Sangre en la Selva

Nuestras vidas se cruzaron



Mons. Alejandro y la Hna Inés Arango, lanceados por los Aucas a quienes tanto querían, son mártires de la caridad.

A partir de 1970, nos habíamos encontrados algunas veces, pues somos dos Vicariatos colindantes, separados por la frontera Perú-Ecuador. Ambos llegaron hasta mi choza de Angoteros. Rocafuerte y Angoteros son dos misiones vecinas.

A Alejandro le gustaba compartir su experiencia; vibraba cuando me contaba de su contacto con los Huaorani. Como por ósmosis me contagiaba de su entusiasmo. Nos comunicábamos mutuamente nuestra pasión por los pequeños del Reino, los indígenas. Él me animaba a seguir en esta entrega. Su actuación misionera me inspiraba. Era la nueva evangelización que buscábamos para los nativos; una nueva manera de defender el Proyecto de Dios sobre los pueblos indígenas frente al genocidio occidental.

Me acuerdo que el 27/11/77, en una visita a Rocafuerte, me había informado de que los Auca o Pukachaki estarían pasando también a Perú. Me hablaba siempre de los Quichua, Siekoya, Huaorani. Su rostro se iluminaba. Me enseñaba cantos en qui¬chua, yo le entregaba los tonos nativos recuperados que utilizábamos nosotros, los cuales él incluyó el 4 de octubre de 1983 en su cantoral comentando: “Aquí quiero hacer mención especial del P Juan Marcos Mercier que, con su valiosa colección del Bajo Napo, nos ayuda a unir en abrazo de hermanos, por el canto, la oración y el amor, a toda la familia creyente de la cuen-ca del Napo”.

Mons. Alejandro Labaka nos sorprendió por su actitud entre los nativos al querer descubrir ahí al Dios preexistente: “Me esforcé para no llevar mi Breviario. Nada. Es que primero hay que aprender de ellos. He visto..., Dios está con ellos. Ahora no necesitan Misas. Necesitan cariño, justicia y tierras para su futuro como pueblo... Ellos tienen su fe en Dios, en su Huinuni. Es necesario conocer sus criterios, sus sentimientos e ir caminando a su lado, encontrar a Jesús que vive entre ellos”.

En algunos aspectos vivíamos algo semejante. En 1973, en abril y noviembre, me tocó ser el primer sacerdote en estar unos meses entre los Matsés o Mayoruna, indios llamados bravos, del río Yavari, frontera Perú-Brasil, que vivían todavía en la inocencia de una desnudez paradisíaca. El 26 de noviembre el Ministerio de Agricultura me entregó el ex-pediente por el cual se les reservaba 350.000 hectáreas de tierra. Por supuesto no podía dedicarme a la vez a los runas del Napo y a los del Yavarí. Mi obispo me prometió entonces que él mismo iba a buscar un par de misioneros para vivir en medio de los Matsés.

¡Alejandro! Éramos como dos Hermanos Menores que vibraban por lo mismo: el Reino, los pequeños, los indígenas de la Selva. Sintonizábamos en seguida. Te entusiasmabas cuando me hablabas de tu expe¬riencia de encarnación entre los Huaorani, de tu ecumenismo con los Siekoya.

Intercambiamos casetes en las cuales los Siekoya, en su idioma, se enviaban mensajes familiares. Nuestro interés hacía buscar las conexiones entre los nativos de allá y los de aquí. Investigar si podían ser parientes de los Huaorani nuestros Vacacocha (Aé'wa), Aushiri o Arabela, del Perú. Con tal fin intercambiamos vocabularios. Él encontró unas 10 palabras parecidas entre Huaorani y el léxico Aushiri del P. Avencio, 2 con el Arabela, y una sola con el Vacacocha (notita del 7 de enero de 1980). Me enviaba las más importantes de sus crónicas. Con devoción guardo su última firma.

¡Alejandro! No me olvido con qué emoción me contaste, a la luz débil de una lamparina, en mi choza de Angoteros, tu adopción y despojamiento huao; repetición del desnudamiento de san Francisco delante delobispo de Asís... Fue de verdad para ti una entrega solidaria a esta etnia, como la de San Isaac Jogues al pueblo Iroquese: “Este pueblo es para mí un esposo de sangre. Me he casado con él con mi sangre”.

Gracias, Alejandro, por nuestros encuentros, demasiado breves. Que nuestras vidas se hayan cruzado es una bendición para mí. A la gloria del Padre de Jesús, nuestro Padre.

Juan Marcos Coquinche

CABODEVILLA, Miguel Ángel (Ed.) Tras el rito de las lanzas. CICAME 2003. p. 132-133.

Alejandro Labaka, mártir capuchino.

Testimonio de Jóse Miguel Goldáraz (27-12-2011)

Quién es usted? 


Cómo fue su encuentro con Mons. Alejandro Labaka?


Aguarico, pasión y palma



La pasión misionera de Alejandro halló su cauce final en Aguarico, desde 1965 hasta su muerte (1987). La misión de Alejandro en Aguarico tiene tres fases:

1) Los cinco años que como Prefecto Apostólico presidió aquella porción de Iglesia naciente (1965-1970) y animó la tarea de los misioneros. Años conclui¬dos inesperadamente, tras no poco dolor interior, con una renuncia. A la renuncia siguió una especie de pausa psicológica entre los capuchinos de Dallas, Texas.

2) Los catorce años siguientes (1970¬1984) en los que Alejandro se afana como misionero, amando y sirviendo a la gente sencilla. También aquí tiene que aceptar, con humildad y realismo, el ser superior interno de los misione¬ros capuchinos en Aguarico (1979¬1983).

3) El período culminante de Alejandro obispo, primer obispo de Aguarico, consagrado en Coca el 9 de diciembre de 1984, consumado, como holocaus¬to de amor, con la hermana Inés Arango, el 21 de julio de 1987.

En otoño de 1965, año en que Alejandro fue elegido Prefecto, tuvo lugar la cuarta y
última fase del Concilio Vaticano II. Alejandro acudió como Padre conciliar. Fue una experiencia eclesial riquísima. Allí en¬contró a su obispo de Pingliang, Mons. Larrañaga, guipuzcoano como él y como él expulsado de China; allí escribió una carta a Pablo VI, abriendo su corazón sobre la evan¬gelización de los Aucas.

En Navidad de 1976 Alejandro tiene el primer contacto con los Aucas, ahora más exactamente llamados Huaorani. Y comien¬za un relato digno de la más bella historia de las misiones: CRÓNICA HUAORANI.

En 1977 la colombiana Inés Arango, terciaria capuchina, entra en Aguarico. En su día, recordando la trayectoria de su vida, dirá: mi único ideal era ser misionera. Pronto Dios va a unir estas dos vidas en aras de un mismo ideal.

La historia no ha concluido. El 7 de mayo de 2000, Año Santo, Juan Pablo II, en la "Conmemoración ecuménica de los testi¬gos de la Fe del siglo XX" ante el Coliseo Romano, destacaba los nombres de Alejandro e Inés como figuras representati¬vas de los cristianos que han dado su vida por amor de Cristo y de /os hermanos en América.

Rufino Ma. Grández


CABODEVILLA, Miguel Ángel (Ed.) Tras el rito de las lanzas. CICAME 2003. p. 90.

La Madre Iglesia en la madre selva

Visita del Ministro Provincial, Fr. Rufino Ma. Grández, a los Capuchinos en Pompeya 1979


La Madre Iglesia en la madre selva
Un escrito que no llegó a publicarse

Introducción de diciembre de 2011
Este escrito lo compuse estremecido por la lectura de la Crónica Huaraní – así se escribía entonces – que comenzaba a publicar Alejandro Labaka en el Boletín Informativo OPI (Curia provincial de capuchinos – Burlada), justo después de haber leído las cinco primeras entregas en esta revista. Lo escribí para enviarlo a esta publicación fraterna de los hermanos capuchinos de Navarra-Cantabria-Aragón, provincia a la que pertenecía nuestro misionero. Pero... no me atreví, no lo pasé a máquina; me parecía demasiado íntimo. La dedicatoria de esas hojas a mano decía: “A la Iglesia huaraní que ha empezado a nacer, con profundo deseo y respeto: Un cristiano en una colina del Arga”.

En aquel tiempo yo estuve tres años (septiembre 1975 – junio 1978) en la ermita de la Virgen del Castillo, de Miranda de Arga, en Navarra. Por la mañana trabajaba en el pueblo con la gente, en el campo; por la tarde hacía oración ante el Santísimo y celebraba la Eucaristía para el pequeño grupo de gentes que venían. Aquel domingo, yo leí lo que el P. Alejandro había escrito. Me quedé desbordado, sin palabras, lleno de una emoción que me embargaba todo. Por la tarde, no creí violar la adoración, si al tiempo de la adoración a Jesús sacramentado escribía esta “acta de Iglesia”. No pensaba que Alejandro iba a ser mártir. Por eso, este artículo tiene el valor de alguien que no alaba al mártir, sino que queda estremecido ante un testigo.

Puebla, 21 diciembre 2011.


De una tirada he leído hoy, Día del Señor, la Crónica Huaraní que en cinco entregas nos brinda el veterano misionero Padre Alejandro Labaca. Ningún día más propicio que el Domingo –sangre y resurrección – para esta santa lectura que la saboreo como acta de Iglesia.

Y ahora por la tarde, a la vera del Señor, mientras la copa dorada descansa sobre el altar, yo estoy ante Él y ante los Aucas, pensativo con la cabeza baja y el bolígrafo que quiere correr entre los dedos. Mil impresiones se ciernen sobre mi alma como nubes y colores en una tarde densa de verano. Mil pensamientos acuden y quieren asomarse a esta puerta viva que quiere hablar. Evoco en mis adentros la pluma del escribano, aquella pluma de ave con la que del corazón bullente se escribió el Salmo 44 para las nupcias de un Rey.

* * *

La primera criatura que bulle y alarga la cabeza para salir es un ¡Gracias!, hijo del corazón. Gracias, Hermano Alejandro. He gozado leyéndote y una plácida sensación de bienestar espiritual me ha embargado durante sta jornada, evocándote en la verde jungla. Muy vano y ridículo sería que yo adobase mi gratitud con la adulación. Indigno de mi pecho y mucho más del tuyo, indigno de todos los lectores a los que hablan estas líneas de fe y comunión. Lo que he leído no hermosea las alhajas de la literatura. Tu escueto lenguaje de sabias raíces - ¡Beizama! – me lleva alas escueta indumentaria de los indígenas de la selva. Pero decía que trato de leer este testimonio como Acta de Iglesia.

Al decir “gracias”, me urge en el alma un “no”. Algo quisiera hablar. Nos distingo el recato y la presunción. ¿Por qué yo?, me digo. ¿A título de qué? ¿De qué magiesterio,de qué singularidad...? A título de nada, amigos. A título de que la ermita es ancha como el cielo terrestre, a título de que la Virgen cobija como inmenso toldo para que allí se encuentre la fantasía y el amor.

* * *

Hay dos momentos cruciales en esta historia huaraní. El primero es aquella liturgia elemental en el bohío, la entrañable vivencia del Rito de adopción. Está el padre Ynihua y la madre Paua; tú, de rodillas, luego espojado, como Francisco despojado ante el Obispo de Asís. Así ene este esbozo sacramental entraste como hijo, de cuerpo y corazón, en el corazón de aquellos hijos de Dios, hoy amables hermanos míos. Los nombres, escritos en preciosa hoja, han de pasar a la liturgia de estas puras alturas.

El segundo momento álgido de emoción fue aquella catequesis del crucifijo. Yo quiero nombrar a esta catequesis profética. Las piedars comprenden cuando el corazón habla.
Con el crucifijo les decías según el Espíritu y nos lo comentas:
“Es Jesús; la Madre, María – les repetías en Huaraní -. Mientars, queriendo completar el mensaje que espero que el Espíritu les haga entender, añadías en otras lenguas como el Quichua, Euskera, castellano: Murió por nosotros en la Cruz. Resucitó y vive entre nosotros. Una de las veces quise decirlo en Chino (¡oh limpio poeta!) y me trafulqué...” (n. 117, pág. 28). Refieres que el joven Araba “besó tres veces el crucifijo”.
Y yo continúo en lo profundo la historia, p0orque las aguas del Arga van a fundirse con el G. C., Dicaron y Ñamengono que llevan aliento de los Aucas al Amazonas.

Alejandro, esto es ni más ni menos que el nacimiento de la Iglesia. Al saberlo, uno se siente católico, orgulloso de una Iglesia a la que con voz antigua de los siglos llamamos Madre, la santa Madre Iglesia. Y como la iglesia comunión, nadie nos puede impedir el gozo de compartir contigo y con vosotros lo que un día de enero ocurría en la selva de los Aucas, de aquellos terribles y misteriosos Aucas.

Estabas engendrando a la Iglesia. Me remito a la convicción que Pablo expresa a los Corintios (2Co 4,15). Y esto es solemne como la Encarnaciónd el Verbo, por que al fin de lo mismo se trata.

Vuelvo a la catequesis de aquellos encuentros, para juntar en aquel kerigma la misión de los apóstoles y de los cristianos que Mateo nos ha escrito en el capítulo 10. Aquella misión, en personas al parecer ajenas a las aulas, es audacia, fantasía, impulso, carisma. Es que Jesús se responsabilizaba del asunto y él los lanzaba a la misión en alas de un poder, que es el Espíritu. Acepto con sensatez, por supuesto, que para hablar a la gente hay que aprender al lengua que la gente habla. Pero más claro que esto es el Mensaje que no puede esperar. Más duro, sí, que la Buena Nueva no puede estar atada a nuestra lengua, porque los hombres nos entendemos, ante todo, por vía de amor. Por eso el misionero de antes yd e hoy es audaz y pone su pie donde acaso la imaginación se había tenido que parar.

La Crónica Huaraní me dice que la Iglesia misión es acontecimiento de Dios, y esto es mucho más interesante que todas las aventuras y “brujerías” que nos pueden venir de todos esos rincones.

* * *

Además de todos los trances de vida esas Actas Huaraníes me enseñan con tremenda potencia a vivir en franciscano, si al expresión es justa. Devanamos la cabeza en nuestra fatigosa investigación e los ideales primigenios. Valiosa labor, por cierto. Y con todo no son las depuradas investigaciones lo que dan lo último. Son los trances de vida los que enseñan y los que provocan la respuesta generosa. A vosotrops se os ha dado la gracia de asistir a la vida en este abrupto de precivilización. Lo humano está en lo inicial, la pobreza de esas gentes noe s opción, sino estado de nacimiento, vida y muerte. No es pobreza, es otra indigencia más radical y primaria. Y ¡claro!, vivir tan al lado de ellos, durmiendo en sus hamacas, en circunstancias que son “trances”, algo se pega de ese clamor elemental que viene de dentro, donde está lo verdadero del hombre, que vivir no es pensar sobre cómo se podría vivir, sino puramente vivir.

* * *

Adiós, hermanos, los de la Iglesia de Aguarico, todos, que estáis esparciendo un aire perfumado y refrigerante por el entorno cántabro y la vertiente del Ebro de nuestra provincia.
Un apretón de manos, o mejor un abrazo bien sacudido con la palma de la mano a la espalda, juntando los corazones.

Rufino Ma. Grández

Feliz Navidad

Fragmentos de Crónica Waorani


25 a 31 de julio de 1976.

Ante los insistentes rumores de que la Compañía Petrolera CGG, que opera en la zona realizando los estudios geofísicos para la Compañía nacional CEPE está tropezando con dificultades por parte de los AUCAS, la Comunidad de Nuevo Rocafuerte, presidida por el P. Superior Regular y con la presencia del P. José Miguel Goldáraz, decide que el P. Alejandro se desplace al lugar de los hechos, con los siguientes objetivos:
– Obtener informaciones verídicas acerca de estas incursiones de los AUCAS.
– Visitar a los trabajadores de la zona.
– Si se presentare oportunidad, darse a conocer a los Aucas o Huaorani.


Manifestamos ante los jefes que estamos dispuestos a visitar y permanecer algunos días en las trochas y ayudarles en lo que podemos para solucionar el problema de los Aucas: En nuestra propuesta no ocultamos nuestra incapacidad por el desconocimiento de su lengua, pero, al mismo tiempo, aflora una confianza en la capacidad que nos viene de Dios por la fe.
La propuesta es acogida con diplomacia por los técnicos franceses y con simpatía por los nacionales. Después se nos dice que han pedido la colaboración de un intérprete del Instituto Lingüístico de Verano de Limoncocha y que esa misma tarde tienen programada una gira por los grupos Aucas de la zona y que esperan los resultados. Ante esta afirmación aclaramos nuestra postura: en modo alguno pretendemos interferir o entorpecer esa labor, pues consideramos que es obra de la Iglesia lo que los Misioneros Lingüistas hacen con tanto esmero y en nombre de Jesús por la tribu Auca.

El miércoles 28, a las siete de la mañana, emprendíamos el vuelo. Hicimos unos quince minutos en dirección Oeste, hasta la altura de Añango; viramos en dirección Sur y continuamos hasta el Tiputini, en las cercanías de la desembocadura del Tihuacuno, y desde allí pude contar unos seis helipuertos hasta aterrizar en la trocha B-2 Línea CP25-H-25-9. Habíamos volado una media hora y nos encontrábamos aproximadamente en la intersección del meridiano 76, 20 y latitud 0, 50, en las cercanías del Rumiyacu y otros afluentes del río Yasuní; a unos 25 kilómetros de distancia del Tiputini.


Estos aparecían bastante nerviosos. Expusieron al Sr. Masson, técnico francés, su situación y sus dudas; dos de ellos pedían inmediata liquidación. El día anterior habían recibido la visita de "los amigos" (los llaman así porque al llegar al campamento saludaron diciendo "amigos"). Después se dedicaron a requisar todo el campamento, mientras uno de ellos repetía con frecuencia: "Pañacocha, Pañacocha, cambio...”. Señal evidente de que escuchan las intercomunicaciones radiales. Y se llevaron cuanto se les antojó: hamacas, mantas, mosquiteros, ropa, botas, hachas, machetes, limas; de alimentos, todo lo que había de azúcar, un poco de arroz, latas de sardinas y atún, y hasta dinero por valor de más de tres mil sucres. Uno de ellos, como contando el dinero con sus dedos dijo: "To, to, to, to....... Quito".
El señor Masson, aunque un tanto contrariado, prometió reponerles todo, solicitando su colaboración a los obreros, para que con su creatividad y diplomacia hicieran algo para disminuir estas pérdidas y, sobre todo, la interrupción de los trabajos.
Tendí mi hamaca dentro de la carpa de los trabajadores y charlé mucho rato con ellos antes de que se decidieran a reanudar los trabajos. Se manifestaban muy agradecidos de que alguien les visitara en la soledad de la selva amazónica, en tierras de los Aucas.
Dos días y dos noches estuve con ellos. La segunda noche les celebré la Santa Misa, a la que asistió espontáneamente la mayoría de los trabajadores. Para el Evangelio abrí el Ritual de la BAC en las últimas páginas, a lo que saliera, y ante mis ojos apareció el relato de san Mateo 25, 31-40. Durante el comentario todos estuvimos de acuerdo en que aquí se está cumpliendo eso de dar de comer al hambriento y vestir al desnudo. Terminé diciéndoles que ellos son los "misioneros escogidos por Dios" para los Aucas.

Mons. Alejandro Labaka.

LABAKA, Alejandro. Crónica Huaorani. CICAME 4ta. Ed. 2003. pp. 15-17.

Mi premio

¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

Yo tuve la suerte de encontrarme en Nuevo Rocafuerte, en el río Napo, en la época en que los largos sueños de Alejandro de contactar con el pueblo huaorani se hicieron realidad. Vivía en este pequeño paraíso amazónico desde 1970, como misionero y como médico director del Hospital “Franklin Tello”. Conocía, ¡cómo no!, la larga historia de desencuentros entre la etnia “huaorani” y los “cohuore”, a partir de la trágica desaparición de los cinco misioneros del Instituto Lingüístico de Verano, en 1956. También, los repetidos y baldíos esfuerzos que los capuchinos habían realizado para contactar con ellos y sembrar un clima de paz y comprensión.

Alejandro Labaka se había marcado como hito importante de su tarea como Prefecto Apostólico esta misma finalidad, desde su llegada en 1965, pero nunca sus esfuerzos fueron coronados por el éxito. Se encontraba en Nuevo Rocafuerte, ya liberado de sus tareas como responsable principal de la Iglesia de Aguarico, enfrascado en las cotidianas actividades misioneras, cuando a mediados de 1976 aparece la presencia amenazante de un pequeño grupo huaorani en medio de la selva, allí donde la Compañía Petrolera CCG se encuentra realizando estudios geofísicos y donde pequeños campamentos de trabajadores, hombres quichuas y colonos, se sienten inquietos y amenazados. Había surgido providencialmente la oportunidad tantas veces soñada y los capuchinos decidimos enviar a Alejandro para integrarse en estos campamentos selváticos y desde dentro iniciar una labor de acercamiento y pacificación.

CRÓNICA HUAORANI brota de una manera espontánea, de la pluma inquieta e inquisitiva de Alejandro, como “páginas de campo”, escritas la mayoría de ellas tras cada visita y cada encuentro con el pueblo huaorani. Nunca tuvieron el carácter de una obra pensada y de síntesis del largo, profundo, inesperado y sorpresivo encuentro con el pueblo que siempre le produjo una verdadera fascinación. Yo tuve la oportunidad de participar en muchos de esos viajes y de encontrarme dentro del encuentro intercultural, sembrado de momentos deliciosos y otros llenos de inquietud y zozobra que lo desconocido entraña. En el fondo profundo de esta tarea se asienta el misterio de un diálogo que hunde sus raíces en el Evangelio y que acepta la singularidad de cada ser humano y de cada pueblo, con sus propios lechos culturales y sus innegables valores. Aprendimos a vivir entre ellos y a descubrir un mundo lleno de lo que Alejandro repetiría tantas veces: “las semillas del Verbo”. Aprendimos, sobre todo, a no tener prisas y a dejar en “Otras Manos” la fructificación de estos esfuerzos en favor de la paz y el respeto entre los pueblos.

Alejandro escribía, al regreso de cada expedición, en su austero cuarto que formaba parte de la carpintería de la Misión, su peculiar meditación; se interrogaba sobre el significado de lo que había ocurrido y los aciertos y frustraciones que habían surgido. Los registros técnicos eran tarea mía. Las páginas escritas las compartíamos y nos ofrecían frecuente materia de conversación. Unas y otras pasaron a engrosar una de las carpetas del archivo de nuestra casa de Nuevo Rocafuerte.
Cualquiera que lea estas páginas descubrirá, escondidas en ellas, retazos fundamentales del corazón de Alejandro. Un corazón capaz de respetar, admirar, acompañar y entregarse, a todos, pero en especial, a quienes forman parte privilegiada de la humanidad simple, en contacto directo con la naturaleza, con sus valores y sus fragilidades, sin haber sido tocada por los vericuetos complejos de la civilización. Era capaz de descubrir vida profunda, fraternidad envidiable, tecnología increíble en el empleo de materiales simples, arrancados al entorno inviolable, tan inhóspito para cualquier otra cultura tecnificada. Admiraba y se extasiaba ante una vida humana primitiva, pero ¡tan rica!

Yo reconozco que sus ojos enriquecieron mi propia visión y con él siempre me encontré en medio de aquellos minúsculos grupos humanos cómodo, feliz, capaz de disfrutar de una aventura humana que da a nuestra cultura humanidad y frescura.


Manuel Amunárriz

Crónica Waorani

Son las notas personales de Alejandro Labaka. Aquí se encuentran sus vivencias misioneras más importantes. Él las redactaba después de cada viaje. Estos escritos los inició para compartir con sus hermanos. Algunos se encuentran publicados en el OPI. Leer ¿CÓMO NACE “CRÓNICA HUAORANI”?

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