ELEMENTOS DEL ESCUDO EPISCOPAL

1.— Parte izquierda superior: El escudo de Biezama, patria chica de Monseñor Labaca.
Arbol - Frondosidad y riqueza de los bosques de Beizama. Dos estrellas: Fe y ejemplo frente a los pueblos.
Significado en el escudo episcopal: Arbol plantado por Dios en Beizama, regado con las aguas bautismales, iluminado por la luz de la fe y del amor de los seres queridos.

2.— Parte derecha superior: El Sol.
Significado: Cristo es Sol sin ocaso "lux mundi, a quo procedimos, per quem vivimos, ad quem tendimus—. "de él venimos, por él vivimos, a él vamos" (Lumen gentium, 3).

3.— Un río caudaloso con afluentes, recordando los ríos del Vicariato; en medio del río una quilla rústica, guiada por un hombre con tahona, en dirección al sol, recogiendo las "semillas del Verbo¬—Laete et reverenter detegant semina Verbi in eis latentia¬(Ad Gentes 11, 2).
Significado: Arbol transplantado a la Amazonía y destinado al servicio de la Iglesia de Aguarico.

4.— Estas semillas del Verbo están simbolizadas también por una palmera de chonta con frutos maduros.

5.— En la parte superior del escudo sobresale el báculo en forma de T, con los brazos de Cristo y de San Francisco de Asís.

6.— Entrelazando el escudo, el cordón franciscano y el lema "Deus omnia in omnibus" (I Cor. 15, 28). "omnibus omnia sese facere" (I Cor. 9, 22).
Simplificado: Deus in omnibus. omnibus omnia.
Castellano: Cristo en todos. Todo para todos.

Taromenani


Mensaje del Ministro General

CURIA GENERAL
RECUERDO DE ALEJANDRO LABACA

Prot. N. 1853/87

M. R. P. Eleuterio Ruiz, Min. Prov.
Mayor, 50, 1.° Apdo. 15
BURLADA (Navarra). España

Estimado y querido Padre: Paz y bien.
Me dirijo, de nuevo, a ti con el recuerdo de Alejandro Labaca.
He leído vuestro último OPI (no. 285), y su lectura ha aumentado mi amor mi aprecio por él. He sentido el impulso de manifestártelo.

Me he encontrado, además, en el Sínodo en curso, con el Vicario Apostóli­co de S. Miguel de Sucumbíos, Mons. Gonzalo López Marañón, que celebre por la muerte de Alejandro. Me ha hablado de él con encomio y con la convicción de considerarlo como auténtico mártir de Cristo.

Por ello, me parece muy bien la intención de la Conferencia Episcopal Ecutoriana de pedir a la Santa Sede «la elevación a los altares de los dos misioneros muertos a manos de los Tagaeri».

Sería un honor para vosotros y para la Orden; pero será, sobre todo, un estímulo.

Demos gracias a Dios porque no nos faltan tales estímulos, pidámosle nos los aumente, porque mucho lo necesitamos.

Con mi gratitud por el hermano que habéis dado a la Orden, mi bendición confortadora y siempre fraterna.
Roma, 30 de octubre de 1987

En comunión de aspiracióny de afecto.

Fr. FLAVIO ROBERTO CARRARO
Min. Gen. O.F.M. Cap
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MATAN A OBISPO INDIOS AUCAS




Monseñor Alejandro Labaca Ugarte, obispo español del Vicariato de Aguarico, en la Amazonia ecua­toriana, fue asaeteado el pasado 21 de julio por los indios aucas, en las orillas del río Coronaco. Un total de 75 pinchazos de flechas y lanzas fue­ron detectados en su cadáver. Tam­bién apareció destrozado el cuerpo de la misionera Inés Arango, de la orden de las terciarias capuchinas de la Sagrada Familia. Ambos cadáveres fueron descubiertos por los tripulan­tes de un helicóptero de una compa­ñía petrolífera que sobrevolaba la re­gión con el encargo de recoger a los dos misioneros y trasladarlos a Coca, capital del Vicariato Apostólico. Un helicóptero de la citada compañía pe­trolífera les había llevado el día ante­rior hacia las tierras de los aucas.

Los indicos aucas representan un 25 por 100 de la población de este Vicariato Apostólico.. El otro 75 por 100 está formado por colonos mestizos provenientes de las diversas provincias de todo el Ecuador. La región conoce desde hace algunos años un fuerte movimiento inmigratorio, debi­do al descubrimiento de importantes yacimientos de petróleo, los mayores de la nación. Las sucesivas oleadas de mestizos han provocado graves en­frentamientos con los indios aucas, quienes se sienten invadidos y margi­nados por los recién llegados. Es muy probable que el asesinato del obispo y de la misionera haya sido debido a un error de los aucas, que tomarían a los misioneros por personal de la compañía petrolífera. Las vías de co­municación son prácticamente inexis­tentes en toda esta región de clima malsano y húmedo. Los misioneros utilizan para sus desplazamientos avionetas y helicópteros.

El Vicariato Apostólico de Aguari­co, creado canónicamente el 2 de ju­nio de 1984, tiene una extensión de 30.000 kilómetros cuadrados y una población de casi 55.000 habitantes. Cuenta con 19 misioneros capuchinos Y tres sacerdotes diocesanos. Tam­bién con 32 misioneras capuchinas, dominicas del Rosario y lauritas; cua­tro escuelas y 70 centros de benefi­cencia.

Monseñor Labaca ha sido su primer obispo vicario apostólico. Nombrado el 8 de septiembre de1984, recibió la consagración episco­pal el 8 de diciembre de ese mismo año. Desde 1947 a 1953 trabajó como misionero en China, en la misión de Pingliang. Expulsado por los comu­nistas, se trasladó a Ecuador, y preci­samente a la región de Aguarico, que en ese mismo año había sido consti­tuida en prefectura apostólica.

Monseñor Labaca, natural de Bei­zama, en Guipúzcoa, había ingresado en la orden capuchina a los dieciocho años de edad. Una representación de la Confe­rencia Episcopal Ecuatoriana asistió el viernes día 24 a los funerales de ambos misioneros.
Al conocer la noticia, según infor­ma la agencia Efe, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador ha culpado al Gobierno y a las compañías multinacionales de es­tas muertes. La dirigente Blanca Chancoso aseguró que el obispo y la religiosa fueron utilizados por estas compañías como «piel de cañón». Asimismo, definió a ambos religiosos como «defensores de los pueblos indí­genas y denunciantes del acosamien­to del que somos objeto.» Por su parte, Edison Viteri, de la etnia shuar, ha insistido en las mismas razones y ha manifestado su temor a que la muerte de los dos misioneros sirva de pretex­to para militarizar la zona. n

Revista ECCLESIA Núm. 2.330. 1 de agosto 1987

YO RESCATE SUS CADAVERES




José Miguel Goldáraz era el Vicario General del Vicariato de Aguarico. Así nos cuenta los acontecimientos.

-Si en el año 1987 no se integraba el grupo de los Tagaeri al programa de la Misión, este grupo desaparecería por las exploracio¬nes de las Compañías. Era por tanto decisiva la intervención por parte de Monseñor. Esto precipitó la rápida búsqueda y el ingreso.


Monseñor mantenía con CEPE un convenio. El Gobierno obliga a las Compañías a emplear un fondo para el "desarrollo comunitario"; así las Compañías se liberan de impuestos estatales de acuerdo a la cantidad que dan como fondo comunitario.

La partida para obras comunales está fijada con el n°123-0606-01-187. Para la aplicación de esta partida se celebra un convenio entre CEPE y la Institución que desea recibir esa ayuda para esos fines sociales. Así se firmó en Quito el Convenio. Por parte de CEPE firma Carlos Romo Lerous, como gerente general de CEPE, Luis Ore¬llana, como Secretario de la Conferencia Episcopal y Monseñor Alejandro Labaka, co¬mo Obispo de Aguarico, realizador del programa.

El convenio se firma el 15 de octubre de 1985 y se amplía el 5 de mayo de 1987. El primero de noviembre de 1985 entregan a la Misión Capuchina para los fines indicados, la cantidad de 5.000.000 de sucres.

-Monseñor no entró nunca a la tribu huaorani por helicóptero. Siempre fue por tierra. Así fue el proceso con la primera tribu:
La Compañía CGG lo llevaba en helicóptero hasta el helipuerto de la Compañía., Allí se acercaban de vez en cuando los huaoranis a recogerles comida, machetes...
-Monseñor observaba su conducta y no les hacía nada. Permitía esta presencia. Poco a poco fue haciéndose amigo de ellos. Los huaoranis le perdieron el miedo. Cuando ya se hicieron verdaderamente amigos, lo invitaron a su choza. Así, fue muchas veces, andando, hasta ellos. Durmió más tarde en su misma casa. Yo volé, una sola vez en helicóptero, sobre su choza con Mariano Grefa.

-Táctica con los Tagaeri.
Monseñor sólo hizo dos días de vuelo sobre los Tagaeri. En el primer vuelo no llevó ningún regalo. Sólo fue a inspeccionar. La segunda vez fue con el helicóptero por dos ocasiones en el mismo día. Ese día les echó regalos en los dos sobrevuelos. En la última vez (tercer vuelo) los Tagaeri le hacen señas con los brazos. ¿Para que echara más regalos...? ¿Para que bajaran...?

La primera vez vieron sólo una persona. Las otras dos veces vieron más. Monse¬ñor decidió bajar por la premura ya explicada y porque a primeros de agosto pensaba viajar a España. Los misioneros le indicaban que no bajase aún. Yo le instaba a que no bajase en helicóptero. No obstante respetan su prudencia, ciencia y la gran experiencia con otras tribus. Era realmente un experto. El viernes anterior a su muerte estuvo en la Compañía estudiando los mapas. De Coca a los Tagaeri hay como unos 150 kilómetros de distancia. El estudió todo perfectamente.


-Una cronología simple.
Monseñor entra con la hermana Inés el día 21, martes, a las 9 a.m. La expedi¬ción de rescate entra el 22, miércoles, a la 1,30 p.m. y llega a Coca con los cadáveres a las 3,10 p.m. De las 3,10 a las 9,30 se realiza la cosida y arreglo de los cuerpos masacrados. El rescate lo hicimos en media hora aproximadamente. El resto del tiempo se invirtió en el viaje.

-Algo de historia.
-Roques, vasco de las Landas y gerente de la Compañía dice que fueron en heli¬cóptero, descendieron encima de la chacra, sin aterrizar. Vieron mucha gente; echa¬ron los regalos, pocos. Viajaban tres de la Compañía, Monseñor y la hermana Inés.
-Se elevó un poco el helicóptero. Los Tagaeri salieron tranquilos de su choza sin portar lanzas y en fila india. Los Tagaeri fueron donde los re galos a la chacra y los cogieron.
- El helicóptero baja otra vez y los indios se esconden. El piloto descuelga juntos a Monseñor y a Inés por medio de una wincha. El helicóptero asciende y se va hacia una casa nueva que estaban hacien¬do los Tagaeri . A los cinco minutos regresa el helicóptero y todavía estaban solos Monseñor e Inés. Los Tagaeri se habían escondido fuera de su casa. El piloto quiso regresar a la hora de dejarlos, pero en vez de ir al río Tigüino, confundido, se va por el río contiguo, denominado Siripuno. El helicóptero se regresa al campamento. Monseñor les había indicado que regresaran al día siguiente. De la chacra a la casa hay un camino ancho, distante unos 500 metros. "Yo creo que los masacraron en el primer cuarto de hora".


-Organización del rescate.
Al día siguiente va Roque con los de la Compañía. Dan una vuelta y no ven nada. Dan otra vuelta y ven los cadáveres a sendos lados de la casa de los Tagaeri. Inmediatamente regresan a la Compañía, al Campamento militar y a la Misión, para organizar el rescate. La Compañía presta un helicóptero grande: helitan. En él van José Miguel y Roque, el coronel Núñez y 13 soldados. También presta la Compañía un heli¬cóptero pequeño: gacela. En él van 5 personas de la Compañía.

Los militares llevan un helicóptero artillado con dos ametralladoras para cubrir el rescate. En él van los dos soldados con ametralladoras y el comandante.

Bajan 10 soldados y José Miguel. Aquellos armados totalmente. Seis soldados de¬bían cubrir y cuatro realizar el rescate. Yo tenía que dirigir la operación. Abrí un camino distinto del que tenían los Tagaeri, más corto. La casa de los Tagaeri se cayó con el viento de los helicópteros. Descendí con los 10 soldados desde una altura de 4 metros. El helicóptero grande se quedó volando sobre la chacra, por eso los que llevaban el equipo de filmación no pudieron captar las primeras escenas.

Yo sin pensar lo que estaba haciendo, como un autómata, le saqué 15 lanzas del cuerpo de Monseñor y 3 de la hermana Inés. Los soldados, habían sacado algunas más, pues estaban en el suelo.

Alejandro sólo llevaba el CUMBI (cuerdica para sujetar el miembro viril). Inés llevaba su ropa normal. La toca la tenía en el bolsillo. Iba descalza.

Habían llevado sábanas, fundas de plástico; todo lo necesario para el rescate. Fue una pena, pues los soldados, asustadísismos se dejaron volar todo excepto una fun¬da. La partí en dos y traté de ceñir una media parte a cada uno de los cuerpos. A 25 metros de altura, sobre la casa, el helicóptero echa las sogas para el rescate. A Madre Inés se le sube en seguida, ya que no pesaba casi nada.

No se podía subir a Monseñor. Lo elevan un poco y lo llevan así hasta la chacra. Allí baja suficientemente el helicóptero y logran subirlo con dificultad.
Se regresan a Coca.

-Por qué les clavaron tantas lanzas.
Yo creo que es como una danza ritual de muerte. Hay otras danzas de guerra.
Para la muerte tienen lanzas largas y fuertes como de unos tres metros y medio. Para la cacería son más ligeras.
Los tagaeri acostumbran a los niños a clavar sobre el cadáver lancetas para alejar a los espíritus y para hacerlos fuertes. Los padres untan con la sangre a los hijos pequeños en los brazos, en el pecho. Todos pican como avispas. Las lanzas las dejan clavadas. Así queda cogido el espíritu. Pintan las lanzas de rojo en la guerra o muerte.

El nombre de Tagaeri viene de TAGA: nombre propio. Y ERI: cuadrilla = Cuadrilla de Taga. A estos moradores los llaman Pacachaquis= Pies rojos.

Se cree que los mataron los viejos de la tribu; las lanzas son muy pesadas.
Se cree que los mataron porque no llevaron muchos regalos. INIGUA decía: cien machetes, cincuenta ollas, cien cuchillos y tagaeri no matar. ¿Será así?


Hno. José Miguel Goldáraz
Agosto 1987

MI PRIMER CONTACTO PERSONAL CON LOS HUAORANI.

Lunes, 9 de agosto:

El campamento estaba junto a un límpido riachuelo, cruzado por un árbol que había sido intencionadamente tumbado para que sirviera de puente.
Serían las diez y media de la mañana cuando:
–Amigo, amigo–, nos gritaron desde el árbol-puente los tres Huaorani, completamente desnudos, ceñidos con un simple ceñidor que sujetaba su pene.
¿Escalofrío? ¿Miedo? ¿Alegría? ¿Esperanza? No sé qué corriente inundó todo mi cuerpo. Sólo sé que me incorporé rápido para salir al encuentro, haciendo un esfuerzo de memoria para recordar algunas palabras:
– Memo, memo ... (hermano, hermano huao) – y estábamos frente a frente.
Noté su extrañeza y adiviné su pregunta al cocinero:
– ¿Quién es?
– El capitán.
Entre tanto me volví a traerles los obsequios que la Compañía me había proporcionado, pero antes de que los sacara de la maleta ya me rodeaban los tres Huaorani, arrebatándomelos de las manos.
En visitas posteriores me informé de sus nombres:
Peigomo: de unos 25 años; un verdadero y peligroso líder.
Nampahuoe: pacífico anciano de unos sesenta años.
Huane: de unos 30 años y del que tendré que hablar en varias ocasiones.
Recibieron muy contentos los obsequios: espejos, peines, redecillas, cadenas con cruz, imperdibles, agujas, etc. Pero a los pocos minutos, no contentos con lo que se les regalaba, se dedicaron a rebuscar por todas las camas. Quizás en ninguna encontraron tantas cosas como en la mía: camisas, camisetas, calzoncillos, poncho nuevecito para el agua, saco de caucho para guardar la ropa, sábana, espejo, peine, agujas e hilo. Todo se lo llevaron, respetándome lo que me era imprescindible: la ropa puesta, el toldo mosquitero, la manta, la hamaca, el cepillo de dientes y la pasta. En posteriores visitas examinarán las pertenencias de este capuchino que se precia de profesar la pobreza franciscano y verán que tengo demasiadas cosas y se las llevarán con todo derecho: el toldo, la toalla v otras cosas.

Dónde morir?

    
Alejandro Labaka era un capuchino misionero de los hechos con la piel de san Francisco de Asís. Ahora, para muchos cristianos, es un nuevo mártir de la Iglesia de Jesu­cristo. Vasco hasta las entrañas, había llegado al seminario de su Orden desde su pequeño caserío natal. En la casa de estudios hablaba sólo en un mal español que comenzaba a aprender. Después de dos años de su formativa clausura, en una visita por el tiempo de las Navidades, se dio cuenta de que ya no podía entenderse con su madre, porque había olvidado el euskera, única lengua familiar. A escondidas intentó recuperar su idioma originario. Tenaz, como san Ignacio de Loyola, lo consiguió. Durante la guerra civil estuvo en el frente cumpliendo tareas humanitarias. Con­cluida la contienda, fue destinado a la misión de China. Allí, de Kansu a Tsingning en donde le sobrevino la expul­sión del País por no acatar los principios del régimen comu­nista de la revolución de Mao. En sus conocimientos lingüísticos había añadido una nueva gramática para el Evangelio: el chino. Siguiente etapa del viaje por el mapa personal de este misionero capuchino: Pifo, en Ecuador. Y de esta tierra al Aguarico, en plena selva amazónica ecua­toriana. Cuando llegó a su nueva misión se encontró con su pueblo, el pueblo que le iba a llevar al calvario para su pro­pia redención. El 2 de julio de 1984, Juan Pablo II nombra obispo del Vicariato Apostólico del Aguarico a Mons. Ale­jandro Labaka, designándolo primer Vicario Apostólico.

Mons. Alejandro Labaka tenía una oveja perdida en su tierra espiritual, los Tagaeri, una etnia Huaorani. Este pue­blo no había experimentado contacto alguno con la civili­zación. Las compañías petrolíferas habían decidido crear partidas de cazadores de hombres para aniquilar a estas gentes. Alejandro pidió una tregua, en la que se le permi­tiera establecer relación con esta tribu. En su diario escri­bió: "oírles, escucharles, aprender de ellos, para después darles el sentido de Cristo, Salvador universal". Acompa­ñado por la hermana Inés Arango, religiosa terciaria capu­china, descendió del helicóptero hasta un extremo del poblado Tagaeri. Allí, lo primero que hizo fue vestirse como los nativos, encarnarse en su misma realidad exterior, hacerse uno de ellos. Los habitantes del poblado les aco­gieron con normalidad, hasta que a la caída del día, llega­ron el jefe de la tribu y el hechicero. Éstos, después de un baile ritual, recordaron a los demás que ellos eran un pue­blo guerrero y que debían aniquilar a los visitantes de la otra orilla. Las mujeres, entonces, raptaron a la hermana Inés para protegerla y se la llevaron al bosque. A Mons. Ale­jandro Labaka le clavaron cerca de cincuenta flechas por todo el cuerpo. La hermana Inés, al ver lo ocurrido, corrió hacia donde estaba el cuerpo de Mons. Labaka y allí reci­bió, también, la muerte.
Pero esta historia no termina aquí. En la discusión sobre el inicio del proceso de beatificación de Mons. Labaka y de la hermana Inés, un venerable prelado ecuatoriano se atre­vió, en una reunión pública, a señalar que "no me parece el lugar más adecuado para que muera un obispo, desnudo, entre salvajes". Señor obispo, por decir algo, dígame usted, cuál es el lugar más adecuado para que muera un obispo.

Quizá la cama de su palacio; quizá una habitación en un hospital norteamericano. Jesucristo murió en una cruz, clavado de pies y manos, atravesado por una lanza, con las vestiduras de los malhechores y de los despreciados. Nada hay más cercano al estilo de vida de cada uno que el estilo de su muerte. Podríamos decir que por su muerte les conoceréis. El misionero capuchino que nos contaba la historia insistía en que su muerte había hecho fructificar el espíritu de la misión capuchina en las tierras del Ecuador. No sólo su sangre se ha derramado en beneficio de los más cercanos. Es capaz de fructificar la esperanza de los cristianos que creen que el Evangelio es coherencia, es entrega, es fidelidad al Plan de Dios, aventura de máximo riesgo.

Nos sobran las voces de los pastores, falsos pastores, que piensan que la cruz no es un lugar digno para morir, o que el báculo les da derecho para medrar en la sociedad del reconocimiento público. Lo que necesitamos son las historias de quienes se han desnudado de su propia vergüenza para hacer de su vida escándalo para los gentiles y ejemplo para los cristianos. Necesitamos que el eco del Evangelio resuene en nuestro mundo con la sinfonía del martirio a favor de los demás, no en contra de nadie. Aún no sé si llegaremos a asistir, en la reluciente plaza de San Pedro, a la canoniza­ción de Mons. Labaka y de la hermana Inés. De lo que sí estoy seguro es de que en el corazón de muchos, incluso en la misma naturaleza de la selva amazónica, revolotea el espíritu de estos dos nuevos mártires. Aunque nadie haya todavía contactado con los Tagaeri, el Cristo cósmico ya tiene dos mensajeros más entre sus hermanos de la selva.

SERRANO, José. Confesiones de un cristiano perplejo. Secretariado Trinitario. 2011. pp. 31-33

EL EVANGELIO DE LA VIDA

TODO PARA TODOS.
CRISTO EN TODOS.
SEMINA VERBI.

Según usos todavía vigentes, Alejandro cuando le hicieron obispo hizo componer un escudo de "chonta". En el escudo hay muchos árboles, un río largo con un indio bogan¬do en solitario y ceñido todo ello del cordón franciscano y de las tres frases de arriba. También se hizo labrar un báculo de chonta, con el que quiso pastorear causas y gentes, hasta que una lanza de chonta hizo florecer de rojo esas tres frases que son un testamento en su escudo.

Alejandro ha hermanado así la vida y la muerte, la idea y la realidad, la "civili¬zación" y la civilización, la naturaleza y Dios, el Evangelio y las semillas de evan¬gelio, con esta gesta de martirio por el pueblo indio que, después de quinientos años, no ha encontrado el auténtico Dios 'indio'.

Nos ha tocado vivir con Monseñor Alejandro en un lugar maravilloso y trágico, donde chocan de una forma legendaria aspectos y puntos de vista irreconciliables: culturas, modos de vida y pensamiento, el silencio primordial de la selva y el ruido ensordecedor de máquinas sofisticadas, la libertad de los primeros pueblos y la an¬gustiosa mezquindad del acaparamiento multinacional, la naturaleza más bella de la tierra y el saqueo de la cultura occidental que destruye para tener y conquista para "civilizar". Lo que ha sucedido en ese rincón de la selva, junto a una casa de hoja¬rasca desbaratada por el aire del helicóptero y entre unos troncos de árboles despa¬rramados por el suelo, no es un episodio sangriento, cerrado por la noticia, es la interpelación del profeta frente al torrente impresionante de ideologías y causas de salvación que no esperan la contestación a la pregunta que nos lanzan a la cara: ¿qué es la verdad?

Por eso las 18 lanzas clavadas en su cuerpo desnudo han hecho reventar una flor más del Evangelio que está naciendo a lo ancho de estas tierras americanas donde, paradójicamente resulta más peligroso defender la vida y la dignidad humana que “predicar" el Evangelio. El evangelio de la vida, de la dignidad y de los derechos del hombre, de los más pequeños, de los INDIOS que todavía esperan ser admitidos como sujetos concretos de la teolo¬gía de la liberación. Teología, por tanto, a la que falta el capítulo profundo sobre la cultura y sobre los pueblos "creados indios”.

Monseñor Alejandro Labaca vivió un tipo de evangelio y de testimonio peculiar; ubicado al borde de este mundo increíble; en las fronteras de la "civilización" y de la "teología"; lugar de debate de proyectos sociales, culturales, económicos y teológicos. Llevan¬do la divisa grabada en sangre de su escudo de obispo: TODO PARA TODOS. CRISTO EN TODOS. SEMILLAS DEL VERBO.

Hno. José Miguel Goldáraz
Sup. Reg. de Aguarico.
Agosto 1987

Crónica Waorani

Son las notas personales de Alejandro Labaka. Aquí se encuentran sus vivencias misioneras más importantes. Él las redactaba después de cada viaje. Estos escritos los inició para compartir con sus hermanos. Algunos se encuentran publicados en el OPI. Leer ¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

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