El próximo 21 de julio de 2012 se
cumplen 25 años del asesinato de Mons. Labaka y la Hna. Inés Arango. Con tal
motivo, el querido compañero y amigo Fidel Aizpurúa consideró oportuno celebrar
en nuestra Facultad de Teología una Jornada de memoria y homenaje del insigne
evangelizador de los indígenas amazónicos Huaorani, un pequeño grupo humano al
que Alejandro Labaka dedicó sus empeños evangelizadores. Una muestra, modesta
pero impactante, de tal empeño es la Crónica
Huaorani, una especie de “diario de evangelización” de Mons. Labaka. La
encomienda que se me propuso fue rastrear la presencia de la Sagrada Escritura
en dicha crónica y presentar los ecos del texto sagrado en los escritos del
misionero vasco.
Quiero transmitir, en primer
lugar, la emoción que sentí al leer la Crónica.
Es una delicia espiritual
encontrarse con el mundo apasionante de la misión en aquellas tierras
ecuatorianas, con aquellas gentes tan desconocidas y lejanas y, sin embargo,
tan queridas y familiares después de conocer la importancia que tuvieron en la
vida de Alejandro. Inihua y Pahua (sus padres de adopción), su hermano Araba,
Ompura, Buganey, Peigomo, Agnaento, Conta, Cava, Cahuime, Ñeñene, Cai,
Huiyacamo, Guima, Deta, Tehuane, Buyutai, Yaime, Nampahuoe, Omare, Huane,
Aimba, Aipa, Yacata, Huimana, Teca, Tiba, Quemomuni, Caequeri, Carué…, no son
ya sólo nombres, sugestivos y extraños,
de indígenas que se relacionaron con Alejandro. Ellos, con sus paisajes y su
mundo, forman parte de un escenario común, conocido y querido, el de la familia
de los hijos de Dios.
En segundo lugar, debo dejar
constancia de mi admiración por Mons. Labaka, una persona entregada y fiel, que
nos ofrece en sus crónicas una verdadera lección de discipulado cabal; ejemplo “acabado” (este término se
utiliza en el evangelio de Lucas para indicar el destino de Jesús, su muerte)
del seguimiento a Jesús, una nueva estrella en la constelación de luces a las
que mirar para ver cómo se tiene que ser discípulo de Jesucristo.
En tercer lugar, quiero adelantar
aquí uno de los aspectos más llamativos en cuanto al tema que me toca
desarrollar: no hay muchas citas bíblicas en la Crónica, en realidad tan sólo dos de manera explícita. Pero esto no
significa que la Palabra de Dios no sea importante en la Crónica. Al revés, es tan
importante que no se cita simplemente
porque se vive. De hecho, la Crónica
es Palabra de Dios hecha vida, hecha pálpito, hecha emoción, hecha entrega,
hecha fidelidad. Como ocurre con el término elpís
(esperanza), ausente en los evangelios porque la figura de Jesús es la misma
esperanza, los textos de la Palabra de Dios están físicamente ausentes de la Crónica porque ella misma, en cuanto
plasmación de la entrega misionera de Alejandro, encarna la Palabra de Dios: no
hay que citarla porque, simplemente,
se vive, es una Palabra encarnada.
Así que la Biblia aparece muy poco en la Crónica,
pero la Crónica en la Biblia, a cada
paso.
En cuarto lugar, una
consideración sobre las hermosas y sugerentes ilustraciones de Antonio Oteiza:
precisamente al hilo de la “encarnación de la Palabra” en las líneas vitales de
Labaka, muchas de las ilustraciones
tienen un diseño que las asemeja a los belenes
navideños (cf. pp. 31, 33, 37, 41,
51, 53, 69, 71, 137…). Es como una confirmación de mi primera impresión al leer
la Crónica: la encarnación de la
Palabra de Dios en la obra de Mons. Labaka es indicada también gráficamente en unas imágenes que sugieren
la Encarnación de Jesucristo en el seno de la Humanidad.
Una última consideración: mi
lectura de la Crónica Huaorani es una
lectura “parcial”; me refiero a que considero los textos con referencia a la
Sagrada Escritura, explícita o implícitamente. De modo que hay muchas
afirmaciones de Mons. Labaka, muchos relatos, muchos aspectos que, aunque me
merecerían comentario, quedan fuera de la presente aportación. Es decir, se
podría decir más de ese precioso
testimonio de la vida entregada de Alejandro Labaka, pero escaparía a la
solicitud que se me pidió. Iré señalando las frases destacadas, por orden de
aparición, con una mínima estructura: allí donde haya cita textual de la
Biblia, o referencia explícita a un texto bíblico, lo presentaré en primer
lugar. Después, las frases o expresiones que me sugieren la presencia, escondida
y fecunda, de páginas bíblicas, sobre todo evangélicas y paulinas. Finalmente,
aquellos textos que evocan la figura de Pablo, puesto que, ya desde el mismo
prólogo, encuentro una gran cantidad de similitudes entre Mons. Labaka y San
Pablo.
LOS TEXTOS BÍBLICOS EN LA CRÓNICA
HUAORANI
1.- Textos bíblicos citados
1.1.- La primera cita explícita
de la Biblia en toda la Crónica, lo
cual no deja de ser un dato llamativo y elocuente, es Mt 25,31-40. En una visita a los trabajadores de la petrolera,
asustados por las visitas de los
Aucas que se llevaban sus pertrechos, Mons. Labaka escribe: “Dos días y dos noches estuve con ellos. La
segunda noche les celebré la Santa Misa, a la que asistió espontáneamente la
mayoría de los trabajadores. Para el Evangelio abrí el Ritual de la BAC en las
últimas páginas, a lo que saliera, y ante mis ojos apareció el relato de san
Mateo 25,31-40. Durante el comentario todos estuvimos de acuerdo en que aquí se
está cumpliendo eso de dar de comer al hambriento y vestir al desnudo. Terminé
diciéndoles que ellos son los “misioneros escogidos por Dios” para los Aucas”.
Me resulta un dato providencial.
Mt 25,15-46 (unidad textual del llamado “Juicio Final”) pone fin al Discurso
Escatológico y a todo el contenido narrativo del evangelio de Mateo,
compendiando en sí toda la enseñanza de
Jesús, antes de afrontar su pasión y muerte. En el texto se da una paradójica
circunstancia: es el contenido más genuina y específicamente cristiano,
expresado con un relato absolutamente genérico y universal. Es lo más
específico, porque no se conoce ninguna otra religión en donde la identificación entre cualquier persona
necesitada y Dios sea tan radical y tan esencial. En efecto, el doble
estribillo: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos
más pequeños, a mí me lo hicisteis” (25,40), repetido en forma negativa en
25,45, marca un hito en la experiencia religiosa humana, dando a la solidaridad
un valor teologal de tal calibre que la convierte en el hecho diferencial cristiano. Mas, por otra parte, la
caracterización de los personajes brilla por su ausencia: los “benditos de mi
Padre” no pertenecen a grupo alguno, ni religioso, ni étnico. Cualquier
persona, de cualquier lugar, de cualquier tiempo, será considerada “bendita del
Padre” y recibirá “la herencia del Reino” por haber dado un solo vaso de agua a
quien tenía necesidad de él. Especificidad y generalidad se entremezclan
espléndida y paradójicamente en el texto mateano.
La cita referida por Labaka llega
hasta el versículo 40, es decir, se ciñe a las palabras que Jesús dirige a los
“benditos”. También esto es interesante. A partir del v. 41 Jesús habla a los
“malditos” y, lo que hasta entonces era benevolencia y salvación, ahora se
torna condena y castigo. Teniendo en cuenta lo que Jesús habla hasta ese
momento, los vv. 41-46 podrían resultar superfluos.
En efecto, ¿quién no habrá dado un simple
vaso de agua a quien veía con sed? Pero, como habrá quien necesite la
presencia del castigo y del infierno para que cuadre bien su idea de Dios,
deberemos indicar, para riesgo general ciertamente, que “los malditos” son
-somos- todos aquellos que dejamos de dar un solo vaso de agua a algún
sediento. Porque, ¿quién ha dado a todos los menesterosos aquello que
necesitaban? Es decir, el texto evangélico nos sitúa ante una aporía: todos hemos ayudado alguna vez a alguien, pero nadie lo ha hecho con todos.
Si por un vaso de agua dado, sólo por eso, ya recibiremos la salvación, por un
vaso de agua no dado, sólo por eso, recibiremos la condenación. ¿Hay salida?
La inteligibilidad del texto
evangélico sugiere que hay que buscar otra línea de interpretación y ésta
radica, precisamente, en la identificación
del necesitado con el Señor Jesús, con el Mesías e Hijo de Dios, con Dios
mismo. En el espléndido mensaje para la Cuaresma de 2012, el papa Benedicto XVI
termina diciendo: “Todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la
caridad, en el servicio y en las buenas obras”. Todo el mensaje pende del texto
de Hebreos 10,24, donde la mirada
compasiva es la condición necesaria para vivir en el amor y el ejercicio de
las buenas obras.
En el momento en que está
fraguando en la vida de Labaka el primer
anuncio a los Huaorani, este
texto es totalmente paradigmático, porque nos sitúa en lo más esencial del cristianismo partiendo de lo más general y compartido por todos los humanos.
Después, cuando en sucesivas
visitas a los Huaorani reparta, entre otras muchas cosas, su propia ropa para
vestir a mujeres desnudas, escribirá: “Hasta
ahora nunca había pensado que el ‘vestir al desnudo’ del Evangelio pudiera tener
ese alcance tan literal” (p. 50). Y más adelante, cuando Araba y Quemomuni
se van turnando para dormir a su lado y calentarse con el calor natural de su
cuerpo, escribe: “Y llegué a pensar que
es hermoso compartir incluso el calor del cuerpo con el pobre” (p. 90). La
Palabra se hace vida y la vida Palabra.
1.2.- La segunda cita
explícitamente señalada es Gn 2,25:
“Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del
otro”. Como señalaremos en el siguiente punto, el tema de la desnudez física no
fue fácilmente asumido por Mons. Labaka, pero lo vivió como un elemento
necesario e imprescindible para la evangelización de los Huaorani. Aunque las
referencias a ese estado paradisíaco de desnudez aparecen muy pronto, hay que
esperar a la p. 164 para encontrar la cita bíblica. Alejandro está viviendo con
sus padres Inihua y Pahua durante su tercer viaje por el Yasuní. Todo se
desarrolla en un ambiente de naturalidad, espontaneidad e ingenuidad. Se
encuentra desnudo, “vestido a lo Huaorani”
según su humorística expresión, y recoge esta conversación: “ – Esta es costumbre Huao y está muy bien,
pero los “cohuore” no hacen así. – ¿Y tú no serás cohuore? – me dice Cai. – Yo
quiero ser Huao como vosotros. – De acuerdo – me dicen Cai e Inihua al unísono.
Cai amplía una explicación que no capto bien. – Sigamos entonces tranquilos
según costumbre Huao. Poco después Cai y Deta se habían desprendido también de
sus pantalonetas. Esta es la única ocasión en que todo el grupo por igual
vivimos en la presencia del Creador un capítulo hermoso de la Biblia (Gen. 2,
25)”.
La situación hace reflexionar y
orar al misionero: “La convivencia
personal con los Huaorani me exigió renovarme en mi fe y en mi esperanza en
Dios, que trasciende todo apostolado (…) Que Cristo premie, como hechos a El,
tantos signos de la bondad del pueblo Huao, completándolos con la fe de un
Cristo Salvador, aceptado personalmente por ellos” (pp. 164-165). Como digo, volveremos sobre este
delicado tema de la desnudez en la misión de Mons. Labaka. Pero lo que es
interesante es que las dos citas explícitas
de la Escritura sean, precisamente, la de la creación en el estado previo a la
caída (el paraíso) y la de la creación en su último suspiro, antes de la era
escatológica. Principio y fin “en Dios”, todo un universo teologal, habitado
por Él. El mundo de Mons. Labaka.
1.3.- “Un día, contra lo acostumbrado, me dejaron ir solo cuando me dirigía a
bañarme en el riachuelo. Aproveché para restregar mi prenda interior en el
agua, pues no había jabón y, juntamente con las medias y la toalla, la puse al
sol, mientras sentado a la sombra me dedicaba a mis reflexiones sobre san
Pablo: ‘Desnudémonos de las obras de las tinieblas, vistámonos de la armadura
de la fe y andemos como en pleno día, con dignidad’” (p. 78).
Prácticamente, repite con alguna variante lo que Pablo escribe en Rm 13,12b-13a: “Despojémonos, pues, de
las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Andemos como
de día, dignamente”. Pablo termina su texto diciendo: “Revestíos más bien del
Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus
concupiscencias” (v. 14). La preocupación en Pablo es más amplia que la
cuestión sexual, puesto que el “andar dignamente” lo refiere a “comilonas y
borracheras, lujurias y desenfrenos, rivalidades y envidias”. Todo eso
pertenece a la “carne”, al “hombre viejo”, pero ya estamos viviendo el kairós (cf. v. 11, inicio de la
perícopa) y, con él, llega el “hombre nuevo, revestido de Cristo”.
Sin embargo, Mons. Labaka refiere
el texto paulino a la espinosa cuestión de la desnudez física que asume por
razones de inculturación y evangelización, dado que los Huaorani tienen ciertas
prácticas rituales de carácter homosexual (esta cuestión volverá a aparecer más
adelante). La desnudez acaba por no suponer problema alguno para Alejandro, ni
siquiera el uso del gumi, el “cingulum puritatis” (“Creo que Dios ha querido guardar en este
pueblo la manera de vivir la moral natural como en el Paraíso, antes del pecado”
(p. 79, cf. Gn 2,25: “Estaban ambos
desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”; otra
referencia al paraíso terrenal en p. 138).
En cambio, las insinuaciones
homosexuales, aunque consideradas “algo
ritual”, son rechazadas de plano por el misionero, y al parecer con éxito:
“Partir de su realidad me pidió bañarme
con ellos o como ellos, o a la vista de jóvenes y niños, con toda naturalidad;
intencionadamente hacer el aseo completo de varón adulto; permitir satisfacer
la natural curiosidad de tocar y ver en lo que nos ven distintos, como, las
partes vellosas del cuerpo. Pero ahí precisamente se me ofreció la ocasión de
dar una lección, cuando uno de los adolescentes quiso excitarme y lo impedí con
sonriente energía. El mismo me pidió a continuación que, al menos, lo hiciera
personalmente ante ellos. – No, no; wi waimo imba! – Fue la respuesta. – No,
no; eso no es bueno! Al regreso al bohío [casa comunal] cada uno de los espectadores contó a chicos
y grandes lo sucedido y me remedaban diciendo: – ¡No, no; wi waimbo imba!”
(p. 79). “Aceptar todo, menos el pecado” será un leit motiv para el misionero vasco en su inculturación con los
Huaorani, y en este momento, encuentra en las palabras de Pablo en Rm la
indicación bíblica adecuada.
1.4.- Se está preparando la
primera travesía por el río Yasuní y Mons. Labaka hace un recuento de todo lo
necesario (combustible, alimentos, obsequios para los Huaorani…). En lo
referente al equipaje personal “surgen
criterios diversos: Llevar lo menos posible para que no me quiten nada los
Huaorani. ¿Concuerda con aquello de ‘no lleves túnica de repuesto’? El otro
criterio: Llevar un poco más por si acaso me quitan los Huaorani. ¿Será vestir
al desnudo y dar de comer al hambriento?” (p. 103). La primera pregunta
cita la formulación de Lucas en el envío misionero de los Doce (Lc 9,1-6), porque tanto Mateo como
Marcos dicen que no hay que llevar “dos túnicas”. La segunda se refiere a Mt 25,31-40, ya considerada un poco
antes. Los criterios diversos no son problemáticos, porque cualquier decisión
que tomen es acertada, pues responde al mensaje evangélico.
1.5.- En las conclusiones de la
primera travesía por el río Yasuní, Mons. Labaka indica que “Siempre estamos espiritualmente
comprometidos, y tenemos que intensificar nuestra oración fervorosa para que el
Dueño de la mies envíe operarlos [sic; se entiende operarios] a esta porción de
su viña” (p. 133). La referencia es clara: se trata de la introducción
narrativa al Discurso Misionero en Mateo: Mt
9,38. Jesús ve a la muchedumbre, siente compasión de ella y, como reacción,
dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al
Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Si en la anterior visión de la muchedumbre, Jesús
reacciona con su enseñanza (cf. Mt 5,1ss), ahora reacciona con el envío
misionero de los discípulos, capacitados por Jesús con autoridad para expulsar
los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia”. Los ecos
del discurso de misión, en sus diversos modelos, irán apareciendo
recurrentemente, tanto en la Crónica,
como en las líneas que siguen.
1.6.- En el transcurso de su
segundo viaje por el río Yasuní, uno de los párrafos de la Crónica se titula Transfiguración
del Señor: “Recién amanecidos sobre
el lodazal de nuestro tambo [en la civilización inca, un albergue o centro
de acopio de alimentos], mojados y
sucios, es fácil anhelar participar del vestido blanco como la nieve del Señor
y de su rostro resplandeciente como el sol. Pero en nuestra liturgia dominical
preferimos ocasionalmente meditar sobre el envío de los discípulos de dos en
dos. Hoy son Mariano y Otorino los agraciados de esa elección que agradecen al
Señor por la exitosa misión cumplida” (p. 147). Son claras las referencias
al episodio de la Transfiguración (cf. Mc 9,2-8 y paralelos) y también al envío
misionero (“de dos en dos”) de los Doce, en Marcos (cf. Mc 6,7) y de los 72 en
Lucas (Lc 10,1). La posición de “quedarse en el monte” de Pedro es corregida
por Jesús, y ese aspecto de la enseñanza del relato de Marcos está bien
comprendido por el equipo misionero, para no quedarse en una actitud pasiva disfrutando del momento, sino de
continuar activamente en misión.
1.7.- Mons. Labaka llevó en su
tercer viaje a los Huaroni tres perros: Peicu (Blanco), Heicu (Negro) y Huancu
(Pintado). El primero de ellos se asustó mucho en la entrega, de modo que el
misionero tuvo que llevarlo en brazos para entregárselo a su padre Inihua: “Quizás un día, en vez de la oveja perdida,
tendremos que hablar del “Peicu” que llegó a casa en brazos del misionero”
(p. 159). Es una referencia sencilla a la parábola de la oveja perdida (Mt
18,12-14 / Lc 15,3-7). En el contexto de Mateo, la parábola es una llamada a la
entrega pastoral, o caridad
pastoral, hasta el punto de no permitir la perdición de nadie (“ni uno solo”) y hasta el punto de
arriesgar la propia vida en tal empeño, confiados en que Dios, nuestro Padre
celestial, que no quiere la muerte o perdición de nadie.
1.8.- En febrero de 1979, entre
el tercer y cuarto viaje por el río Yasuní, Mons. Labaka pasa ocho días en casa
de sus padres Huaorani. La enfermedad se apodera de su familia. En su
mentalidad, la enfermedad es una persona hostil que se apodera de la gente (una
especie de demonio) y por eso no
quieren dormir en la casa. Alejandro se empeña en explicar que se debe a la
picadura de un mosquito, pero no consigue hacerse entender. En este contexto,
el misionero apunta: “Hay momentos en que
clamo al Señor: Acuérdate de que nos mandaste diciendo: ‘curad a los enfermos y
decidles que el Reino de Dios está cerca’. ¡No cambies ahora las cosas!”.
Alejandro cita a Lc 10,9 (“Curad a
los enfermos que haya en ella [en la ciudad donde entren los 72 enviados], y
decidles: ‘El Reino de Dios está cerca de vosotros’”), aunque Mt 10,7-8 (Discurso Misionero) tiene
una formulación parecida, aunque más desarrollada. Los diferente aspectos del
envío misionero irán apareciendo progresivamente y, de manera particular, el
tema de las curaciones (cf. 2.11).
1.9.- La evangelización crece
despacio, pero avanza: “También siguen
las preguntas sobre mi Crucifijo; me han hecho una muy concreta: ¿Es hombre?
¿Es mujer? Ahora ya conocen que el Crucifijo colgado de mi pecho significa o
recuerda a JESUS. Que su madre es MARIA. Y que es HOMBRE VARON… ¡Qué pena no poderles
explicar que no quiso hacer alarde de su categoría de Dios y que se hizo hombre
como uno de ellos!” (p. 174). Aquí Mons. Labaka está citando algunos pasos
del solemne himno de Filipenses (Flp
2,6-11), en concreto la primera parte, en la que se enfatiza el
“abajamiento” de Cristo, previo a la exaltación que recibió de Dios. El
contexto del himno en Flp es el de una vida cristiana centrada en la comunión,
en la humildad y en el servicio (cf. Flp 2,2-4). El contexto privilegia más
comprender el himno aplicado al propio Labaka, como haremos más adelante. Pero
él lo cita como ejemplo de encarnación,
para hacerles ver, en medio de sus dificultades (enfermedad), que están
acompañados, iluminados, fortalecidos por el mismo Dios (por el Creador, Huinuni).
1.10.- En el contexto delicado de
los juegos sexuales que los jóvenes Huaorani hacen en presencia de Mons.
Labaka, éste escribe: “Me veía ‘hecho
pecado’ ante el juicio del equipo misionero; con todo, en mi interior me sentía
sereno, sin desmerecer la bienaventuranza de los limpios de corazón que verán a
Dios. Si yo no desmerecía esa bienaventuranza, ¿por qué había de juzgar de
pecado de erotismo a los jóvenes de mi tertulia? ” (p. 208). El misionero
cita la sexta bienaventuranza, Mt 5,8:
“Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”. Los “puros
de corazón” son aquellas personas que, en su fuero interno (el corazón, que
comprende en la mentalidad bíblica la actividad intelectual, volitiva y
emocional, y es el punto de referencia de todas las relaciones), están en conformidad con la voluntad de
Dios, mientras que lo impuro se relaciona en Mateo con cuatro elementos: la
lepra (cf. Mt 8,1-4), los demonios o espíritus impuros (cf. Mt 10,1;
12,22-30), los alimentos (cf. Mt 15,1-20) y los sepulcros (cf. Mt 23,21-26). No
tiene relación directa con la sexualidad, aunque la incluye. Habla, más bien,
de alguien cuyo corazón íntegro, que no está dividido ni mezclado: de
alguien que se entrega completamente a Dios (cf. Mt 13,44-46). Lo contrario a
un corazón puro es un corazón dividido, que quiere servir a dos amos (cf. Mt
6,24), un corazón que no se orienta por completo a la voluntad del Padre. Para
tales puros de corazón, la bienaventuranza anuncia un encuentro personal con
Dios, una presencia inmediata y continua ante Él. Mons. Labaka utiliza la
bienaventuranza en un contexto sexual. Se ha dado una importancia tan desmedida
a esta cuestión, que el significado de la bienaventuranza queda minimizado y
empobrecido. No porque no signifique lo que Labaka sugiere, sino porque
significa mucho más.
1.11.- En el quinto y sexto viaje
por el río Yasuní Mons. Labaka se refiere a un viejo matrimonio Huaorani,
Nampahuoe y Omare, como si fueran una “representación” de Simeón y Ana: “De todos modos, Nampahuoe y Omare están muy
dentro de nuestros recuerdos. Me hago más bien la ilusión de que son los
‘últimos profetas’ de un pueblo libre del Antiguo Testamento esperando entonar
el ‘nunc dimittis’ de la liberación de su pueblo por Cristo” (p. 218,
quinto viaje). “Nuestro viaje reviste
caracteres de verdadera peregrinación para ver a estos profetas del antiguo
testamento Huaorani que, como Simeón y Ana, están próximos a cantar el ‘Nunc
dimittis’ con una entrega de su pueblo a Cristo, Alfa y Omega de su historia
(…) Nuestro gozo y nuestra emoción son indescriptibles” (p. 230, sexto
viaje). La referencia es clara a la presentación de Jesús en el Templo (Lc
2,22-38), y especialmente al cántico de Simeón (el Nunc dimittis) (Lc 2,29-32). Los ancianos Simeón y Ana saben
reconocer en Jesús el Mesías esperado, de modo que pueden “irse en paz”. Los
progresos en la evangelización de los Huaorani hacen que Labaka contemple en
estos otros ancianos el punto de llegada de una civilización ajena a Cristo, y
punto de partida para un nuevo tiempo de salvación en Cristo (“Liberación de su pueblo por Cristo”).
2.- Textos bíblicos implícitos
No sé si se puede hablar en
algunos casos de “textos implícitos” o de “ecos” que la Crónica nos evoca de los textos. Es difícil no recordar algunos
pasajes, decisivos por lo demás, de los evangelios cuando leemos, con emoción y
orgullo, las páginas escritas por Labaka.
2.1.- En su primer encuentro con los Huaorani[1],
repleto de emociones profundas y contradictorias (escalofrío, miedo, alegría, esperanza), Alejandro les lleva
obsequios proporcionados por la compañía petrolera: “Recibieron muy contentos los obsequios… Quizás en ninguna encontraron
tantas cosas como en la mía: camisas, camisetas, calzoncillos, poncho nuevecito
para el agua, saco de caucho para guardar la ropa, sábana, espejo, peine,
agujas e hilo. Todo se lo llevaron, respetándome lo que me era imprescindible:
la ropa puesta, el toldo mosquitero, la manta, la hamaca, el cepillo de dientes
y la pasta. En posteriores visitas examinarán las pertenencias de este
capuchino que se precia de profesar la pobreza franciscano [sic]
y verán que tengo demasiadas cosas y se las llevarán con todo el derecho: el
toldo, la toalla y otras cosas”.
El episodio nos evoca la parte
del discurso de misión, que Jesús
dio a sus discípulos, en la que se habla de los pertrechos (Mc 6,7-9; Mt
10,9-10; Lc 9,3). Marcos nos lo relata así: “Les ordenó que nada tomasen para
el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja;
sino: ‘Calzados con sandalias, y no vistáis dos túnicas’”. La escasez material
de suministros contrasta con la autoridad que Jesús les da para expulsar los
malos espíritus y los demonios, es decir, la capacidad de poder hacer presente
a Dios y sus dones en la raíz de toda persona. Bien lo entendieron los
discípulos, cuando en el relato de Hch 3,1-10 Pedro dice al tullido de la
Puerta Hermosa del Templo de Jerusalén: “No tengo plata ni oro; pero lo que
tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el nazoreo, echa a andar”. Bien lo
entendió Mons. Labaka, cada vez más consciente de los verdaderos pertrechos del
misionero: Jesucristo.
Otros aspectos de los discursos
de misión, como quedarse en la casa donde vayan, están presentes en las
reflexiones de nuestro misionero: “La
vida misionera no es sólo adaptación; es, sobre todo, comunión de vida, de
costumbres, de cultura, de intereses comunes. Este anhelo es más notorio en
ellos que en nosotros siempre influenciados por los prejuicios, la
idiosincrasia y los tabús de nuestra cultura y de nuestra educación religiosa”
(p. 160).
2.2.- El 18 de agosto de 1976,
Alejandro Labaka, en compañía de otras personas, dejan el campamento y llegan
con el helicóptero a un poblado Huao. Es una visita de tanteo que sale bien,
porque los Huaorani les dan un recibimiento “verdaderamente amable y cortés” y les permiten entrar en una casa:
“Estuvimos una media hora y regresamos al
campamento alegres y contentos de este encuentro” (p. 40).
La reacción del misionero nos
evoca la reacción de aquellos 72 misioneros enviados por Jesús, de dos en dos,
a todas las ciudades y sitios adonde había de ir él. A su regreso, Lucas
también refiere su “alegría” (Lc
10,17). Jesús les dice: “No os alegréis de que los espíritus se os sometan;
alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10,20).
Probablemente, Mons. Labaka había preparado durante mucho tiempo y con todo
empeño ese primer encuentro en un poblado Huaorani, y todo para estar una simple
media hora y apenas observar una de las casas. Pero todo merece la pena y, pese
al modesto resultado, su corazón misionero se vio alegre y contento, como el de
aquellos enviados de Jesús. La escena dejará un eco importante en Alejandro:
unas páginas más adelante escribirá hablando de los Huaorani: “La acogida dispensada en su caserío fue
extraordinaria”, y hablando de sí mismo: “Por nuestra parte: Fue tan sólo apostolado de acogida paciente y amable”
(p. 43). Y, al final de la Crónica,
señalará las características del equipo misionero: “Alegría e ilusión apostólicas, confianza sin límites en los Huaorani,
deseo incontenible de comunión de culturas, conocimientos, costumbres y, sobre
todo, deseo de comunión de espíritus son las notas que predominan en todos los
participantes” (p. 234).
2.3.- En un momento determinado, Mons.
Labaka hace un recuento de los grupos Huaorani de Dicaron (uno de los ríos de
la zona, afluente del Yasuní, llamado también Rumiyacu). Cuando presenta al
sub-grupo CAI–HUIYACAMO, escribe: “Me da
la impresión de que el hombre que vive con ellos, Cai, se ha hecho responsable
de Huiyacamo y de sus hijos como en los casos de la Biblia”. La referencia
es a la ley del Levirato (Dt 25,5-10), un tipo de matrimonio en el que una
mujer viuda se casa con uno de los hermanos de su marido muerto, si no ha
tenido hijos con éste; y el primer hijo varón de la nueva unión llevará el
nombre del muerto y heredará sus bienes, para continuar la descendencia
familiar. El término deriva del latín levir, “cuñado”. Esta
modalidad de matrimonio era practicado en sociedades con una fuerte estructura
de clan, en los que se prohibía el
matrimonio exogámico, es decir, fuera del clan, como lo sugiere también el
texto bíblico: “Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener
hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia
extraña. Su cuñado se llegará a ella y la tomará por esposa y cumplirá con ella
como cuñado, y el primogénito que ella dé a luz perpetuará el nombre de su
hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel” (Dt 25,5-6).
2.4.- Uno de los momentos cumbre de la Crónica lo encontramos en el “ritual de adopción” que Mons. Labaka
vivió en una familia Huaorani y así lo relata: “Me levanté inundado de una gran alegría. Tal como estaba, en paños
menores, me adelanté hasta el jefe de la familia, Inihua y Pahua, su señora;
junto a mí se hallaba ya el hijo mayor. Con las palabras padre, madre,
hermanas, familia me esforcé en
explicarles que ellos, desde ahora, constituían mis padres, hermanos; que todos
éramos una sola familia. Me arrodillé ante Inihua y él puso sus manos sobre mi
cabeza, frotando fuertemente mis cabellos, indicándome que había comprendido el
significado del acto. Hice otro tanto ante Pahua llamándole “Buto bara” (mi madre); ella, posesionado de su papel
de madre, me hizo una larga “camachina” (aconsejar), dándome consejos. Luego
puso sus manos sobre mi cabeza y frotó con fuerza mis cabellos. Me desnudé
completamente y besé las manos de mi padre y de mi madre Huaorani y de mis
hermanos, reafirmando que somos una verdadera familia” (pp. 52-54; a partir
de este momento, siempre se referirá a su padre
Inihua y a su madre/mamá Pahua:
cf. especialmente pp. 161-162).
Varios son los ecos de esta
escena emocionante. En primer lugar, los lazos familiares que se establecen en
Cristo nacen de su misma enseñanza. El episodio de Mt 12,46-50 y sus paralelos
sinópticos nos enseñan que, para Jesús, más importantes que los lazos familiares
consanguíneos, son los lazos familiares que se establecen mediante el discipulado.
En el seguimiento de Jesús, todos establecemos con él una relación tan profunda
como la que se establece mediante la misma sangre. En segundo lugar, dicho seguimiento
exige renuncia (“dejar” es la marca de
discipulado en los relatos de vocación de Mt 4,18-22 y Mc 1,16-20). Cuando
Pedro le dice a Jesús que él y los demás discípulos han dejado todo por seguirle, Jesús le responde:
“En verdad os digo: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre,
padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento
por uno; ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y
hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (Mc 10,29-31
y paralelos). Es de señalar que sólo Marcos habla de “persecuciones”, y que en
“la recompensa” de que habla Jesús para esta vida se omite significativamente
“padres” (cf. Mt 23,9: “no llaméis ‘padre’…”). En
tercer lugar, cuando Labaka escribe, tras narrar el ritual de adopción, que “comprendí que debía despojarme del hombre viejo
y revestirme más y más de Cristo en estas Navidades” (p. 54), está
sencillamente aplicándose las palabras de exhortación de Pablo en dos textos
fundamentales para la vida cristiana: Ef 4,17-24 (la vida nueva en Cristo) y Col 3,5-17 (principios generales de vida
cristiana). En ambas exhortaciones del apóstol de Tarso están las llamadas a
“despojarse del hombre viejo” (Ef 4,22; Col 3,9) y a “revestirse del Hombre
Nuevo” (Ef 4,24; Col 3,10, que luego desarrolla en el v. 12: “Revestíos de
entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia”, y en el
v. 14: “Y, por encima de todo, revestíos del amor, que es el broche de la
perfección”). En este contexto, el diario de Alejandro se hace oración: “Felices Navidades para todos los míos y para
todo el mundo, especialmente para mis hermanos Huaorani. Que esta Navidad de
1976 sea el alborear de una nueva vida en su historia por Cristo en el
Espíritu. Amén” (p. 59). Casi al
final de la Crónica, Labaka
escribirá: “Evidentemente en esta cultura
familiar el parentesco carnal o legal tiene mucha importancia. Me voy dando
cuenta de que ellos le han dado mucho más valor que yo al hecho de haber sido
adoptado como hijo por Inihua y Pahua” (p. 193). Otros ecos, más
paulinos, de ese momento tan importante para la misión de Labaka los consideraré
en el capítulo siguiente.
2.5.- Una de las consideraciones
que Mons. Labaka escribe a consecuencia del rito de adopción, y la desnudez
física con que lo vivió, dice: “Juzgué un deber el manifestarme y comportarme con toda
naturalidad, igual que ellos, aceptando todo, excepto el pecado” (p. 54). Es esta coletilla final la que nos lleva a Hb
4,15: “Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado”.
De aquí nace la poderosa afirmación de GS 22: “Trabajó con manos de
hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los
nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado”. Pablo, tan
osado, se atreverá a escribir una de sus frases más intrépidas y temerarias: “A
quien no conoció pecado, [Dios] le hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él” (1Co 5,21).
Quizá porque la voluntad de
Alejandro le acercaba a la figura de Cristo, casi a continuación, como Cristo,
ofrece su macarismo: “¡Dichosos los
misioneros que tengan la fiel tan curtida que puedan aguantar el trato de la
selva tropical!” (p. 54). Naturalmente, el trato de la selva no sólo se refiere a las condiciones naturales,
sino a las exigencias de compartir la vida y el destino de aquellos Huaorani a
los que Mons. Labaka se entregó por completo.
El
asunto de la desnudez no volverá a ser problema para el misionero, que
exclamará un poco más adelante: “¡Bendito
nudismo de los Huaorani, que no necesitan trapos para salvaguardar sus normas
de moral natural! ¡Ay de la moralidad de otras civilizaciones cuando se apoyan
tan sólo en la ligereza de un bikini o en la elegancia de una maxi!” (p.
56). Y continuará su ilusión por integrarse entre los Huaorani: “Esta vez traigo una inquietud: ver cómo
puedo hacer para integrarme en una familia Huaorani. La ocasión se me presenta
al regreso de Buganey, cuando ella coge el hacha para ir a hacer leña para su
fogón. Me ofrezco para ayudarle y ella acepta con naturalidad señalándome el
tronco que tengo que partir. Después, viéndome todo sudado, me hace ademán de
que puedo ir a bañarme (…) En la fuente me decido a imitar a Buganey,
desnudándome y haciendo que el niño mayorcito me eche el agua para refrescarme”
(p. 65; cf. p. 76, donde vuelve a insistir en la integración familiar, contando
lo mismo, pero explicitando más las condiciones para la integración, los “requisitos fundamentales: ser útil en algo
material y ser aceptado por ellos”).
Progresivamente,
Alejandro vivirá con más naturalidad la espinosa cuestión de la desnudez y
algunos peligros asociados a ella: “Peigo se quedó, al parecer, sin hamaca y se
acercó a mi cama. En días anteriores le había rechazado, pues le temía por sus
ademanes e intentos provocativos homosexuales. Esta vez tuve otra comprensión
del ‘aceptar todo, excepto el pecado’ y compartí la cama acostándonos desnudos
bajo el mismo mosquitero. Este inquieto y rebelde líder me pareció un niño
grande, necesitado de comprensión y amor. De todos modos, se durmió
plácidamente, arrullado por una oración: ‘Que el Señor nos bendiga, nos mire
con misericordia y nos libre de todo mal. Amén’” (p. 72).
Esta
fórmula de bendición, con la que Labaka consigue culminar en oración un momento de apuro, evoca la
bendición que YHWH enseña a Moisés para que la transmita a Aarón y a sus hijos
en Nm 6,22-27: “Dijo YHWH a Moisés: Di esto a Aarón y a sus hijos: ‘Así habréis
de bendecir a los israelitas. Les diréis: Que YHWH te bendiga y te guarde; que
ilumine YHWH su rostro sobre ti y te sea propicio; que YHWH te muestre su
rostro y te conceda la paz’. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y
yo los bendeciré”. Una fórmula similar se expresa como deseo en el Sal 67,2:
“¡Que Dios tenga piedad y nos bendiga, que nos muestre su rostro radiante!”.
Mons. Labaka apela en su oración a la misericordia de Dios, el “rico en
misericordia”: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
estando nosotros muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente
con Cristo -por gracia habéis sido salvados- y con él nos resucitó y nos hizo
sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2,4-6). Las reflexiones finales de
Mons. Labaka a este respecto de la desnudez, profundas, emocionantes, con
expresiones de gran crudeza, las podemos leer en dos títulos: “La cultura del hombre desnudo y el misionero”
(p. 206) y “Comportamientos morales”
(pp. 208-209).
2.6.- Las fechas navideñas hacen
mella en el interior de Mons. Labaka, quien encuentra “un gran consuelo” en las
misas de esos días. Escribe en eso días: “Cristo
en un día como hoy irrumpió en la Historia de la Humanidad. ¡Ojalá que este año irrumpa en la historia del
pueblo Huaorani, comenzando el año primero de su historia cristiana, hasta
llegar a su plenitud en Cristo, hecho Hombre para salvarlos a todos!” (p.
62). Precisamente, el evangelio del día de la fiesta de Navidad es el solemne y
majestuoso prólogo del evangelio de Juan, que en su v. 16 dice: “De su plenitud
hemos recibido todos, y gracia sobre gracia” y en el cuarto evangelio hallamos
esta sentencia de Jesús: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros,
y vuestro gozo llegue a plenitud” (Jn 15,11). La plenitud en Cristo es,
también, una aspiración paulina. El apóstol quiere visitar la comunidad romana
“con la plenitud de las bendiciones de Cristo” (Rm 15,29). Y desea a los
filipenses que su Dios “proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia,
conforme a su riqueza en Cristo Jesús” (Flp 4,19). La gracia de los dones de
Cristo ya ha sido concedida a los cristianos (cf. Ef 4,7), pero hay que llegar
“a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13), pues en él tuvo a bien Dios
hacer residir “toda la plenitud” (Col 1,19). El conocimiento del amor de Cristo
conduce a llenarnos de “toda la plenitud de Dios” (Ef 3,19).
2.7.- La integración de Mons.
Labaka entre los Huaorani pasa por el servicio.
Resuelve su inquietud por integrarse en una familia ayudando en dos labores:
hacer leña y acarrear el agua (hay muchas referencias a estas labores desde la
página 65 de la Crónica; cf.
especialmente p. 78: “Tomo a mi cargo
estos oficios en casa de mis padres y en otras familias cuando se me ofrece
oportunidad”). Labaka, como buen discípulo, asume para sí las llamadas al
servicio que Jesús hace a sus discípulos durante el camino a Jerusalén (cf. Mc
9,35; 10,43-45 y paralelos); a su vez, como buen sacerdote, vive en primera
persona la presentación que Jesús hace de sí mismo en Lc 22,27: “Yo estoy en
medio de vosotros como el que sirve”. Leamos al propio Labaka: “Ha llovido y la tierra está resbaladiza.
Cuando estoy realizando mis tareas y casi en la cima de la pendiente con el
caldero de agua en el hombro, me resbalo y caigo, bañado en sudor, agua y
barro. Pacientemente subo por segunda vez hasta el mismo sitio e invito a
Araba, que me acompaña, para que se me adelante y me coja desde arriba el caldero
de agua. Así tuve éxito, y pensé haber encontrado mi ‘cireneo’” (p. 70;
también en la p. 74 llama “cirineos”
a los dos guías Huaorani que le acompañan en la expedición por la selva, que él
llama “calvario”, por las penosas
condiciones, y “peregrinación”).
El propio Alejandro cita a Simón
de Cirene, nombrado por Lucas en su relato de pasión: “Cuando le llevaban,
echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron
la cruz para que la llevara detrás de Jesús” (Lc 23,26). Lo sugerente de este
episodio es el “valor teologal” que Labaka da a su trabajo, considerándolo como
una entrega apostólica que la pone en relación al destino sufriente de Jesús.
Naturalmente, el balde de agua es el “detalle” de toda una vida entregada a la
evangelización de los Huaorani, siguiendo a Aquel que se entregó en la cruz por
salvarnos (cf. p. 32, ya citada).
2.8.- En un momento de
confidencias y reflexiones, Mons. Labaka escribe: “Pido humildemente al Señor que se digne manifestar su voluntad y que
nos ayude a realizarla plenamente, con docilidad a su Espíritu” (p. 93). El
tema de la voluntad de Dios es un elemento característico del evangelio de
Mateo, donde aparece la impresionante inclusión “Hágase tu voluntad”, primero
como enseñanza de Jesús a los discípulos
en Mt 6,10 (tercera petición del padrenuestro) y luego como oración de Jesús en Getsemaní en Mt
26,42. Hacer la voluntad de Dios, que es Padre bueno y providente, es un hilo
conductor de todo el evangelio mateano, que estructura un itinerario existencial espiritual, propio del verdadero y cabal
discípulo de Jesús. Un itinerario cuyos jalones son: la experiencia de la Gracia de Dios (cf. Mt 6,10); el compromiso humano por hacer la voluntad del Padre, que
incluye naturalmente la fe y las buenas obras, pero que las supera (cf. Mt
7,21); el seguimiento de Jesús, el discipulado,
como condición de posibilidad de realizar la voluntad divina (cf. Mt 12,50); la
entrega pastoral, o caridad pastoral,
para que no se pierda ni uno de los pequeños (cf. Mt 18,14); la obediencia y la fe frente a la
formalidad y la ley (cf. Mt 21,31); y, por fin, la entrega de la propia vida por fidelidad a la misión encomendada por
Dios. La voluntad
del Padre implica, pues, un itinerario existencial y espiritual que,
contemplado desde el ejemplo de Jesús, desemboca en la entrega de la propia
vida, con la convicción de que Dios Padre no consentirá que esa entrega sea el
punto final de dicho itinerario.
Sin saberlo, en esta oración que Mons. Labaka dirige a
Dios, está diseñando en su propia vida la enseñanza más genuina del evangelio
de Mateo: el martirio como expresión
de una vida completamente entregada a la misión encomendada por Dios, Padre que
no consentirá, sin embargo, que se pierda en la nada ni uno sólo de sus
pequeños. Su martirio ya
estaba siendo preanunciado sin que él fuera consciente (¿o sí?): “Me llamó poderosamente la atención la
observación de la inteligente Buganey: - Ten cuidado; porque los Tagaeri viven
ahí y te pueden matar con lanza” (p. 80). “Observé que en el fondo verde amazónico de ambas orillas del Yasuní
predominaban las flores rojas y las moradas. Antes decíamos que el rojo significaba el martirio y el morado, el
sacrificio” (p. 104). Peigomo contestó “que
les gustaba que fuéramos. Pero que estuvieron por matarme porque una de las
veces no había llevado los collares que me habían solicitado (…) Que más tarde
alguien del grupo había muerto por enfermedad y que dijeron que tenían que
matarme” (p. 131).
2.9.- En la primera travesía por
el río Yasuní, el equipo misionero del que forma parte Mons. Labaka experimenta
la providencia de Dios en un
simpático episodio que indica la lectura
creyente que los misioneros
hacen. Mientras Alejandro y un compañero estudian la lengua Huao, el resto del
equipo sale a cazar. “Después vinieron
los comentarios sobre la cacería del día, dando gracias a Dios que oyó la
petición de nuestro Padre Superior en las oraciones de esta mañana: ‘Señor,
concédenos una abundante cacería para poder obsequiar a nuestros hermanos
Huaorani’. Pues, ahí está la respuesta: un mono, un paujil [gran ave del
bosque tropical], un motelo [tortuga
de tierra] y, a última hora de la tarde,
un precioso venado” (p. 104). Igualmente, en la tercera travesía, excelente,
por el mismo río, Alejandro escribe que todo ha sido favorable: el estado del
río, el tiempo, los motores de la barcaza, la salud de los misioneros “y, sobre todo, el clima amistoso y familiar
del grupo Huaorani nos han proporcionado el gusto de una experiencia apostólica
en la que hemos adivinado la providencia de Dios, haciéndonos exclamar en más
de una ocasión: -Para ser suerte, es demasiada suerte!” (p. 156). Nos
evocan el bellísimo texto de Mt 6,25-33, el abandono en la Providencia, que nos
enseña que lo primero es buscar el Reino de Dios y su justicia, y “todas esas
cosas” (por ejemplo la comida), se nos dará por añadidura, porque ya sabe
nuestro Padre celestial que tenemos necesidad de todo eso.
2.10.- El equipo misionero “siente la necesidad” de reunirse ante el
Señor y hacer la celebración de la Palabra. Después, en el comentario
dialogado, surgen dos proyectos diferentes: dividirse en dos equipos, con unas
razones a favor, o seguir todos juntos, con otras: “Oramos intensamente pidiendo luz y fortaleza, y dejamos la decisión
final a la consulta con la dura almohada. Ya no se habló más. Pero a la mañana
siguiente, después del desayuno, estábamos todos en marcha hacia los Aucas”
(p. 106). El episodio nos conduce al comienzo del libro de los Hechos, cuando
se recompone el grupo de los Doce (Hch 2,15-26). Tras el discurso de Pedro a
los hermanos y la presentación de dos candidatos, el texto dice: “Entonces
oraron (…) Les repartieron las suertes y la suerte cayó sobre Matías, que fue
agregado al número de los doce apóstoles”. Hay paralelismos evidentes: dos
opciones a tomar y, para adoptar la solución, primero hacer oración y, después, atender a los recursos humanos.
Ni entonces ni ahora la voluntad de Dios aparece explícita y manifiesta como
para que no haya dudas sobre qué y cómo obrar, pero entonces y ahora se tiene
que utilizar también, como elemento de discernimiento, la interpretación de las cosas cotidianas.
2.11.- En el encuentro con su
familia Huao, que tanta importancia tuvo para Alejandro, durante la primera
travesía, apunta como de pasada un
aspecto evangelizador muy importante: “El
Doctor tuvo en seguida plena aceptación por sus servicios médicos, los que tuvo
que prestar al momento” (p. 108). También en la tercera travesía hay una
referencia a este aspecto: “Frecuentemente
Cristo devolvía la salud del cuerpo, como signo de la gracia espiritual que
infundía. En este sentido fue también una novedad la visita del P. Amunárriz en
su calidad de doctor. Los Huaorani depositaron en él toda su confianza…”
(p. 158). Los destaco porque encajan perfectamente en el proyecto evangelizador
que nos brinda Mateo, que suele pasar muy desapercibido, pero que tiene indudable
trascendencia pastoral.
En Mt 4,17, Mateo presenta, a
modo de título, las primeras palabras de Jesús en misión: “Convertíos, porque
el Reino de los cielos está llegando”. Después, en 4,18-22 se nos narra la
vocación de los primeros discípulos, que serán enviados a partir de 9,36 con el
impactante discurso misionero de Jesús (9,36-11,1), que cierra la sección. En
medio queda una inclusión casi
exacta: tanto en 4,23 como 9,35 se nos presenta un sumario de actividad de Jesús. Dice el texto que Jesús enseñaba en sus sinagogas, proclamaba el
evangelio (posición central) y
curaba toda enfermedad y toda dolencia. Pues bien, a partir de 5,1 y hasta
8,1 el evangelio nos presenta el Sermón de la Montaña, esto es, desarrolla la primera actividad de Jesús (enseñanza);
y a partir de 8,2 hasta 9,34 el evangelio presenta una sección de curaciones y
obras de poder de Jesús, es decir, desarrolla la tercera actividad. Ya no hay más texto. ¿Dónde se desarrolla
textualmente la segunda y central
actividad (proclamar el evangelio)? Precisamente, en la enseñanza y las
curaciones. Proclamar el evangelio es enseñar y curar toda enfermedad y toda
dolencia. Pero muchos, muchísimos de
nuestros esfuerzos evangelizadores se quedan en la clave de la enseñanza, la
formación, el estudio…, mientras que poco nos adiestramos y poco desarrollamos la otra pata de la evangelización: la
capacidad de sanar. Por eso he destacado esa aparentemente modesta afirmación
de Mons. Labaka.
2.12.- Después, repartieron los
obsequios que llevaban para los Huao, y Mons. Labaka anota: “Según atinada observación del P. Manuel,
poco después nosotros éramos los pobres, tanto que los Huaorani nos tuvieron
que prestar ollas para cocinar, azúcar para el refresco y otras varias cosas”
(p. 108). En Hch 20,35 Pablo recoge unas palabras de Jesús, desconocidas por
otros medios, en el discurso de despedida a los presbíteros de Éfeso: “En todo
os he señalado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y
que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor
felicidad hay en dar que en recibir”. Desde luego, la colecta para los pobres de la iglesia-madre de Jerusalén es muy importante
en varias de sus cartas (2Co 8-9 y passim).
Pero el ejemplo más impactante, cristológicamente, es el himno de Filipenses,
sobre todo su primera parte, que habla del abajamiento, el anonadamiento, el
“vaciamiento” o kénosis de Cristo
(Flp 2,6-8). Puede parecer excesivo comparar un episodio misionero modesto con
el solemne himno de Filipenses, pero el episodio no es “ocasional”, sino más
bien paradigmático del modo en que Mons. Labaka comprendió y ejerció su labor
apostólica entre los Huaorani: los términos impactantes del himno (despojarse
de sí mismo, tomar condición de esclavo, rebajarse a sí mismo, hacerse
obediente hasta la muerte) son perfectamente identificables en muchos momentos
de la Crónica como características
fundamentales de la misión de Mons. Labaka.
2.13.- Estamos ya en la cuarta
travesía por el río Yasuní. Se han consolidado las visitas y el equipo
misionero mixto. Hay un tono general de satisfacción, una sensación de que todo
va “viento en popa”. En este contexto, Mons. Labaka escribe: “En estas convivencias con los Huaorani
tenemos momentos de trato individual, en los que cada misionero se desenvuelve
con toda libertad y según los dones que ha recibido de Dios (…) En fin, cada
misionero se anima recordando y contando esos momentos tan llenos en su vida,
según los dones recibidos del Espíritu” (pp. 204-205). Al momento,
recordamos 1Pe 4,10: “Cada uno, según el don que ha recibido, lo ponga al
servicio de los demás, como buenos administradores de las diversas gracias de
Dios”. Y, por supuesto, hay otros muchos ecos paulinos: “A cada uno de nosotros
le ha sido concedida la gracia en la medida de los dones de Cristo” (Ef 4,7);
y, en el capítulo dedicado a los dones espirituales (carismas) en 1Co, Pablo
escribe: “Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu,
distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1Co 12,11). La
llamada de Pablo a no descuidar y a reavivar los dones recibidos (cf. 2Tm 1,6;
1Tm 4,14) es ejemplarmente desarrollada por el equipo misionero, y lo hacen,
siguiendo también la enseñanza de Pablo (cf. 1Co 13,1-3), por amor a Cristo y al pueblo Huaorani.
2.14.- En el transcurso del
quinto viaje por el río Yasuní, Mons. Labaka narra por dos veces un episodio en
el que se hace presente la religiosidad tradicional Huaorani. En medio de una
gran tempestad, con impresionantes estampidos de truenos y rayos, con viento
huracanado, los Huaorani realizan un rito que consiste en unas recitaciones y
en colocar en el fuego, dentro de la casa, un panal de cera-brea de abejas. Así
se quedan tranquilos: “Sentí un gran
respeto hacia estas manifestaciones y me uní en una oración en voz alta a
Jesús, pidiendo que nos librara de todo mal. Cayeron unas gruesas gotas de
lluvia, refrescando el ambiente y se calmó el viento” (p. 217). Un poco más
adelante, en la memoria que Labaka hace del mismo viaje, vuelve a contar el
mismo sucedido, y escribe: “¿Qué
significó el humo? [que hace el panal en el fuego] Presencia de los Huaorani, nos explican, de personas que piden ser
respetadas por las fuerzas cósmicas. Nos sumamos en oración a Jesús para que no
suceda nada adverso (…) Cayeron unas gruesas gotas de lluvia, se refrescó el
ambiente y sobrevino la calma” (p. 222). Aunque en el primer texto se
recoge ese “pidiendo que nos librara de todo
mal” que nos recuerda al Padrenuestro (Mt 6,9-13), el episodio nos evoca
con más fuerza el de la tempestad calmada (Mc 4,35-41; Mt 8,23-27; Lc 8,22-25),
no sólo por la “gran calma” que aparece al final de los dos relatos, sino por
el hecho de recurrir en oración a Jesús, tanto por parte de los discípulos
(sobre todo en el relato de Mateo), como de Mons. Labaka.
3.- La figura de Pablo en Alejandro Labaka
Ya desde el mismo prólogo a la Crónica, escrito por Miguel Ángel
Cabodevilla, me vino a la memoria la figura de Pablo en la persona de Mons.
Labaka. Cuando hace referencia a que “le
tocó soportar muchos desatinos” y que era considerado por muchos “con los términos más displicentes e incluso
injuriosos” (p. 10), me vinieron a la memoria las numerosas dificultades e
incomprensiones que tuvo que sufrir el apóstol, de las que 2Co 11 es una
muestra destacada, pero ni mucho menos única. A partir de ese momento, la identificación de Mons. Labaka con el
gran misionero y apóstol Pablo nunca dejó de acompañarme en la lectura de la Crónica. Y así, cuando Cabodevilla
señala que Labaka fue “un pionero en la
protección de los grupos aislados” (p. 10), pienso en ese Pablo capaz de
defender a sus pequeñas comunidades gentiles, en las que también fue pionero, frente a los judaizantes que
ponían en cuestión su persona, su evangelio y su apostolado. Y cuando nos
indica que los escritos de Labaka son “narraciones
escritas a vuela pluma”, “relato
espontáneo, cartas personales, donde el autor pone en juego su corazón”
(pp. 10-11), ¿cómo no recordar de inmediato las cartas de Pablo, tan ocasionales como espontáneas, donde a
cada paso puede sentirse el pálpito apasionado de su corazón?
3.1.- La primera frase con
evocaciones paulinas la escribe expresando su disposición a visitar las
“trochas” (caminos o espacios abiertos en la maleza)
donde se encuentran los trabajadores de una petrolera, porque estaban siendo
molestados por los Aucas. Así escribe: “En
nuestra propuesta no ocultamos nuestra incapacidad por el desconocimiento de su
lengua, pero, al mismo tiempo, aflora una confianza en la capacidad que nos viene
de Dios por la fe” (p. 22). Esta última frase tiene incluso una dicción
típicamente paulina. Porque una idea parecida encontramos en 2Co 3,4-6: “Ésta
es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros
mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que
nuestra capacidad viene de Dios, el
cual nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino
del Espíritu, pues la letra mata mas el Espíritu da vida”. Uno y otro hacen
descansar los afanes apostólicos, el “ministerio”, en el Dios en quien han
puesto su confianza. De ahí que Pablo pueda exhortar a “no inquietarse por cosa
alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones,
mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias” (Flp
4,6).
3.2.-
En el primer encuentro con los Huaorani, Mons. Labaka tuvo una primera conversación
con un joven llamado Huane, que se acercó al misionero y le hizo un minucioso
examen, desabrochándole la camisa y el pantalón: “Cuando se encontró el Cristo en mi pecho preguntó: - ¿Quino i? (¿Qué
es?). Sólo acerté a decirle: - Es Cristo Jesús que murió por nosotros en la
cruz-. Y estampé un beso al Cristo. Hizo un esfuerzo para pronunciar ‘Cristo
Jesús’, se rió y siguió el examen de todos mis bolsillos” (p. 32). En este
emocionante episodio, que continúa con otros detalles conmovedores, encuentro
dos ecos: Mons. Labaka, en sus primeras
palabras evangelizadoras sigue el modelo de Pablo, cuando, en el famoso
texto de 1Co 1,23 dice: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo
para los judíos, locura para los gentiles”. La preocupación de Pablo era “no
desvirtuar (lit. ‘vaciar’) la cruz de Cristo” (1Co 1,17), porque la predicación
de la cruz es “fuerza de Dios para los que se salvan, para nosotros” (1Co
1,18). No cuesta trabajo incluir en ese “nosotros” a Mons. Labaka. Y cuando el
joven Huane se ríe ante las palabras del misionero, recordamos el relato del
discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17,22-34), donde, pese a
escuchar el magnífico discurso (laudable por tantos motivos) de Pablo, las
reacciones de la gente fueron de burla o de desidia. Los parcos resultados no
desanimaron a Pablo, ni tampoco a Labaka, que suspira por “el milagro de la
evangelización”.
Más
adelante, el crucifijo será el medio
evangelizador: “Otra de mis
preocupaciones: ¿Cómo dar a entender con el mensaje de la palabra la Buena
Noticia, cuando desconozco completamente su lengua? El crucifijo colgado de mi
cuello ha sido uno de los medios” (p. 82). Y esta vez con mejor resultado:
“Me quedó la sensación interior de que el
Espíritu Santo había obrado en el alma del joven Araba. Un atardecer me buscó dentro
del bohío y estábamos casi solos. Con especial insistencia me preguntó por el
significado del Cristo crucificado. De pronto escuché muy claramente que me
decía la palabra con que ellos designan al Creador, preguntándome si Jesús es
el Creador. Casi sin darme cuenta afirmé mi convicción con un movimiento de
cabeza. Entonces el joven, con especial reverencia, besó por tres veces mi
crucifijo (…) Esto hizo brotar una oración desde el fondo de mi alma” (p.
82).
3.3.-
En el episodio en que Mons. Labaka narra su “adopción” por una familia Huaorani
(cf. 2.3), además de las reminiscencias evangélicas que señalábamos allí, se
encuentran dos ecos paulinos muy significativos: En primer lugar, en éste y en
otros momentos de su misión, Alejandro tuvo que aceptar algunas cosas que no
encajaban en su formación y manera de ser (la desnudez integral, por ejemplo).
Así lo expresa en lo que considera una “digresión de Misionología” cuando
reflexiona sobre el ritual de adopción y su completa desnudez: “Temí ser un rechazo para la cultura y
costumbres Huaorani si me manifestaba demasiado rígido; por eso juzgué un deber
el manifestarme y comportarme con toda naturalidad, igual que ellos, aceptando
todo, excepto el pecado” (p. 54). De inmediato recordamos 1Co 9, donde
Pablo entona un himno a su apostolado haciendo ver a su comunidad que, aunque
tenía “derechos” como los demás, él enfatiza que “de ninguno de esos derechos
ha hecho uso” (1Co 9,12.15), antes bien, “todo lo soportamos para no crear
obstáculos al Evangelio de Cristo” (1Co 9,12). Y, en ese estilo suyo, tan
característico, que le hace ir envalentonándose para expresarse de una manera
cada vez más resolutiva y audaz, afirma que “siendo libre de todos, me he hecho
esclavo de todos para ganar a los que más pueda” (1Co 9,19), para concluir así:
“me he hecho todo a todos, para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo
hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo” (1Co 9,22-23). Pablo en
estado puro. Este mismo eco lo podemos encontrar en otros momentos de la Crónica: “Como otros días, me dedico a ratos a ser niño entre los niños y
comediante entre los grandes” (p. 70). Y, como señal de la necesaria
inculturación, leemos en la p. 112: Para la evangelización de los Huaorani, “condición fundamental, imprescindible, es
familiarizarse con su lengua y sus costumbres”; y, en la misma línea: “El estudio absolutamente necesario de la
lengua y la cultura Huaorani” (p. 151). Su objetivo es éste: “Entre los Huaorani sólo queremos descubrir a
Cristo que vive en su cultura y que se nos revele como Huao y como Huinuni
[el Dios Creador]” (p. 221). En segundo lugar, Mons. Labaka insiste en que son
familia, como Pablo exhorta a sus cristianos de Éfeso: “Ya no sois extraños ni
forasteros, sino conciudadanos de los santos y familia de Dios” (Ef 2,19; cf.
también “Hijos de Dios” en Rm 8,16; Ga 3,26; 6,10; [1Jn 3,1]; [“casa de Dios”
en Hb 3,3-6]). El lenguaje familiar, y particularmente materno, de Pablo es muy
llamativo: así, a los tesalonicenses escribe: “Nos mostramos amables con
vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos” (1Ts 2,7); a los
gálatas: “¡Hijitos (tekna: término
familiar) míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo
formado en vosotros!” (Ga 4,19); a los corintios: “Os di a beber leche y no
alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar” (1Co 3,2); a los
filipenses: “Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el
afecto entrañable de Cristo Jesús” (Flp 1,8). Un libro apócrifo de los primeros
siglos cuenta que, en el momento del martirio, cuando cortaron la cabeza de
Pablo, en vez de sangre salió leche: era la manera como las comunidades se
acordaban de la actitud materna de
Pablo para con ellas.
3.4.-
Las muchas referencias al servicio y trabajo que Mons. Labaka realizaba en
medio de la comunidad Huaorani (hacer leña y traer agua a las casas) evoca
claramente 1Ts 2,8-9: “Tanto os queríamos, que estábamos dispuestos a
daros no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Habéis
llegado a sernos entrañables! Pues recordáis, hermanos, nuestros trabajos y
fatigas. Trabajando día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os
proclamamos el Evangelio de Dios”.
3.5.- Una de las muchas
expediciones por la selva es narrada por Mons. Labaka con gran énfasis en su
sufrimiento: “Después de unas tres horas
de andadura comienza a abatirme un gran agotamiento físico (…) Las lomas son
muy pronunciadas y frecuentes y mi cuerpo es ya una piltrafa: calambres a las
piernas, mareo de cabeza, arcadas; tropiezo frecuentemente, caminando como
sonámbulo. En una de las subidas me arrecian los calambres, hasta hacerme
exhalar un lamento, y al poco tiempo vomito bilis (…) El resto de la senda es
para mí un verdadero calvario” (p. 74).
No es difícil advertir en estas
líneas la parte de penurias físicas sufridas por el apóstol Pablo en sus
misiones evangelizadoras, de las que hace un amplio elenco en 2Co 11,25b-28:
“Tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. Viajes frecuentes;
peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros
de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar;
peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas
veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras
cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las iglesias”.
Alejandro termina su descripción con unas palabras que parafrasean a Pablo: “Cristo hace resaltar mi debilidad para que
brille más la fortaleza de su actuar en ellos”. La sutil frase del
misionero vasco nos evoca 2Co 4,12, donde Pablo pone colofón a sus palabras
sobre las tribulaciones y esperanzas del ministerio apostólico (el tesoro en vasijas de barro) diciendo: “De modo que la muerte actúa en
nosotros, mas en vosotros la vida”. Y, naturalmente, pensamos en 2Co 12,9-10:
“Pero él me dijo: ‘Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la
flaqueza’. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis
flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en
mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las
angustias sufridas por causa de Cristo; pues, cuando soy débil, entonces es
cuando soy fuerte”. En medio de todas las dificultades, surge la oración de
Alejandro: “Que el Señor desbroce los
caminos para la evangelización de los Huaorani. Amén” (p. 75).
3.6.- En contraste con la
sexualidad masculina, con peligros
para Mons. Labaka (cf. 1.2), “La
situación moral de la mujer la he visto milagrosamente revestida de dignidad y
protección social de su propia cultura” (p. 79; cf. p. 110: “La mujer tiene un puesto de gran importancia
e influencia en la familia y sociedad Huao”; p. 150: “Las mujeres aparecen muy seguras de sí, participan en todo con gran
iniciativa y animación, al parecer con libertad y sin complejos”). Luego
describe el papel de la mujer en el grupo social y termina así: “Creo que estos momentos pueden ser de
extraordinaria oportunidad de evangelizar al pueblo Huao por la participación
misionera femenina” (p. 80).
Más adelante, en la exitosa
segunda travesía por el río Yasuní, Mons. Labaka escribe: “¿Cuál sería la reacción del grupo si lleváramos misioneras, sean éstas
religiosas o seglares casadas o solteras? (…) Hasta el presente (…) no hemos
querido arriesgarnos ni hemos encontrado ninguna vocación que se sienta tan
claramente llamada por Dios, o con la suficiente aprobación de parte de su
Congregación para arriesgarse. Con todo, en este viaje he constatado un gran
deseo de que las llevemos (…) Pero no quiero que nadie se aventure por las
garantías que yo pueda ofrecerle, sino porque ella misma se sienta llamada por
Dios y por creer que vale la pena arriesgar algo por el Evangelio” (p. 150;
cf. p. 156, donde afirma que la presencia femenina en el equipo misionero, en
el tercer viaje por el Yasuní, “hubiera
sido, sin duda alguna, más rico, a nivel de gesto inicial de evangelización
para el pueblo Huaorani”).
Labaka camina siempre hacia un
mayor convencimiento: “El Evangelio no
crecerá lozano sin el calor de los riesgos sufridos por los misioneros y
misioneras por igual” (p. 165). Finalmente, dos Hermanas Lauritas
(Misioneras de la Madre Laura), Inés Ochoa y Amanda Villegas, exponen “con calor misionero sus ideales de
participar en la evangelización del pueblo Huaorani”: para Labaka es “la hora de Dios”. Se disponen a subir al
helicóptero y “los rostros de las
Hermanas reflejan alegría incontenible” y, cuando aterrizan entre los
Huaorani, era “indescriptible la emoción
de las Hermanas y la alegría de los Huaorani” (pp. 177-178). ¡Objetivo
cumplido! El equipo misionero mixto hace sus labores: asistir a los enfermos
con medicinas, hacer comida y repartirla, convivir fraternamente con los
Huaorani. Cuando llega la hora de volver, Labaka escribe: “Un gran paso con la bendición de Dios para la evangelización del pueblo
Huaorani. Amén” (p. 181).
La participación femenina en la
misión de Pablo fue realmente destacada. Sólo en la carta a los Romanos, en el
capítulo 16 (saludos y despedida), aparecen Febe, diaconisa en Cencreas (Rm
16,1-2), Prisca o Priscila, colaboradora del apóstol (Rm 16,3-4), la laboriosa María (Rm 16,6), Junia, ilustre entre los apóstoles (Rm 16,7),
Trifena, Trifosa y Pérside, trabajadoras
en el Señor (Rm 16,12), la madre de Rufo (Rm 16,13), Julia, una anónima
hermana de Nereo y Olimpia (Rm 16,15). Además, en muchas comunidades domésticas
fundadas por Pablo aparece el nombre de alguna mujer, en cuya casa se reúne la
comunidad: en Corinto (cf. 1Co 16,19: Priscila); en la casa de Filemón (cf. Flm
2: Apia); en Filipos (cf. Hch 16,14-15: Lidia); en Laodicea (cf. Col 4,15:
Ninfa). Pablo abrió espacios para que las mujeres pudieran ejercer su función
en las comunidades. La misión compartida de Pablo es misión compartida de
Alejandro. En sus planes entra “buscar
entre los catequistas quichuas una familia que quiera establecerse conmigo,
viviendo en la casa junto al río y manteniéndonos de la pesca y la cacería
hasta que podamos tener nuestra chacra (huerto familiar)” (p. 84).
3.7.- En un momento de reflexión
sobre todo lo que ha vivido, Mons. Labaka dice: “En algunos momentos me he sentido muy agradecido del Señor (…) pero
otras veces tengo que pedir a Dios que me envíe su Espíritu para que
internamente, en mi alma, tenga desprendimiento de mí mismo y me revista sólo
de Cristo…” (p. 93). Casi al final de la Crónica escribirá: “Tenemos
que pedir al Espíritu que nos libere de nuestra propia suficiencia espiritual,
que pretende alcanzar a Dios por el Breviario, la Liturgia o la Biblia; para
nada de eso tendremos adecuada oportunidad. ¡Vamos, Hermanas, espiritualmente
desnudos para revestirnos de Cristo que vive ya en el pueblo Huaorani y que nos
enseñará la nueva forma original e inédita de vivir el Evangelio!” (p.
205).
El antiguo deseo del Salmo 104,30
(LXX): “Enviarás tu Espíritu… y renovarás la faz de la tierra” es aquí sentido
como necesidad honda del misionero vasco para conformarse más y más a Cristo,
para “revestirse de Cristo”. Es una terminología muy paulina, quien exhorta a
revestirse del Señor Jesucristo en Rm 13,14; lo constata para los bautizados en
Ga 3,27, indicando que, revestidos de Cristo, no hay divisiones de etnia, ni de
posición social, ni de género, todos uno en Cristo Jesús. Cristo, primogénito
de la Nueva Creación, es modelo de
Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad, del
que revestirse (cf. Ef 4,24; Col 3,10).
3.8.- En un momento dado, a Mons.
Labaka le llegan rumores de que “los
misioneros lingüistas estaban disgustados por nuestras recientes actividades
con los Huaorani”, pero organiza una visita para tener una entrevista que “se desarrolló en franca cordialidad y mutua
confianza. En ningún momento de la entrevista demostraron los miembros del
Instituto tener resentimientos o celos por nuestras actividades con los
Huaorani” (p. 98). La escena nos recuerda los enfrentamientos habidos entre
Pablo y algunos misioneros judaizantes, que tantos problemas crearon en las
comunidades de Galacia, Corinto o Filipos. Hasta el punto de que la visita de
Pablo a Jerusalén, iglesia madre, a exponer a los “notables” el evangelio que
proclamaba entre los gentiles. Pablo tiene miedo de que los “intrusos”, los
“falsos hermanos” infiltrados para espiar su libertad en Cristo Jesús hubieran
conseguido un cierto eco en las “columnas” de la iglesia de Jerusalén (cf. Ga
2,2-6). Pero respira con alivio al comprobar que dichas “columnas” (Santiago,
Pedro y Juan) confían en la evangelización de Pablo entre los gentiles y “nos
tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros
fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos” (Ga 2,9).
3.9.- En la fiesta de San Marcos
de 1977, Mons. Labaka escribe: “Y san
Marcos da el temple a nuestras almas con sus antífonas: ‘Soy ministro del
Evangelio’. ‘Todo lo hago por el Evangelio’. Dios me ha concedido la gracia de
evangelizar a los gentiles’” (p. 102). Labaka recoge las antífonas de los
salmos del rezo de Vísperas de dicha
festividad, que son antífonas inspiradas o tomadas de cartas paulinas. La
primera antífona es “Soy ministro del Evangelio en virtud de la gracia que Dios
me ha dado. Aleluya”; está inspirada en 1Co 9,16-18: “Predicar el Evangelio no
es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de
mí, si no evangelizo! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría
derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha
confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Que, evangelizando, lo entrego
gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio”; también
podemos leer en 1Tm 1,11: “Según el Evangelio de la gloria de Dios
bienaventurado, que me ha sido confiado”. La segunda antífona dice: “Todo lo
hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo. Aleluya” y está tomada
casi literalmente de 1Co 9,23. La tercera antífona reza: “Dios me ha concedido
la gracia de evangelizar a los gentiles las insondables riquezas de Cristo.
Aleluya” y prácticamente repite el texto de Ef 3,8.
3.10.- En el segundo viaje por el
río Yasuní, que se produjo después del asesinato de varios trabajadores de la
petrolera a manos de grupos Aucas, lo que creó una situación de especial
dificultad, Mons. Labaka se encuentra con unos cuantos Huaorani (grupo
perteneciente a los Aucas), que les reciben “con grandes muestras de contento y simpatía”. Ellos trenzan unas
coronas de palmera y se las ponen a los tres miembros del equipo misionero, con
un mensaje: “Para que seamos buenos
hermanos”. Alejandro queda profundamente impresionado por el gesto y las
palabras, y apunta: “Así quedan restauradas
las relaciones de paz y amistad entre nosotros. ¡Siento vergüenza y humillación
de haber desconfiado tanto de ellos! Nos despedimos y regresamos hacia nuestro
campamento, ahora solos, y con una gratitud profunda a Dios” (p. 142; cf.
p. 148: “¡Te damos gracias, Señor, de
todo corazón! ¡Te damos gracias, Señor, cantamos para Ti!”).
La acción de gracias a Dios está
muy presente en el epistolario paulino, dar gracias a Dios es algo común en
Pablo. Así aparece en Rm 1,8; 1Co 1,4.14; 14,18; Ef 1,16; Flp 1,3; Col 1,3; 1Ts
1,2; 2,13; 2Ts 1,3; 2,13; Flm 4. En muchas de estas citas, la acción de gracias
a Dios se debe precisamente a la gente para la que escribe: ese “vosotros” del
que Pablo destaca la fe (Rm 1,8; Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4), la
gracia de Dios que les ha sido otorgada, y que enriquece sus palabras y su
entendimiento (1Co 1,4), el amor (Ef 1,15; Col 1,4; 1Ts 1,3; 2Ts 1,3; Flm 4),
la colaboración prestada al evangelio (Flp 1,5), la esperanza (1Ts 1,3), la acogida
de la Palabra (1Ts 2,13), la elección divina (2Ts 2,13). Todo progreso
comunitario es, para Pablo, motivo de agradecimiento a Dios, como también
ocurre con el misionero vasco.
3.11.- Como acabamos de ver, la
segunda travesía por el río Yasuní ofreció al equipo misionero el consuelo de
una paz recompuesta. Son momentos de encuentros amables y fecundos, “un oasis de cantos y rezos (…) ¡Fue una
vigilia en la que, sobre el lodazal, se cernía el espíritu de la fusión de los
hermanos en la fe de un Creador!” (p. 144). La explosión jubilosa de
euforia que expresa Mons. Labaka nos recuerda a Ef 4,5-6, donde Pablo, que
exhorta a vivir de una manera digna de la vocación a la que hemos sido llamados,
dice: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de
todos, que está sobre todos, actúa por todos y está en todos”.
CONCLUSIÓN
Mons. Labaka podía estar
realmente contento al final de su Crónica,
porque sus opciones de evangelización y sus esfuerzos misioneros iban
progresando extraordinariamente. Casi al final de su diario, hablando de un
encuentro entre el equipo misionero y los Huaorani, escribe: “Nadie ha tenido dificultades de
entendimiento y todos se han desenvuelto por igual, porque todos han empleado
el mismo lenguaje del amor en Cristo” (p. 235). Y el último párrafo de la Crónica (aunque añade un pequeño postdata) dice: “Saludo con gran confianza en Dios esta nueva etapa de verdadera
hermandad de pueblos en una civilización del amor, dentro de esta pequeña
parcela amazónica del Padre” (p. 236).
Llegados al momento culmen de su
diario, llegamos al momento culmen de su experiencia y de nuestra fe: el amor. Dios es amor (1Jn 4,8.16; cf.
1Jn 4,7-10). “Como el Padre me amó, así también yo os he amado: permaneced en
mi amor” (Jn 15,9); “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus
amigos” (Jn 15,13); “Éste es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como
yo os he amado” (Jn 15,12). Para todo seguidor
de Jesús, para todo cristiano, amar es el mandamiento principal, el que engloba
a todos los demás (cf. Mc 12,28-31). De modo que, como discípulos de Jesús,
estamos llamados a imitar al que dio su vida por todos: “En esto hemos
conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros
debemos dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,16). Nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Cristo: el bellísimo texto de
Rm 8,35-39 puede servirnos de punto final a nuestra exposición, porque
refleja perfectamente la experiencia
de Mons. Labaka, de un amor de/en Cristo vivido y entregado.
La última fecha registrada en la Crónica es el 28 de abril de 1980. Siete
años después, el 21 de julio de 1987, Mons. Alejandro Labaka y la Hna. Inés
Arango morían alanceados por los Tagaeri, un grupo Huaorani con el que comenzaban a
relacionarse. Cuenta el P. José Miguel Goldáraz, superior de la Misión, que el
cuerpo de Labaka le pareció un altar: quince lanzas de tres metros y medio
adornadas de plumas de colores le tenían clavado a la tierra; alrededor se
veían huellas de haber danzado en círculo; su rostro reflejaba una paz inmensa
y en sus labios se dibujaba una sonrisa. “Ven,
bendito de mi Padre; entra en el gozo de tu Señor”.
José A. Badiola Sáenz de Ugarte
[1] Me
parece importante señalar las primeras
palabras que pronuncian los Huaorani: “Amigo, amigo” y “memo, memo” (=
“hermano, hermano huao”) (p. 30). Las palabras expresan sentimientos, y éstos
son sentimientos que hablan de una cierta bondad natural, que Mons. Labaka
considerará, siguiendo a San Justino (Apología
II,13) y al Concilio Vaticano II (Ad
gentes 15), “semillas del Verbo”
(p. 58): “Creo, que antes de cargarles de
crucifijos, medallas y objetos externos religiosos, debemos recibir de ellos
todas las ‘semillas del Verbo’ ocultas en su vida real y en su cultura, donde
vive el Dios desconocido” (p. 149); semillas del Verbo “por las que Dios ha demostrado su infinito
amor al pueblo Huaorani, dándole una oportunidad de salvación en Cristo”
(p. 151). “Sencillamente: queremos
visitarles como hermanos. Es un signo de amor, con un respeto profundo hacia su
situación cultural y religiosa. Queremos convivir amistosamente con ellos,
procurando merecer descubrir con ellos las semillas del Verbo” (p. 158).
Fundamental la lectura de un apartado que Mons. Labaka titula: “Evangelización descubriendo las semillas del
Verbo” (p. 205), toda una declaración de intenciones del proyecto
evangelizador de Labaka.
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