuera de la presente aportación. Es decir, se podría decir más de ese precioso testimonio de la vida entregada de Alejandro Labaka, pero escaparía a la solicitud que se me pidió. Iré señalando las frases destacadas, por orden de aparición, con una mínima estructura: allí donde haya cita textual de la Biblia, o referencia explícita a un texto bíblico, lo presentaré en primer lugar. Después, las frases o expresiones que me sugieren la presencia, escondida y fecunda, de páginas bíblicas, sobre todo evangélicas y paulinas. Finalmente, aquellos textos que evocan la figura de Pablo, puesto que, ya desde el mismo prólogo, encuentro una gran cantidad de similitudes entre Mons. Labaka y San Pablo.     

LOS TEXTOS BÍBLICOS EN LA CRÓNICA HUAORANI

1.- Textos bíblicos citados

1.1.- La primera cita explícita de la Biblia en toda la Crónica, lo cual no deja de ser un dato llamativo y elocuente, es Mt 25,31-40. En una visita a los trabajadores de la petrolera, asustados por las visitas de los Aucas que se llevaban sus pertrechos, Mons. Labaka escribe: “Dos días y dos noches estuve con ellos. La segunda noche les celebré la Santa Misa, a la que asistió espontáneamente la mayoría de los trabajadores. Para el Evangelio abrí el Ritual de la BAC en las últimas páginas, a lo que saliera, y ante mis ojos apareció el relato de san Mateo 25,31-40. Durante el comentario todos estuvimos de acuerdo en que aquí se está cumpliendo eso de dar de comer al hambriento y vestir al desnudo. Terminé diciéndoles que ellos son los “misioneros escogidos por Dios” para los Aucas”.

Me resulta un dato providencial. Mt 25,15-46 (unidad textual del llamado “Juicio Final”) pone fin al Discurso Escatológico y a todo el contenido narrativo del evangelio de Mateo, compendiando en sí toda la enseñanza de Jesús, antes de afrontar su pasión y muerte. En el texto se da una paradójica circunstancia: es el contenido más genuina y específicamente cristiano, expresado con un relato absolutamente genérico y universal. Es lo más específico, porque no se conoce ninguna otra religión en donde la identificación entre cualquier persona necesitada y Dios sea tan radical y tan esencial. En efecto, el doble estribillo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (25,40), repetido en forma negativa en 25,45, marca un hito en la experiencia religiosa humana, dando a la solidaridad un valor teologal de tal calibre que la convierte en el hecho diferencial cristiano. Mas, por otra parte, la caracterización de los personajes brilla por su ausencia: los “benditos de mi Padre” no pertenecen a grupo alguno, ni religioso, ni étnico. Cualquier persona, de cualquier lugar, de cualquier tiempo, será considerada “bendita del Padre” y recibirá “la herencia del Reino” por haber dado un solo vaso de agua a quien tenía necesidad de él. Especificidad y generalidad se entremezclan espléndida y paradójicamente en el texto mateano.

La cita referida por Labaka llega hasta el versículo 40, es decir, se ciñe a las palabras que Jesús dirige a los “benditos”. También esto es interesante. A partir del v. 41 Jesús habla a los “malditos” y, lo que hasta entonces era benevolencia y salvación, ahora se torna condena y castigo. Teniendo en cuenta lo que Jesús habla hasta ese momento, los vv. 41-46 podrían resultar superfluos. En efecto, ¿quién no habrá dado un simple vaso de agua a quien veía con sed? Pero, como habrá quien necesite la presencia del castigo y del infierno para que cuadre bien su idea de Dios, deberemos indicar, para riesgo general ciertamente, que “los malditos” son -somos- todos aquellos que dejamos de dar un solo vaso de agua a algún sediento. Porque, ¿quién ha dado a todos los menesterosos aquello que necesitaban? Es decir, el texto evangélico nos sitúa ante una aporía: todos hemos ayudado alguna vez a alguien, pero nadie lo ha hecho con todos. Si por un vaso de agua dado, sólo por eso, ya recibiremos la salvación, por un vaso de agua no dado, sólo por eso, recibiremos la condenación. ¿Hay salida?

La inteligibilidad del texto evangélico sugiere que hay que buscar otra línea de interpretación y ésta radica, precisamente, en la identificación del necesitado con el Señor Jesús, con el Mesías e Hijo de Dios, con Dios mismo. En el espléndido mensaje para la Cuaresma de 2012, el papa Benedicto XVI termina diciendo: “Todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras”. Todo el mensaje pende del texto de Hebreos 10,24, donde la mirada compasiva es la condición necesaria para vivir en el amor y el ejercicio de las buenas obras.

En el momento en que está fraguando en la vida de Labaka el primer anuncio a los Huaorani, este texto es totalmente paradigmático, porque nos sitúa en lo más esencial del cristianismo partiendo de lo más general y compartido por todos los humanos.

Después, cuando en sucesivas visitas a los Huaorani reparta, entre otras muchas cosas, su propia ropa para vestir a mujeres desnudas, escribirá: “Hasta ahora nunca había pensado que el ‘vestir al desnudo’ del Evangelio pudiera tener ese alcance tan literal” (p. 50). Y más adelante, cuando Araba y Quemomuni se van turnando para dormir a su lado y calentarse con el calor natural de su cuerpo, escribe: “Y llegué a pensar que es hermoso compartir incluso el calor del cuerpo con el pobre” (p. 90). La Palabra se hace vida y la vida Palabra.

1.2.- La segunda cita explícitamente señalada es Gn 2,25: “Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”. Como señalaremos en el siguiente punto, el tema de la desnudez física no fue fácilmente asumido por Mons. Labaka, pero lo vivió como un elemento necesario e imprescindible para la evangelización de los Huaorani. Aunque las referencias a ese estado paradisíaco de desnudez aparecen muy pronto, hay que esperar a la p. 164 para encontrar la cita bíblica. Alejandro está viviendo con sus padres Inihua y Pahua durante su tercer viaje por el Yasuní. Todo se desarrolla en un ambiente de naturalidad, espontaneidad e ingenuidad. Se encuentra desnudo, “vestido a lo Huaorani” según su humorística expresión, y recoge esta conversación: “ – Esta es costumbre Huao y está muy bien, pero los “cohuore” no hacen así. – ¿Y tú no serás cohuore? – me dice Cai. – Yo quiero ser Huao como vosotros. – De acuerdo – me dicen Cai e Inihua al unísono. Cai amplía una explicación que no capto bien. – Sigamos entonces tranquilos según costumbre Huao. Poco después Cai y Deta se habían desprendido también de sus pantalonetas. Esta es la única ocasión en que todo el grupo por igual vivimos en la presencia del Creador un capítulo hermoso de la Biblia (Gen. 2, 25)”.

La situación hace reflexionar y orar al misionero: “La convivencia personal con los Huaorani me exigió renovarme en mi fe y en mi esperanza en Dios, que trasciende todo apostolado (…) Que Cristo premie, como hechos a El, tantos signos de la bondad del pueblo Huao, completándolos con la fe de un Cristo Salvador, aceptado personalmente por ellos” (pp. 164-165). Como digo, volveremos sobre este delicado tema de la desnudez en la misión de Mons. Labaka. Pero lo que es interesante es que las dos citas explícitas de la Escritura sean, precisamente, la de la creación en el estado previo a la caída (el paraíso) y la de la creación en su último suspiro, antes de la era escatológica. Principio y fin “en Dios”, todo un universo teologal, habitado por Él. El mundo de Mons. Labaka.  

1.3.- “Un día, contra lo acostumbrado, me dejaron ir solo cuando me dirigía a bañarme en el riachuelo. Aproveché para restregar mi prenda interior en el agua, pues no había jabón y, juntamente con las medias y la toalla, la puse al sol, mientras sentado a la sombra me dedicaba a mis reflexiones sobre san Pablo: ‘Desnudémonos de las obras de las tinieblas, vistámonos de la armadura de la fe y andemos como en pleno día, con dignidad’” (p. 78). Prácticamente, repite con alguna variante lo que Pablo escribe en Rm 13,12b-13a: “Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Andemos como de día, dignamente”. Pablo termina su texto diciendo: “Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (v. 14). La preocupación en Pablo es más amplia que la cuestión sexual, puesto que el “andar dignamente” lo refiere a “comilonas y borracheras, lujurias y desenfrenos, rivalidades y envidias”. Todo eso pertenece a la “carne”, al “hombre viejo”, pero ya estamos viviendo el kairós (cf. v. 11, inicio de la perícopa) y, con él, llega el “hombre nuevo, revestido de Cristo”.

Sin embargo, Mons. Labaka refiere el texto paulino a la espinosa cuestión de la desnudez física que asume por razones de inculturación y evangelización, dado que los Huaorani tienen ciertas prácticas rituales de carácter homosexual (esta cuestión volverá a aparecer más adelante). La desnudez acaba por no suponer problema alguno para Alejandro, ni siquiera el uso del gumi, el “cingulum puritatis” (“Creo que Dios ha querido guardar en este pueblo la manera de vivir la moral natural como en el Paraíso, antes del pecado” (p. 79, cf. Gn 2,25: “Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”; otra referencia al paraíso terrenal en p. 138).

En cambio, las insinuaciones homosexuales, aunque consideradas “algo ritual”, son rechazadas de plano por el misionero, y al parecer con éxito: “Partir de su realidad me pidió bañarme con ellos o como ellos, o a la vista de jóvenes y niños, con toda naturalidad; intencionadamente hacer el aseo completo de varón adulto; permitir satisfacer la natural curiosidad de tocar y ver en lo que nos ven distintos, como, las partes vellosas del cuerpo. Pero ahí precisamente se me ofreció la ocasión de dar una lección, cuando uno de los adolescentes quiso excitarme y lo impedí con sonriente energía. El mismo me pidió a continuación que, al menos, lo hiciera personalmente ante ellos. – No, no; wi waimo imba! – Fue la respuesta. – No, no; eso no es bueno! Al regreso al bohío [casa comunal] cada uno de los espectadores contó a chicos y grandes lo sucedido y me remedaban diciendo: – ¡No, no; wi waimbo imba!” (p. 79). “Aceptar todo, menos el pecado” será un leit motiv para el misionero vasco en su inculturación con los Huaorani, y en este momento, encuentra en las palabras de Pablo en Rm la indicación bíblica adecuada.

1.4.- Se está preparando la primera travesía por el río Yasuní y Mons. Labaka hace un recuento de todo lo necesario (combustible, alimentos, obsequios para los Huaorani…). En lo referente al equipaje personal “surgen criterios diversos: Llevar lo menos posible para que no me quiten nada los Huaorani. ¿Concuerda con aquello de ‘no lleves túnica de repuesto’? El otro criterio: Llevar un poco más por si acaso me quitan los Huaorani. ¿Será vestir al desnudo y dar de comer al hambriento?” (p. 103). La primera pregunta cita la formulación de Lucas en el envío misionero de los Doce (Lc 9,1-6), porque tanto Mateo como Marcos dicen que no hay que llevar “dos túnicas”. La segunda se refiere a Mt 25,31-40, ya considerada un poco antes. Los criterios diversos no son problemáticos, porque cualquier decisión que tomen es acertada, pues responde al mensaje evangélico.

1.5.- En las conclusiones de la primera travesía por el río Yasuní, Mons. Labaka indica que “Siempre estamos espiritualmente comprometidos, y tenemos que intensificar nuestra oración fervorosa para que el Dueño de la mies envíe operarlos [sic; se entiende operarios] a esta porción de su viña” (p. 133). La referencia es clara: se trata de la introducción narrativa al Discurso Misionero en Mateo: Mt 9,38. Jesús ve a la muchedumbre, siente compasión de ella y, como reacción, dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Si en la anterior visión de la muchedumbre, Jesús reacciona con su enseñanza (cf. Mt 5,1ss), ahora reacciona con el envío misionero de los discípulos, capacitados por Jesús con autoridad para expulsar los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia”. Los ecos del discurso de misión, en sus diversos modelos, irán apareciendo recurrentemente, tanto en la Crónica, como en las líneas que siguen.

1.6.- En el transcurso de su segundo viaje por el río Yasuní, uno de los párrafos de la Crónica se titula Transfiguración del Señor: “Recién amanecidos sobre el lodazal de nuestro tambo [en la civilización inca, un albergue o centro de acopio de alimentos], mojados y sucios, es fácil anhelar participar del vestido blanco como la nieve del Señor y de su rostro resplandeciente como el sol. Pero en nuestra liturgia dominical preferimos ocasionalmente meditar sobre el envío de los discípulos de dos en dos. Hoy son Mariano y Otorino los agraciados de esa elección que agradecen al Señor por la exitosa misión cumplida” (p. 147). Son claras las referencias al episodio de la Transfiguración (cf. Mc 9,2-8 y paralelos) y también al envío misionero (“de dos en dos”) de los Doce, en Marcos (cf. Mc 6,7) y de los 72 en Lucas (Lc 10,1). La posición de “quedarse en el monte” de Pedro es corregida por Jesús, y ese aspecto de la enseñanza del relato de Marcos está bien comprendido por el equipo misionero, para no quedarse en una actitud pasiva disfrutando del momento, sino de continuar activamente en misión.

1.7.- Mons. Labaka llevó en su tercer viaje a los Huaroni tres perros: Peicu (Blanco), Heicu (Negro) y Huancu (Pintado). El primero de ellos se asustó mucho en la entrega, de modo que el misionero tuvo que llevarlo en brazos para entregárselo a su padre Inihua: “Quizás un día, en vez de la oveja perdida, tendremos que hablar del “Peicu” que llegó a casa en brazos del misionero” (p. 159). Es una referencia sencilla a la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14 / Lc 15,3-7). En el contexto de Mateo, la parábola es una llamada a la entrega pastoral, o caridad pastoral, hasta el punto de no permitir la perdición de nadie (“ni uno solo”) y hasta el punto de arriesgar la propia vida en tal empeño, confiados en que Dios, nuestro Padre celestial, que no quiere la muerte o perdición de nadie.

1.8.- En febrero de 1979, entre el tercer y cuarto viaje por el río Yasuní, Mons. Labaka pasa ocho días en casa de sus padres Huaorani. La enfermedad se apodera de su familia. En su mentalidad, la enfermedad es una persona hostil que se apodera de la gente (una especie de demonio) y por eso no quieren dormir en la casa. Alejandro se empeña en explicar que se debe a la picadura de un mosquito, pero no consigue hacerse entender. En este contexto, el misionero apunta: “Hay momentos en que clamo al Señor: Acuérdate de que nos mandaste diciendo: ‘curad a los enfermos y decidles que el Reino de Dios está cerca’. ¡No cambies ahora las cosas!”. Alejandro cita a Lc 10,9 (“Curad a los enfermos que haya en ella [en la ciudad donde entren los 72 enviados], y decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’”), aunque Mt 10,7-8 (Discurso Misionero) tiene una formulación parecida, aunque más desarrollada. Los diferente aspectos del envío misionero irán apareciendo progresivamente y, de manera particular, el tema de las curaciones (cf. 2.11).

1.9.- La evangelización crece despacio, pero avanza: “También siguen las preguntas sobre mi Crucifijo; me han hecho una muy concreta: ¿Es hombre? ¿Es mujer? Ahora ya conocen que el Crucifijo colgado de mi pecho significa o recuerda a JESUS. Que su madre es MARIA. Y que es HOMBRE VARON… ¡Qué pena no poderles explicar que no quiso hacer alarde de su categoría de Dios y que se hizo hombre como uno de ellos!” (p. 174). Aquí Mons. Labaka está citando algunos pasos del solemne himno de Filipenses (Flp 2,6-11), en concreto la primera parte, en la que se enfatiza el “abajamiento” de Cristo, previo a la exaltación que recibió de Dios. El contexto del himno en Flp es el de una vida cristiana centrada en la comunión, en la humildad y en el servicio (cf. Flp 2,2-4). El contexto privilegia más comprender el himno aplicado al propio Labaka, como haremos más adelante. Pero él lo cita como ejemplo de encarnación, para hacerles ver, en medio de sus dificultades (enfermedad), que están acompañados, iluminados, fortalecidos por el mismo Dios (por el Creador, Huinuni).

1.10.- En el contexto delicado de los juegos sexuales que los jóvenes Huaorani hacen en presencia de Mons. Labaka, éste escribe: “Me veía ‘hecho pecado’ ante el juicio del equipo misionero; con todo, en mi interior me sentía sereno, sin desmerecer la bienaventuranza de los limpios de corazón que verán a Dios. Si yo no desmerecía esa bienaventuranza, ¿por qué había de juzgar de pecado de erotismo a los jóvenes de mi tertulia? ” (p. 208). El misionero cita la sexta bienaventuranza, Mt 5,8: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”. Los “puros de corazón” son aquellas personas que, en su fuero interno (el corazón, que comprende en la mentalidad bíblica la actividad intelectual, volitiva y emocional, y es el punto de referencia de todas las relaciones), están en conformidad con la voluntad de Dios, mientras que lo impuro se relaciona en Mateo con cuatro elementos: la lepra (cf. Mt 8,1-4), los demonios o espíritus impuros (cf. Mt 10,1; 12,22-30), los alimentos (cf. Mt 15,1-20) y los sepulcros (cf. Mt 23,21-26). No tiene relación directa con la sexualidad, aunque la incluye. Habla, más bien, de alguien cuyo corazón íntegro, que no está dividido ni mezclado: de alguien que se entrega completamente a Dios (cf. Mt 13,44-46). Lo contrario a un corazón puro es un corazón dividido, que quiere servir a dos amos (cf. Mt 6,24), un corazón que no se orienta por completo a la voluntad del Padre. Para tales puros de corazón, la bienaventuranza anuncia un encuentro personal con Dios, una presencia inmediata y continua ante Él. Mons. Labaka utiliza la bienaventuranza en un contexto sexual. Se ha dado una importancia tan desmedida a esta cuestión, que el significado de la bienaventuranza queda minimizado y empobrecido. No porque no signifique lo que Labaka sugiere, sino porque significa mucho más.

1.11.- En el quinto y sexto viaje por el río Yasuní Mons. Labaka se refiere a un viejo matrimonio Huaorani, Nampahuoe y Omare, como si fueran una “representación” de Simeón y Ana: “De todos modos, Nampahuoe y Omare están muy dentro de nuestros recuerdos. Me hago más bien la ilusión de que son los ‘últimos profetas’ de un pueblo libre del Antiguo Testamento esperando entonar el ‘nunc dimittis’ de la liberación de su pueblo por Cristo” (p. 218, quinto viaje). “Nuestro viaje reviste caracteres de verdadera peregrinación para ver a estos profetas del antiguo testamento Huaorani que, como Simeón y Ana, están próximos a cantar el ‘Nunc dimittis’ con una entrega de su pueblo a Cristo, Alfa y Omega de su historia (…) Nuestro gozo y nuestra emoción son indescriptibles” (p. 230, sexto viaje). La referencia es clara a la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2,22-38), y especialmente al cántico de Simeón (el Nunc dimittis) (Lc 2,29-32). Los ancianos Simeón y Ana saben reconocer en Jesús el Mesías esperado, de modo que pueden “irse en paz”. Los progresos en la evangelización de los Huaorani hacen que Labaka contemple en estos otros ancianos el punto de llegada de una civilización ajena a Cristo, y punto de partida para un nuevo tiempo de salvación en Cristo (“Liberación de su pueblo por Cristo”).      

2.- Textos bíblicos implícitos

No sé si se puede hablar en algunos casos de “textos implícitos” o de “ecos” que la Crónica nos evoca de los textos. Es difícil no recordar algunos pasajes, decisivos por lo demás, de los evangelios cuando leemos, con emoción y orgullo, las páginas escritas por Labaka.

2.1.- En su primer encuentro con los Huaorani[1], repleto de emociones profundas y contradictorias (escalofrío, miedo, alegría, esperanza), Alejandro les lleva obsequios proporcionados por la compañía petrolera: “Recibieron muy contentos los obsequios… Quizás en ninguna encontraron tantas cosas como en la mía: camisas, camisetas, calzoncillos, poncho nuevecito para el agua, saco de caucho para guardar la ropa, sábana, espejo, peine, agujas e hilo. Todo se lo llevaron, respetándome lo que me era imprescindible: la ropa puesta, el toldo mosquitero, la manta, la hamaca, el cepillo de dientes y la pasta. En posteriores visitas examinarán las pertenencias de este capuchino que se precia de profesar la pobreza franciscano [sic] y verán que tengo demasiadas cosas y se las llevarán con todo el derecho: el toldo, la toalla y otras cosas”.

El episodio nos evoca la parte del discurso de misión, que Jesús dio a sus discípulos, en la que se habla de los pertrechos (Mc 6,7-9; Mt 10,9-10; Lc 9,3). Marcos nos lo relata así: “Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: ‘Calzados con sandalias, y no vistáis dos túnicas’”. La escasez material de suministros contrasta con la autoridad que Jesús les da para expulsar los malos espíritus y los demonios, es decir, la capacidad de poder hacer presente a Dios y sus dones en la raíz de toda persona. Bien lo entendieron los discípulos, cuando en el relato de Hch 3,1-10 Pedro dice al tullido de la Puerta Hermosa del Templo de Jerusalén: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el nazoreo, echa a andar”. Bien lo entendió Mons. Labaka, cada vez más consciente de los verdaderos pertrechos del misionero: Jesucristo.

Otros aspectos de los discursos de misión, como quedarse en la casa donde vayan, están presentes en las reflexiones de nuestro misionero: “La vida misionera no es sólo adaptación; es, sobre todo, comunión de vida, de costumbres, de cultura, de intereses comunes. Este anhelo es más notorio en ellos que en nosotros siempre influenciados por los prejuicios, la idiosincrasia y los tabús de nuestra cultura y de nuestra educación religiosa” (p. 160).

2.2.- El 18 de agosto de 1976, Alejandro Labaka, en compañía de otras personas, dejan el campamento y llegan con el helicóptero a un poblado Huao. Es una visita de tanteo que sale bien, porque los Huaorani les dan un recibimiento “verdaderamente amable y cortés” y les permiten entrar en una casa: “Estuvimos una media hora y regresamos al campamento alegres y contentos de este encuentro” (p. 40).

La reacción del misionero nos evoca la reacción de aquellos 72 misioneros enviados por Jesús, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde había de ir él. A su regreso, Lucas también refiere su “alegría” (Lc 10,17). Jesús les dice: “No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10,20). Probablemente, Mons. Labaka había preparado durante mucho tiempo y con todo empeño ese primer encuentro en un poblado Huaorani, y todo para estar una simple media hora y apenas observar una de las casas. Pero todo merece la pena y, pese al modesto resultado, su corazón misionero se vio alegre y contento, como el de aquellos enviados de Jesús. La escena dejará un eco importante en Alejandro: unas páginas más adelante escribirá hablando de los Huaorani: “La acogida dispensada en su caserío fue extraordinaria”, y hablando de sí mismo: “Por nuestra parte: Fue tan sólo apostolado de acogida paciente y amable” (p. 43). Y, al final de la Crónica, señalará las características del equipo misionero: “Alegría e ilusión apostólicas, confianza sin límites en los Huaorani, deseo incontenible de comunión de culturas, conocimientos, costumbres y, sobre todo, deseo de comunión de espíritus son las notas que predominan en todos los participantes” (p. 234).

2.3.- En un momento determinado, Mons. Labaka hace un recuento de los grupos Huaorani de Dicaron (uno de los ríos de la zona, afluente del Yasuní, llamado también Rumiyacu). Cuando presenta al sub-grupo CAI–HUIYACAMO, escribe: “Me da la impresión de que el hombre que vive con ellos, Cai, se ha hecho responsable de Huiyacamo y de sus hijos como en los casos de la Biblia”. La referencia es a la ley del Levirato (Dt 25,5-10), un tipo de matrimonio en el que una mujer viuda se casa con uno de los hermanos de su marido muerto, si no ha tenido hijos con éste; y el primer hijo varón de la nueva unión llevará el nombre del muerto y heredará sus bienes, para continuar la descendencia familiar. El término deriva del latín levir, “cuñado”. Esta modalidad de matrimonio era practicado en sociedades con una fuerte estructura de clan, en los que se prohibía el matrimonio exogámico, es decir, fuera del clan, como lo sugiere también el texto bíblico: “Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella y la tomará por esposa y cumplirá con ella como cuñado, y el primogénito que ella dé a luz perpetuará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel” (Dt 25,5-6).

2.4.- Uno de los momentos cumbre de la Crónica lo encontramos en el “ritual de adopción” que Mons. Labaka vivió en una familia Huaorani y así lo relata: “Me levanté inundado de una gran alegría. Tal como estaba, en paños menores, me adelanté hasta el jefe de la familia, Inihua y Pahua, su señora; junto a mí se hallaba ya el hijo mayor. Con las palabras padre, madre, hermanas, familia me esforcé en explicarles que ellos, desde ahora, constituían mis padres, hermanos; que todos éramos una sola familia. Me arrodillé ante Inihua y él puso sus manos sobre mi cabeza, frotando fuertemente mis cabellos, indicándome que había comprendido el significado del acto. Hice otro tanto ante Pahua llamándole “Buto bara” (mi madre); ella, posesionado de su papel de madre, me hizo una larga “camachina” (aconsejar), dándome consejos. Luego puso sus manos sobre mi cabeza y frotó con fuerza mis cabellos. Me desnudé completamente y besé las manos de mi padre y de mi madre Huaorani y de mis hermanos, reafirmando que somos una verdadera familia” (pp. 52-54; a partir de este momento, siempre se referirá a su padre Inihua y a su madre/mamá Pahua: cf. especialmente pp. 161-162).

Varios son los ecos de esta escena emocionante. En primer lugar, los lazos familiares que se establecen en Cristo nacen de su misma enseñanza. El episodio de Mt 12,46-50 y sus paralelos sinópticos nos enseñan que, para Jesús, más importantes que los lazos familiares consanguíneos, son los lazos familiares que se establecen mediante el discipulado. En el seguimiento de Jesús, todos establecemos con él una relación tan profunda como la que se establece mediante la misma sangre. En segundo lugar, dicho seguimiento exige renuncia (“dejar” es la marca de discipulado en los relatos de vocación de Mt 4,18-22 y Mc 1,16-20). Cuando Pedro le dice a Jesús que él y los demás discípulos han dejado todo por seguirle, Jesús le responde: “En verdad os digo: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno; ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (Mc 10,29-31 y paralelos). Es de señalar que sólo Marcos habla de “persecuciones”, y que en “la recompensa” de que habla Jesús para esta vida se omite significativamente “padres” (cf. Mt 23,9: “no llaméis ‘padre’…”). En tercer lugar, cuando Labaka escribe, tras narrar el ritual de adopción, que “comprendí que debía despojarme del hombre viejo y revestirme más y más de Cristo en estas Navidades” (p. 54), está sencillamente aplicándose las palabras de exhortación de Pablo en dos textos fundamentales para la vida cristiana: Ef 4,17-24 (la vida nueva en Cristo) y Col 3,5-17 (principios generales de vida cristiana). En ambas exhortaciones del apóstol de Tarso están las llamadas a “despojarse del hombre viejo” (Ef 4,22; Col 3,9) y a “revestirse del Hombre Nuevo” (Ef 4,24; Col 3,10, que luego desarrolla en el v. 12: “Revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”, y en el v. 14: “Y, por encima de todo, revestíos del amor, que es el broche de la perfección”). En este contexto, el diario de Alejandro se hace oración: “Felices Navidades para todos los míos y para todo el mundo, especialmente para mis hermanos Huaorani. Que esta Navidad de 1976 sea el alborear de una nueva vida en su historia por Cristo en el Espíritu. Amén” (p. 59). Casi al final de la Crónica, Labaka escribirá: “Evidentemente en esta cultura familiar el parentesco carnal o legal tiene mucha importancia. Me voy dando cuenta de que ellos le han dado mucho más valor que yo al hecho de haber sido adoptado como hijo por Inihua y Pahua” (p. 193). Otros ecos, más paulinos, de ese momento tan importante para la misión de Labaka los consideraré en el capítulo siguiente.

2.5.- Una de las consideraciones que Mons. Labaka escribe a consecuencia del rito de adopción, y la desnudez física con que lo vivió, dice: “Juzgué un deber el manifestarme y comportarme con toda naturalidad, igual que ellos, aceptando todo, excepto el pecado” (p. 54). Es esta coletilla final la que nos lleva a Hb 4,15: “Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”. De aquí nace la poderosa afirmación de GS 22: “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado”. Pablo, tan osado, se atreverá a escribir una de sus frases más intrépidas y temerarias: “A quien no conoció pecado, [Dios] le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (1Co 5,21).

Quizá porque la voluntad de Alejandro le acercaba a la figura de Cristo, casi a continuación, como Cristo, ofrece su macarismo: “¡Dichosos los misioneros que tengan la fiel tan curtida que puedan aguantar el trato de la selva tropical!” (p. 54). Naturalmente, el trato de la selva no sólo se refiere a las condiciones naturales, sino a las exigencias de compartir la vida y el destino de aquellos Huaorani a los que Mons. Labaka se entregó por completo.

El asunto de la desnudez no volverá a ser problema para el misionero, que exclamará un poco más adelante: “¡Bendito nudismo de los Huaorani, que no necesitan trapos para salvaguardar sus normas de moral natural! ¡Ay de la moralidad de otras civilizaciones cuando se apoyan tan sólo en la ligereza de un bikini o en la elegancia de una maxi!” (p. 56). Y continuará su ilusión por integrarse entre los Huaorani: “Esta vez traigo una inquietud: ver cómo puedo hacer para integrarme en una familia Huaorani. La ocasión se me presenta al regreso de Buganey, cuando ella coge el hacha para ir a hacer leña para su fogón. Me ofrezco para ayudarle y ella acepta con naturalidad señalándome el tronco que tengo que partir. Después, viéndome todo sudado, me hace ademán de que puedo ir a bañarme (…) En la fuente me decido a imitar a Buganey, desnudándome y haciendo que el niño mayorcito me eche el agua para refrescarme” (p. 65; cf. p. 76, donde vuelve a insistir en la integración familiar, contando lo mismo, pero explicitando más las condiciones para la integración, los “requisitos fundamentales: ser útil en algo material y ser aceptado por ellos”).

Progresivamente, Alejandro vivirá con más naturalidad la espinosa cuestión de la desnudez y algunos peligros asociados a ella: “Peigo se quedó, al parecer, sin hamaca y se acercó a mi cama. En días anteriores le había rechazado, pues le temía por sus ademanes e intentos provocativos homosexuales. Esta vez tuve otra comprensión del ‘aceptar todo, excepto el pecado’ y compartí la cama acostándonos desnudos bajo el mismo mosquitero. Este inquieto y rebelde líder me pareció un niño grande, necesitado de comprensión y amor. De todos modos, se durmió plácidamente, arrullado por una oración: ‘Que el Señor nos bendiga, nos mire con misericordia y nos libre de todo mal. Amén’” (p. 72).

Esta fórmula de bendición, con la que Labaka consigue culminar en oración un momento de apuro, evoca la bendición que YHWH enseña a Moisés para que la transmita a Aarón y a sus hijos en Nm 6,22-27: “Dijo YHWH a Moisés: Di esto a Aarón y a sus hijos: ‘Así habréis de bendecir a los israelitas. Les diréis: Que YHWH te bendiga y te guarde; que ilumine YHWH su rostro sobre ti y te sea propicio; que YHWH te muestre su rostro y te conceda la paz’. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré”. Una fórmula similar se expresa como deseo en el Sal 67,2: “¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante!”. Mons. Labaka apela en su oración a la misericordia de Dios, el “rico en misericordia”: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6). Las reflexiones finales de Mons. Labaka a este respecto de la desnudez, profundas, emocionantes, con expresiones de gran crudeza, las podemos leer en dos títulos: “La cultura del hombre desnudo y el misionero” (p. 206) y “Comportamientos morales” (pp. 208-209).

2.6.- Las fechas navideñas hacen mella en el interior de Mons. Labaka, quien encuentra “un gran consuelo” en las misas de esos días. Escribe en eso días: “Cristo en un día como hoy irrumpió en la Historia de la Humanidad. ¡Ojalá  que este año irrumpa en la historia del pueblo Huaorani, comenzando el año primero de su historia cristiana, hasta llegar a su plenitud en Cristo, hecho Hombre para salvarlos a todos!” (p. 62). Precisamente, el evangelio del día de la fiesta de Navidad es el solemne y majestuoso prólogo del evangelio de Juan, que en su v. 16 dice: “De su plenitud hemos recibido todos, y gracia sobre gracia” y en el cuarto evangelio hallamos esta sentencia de Jesús: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo llegue a plenitud” (Jn 15,11). La plenitud en Cristo es, también, una aspiración paulina. El apóstol quiere visitar la comunidad romana “con la plenitud de las bendiciones de Cristo” (Rm 15,29). Y desea a los filipenses que su Dios “proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús” (Flp 4,19). La gracia de los dones de Cristo ya ha sido concedida a los cristianos (cf. Ef 4,7), pero hay que llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13), pues en él tuvo a bien Dios hacer residir “toda la plenitud” (Col 1,19). El conocimiento del amor de Cristo conduce a llenarnos de “toda la plenitud de Dios” (Ef 3,19).

2.7.- La integración de Mons. Labaka entre los Huaorani pasa por el servicio. Resuelve su inquietud por integrarse en una familia ayudando en dos labores: hacer leña y acarrear el agua (hay muchas referencias a estas labores desde la página 65 de la Crónica; cf. especialmente p. 78: “Tomo a mi cargo estos oficios en casa de mis padres y en otras familias cuando se me ofrece oportunidad”). Labaka, como buen discípulo, asume para sí las llamadas al servicio que Jesús hace a sus discípulos durante el camino a Jerusalén (cf. Mc 9,35; 10,43-45 y paralelos); a su vez, como buen sacerdote, vive en primera persona la presentación que Jesús hace de sí mismo en Lc 22,27: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”. Leamos al propio Labaka: “Ha llovido y la tierra está resbaladiza. Cuando estoy realizando mis tareas y casi en la cima de la pendiente con el caldero de agua en el hombro, me resbalo y caigo, bañado en sudor, agua y barro. Pacientemente subo por segunda vez hasta el mismo sitio e invito a Araba, que me acompaña, para que se me adelante y me coja desde arriba el caldero de agua. Así tuve éxito, y pensé haber encontrado mi ‘cireneo’” (p. 70; también en la p. 74 llama “cirineos” a los dos guías Huaorani que le acompañan en la expedición por la selva, que él llama “calvario”, por las penosas condiciones, y “peregrinación”).
El propio Alejandro cita a Simón de Cirene, nombrado por Lucas en su relato de pasión: “Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús” (Lc 23,26). Lo sugerente de este episodio es el “valor teologal” que Labaka da a su trabajo, considerándolo como una entrega apostólica que la pone en relación al destino sufriente de Jesús. Naturalmente, el balde de agua es el “detalle” de toda una vida entregada a la evangelización de los Huaorani, siguiendo a Aquel que se entregó en la cruz por salvarnos (cf. p. 32, ya citada).

2.8.- En un momento de confidencias y reflexiones, Mons. Labaka escribe: “Pido humildemente al Señor que se digne manifestar su voluntad y que nos ayude a realizarla plenamente, con docilidad a su Espíritu” (p. 93). El tema de la voluntad de Dios es un elemento característico del evangelio de Mateo, donde aparece la impresionante inclusión “Hágase tu voluntad”, primero como enseñanza de Jesús a los discípulos en Mt 6,10 (tercera petición del padrenuestro) y luego como oración de Jesús en Getsemaní en Mt 26,42. Hacer la voluntad de Dios, que es Padre bueno y providente, es un hilo conductor de todo el evangelio mateano, que estructura un itinerario existencial espiritual, propio del verdadero y cabal discípulo de Jesús. Un itinerario cuyos jalones son: la experiencia de la Gracia de Dios (cf. Mt 6,10); el compromiso humano por hacer la voluntad del Padre, que incluye naturalmente la fe y las buenas obras, pero que las supera (cf. Mt 7,21); el seguimiento de Jesús, el discipulado, como condición de posibilidad de realizar la voluntad divina (cf. Mt 12,50); la entrega pastoral, o caridad pastoral, para que no se pierda ni uno de los pequeños (cf. Mt 18,14); la obediencia y la fe frente a la formalidad y la ley (cf. Mt 21,31); y, por fin, la entrega de la propia vida por fidelidad a la misión encomendada por Dios. La voluntad del Padre implica, pues, un itinerario existencial y espiritual que, contemplado desde el ejemplo de Jesús, desemboca en la entrega de la propia vida, con la convicción de que Dios Padre no consentirá que esa entrega sea el punto final de dicho itinerario.

Sin saberlo, en esta oración que Mons. Labaka dirige a Dios, está diseñando en su propia vida la enseñanza más genuina del evangelio de Mateo: el martirio como expresión de una vida completamente entregada a la misión encomendada por Dios, Padre que no consentirá, sin embargo, que se pierda en la nada ni uno sólo de sus pequeños. Su martirio ya estaba siendo preanunciado sin que él fuera consciente (¿o sí?): “Me llamó poderosamente la atención la observación de la inteligente Buganey: - Ten cuidado; porque los Tagaeri viven ahí y te pueden matar con lanza” (p. 80). “Observé que en el fondo verde amazónico de ambas orillas del Yasuní predominaban las flores rojas y las moradas. Antes decíamos que el rojo significaba el martirio y el morado, el sacrificio” (p. 104). Peigomo contestó “que les gustaba que fuéramos. Pero que estuvieron por matarme porque una de las veces no había llevado los collares que me habían solicitado (…) Que más tarde alguien del grupo había muerto por enfermedad y que dijeron que tenían que matarme” (p. 131).

2.9.- En la primera travesía por el río Yasuní, el equipo misionero del que forma parte Mons. Labaka experimenta la providencia de Dios en un simpático episodio que indica la lectura creyente que los misioneros hacen. Mientras Alejandro y un compañero estudian la lengua Huao, el resto del equipo sale a cazar. “Después vinieron los comentarios sobre la cacería del día, dando gracias a Dios que oyó la petición de nuestro Padre Superior en las oraciones de esta mañana: ‘Señor, concédenos una abundante cacería para poder obsequiar a nuestros hermanos Huaorani’. Pues, ahí está la respuesta: un mono, un paujil [gran ave del bosque tropical], un motelo [tortuga de tierra] y, a última hora de la tarde, un precioso venado” (p. 104). Igualmente, en la tercera travesía, excelente, por el mismo río, Alejandro escribe que todo ha sido favorable: el estado del río, el tiempo, los motores de la barcaza, la salud de los misioneros “y, sobre todo, el clima amistoso y familiar del grupo Huaorani nos han proporcionado el gusto de una experiencia apostólica en la que hemos adivinado la providencia de Dios, haciéndonos exclamar en más de una ocasión: -Para ser suerte, es demasiada suerte!” (p. 156). Nos evocan el bellísimo texto de Mt 6,25-33, el abandono en la Providencia, que nos enseña que lo primero es buscar el Reino de Dios y su justicia, y “todas esas cosas” (por ejemplo la comida), se nos dará por añadidura, porque ya sabe nuestro Padre celestial que tenemos necesidad de todo eso.

2.10.- El equipo misionero “siente la necesidad” de reunirse ante el Señor y hacer la celebración de la Palabra. Después, en el comentario dialogado, surgen dos proyectos diferentes: dividirse en dos equipos, con unas razones a favor, o seguir todos juntos, con otras: “Oramos intensamente pidiendo luz y fortaleza, y dejamos la decisión final a la consulta con la dura almohada. Ya no se habló más. Pero a la mañana siguiente, después del desayuno, estábamos todos en marcha hacia los Aucas” (p. 106). El episodio nos conduce al comienzo del libro de los Hechos, cuando se recompone el grupo de los Doce (Hch 2,15-26). Tras el discurso de Pedro a los hermanos y la presentación de dos candidatos, el texto dice: “Entonces oraron (…) Les repartieron las suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles”. Hay paralelismos evidentes: dos opciones a tomar y, para adoptar la solución, primero hacer oración y, después, atender a los recursos humanos. Ni entonces ni ahora la voluntad de Dios aparece explícita y manifiesta como para que no haya dudas sobre qué y cómo obrar, pero entonces y ahora se tiene que utilizar también, como elemento de discernimiento, la interpretación de las cosas cotidianas.

2.11.- En el encuentro con su familia Huao, que tanta importancia tuvo para Alejandro, durante la primera travesía, apunta como de pasada un aspecto evangelizador muy importante: “El Doctor tuvo en seguida plena aceptación por sus servicios médicos, los que tuvo que prestar al momento” (p. 108). También en la tercera travesía hay una referencia a este aspecto: “Frecuentemente Cristo devolvía la salud del cuerpo, como signo de la gracia espiritual que infundía. En este sentido fue también una novedad la visita del P. Amunárriz en su calidad de doctor. Los Huaorani depositaron en él toda su confianza…” (p. 158). Los destaco porque encajan perfectamente en el proyecto evangelizador que nos brinda Mateo, que suele pasar muy desapercibido, pero que tiene indudable trascendencia pastoral.

En Mt 4,17, Mateo presenta, a modo de título, las primeras palabras de Jesús en misión: “Convertíos, porque el Reino de los cielos está llegando”. Después, en 4,18-22 se nos narra la vocación de los primeros discípulos, que serán enviados a partir de 9,36 con el impactante discurso misionero de Jesús (9,36-11,1), que cierra la sección. En medio queda una inclusión casi exacta: tanto en 4,23 como 9,35 se nos presenta un sumario de actividad de Jesús. Dice el texto que Jesús enseñaba en sus sinagogas, proclamaba el evangelio (posición central) y curaba toda enfermedad y toda dolencia. Pues bien, a partir de 5,1 y hasta 8,1 el evangelio nos presenta el Sermón de la Montaña, esto es, desarrolla la primera actividad de Jesús (enseñanza); y a partir de 8,2 hasta 9,34 el evangelio presenta una sección de curaciones y obras de poder de Jesús, es decir, desarrolla la tercera actividad. Ya no hay más texto. ¿Dónde se desarrolla textualmente la segunda y central actividad (proclamar el evangelio)? Precisamente, en la enseñanza y las curaciones. Proclamar el evangelio es enseñar y curar toda enfermedad y toda dolencia. Pero muchos, muchísimos de nuestros esfuerzos evangelizadores se quedan en la clave de la enseñanza, la formación, el estudio…, mientras que poco nos adiestramos y poco desarrollamos la otra pata de la evangelización: la capacidad de sanar. Por eso he destacado esa aparentemente modesta afirmación de Mons. Labaka.

2.12.- Después, repartieron los obsequios que llevaban para los Huao, y Mons. Labaka anota: “Según atinada observación del P. Manuel, poco después nosotros éramos los pobres, tanto que los Huaorani nos tuvieron que prestar ollas para cocinar, azúcar para el refresco y otras varias cosas” (p. 108). En Hch 20,35 Pablo recoge unas palabras de Jesús, desconocidas por otros medios, en el discurso de despedida a los presbíteros de Éfeso: “En todo os he señalado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir”. Desde luego, la colecta para los pobres de la iglesia-madre de Jerusalén es muy importante en varias de sus cartas (2Co 8-9 y passim). Pero el ejemplo más impactante, cristológicamente, es el himno de Filipenses, sobre todo su primera parte, que habla del abajamiento, el anonadamiento, el “vaciamiento” o kénosis de Cristo (Flp 2,6-8). Puede parecer excesivo comparar un episodio misionero modesto con el solemne himno de Filipenses, pero el episodio no es “ocasional”, sino más bien paradigmático del modo en que Mons. Labaka comprendió y ejerció su labor apostólica entre los Huaorani: los términos impactantes del himno (despojarse de sí mismo, tomar condición de esclavo, rebajarse a sí mismo, hacerse obediente hasta la muerte) son perfectamente identificables en muchos momentos de la Crónica como características fundamentales de la misión de Mons. Labaka.

2.13.- Estamos ya en la cuarta travesía por el río Yasuní. Se han consolidado las visitas y el equipo misionero mixto. Hay un tono general de satisfacción, una sensación de que todo va “viento en popa”. En este contexto, Mons. Labaka escribe: “En estas convivencias con los Huaorani tenemos momentos de trato individual, en los que cada misionero se desenvuelve con toda libertad y según los dones que ha recibido de Dios (…) En fin, cada misionero se anima recordando y contando esos momentos tan llenos en su vida, según los dones recibidos del Espíritu” (pp. 204-205). Al momento, recordamos 1Pe 4,10: “Cada uno, según el don que ha recibido, lo ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios”. Y, por supuesto, hay otros muchos ecos paulinos: “A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia en la medida de los dones de Cristo” (Ef 4,7); y, en el capítulo dedicado a los dones espirituales (carismas) en 1Co, Pablo escribe: “Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1Co 12,11). La llamada de Pablo a no descuidar y a reavivar los dones recibidos (cf. 2Tm 1,6; 1Tm 4,14) es ejemplarmente desarrollada por el equipo misionero, y lo hacen, siguiendo también la enseñanza de Pablo (cf. 1Co 13,1-3), por amor a Cristo y al pueblo Huaorani.

2.14.- En el transcurso del quinto viaje por el río Yasuní, Mons. Labaka narra por dos veces un episodio en el que se hace presente la religiosidad tradicional Huaorani. En medio de una gran tempestad, con impresionantes estampidos de truenos y rayos, con viento huracanado, los Huaorani realizan un rito que consiste en unas recitaciones y en colocar en el fuego, dentro de la casa, un panal de cera-brea de abejas. Así se quedan tranquilos: “Sentí un gran respeto hacia estas manifestaciones y me uní en una oración en voz alta a Jesús, pidiendo que nos librara de todo mal. Cayeron unas gruesas gotas de lluvia, refrescando el ambiente y se calmó el viento” (p. 217). Un poco más adelante, en la memoria que Labaka hace del mismo viaje, vuelve a contar el mismo sucedido, y escribe: “¿Qué significó el humo? [que hace el panal en el fuego] Presencia de los Huaorani, nos explican, de personas que piden ser respetadas por las fuerzas cósmicas. Nos sumamos en oración a Jesús para que no suceda nada adverso (…) Cayeron unas gruesas gotas de lluvia, se refrescó el ambiente y sobrevino la calma” (p. 222). Aunque en el primer texto se recoge ese “pidiendo que nos librara de todo mal” que nos recuerda al Padrenuestro (Mt 6,9-13), el episodio nos evoca con más fuerza el de la tempestad calmada (Mc 4,35-41; Mt 8,23-27; Lc 8,22-25), no sólo por la “gran calma” que aparece al final de los dos relatos, sino por el hecho de recurrir en oración a Jesús, tanto por parte de los discípulos (sobre todo en el relato de Mateo), como de Mons. Labaka.

3.- La figura de Pablo en Alejandro Labaka

Ya desde el mismo prólogo a la Crónica, escrito por Miguel Ángel Cabodevilla, me vino a la memoria la figura de Pablo en la persona de Mons. Labaka. Cuando hace referencia a que “le tocó soportar muchos desatinos” y que era considerado por muchos “con los términos más displicentes e incluso injuriosos” (p. 10), me vinieron a la memoria las numerosas dificultades e incomprensiones que tuvo que sufrir el apóstol, de las que 2Co 11 es una muestra destacada, pero ni mucho menos única. A partir de ese momento, la identificación de Mons. Labaka con el gran misionero y apóstol Pablo nunca dejó de acompañarme en la lectura de la Crónica. Y así, cuando Cabodevilla señala que Labaka fue “un pionero en la protección de los grupos aislados” (p. 10), pienso en ese Pablo capaz de defender a sus pequeñas comunidades gentiles, en las que también fue pionero, frente a los judaizantes que ponían en cuestión su persona, su evangelio y su apostolado. Y cuando nos indica que los escritos de Labaka son “narraciones escritas a vuela pluma”, “relato espontáneo, cartas personales, donde el autor pone en juego su corazón” (pp. 10-11), ¿cómo no recordar de inmediato las cartas de Pablo, tan ocasionales como espontáneas, donde a cada paso puede sentirse el pálpito apasionado de su corazón?

3.1.- La primera frase con evocaciones paulinas la escribe expresando su disposición a visitar las “trochas” (caminos o espacios abiertos en la maleza) donde se encuentran los trabajadores de una petrolera, porque estaban siendo molestados por los Aucas. Así escribe: “En nuestra propuesta no ocultamos nuestra incapacidad por el desconocimiento de su lengua, pero, al mismo tiempo, aflora una confianza en la capacidad que nos viene de Dios por la fe” (p. 22). Esta última frase tiene incluso una dicción típicamente paulina. Porque una idea parecida encontramos en 2Co 3,4-6: “Ésta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata mas el Espíritu da vida”. Uno y otro hacen descansar los afanes apostólicos, el “ministerio”, en el Dios en quien han puesto su confianza. De ahí que Pablo pueda exhortar a “no inquietarse por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias” (Flp 4,6).

3.2.- En el primer encuentro con los Huaorani, Mons. Labaka tuvo una primera conversación con un joven llamado Huane, que se acercó al misionero y le hizo un minucioso examen, desabrochándole la camisa y el pantalón: “Cuando se encontró el Cristo en mi pecho preguntó: - ¿Quino i? (¿Qué es?). Sólo acerté a decirle: - Es Cristo Jesús que murió por nosotros en la cruz-. Y estampé un beso al Cristo. Hizo un esfuerzo para pronunciar ‘Cristo Jesús’, se rió y siguió el examen de todos mis bolsillos” (p. 32). En este emocionante episodio, que continúa con otros detalles conmovedores, encuentro dos ecos: Mons. Labaka, en sus primeras palabras evangelizadoras sigue el modelo de Pablo, cuando, en el famoso texto de 1Co 1,23 dice: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles”. La preocupación de Pablo era “no desvirtuar (lit. ‘vaciar’) la cruz de Cristo” (1Co 1,17), porque la predicación de la cruz es “fuerza de Dios para los que se salvan, para nosotros” (1Co 1,18). No cuesta trabajo incluir en ese “nosotros” a Mons. Labaka. Y cuando el joven Huane se ríe ante las palabras del misionero, recordamos el relato del discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17,22-34), donde, pese a escuchar el magnífico discurso (laudable por tantos motivos) de Pablo, las reacciones de la gente fueron de burla o de desidia. Los parcos resultados no desanimaron a Pablo, ni tampoco a Labaka, que suspira por “el milagro de la evangelización”.

Más adelante, el crucifijo será el medio evangelizador: “Otra de mis preocupaciones: ¿Cómo dar a entender con el mensaje de la palabra la Buena Noticia, cuando desconozco completamente su lengua? El crucifijo colgado de mi cuello ha sido uno de los medios” (p. 82). Y esta vez con mejor resultado: “Me quedó la sensación interior de que el Espíritu Santo había obrado en el alma del joven Araba. Un atardecer me buscó dentro del bohío y estábamos casi solos. Con especial insistencia me preguntó por el significado del Cristo crucificado. De pronto escuché muy claramente que me decía la palabra con que ellos designan al Creador, preguntándome si Jesús es el Creador. Casi sin darme cuenta afirmé mi convicción con un movimiento de cabeza. Entonces el joven, con especial reverencia, besó por tres veces mi crucifijo (…) Esto hizo brotar una oración desde el fondo de mi alma” (p. 82).

3.3.- En el episodio en que Mons. Labaka narra su “adopción” por una familia Huaorani (cf. 2.3), además de las reminiscencias evangélicas que señalábamos allí, se encuentran dos ecos paulinos muy significativos: En primer lugar, en éste y en otros momentos de su misión, Alejandro tuvo que aceptar algunas cosas que no encajaban en su formación y manera de ser (la desnudez integral, por ejemplo). Así lo expresa en lo que considera una “digresión de Misionología” cuando reflexiona sobre el ritual de adopción y su completa desnudez: “Temí ser un rechazo para la cultura y costumbres Huaorani si me manifestaba demasiado rígido; por eso juzgué un deber el manifestarme y comportarme con toda naturalidad, igual que ellos, aceptando todo, excepto el pecado” (p. 54). De inmediato recordamos 1Co 9, donde Pablo entona un himno a su apostolado haciendo ver a su comunidad que, aunque tenía “derechos” como los demás, él enfatiza que “de ninguno de esos derechos ha hecho uso” (1Co 9,12.15), antes bien, “todo lo soportamos para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo” (1Co 9,12). Y, en ese estilo suyo, tan característico, que le hace ir envalentonándose para expresarse de una manera cada vez más resolutiva y audaz, afirma que “siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los que más pueda” (1Co 9,19), para concluir así: “me he hecho todo a todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo” (1Co 9,22-23). Pablo en estado puro. Este mismo eco lo podemos encontrar en otros momentos de la Crónica: “Como otros días, me dedico a ratos a ser niño entre los niños y comediante entre los grandes” (p. 70). Y, como señal de la necesaria inculturación, leemos en la p. 112: Para la evangelización de los Huaorani, “condición fundamental, imprescindible, es familiarizarse con su lengua y sus costumbres”; y, en la misma línea: “El estudio absolutamente necesario de la lengua y la cultura Huaorani” (p. 151). Su objetivo es éste: “Entre los Huaorani sólo queremos descubrir a Cristo que vive en su cultura y que se nos revele como Huao y como Huinuni [el Dios Creador]” (p. 221). En segundo lugar, Mons. Labaka insiste en que son familia, como Pablo exhorta a sus cristianos de Éfeso: “Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios” (Ef 2,19; cf. también “Hijos de Dios” en Rm 8,16; Ga 3,26; 6,10; [1Jn 3,1]; [“casa de Dios” en Hb 3,3-6]). El lenguaje familiar, y particularmente materno, de Pablo es muy llamativo: así, a los tesalonicenses escribe: “Nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos” (1Ts 2,7); a los gálatas: “¡Hijitos (tekna: término familiar) míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros!” (Ga 4,19); a los corintios: “Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar” (1Co 3,2); a los filipenses: “Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el afecto entrañable de Cristo Jesús” (Flp 1,8). Un libro apócrifo de los primeros siglos cuenta que, en el momento del martirio, cuando cortaron la cabeza de Pablo, en vez de sangre salió leche: era la manera como las comunidades se acordaban de la actitud materna de Pablo para con ellas.

3.4.- Las muchas referencias al servicio y trabajo que Mons. Labaka realizaba en medio de la comunidad Huaorani (hacer leña y traer agua a las casas) evoca claramente 1Ts 2,8-9: “Tanto os queríamos, que estábamos dispuestos a daros no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Habéis llegado a sernos entrañables! Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os proclamamos el Evangelio de Dios”.

3.5.- Una de las muchas expediciones por la selva es narrada por Mons. Labaka con gran énfasis en su sufrimiento: “Después de unas tres horas de andadura comienza a abatirme un gran agotamiento físico (…) Las lomas son muy pronunciadas y frecuentes y mi cuerpo es ya una piltrafa: calambres a las piernas, mareo de cabeza, arcadas; tropiezo frecuentemente, caminando como sonámbulo. En una de las subidas me arrecian los calambres, hasta hacerme exhalar un lamento, y al poco tiempo vomito bilis (…) El resto de la senda es para mí un verdadero calvario” (p. 74).

No es difícil advertir en estas líneas la parte de penurias físicas sufridas por el apóstol Pablo en sus misiones evangelizadoras, de las que hace un amplio elenco en 2Co 11,25b-28: “Tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las iglesias”. Alejandro termina su descripción con unas palabras que parafrasean a Pablo: “Cristo hace resaltar mi debilidad para que brille más la fortaleza de su actuar en ellos”. La sutil frase del misionero vasco nos evoca 2Co 4,12, donde Pablo pone colofón a sus palabras sobre las tribulaciones y esperanzas del ministerio apostólico (el tesoro en vasijas de barro) diciendo: “De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida”. Y, naturalmente, pensamos en 2Co 12,9-10: “Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por causa de Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte”. En medio de todas las dificultades, surge la oración de Alejandro: “Que el Señor desbroce los caminos para la evangelización de los Huaorani. Amén” (p. 75).

3.6.- En contraste con la sexualidad masculina, con peligros para Mons. Labaka (cf. 1.2), “La situación moral de la mujer la he visto milagrosamente revestida de dignidad y protección social de su propia cultura” (p. 79; cf. p. 110: “La mujer tiene un puesto de gran importancia e influencia en la familia y sociedad Huao”; p. 150: “Las mujeres aparecen muy seguras de sí, participan en todo con gran iniciativa y animación, al parecer con libertad y sin complejos”). Luego describe el papel de la mujer en el grupo social y termina así: “Creo que estos momentos pueden ser de extraordinaria oportunidad de evangelizar al pueblo Huao por la participación misionera femenina” (p. 80).

Más adelante, en la exitosa segunda travesía por el río Yasuní, Mons. Labaka escribe: “¿Cuál sería la reacción del grupo si lleváramos misioneras, sean éstas religiosas o seglares casadas o solteras? (…) Hasta el presente (…) no hemos querido arriesgarnos ni hemos encontrado ninguna vocación que se sienta tan claramente llamada por Dios, o con la suficiente aprobación de parte de su Congregación para arriesgarse. Con todo, en este viaje he constatado un gran deseo de que las llevemos (…) Pero no quiero que nadie se aventure por las garantías que yo pueda ofrecerle, sino porque ella misma se sienta llamada por Dios y por creer que vale la pena arriesgar algo por el Evangelio” (p. 150; cf. p. 156, donde afirma que la presencia femenina en el equipo misionero, en el tercer viaje por el Yasuní, “hubiera sido, sin duda alguna, más rico, a nivel de gesto inicial de evangelización para el pueblo Huaorani”).

Labaka camina siempre hacia un mayor convencimiento: “El Evangelio no crecerá lozano sin el calor de los riesgos sufridos por los misioneros y misioneras por igual” (p. 165). Finalmente, dos Hermanas Lauritas (Misioneras de la Madre Laura), Inés Ochoa y Amanda Villegas, exponen “con calor misionero sus ideales de participar en la evangelización del pueblo Huaorani”: para Labaka es “la hora de Dios”. Se disponen a subir al helicóptero y “los rostros de las Hermanas reflejan alegría incontenible” y, cuando aterrizan entre los Huaorani, era “indescriptible la emoción de las Hermanas y la alegría de los Huaorani” (pp. 177-178). ¡Objetivo cumplido! El equipo misionero mixto hace sus labores: asistir a los enfermos con medicinas, hacer comida y repartirla, convivir fraternamente con los Huaorani. Cuando llega la hora de volver, Labaka escribe: “Un gran paso con la bendición de Dios para la evangelización del pueblo Huaorani. Amén” (p. 181).

La participación femenina en la misión de Pablo fue realmente destacada. Sólo en la carta a los Romanos, en el capítulo 16 (saludos y despedida), aparecen Febe, diaconisa en Cencreas (Rm 16,1-2), Prisca o Priscila, colaboradora del apóstol (Rm 16,3-4), la laboriosa María (Rm 16,6), Junia, ilustre entre los apóstoles (Rm 16,7), Trifena, Trifosa y Pérside, trabajadoras en el Señor (Rm 16,12), la madre de Rufo (Rm 16,13), Julia, una anónima hermana de Nereo y Olimpia (Rm 16,15). Además, en muchas comunidades domésticas fundadas por Pablo aparece el nombre de alguna mujer, en cuya casa se reúne la comunidad: en Corinto (cf. 1Co 16,19: Priscila); en la casa de Filemón (cf. Flm 2: Apia); en Filipos (cf. Hch 16,14-15: Lidia); en Laodicea (cf. Col 4,15: Ninfa). Pablo abrió espacios para que las mujeres pudieran ejercer su función en las comunidades. La misión compartida de Pablo es misión compartida de Alejandro. En sus planes entra “buscar entre los catequistas quichuas una familia que quiera establecerse conmigo, viviendo en la casa junto al río y manteniéndonos de la pesca y la cacería hasta que podamos tener nuestra chacra (huerto familiar)” (p. 84).

3.7.- En un momento de reflexión sobre todo lo que ha vivido, Mons. Labaka dice: “En algunos momentos me he sentido muy agradecido del Señor (…) pero otras veces tengo que pedir a Dios que me envíe su Espíritu para que internamente, en mi alma, tenga desprendimiento de mí mismo y me revista sólo de Cristo…” (p. 93). Casi al final de la Crónica escribirá: “Tenemos que pedir al Espíritu que nos libere de nuestra propia suficiencia espiritual, que pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para nada de eso tendremos adecuada oportunidad. ¡Vamos, Hermanas, espiritualmente desnudos para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio!” (p. 205).

El antiguo deseo del Salmo 104,30 (LXX): “Enviarás tu Espíritu… y renovarás la faz de la tierra” es aquí sentido como necesidad honda del misionero vasco para conformarse más y más a Cristo, para “revestirse de Cristo”. Es una terminología muy paulina, quien exhorta a revestirse del Señor Jesucristo en Rm 13,14; lo constata para los bautizados en Ga 3,27, indicando que, revestidos de Cristo, no hay divisiones de etnia, ni de posición social, ni de género, todos uno en Cristo Jesús. Cristo, primogénito de la Nueva Creación, es modelo de Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad, del que revestirse (cf. Ef 4,24; Col 3,10).

3.8.- En un momento dado, a Mons. Labaka le llegan rumores de que “los misioneros lingüistas estaban disgustados por nuestras recientes actividades con los Huaorani”, pero organiza una visita para tener una entrevista que “se desarrolló en franca cordialidad y mutua confianza. En ningún momento de la entrevista demostraron los miembros del Instituto tener resentimientos o celos por nuestras actividades con los Huaorani” (p. 98). La escena nos recuerda los enfrentamientos habidos entre Pablo y algunos misioneros judaizantes, que tantos problemas crearon en las comunidades de Galacia, Corinto o Filipos. Hasta el punto de que la visita de Pablo a Jerusalén, iglesia madre, a exponer a los “notables” el evangelio que proclamaba entre los gentiles. Pablo tiene miedo de que los “intrusos”, los “falsos hermanos” infiltrados para espiar su libertad en Cristo Jesús hubieran conseguido un cierto eco en las “columnas” de la iglesia de Jerusalén (cf. Ga 2,2-6). Pero respira con alivio al comprobar que dichas “columnas” (Santiago, Pedro y Juan) confían en la evangelización de Pablo entre los gentiles y “nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos” (Ga 2,9).
3.9.- En la fiesta de San Marcos de 1977, Mons. Labaka escribe: “Y san Marcos da el temple a nuestras almas con sus antífonas: ‘Soy ministro del Evangelio’. ‘Todo lo hago por el Evangelio’. Dios me ha concedido la gracia de evangelizar a los gentiles’” (p. 102). Labaka recoge las antífonas de los salmos del rezo de Vísperas de dicha festividad, que son antífonas inspiradas o tomadas de cartas paulinas. La primera antífona es “Soy ministro del Evangelio en virtud de la gracia que Dios me ha dado. Aleluya”; está inspirada en 1Co 9,16-18: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí, si no evangelizo! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Que, evangelizando, lo entrego gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio”; también podemos leer en 1Tm 1,11: “Según el Evangelio de la gloria de Dios bienaventurado, que me ha sido confiado”. La segunda antífona dice: “Todo lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo. Aleluya” y está tomada casi literalmente de 1Co 9,23. La tercera antífona reza: “Dios me ha concedido la gracia de evangelizar a los gentiles las insondables riquezas de Cristo. Aleluya” y prácticamente repite el texto de Ef 3,8.

3.10.- En el segundo viaje por el río Yasuní, que se produjo después del asesinato de varios trabajadores de la petrolera a manos de grupos Aucas, lo que creó una situación de especial dificultad, Mons. Labaka se encuentra con unos cuantos Huaorani (grupo perteneciente a los Aucas), que les reciben “con grandes muestras de contento y simpatía”. Ellos trenzan unas coronas de palmera y se las ponen a los tres miembros del equipo misionero, con un mensaje: “Para que seamos buenos hermanos”. Alejandro queda profundamente impresionado por el gesto y las palabras, y apunta: “Así quedan restauradas las relaciones de paz y amistad entre nosotros. ¡Siento vergüenza y humillación de haber desconfiado tanto de ellos! Nos despedimos y regresamos hacia nuestro campamento, ahora solos, y con una gratitud profunda a Dios” (p. 142; cf. p. 148: “¡Te damos gracias, Señor, de todo corazón! ¡Te damos gracias, Señor, cantamos para Ti!”).

La acción de gracias a Dios está muy presente en el epistolario paulino, dar gracias a Dios es algo común en Pablo. Así aparece en Rm 1,8; 1Co 1,4.14; 14,18; Ef 1,16; Flp 1,3; Col 1,3; 1Ts 1,2; 2,13; 2Ts 1,3; 2,13; Flm 4. En muchas de estas citas, la acción de gracias a Dios se debe precisamente a la gente para la que escribe: ese “vosotros” del que Pablo destaca la fe (Rm 1,8; Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4), la gracia de Dios que les ha sido otorgada, y que enriquece sus palabras y su entendimiento (1Co 1,4), el amor (Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4), la colaboración prestada al evangelio (Flp 1,5), la esperanza (1Ts 1,3), la acogida de la Palabra (1Ts 2,13), la elección divina (2Ts 2,13). Todo progreso comunitario es, para Pablo, motivo de agradecimiento a Dios, como también ocurre con el misionero vasco.

3.11.- Como acabamos de ver, la segunda travesía por el río Yasuní ofreció al equipo misionero el consuelo de una paz recompuesta. Son momentos de encuentros amables y fecundos, “un oasis de cantos y rezos (…) ¡Fue una vigilia en la que, sobre el lodazal, se cernía el espíritu de la fusión de los hermanos en la fe de un Creador!” (p. 144). La explosión jubilosa de euforia que expresa Mons. Labaka nos recuerda a Ef 4,5-6, donde Pablo, que exhorta a vivir de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados, dice: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos”.

CONCLUSIÓN

Mons. Labaka podía estar realmente contento al final de su Crónica, porque sus opciones de evangelización y sus esfuerzos misioneros iban progresando extraordinariamente. Casi al final de su diario, hablando de un encuentro entre el equipo misionero y los Huaorani, escribe: “Nadie ha tenido dificultades de entendimiento y todos se han desenvuelto por igual, porque todos han empleado el mismo lenguaje del amor en Cristo” (p. 235). Y el último párrafo de la Crónica (aunque añade un pequeño postdata) dice: “Saludo con gran confianza en Dios esta nueva etapa de verdadera hermandad de pueblos en una civilización del amor, dentro de esta pequeña parcela amazónica del Padre” (p. 236).

Llegados al momento culmen de su diario, llegamos al momento culmen de su experiencia y de nuestra fe: el amor. Dios es amor (1Jn 4,8.16; cf. 1Jn 4,7-10). “Como el Padre me amó, así también yo os he amado: permaneced en mi amor” (Jn 15,9); “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13); “Éste es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Para todo seguidor de Jesús, para todo cristiano, amar es el mandamiento principal, el que engloba a todos los demás (cf. Mc 12,28-31). De modo que, como discípulos de Jesús, estamos llamados a imitar al que dio su vida por todos: “En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,16). Nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Cristo: el bellísimo texto de Rm 8,35-39 puede servirnos de punto final a nuestra exposición, porque refleja perfectamente la experiencia de Mons. Labaka, de un amor de/en Cristo vivido y entregado.

La última fecha registrada en la Crónica es el 28 de abril de 1980. Siete años después, el 21 de julio de 1987, Mons. Alejandro Labaka y la Hna. Inés Arango morían alanceados por los Tagaeri, un grupo  Huaorani con el que comenzaban a relacionarse. Cuenta el P. José Miguel Goldáraz, superior de la Misión, que el cuerpo de Labaka le pareció un altar: quince lanzas de tres metros y medio adornadas de plumas de colores le tenían clavado a la tierra; alrededor se veían huellas de haber danzado en círculo; su rostro reflejaba una paz inmensa y en sus labios se dibujaba una sonrisa. “Ven, bendito de mi Padre; entra en el gozo de tu Señor”.

José A. Badiola Sáenz de Ugarte


[1] Me parece importante señalar las primeras palabras que pronuncian los Huaorani: “Amigo, amigo” y “memo, memo” (= “hermano, hermano huao”) (p. 30). Las palabras expresan sentimientos, y éstos son sentimientos que hablan de una cierta bondad natural, que Mons. Labaka considerará, siguiendo a San Justino (Apología II,13) y al Concilio Vaticano II (Ad gentes 15), “semillas del Verbo” (p. 58): “Creo, que antes de cargarles de crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos todas las ‘semillas del Verbo’ ocultas en su vida real y en su cultura, donde vive el Dios desconocido” (p. 149); semillas del Verbo “por las que Dios ha demostrado su infinito amor al pueblo Huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo” (p. 151). “Sencillamente: queremos visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo hacia su situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos, procurando merecer descubrir con ellos las semillas del Verbo” (p. 158). Fundamental la lectura de un apartado que Mons. Labaka titula: “Evangelización descubriendo las semillas del Verbo” (p. 205), toda una declaración de intenciones del proyecto evangelizador de Labaka.